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El “no” definitivo a los productos
transgénicos. El mundo entero ha escogido a la empresa Monsanto
como blanco de su ira por estar a la vanguardia de la fabricación de productos
genéticamente modificados e insecticidas.
La protesta a nivel mundial en contra de la transnacional reúne a todos
aquellos que se preocupan por el reemplazo en las estanterías de las tiendas de
los productos naturales por los híbridos de la ingeniería genética. Los activistas tratan de que la
gente no compre alimentos con los ojos cerrados. Para ello han
creado una lista de empresas que utilizan los productos de Monsanto y cuyos
artículos instan a boicotear.
En ella están presentes marcas como Coca Cola, Pepsi, Lipton, Pringles y Heinz
tan habituales para millones de personas. Los defensores de los
productos naturales creen que evitando la producción en masa se podrá
garantizar que la gente no consuma productos potencialmente dañinos y que
Monsanto no siga con ello llenándose los bolsillos. Una de las cosas que colmó
la paciencia de los activistas por la alimentación sana y que instigó el
movimiento contra la multinacional fue la aprobación en EE.UU. de la llamada Ley de Protección de
Monsanto. Avalada en marzo por los legisladores y el
presidente, la
cláusula impide a los tribunales federales suspender o prohibir la siembra y
venta de cultivos transgénicos, incluso si estos son
reconocidos como dañinos para la salud humana o para el medio ambiente. La actividad de empresas como
Monsanto en este asunto queda por encima del sistema judicial del país.
Los expertos expresaron al unísono que es algo insólito en un país que está
obsesionado con el derecho y los procesos judiciales, es imposible de
mantenerse sin una fuerte presión del “lobby”.
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EL ESTADO ESPAÑOL ES LA ÚLTIMA COLONIA DE
MONSANTO.
A los pies de la multinacional
depredadora.
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Público.es sábado 10 de agosto del 2013.
Lucía Villa.
Mientras la industria se retira de la UE por la
falta de interés y la polémica que envuelve a los transgénicos, España ha
incrementado un 20% el número de hectáreas dedicadas a su cultivo en el último
año. Acapara el 67% de los experimentos al aire libre y el 90% de los terrenos
con organismos genéticamente modificados de todo Europa.
Ni insectos exterminadores, ni olas de frío, ni sequías prolongadas. La plaga que ha conseguido acabar con las semillas transgénicas en casi todo Europa no ha sido otra que el rechazo creciente de sociedad y clase política a los organismos genéticamente modificados (OGM). España, donde los sucesivos gobiernos han respaldado siempre a la industria de la biotecnología, sobrevive a contracorriente como la última esperanza europea de un sector que, a excepción de EEUU y Canadá, obtiene potenciales beneficios de las tierras de países en vías de desarrollo.
Ni insectos exterminadores, ni olas de frío, ni sequías prolongadas. La plaga que ha conseguido acabar con las semillas transgénicas en casi todo Europa no ha sido otra que el rechazo creciente de sociedad y clase política a los organismos genéticamente modificados (OGM). España, donde los sucesivos gobiernos han respaldado siempre a la industria de la biotecnología, sobrevive a contracorriente como la última esperanza europea de un sector que, a excepción de EEUU y Canadá, obtiene potenciales beneficios de las tierras de países en vías de desarrollo.
Aquí, lejos de la tendencia del resto del
continente, los terrenos con cultivos transgénicos han aumentado un 19% con
respecto al año anterior, según los últimos datos publicados por el Ministerio
de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. 138.543 hectáreas en total, que
suponen más del 90% de todo el sembrado genéticamente modificado de la UE. El
10% sobrante se divide en pequeños campos de Portugal, República Checa, Rumanía
y Eslovaquia, con apenas repercusión en el mercado internacional. El resto de
Estados miembros se abstienen.
Hace menos de un mes, Monsanto, el mayor fabricante
mundial de semillas transgénicas del mundo, anunciaba su decisión de retirar
todas las solicitudes para nuevos cultivos modificados genéticamente en la
Unión Europea. Lo hacía, según comunicó la multinacional estadounidense, debido
a la "falta de perspectivas comerciales" para la biotecnología en la
región. Las cinco peticiones para plantar variedades de maíz, soja y remolacha
para azúcar de Monsanto llevaban años a la espera de que la Comisión Europea
diera el definitivo visto bueno, pero la fuerte oposición ciudadana, sumada a
el veto contra los OGM de Francia, Alemania, Grecia, Luxemburgo, Bulgaria,
Austria y Hungría mantiene estancado el proceso de aprobación.
"La Comisión podría aprobarlas, pero es un
marrón que nadie está dispuesto a asumir porque la población se les echaría
encima y porque tampoco ha despertado gran interés entre los
agricultores", señala Blanca Ruibal, responsable de Agricultura y
Alimentación de la ONG Amigos de la Tierra. Hace un año y medio, también la
empresa química alemana BASF renunció a desarrollar cosechas transgénicas en
Europa y trasladó sus operaciones de investigación a Estados Unidos ante la
falta de apoyo de los países comunitarios.
La Asociación Española de Bioempresas (ASEBIO), que
aglutina a entidades que desarrollan actividades de biotecnología en España,
considera que las prohibiciones de algunos países a los OGM son
"ilegales" puesto que la decisión es competencia de la Comisión y no
de los estados en particular. "No es de recibo obstaculizar el progreso de
los agricultores privándoles de la libertad para aumentar la producción. Los
que proponen la prohibición del cultivo deberían añadir a quién van a privar
del alimento o qué espacios naturales proponen roturar como consecuencia de sus
propuestas", sostienen.
Monsanto sólo mantendrá por ahora la solicitud para
el maíz MON-810, el único OGM autorizado para su cultivo comercial dentro de la
UE, presente sobre todo en España. Esta variedad de grano, cuyos genes han sido
modificados para sobrevivir a las plagas del taladro, obtuvo luz verde hace 15
años a través de una autorización con vigencia para una década. La Comisión
Europea debería haber decidido sobre su renovación en 2008, pero no lo hizo.
Después de cinco años en los que se ha seguido sembrando con una licencia
expirada, se espera que las autoridades europeas tomen pronto una decisión al
respecto. De ser negativa, supondría el fin de la agricultura transgénica en
Europa.
Apoyo institucional
El respaldo a los transgénicos en España no es
mucho mayor que en el resto de Europa. De hecho, el rechazo es mayoritario. El
último Eurobarómetro sobre biotecnología publicado en 2010 refleja que el 53%
de los españoles se opone a la técnica de insertar genes de otra especie en un fruto
para hacerlo más resistente. El apoyo ha ido disminuyendo considerablemente
desde 1996, cuando era del 66%; a 2010, con el 31%.
Tampoco los estudios realizados han demostrado que
de los cultivos con maíz transgénico se obtenga mayor rendimiento que de los de
maíz convencional. Según Greenpeace, el Ministerio confirmó en una carta
reciente a la ONG esta información. Este periódico consultó al departamento de
Arias Cañete sobre la cuestión, pero aseguró no poder proporcionar una
respuesta a tiempo para la fecha de publicación de este artículo. Ante este
escenario, la causa de que nuestro país constituya casi el único baluarte de la
industria transgénica en Europa hay que buscarla en el espaldarazo
institucional a esta tecnología. Los cables de la embajada de EEUU en España
publicados por Wikileaks en 2010 revelaron la alianza entre los dos gobiernos
para hacer presión por el sector.
Tampoco la industria esconde sus intenciones. El
grupo de trabajo sobre Agricultura y Medioambiente de ASEBIO, coordinado por
Monsanto, establece entre sus misiones la de "contribuir a desbloquear
obstáculos administrativos para un mayor empleo de la biotecnología en la
agricultura". El grupo señala que "ha participado en varias consultas
sobre textos legislativos" y en la Comisión de Medio Ambiente de la CEOE.
"Hay un interés detrás por demostrar que los
cultivos transgénicos están en crecimiento constante y que están siendo
aceptados por los agricultores", dice a Público Luis Ferreirim,
responsable de la campaña de Agricultura y Transgénicos de Greenpeace.
Ferreirim asegura que el número de hectáreas cultivadas publicadas por el
Ministerio son sólo "estimaciones" que no se corresponden con la
realidad, puesto que están basados en datos de ventas de semillas proporcionados
por la misma industria. "No todas las semillas se utilizan, las hectáreas
reales son muchas menos", afirma.
Los grupos ecologistas llevan años demandando al
Gobierno que haga un registro público con la localización exacta de las
parcelas donde se cultivan transgénicos, tal y como ordena una directiva
europea. Su principal denuncia es que al desconocerse esta información, los
agricultores convencionales no pueden prevenir una hipotética contaminación
procedente de las siembras genéticamente modificadas. Muchas de ellas son
cultivos en fase todavía de experimentación que se realizan al aire libre. "Estamos
hablando de plantas a las que se les han insertado otros genes y que no se sabe
cómo reaccionarán. Además se polinizan fácilmente", sostiene Ruibal.
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