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La Dra. Susan George, en el presente artículo con relación a la
crisis económico-financiera, social y política escenario de las clases y la lucha
de clases - que
devora la Unión Europea, que destruye las principales
instituciones otrora básicas y fundamentales en el sostenimiento político de
la Democracia, cuyas consecuencias
más desastrosas e inhumanas hoy las vemos en especial, países de la zona-euro, crisis, alternativas y propuestas que están relacionadas
al problema central de la deuda –como
el epicentro de la crisis - y el conjunto de políticas que en los últimos 4
años han implementado los Líderes
Políticos y sus socios los banqueros,
financistas, empresarios, prestamistas, corporaciones, etc. Al final nos
encontramos en la obligación profesional – no sólo política, sino también moral
- realizar un balance central de lo acontecido, si superaron y su camino es correcto
e intentan salir de la crisis o por el contrario se encuentran en peores
condiciones económico-sociales y políticas en al momento del inicio de la crisis. Para nosotros, siguiente el análisis e
interpretación de la crisis europea que han realizado – y continúan –
formulando Académicos y Premios Nobel de
Economía, es que hoy aplicar las políticas neoliberales del Consenso de Washington, de la década
del 90´y qué nos impusieron
violentamente en América Latina, todos
conocemos que las sucesivas Cumbres de
Bruselas, sede de la Unión Europea – la
Troika –fueron precisamente bajo las ordenes primero del dúo político – Merkel-Sarkozy – y hoy sólo la Sra
Canciller alemana Merkel, son las
mismas “recetas” políticas que fracasaron absolutamente en nuestra América y sólo generaron pobreza, desempleo, sub-empleo, corrupción, privatización,
descomposición política del Estado, liquidación de los derechos sociales,
-laborales – y políticos de los trabajadores y ciudadanos en general. Hoy la copia –
pastiche – vulgar se impone con la misma violencia en Europa. Con el
falso argumento que la crisis sólo encuentra su origen en la elevada deuda pública de cada uno de los países
– incluso considerando que la deuda
privada de los empresarios y banqueros por arte de birlibirloque, se transformó
en deuda pública - al final el
Estado se ve obligado a pagar toda la deuda. Es parte de la crisis. Más allá en la profundidad estructural
encontramos la corrupción institucionalizada, el fracaso de las políticas
gubernamentales en relación con la educación, la salud, el empleo, salarios, la
vivienda. No ha existido políticas de Gobierno
claras y definidas en relación al boom inmobiliario – y como explotó la
primera burbuja hipotecaria -.
El largo devenir de la crisis – pareciera que fueran décadas de destrucción
– pero simplemente
son cuatro a cinco años, donde se aplicaron políticas de ajuste, reajuste,
salvataje y hoy la salvaje política de la austeridad, presentes en un escenario
complejo, turbulento, polarizado de clases y lucha de clases. Si sumamos
dialécticamente las cuatro políticas de Estado – políticas neoliberales, de
claro contenido del Consenso de
Washington – encontramos con producto final y sistema económico, social y
político – El Modo
Social Europeo – otrora un gigante de la democracia que Europa
exportó al mundo y que constituye la mejor herencia política – totalmente en
proceso incontenible de destrucción al haber quintuplicado el desempleo, masificado el desempleo
juvenil, destruido los derechos
sociales – educación, salud, trabajo, salarios, vivienda, - los derechos laborales, derechos de los
jubilados, al haber privatizado los
servicios públicos – agua, luz, desagüe -, liquidaron los medios de comunicación estatal –
Televisión, Radio, Diarios, etc – Cerrado
los centros de Investigación Científica, despidos arbitrarios de cerca de la
mitad de docentes Universitarios –
privatizar la educación, los hospitales – recortado
los derechos sociales de los trabajadores y familias en la minería y un
largo proceso de destrucción social y política. El Estado de Bienestar, hasta
entonces en pleno funcionamiento, hoy sólo es parte de la Historia, pero además
con el mejor resultado, los ricos, los millonarios, los empresarios, los
banqueros, las corporaciones – impusieron
la llamada bancocracia – hoy su fortuna es más de cinco hasta diez veces
más millonarios que al inicio de la crisis. Viva la crisis y que continúe la
crisis, es su mejor mensaje de los gánsteres de cuello y corbata de las
principales instituciones nacionales y organismos multinacionales – la troika, el Club de Bilderberg – los amos
del mundo –el Foro Económico Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el
Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, el Organización de
Cooperación y Desarrollo Económico – OCDE- el Banco Central Europeo, etc., porque al final
quien paga toda la crisis son los trabajadores, la juventud, los migrantes, es
decir, los Ciudadanos.
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LLEGÓ EL TURNO A EUROPA. DEUDA, AUSTERIDAD
Y DEVASTACIÓN.
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Susan George.
Transnational Institute.
Rebelión jueves 1 de agosto del 2013.
Traducido por Beatriz Martínez para Transnational Institute.
Al igual que la peste en el siglo XIV, el azote de
la deuda ha ido migrando paulatinamente del Sur al Norte. La Yersinia pestis
del siglo XXI no se propaga a través de las ratas infestadas de pulgas, sino
del letal fundamentalismo neoliberal, infestado de ideología. Antes, sus
adalides tenían nombres como Thatcher o
Reagan; ahora suenan más bien a Merkel
o Barroso. Pero el mensaje, la mentalidad y la medicina prescrita son
básicamente los mismos. La devastación provocada por ambas plagas también es
similar. Sin duda, se registran menos muertes relacionadas con la deuda en
Europa hoy en día que en África hace tres décadas, pero seguramente se está
causando un daño más permanente a lo que en su día fueron las prósperas
economías europeas.
Los fieles –y más veteranos– lectores de la revista
New Internationalist recordarán la temida expresión ‘ajuste estructural’. ‘Ajuste’ era el eufemismo para el paquete de
recetas económicas impuestas por los ricos países acreedores del Norte a otros
menos desarrollados en lo que entonces llamábamos ‘el Tercer Mundo’. Una gran parte de estos países había pedido
prestado demasiado dinero para demasiados fines improductivos. A veces, los
líderes se limitaban a ingresar los créditos en sus cuentas privadas
(recordemos a Mobutu o Marcos) y endeudar aún más a sus países. Devolver los
préstamos en pesos, reales, cedis u otras ‘monedas raras’ era inaceptable; los
acreedores querían dólares, libras esterlinas y marcos alemanes.
Además, los
líderes del Sur habían suscrito los préstamos a tipos de interés variable,
que al principio eran bajos pero que subieron a niveles astronómicos a partir
de 1981, cuando la Reserva Federal de los Estados Unidos puso fin a la era del
dinero barato. Cuando países como México
amenazaron con no pagar la deuda, cundió el pánico entre los ministros de
Economía de los países acreedores, los grandes banqueros y los burócratas
internacionales, que se pasaron unos cuantos fines de semanas sin dormir,
alimentándose con comida para llevar e improvisando planes de emergencia.
Plus ça
change, plus c’est la même chose.* Pasadas unas
décadas, aún se suceden las reuniones de crisis, esta vez en Bruselas y, pese a algunas variaciones,
la respuesta es idéntica: solo consigues un rescate si te comprometes a seguir
una serie de estrictas exigencias. En su día, estas se hacían eco del neoliberal ‘consenso de Washington’;
ahora se denominan, más acertadamente, ‘paquetes de austeridad’, pero ambas
requieren las mismas medidas. Firme aquí, por favor, con sangre.
Para el Sur, los
contratos rezaban: ‘Limiten la producción
de alimentos y dedíquense a cultivos comerciales rentables. Privaticen las
empresas estatales y abran actividades lucrativas a las compañías
transnacionales extranjeras, sobre todo en el sector de las materias primas y
las industrias extractivas, la silvicultura y la pesca. Reduzcan drásticamente
el crédito, y eliminen los subsidios y las prestaciones sociales. Presenten
propuestas para el pago de la salud y la educación. Economicen y obtengan
divisas fuertes a través del comercio. Su principal responsabilidad es para con
los acreedores, no para con su pueblo’.
Ahora llegó el turno de Europa. A los países del sur de Europa y a Irlanda no se les deja
de repetir: ‘Han estado viviendo por
encima de sus posibilidades. Ahora les toca pagar’. Los Gobiernos aceptan
órdenes dócilmente y sus ciudadanos y ciudadanas suelen asumir que deben pagar
la deuda de inmediato porque la deuda de un Estado soberano es exactamente
igual que la deuda de una familia. Pero
no lo es; un Gobierno acumula deuda emitiendo bonos en los mercados
financieros. Esos bonos son adquiridos fundamentalmente por inversores
institucionales, como bancos, que reciben un pago anual de intereses: bajo
cuando el riesgo de impago es bajo y alto cuando dicho riesgo también lo es. Es
totalmente normal, deseable e incluso necesario que un país tenga una deuda que
plantee cero problemas y que genere muchos beneficios si el dinero se invierte
con prudencia y a largo plazo en actividades productivas como educación, salud, prestaciones sociales,
infraestructuras sólidas y similares.
En efecto, cuanto mayor es el porcentaje de gasto público en el presupuesto de un Gobierno,
más elevado es el nivel de vida y más empleos se crean, incluido en el
sector privado. Esta norma se ha visto confirmada sin falta desde que se
apuntó a la correlación entre la inversión pública y el bienestar nacional por
primera vez, a fines del siglo XIX.
Lógicamente, el dinero prestado también se puede
derrochar y gastar sin ton ni son, y los beneficios pueden repartirse
injustamente. La gran diferencia entre el
presupuesto de una familia y el de un Estado es que los Estados no
desaparecen sin más, como una compañía en bancarrota. Las inversiones
productivas y bien gestionadas que se financian con el dinero que toman
prestado los Gobiernos deberían entenderse, en general, como algo bueno.
Los
números mágicos.
En 1992, los países europeos votaron ciegamente
‘sí’ al Tratado de Maastricht, que
debido a la insistencia de Alemania incluía dos números mágicos: el 3 y el 60. Nunca dejes que tu
déficit presupuestario supere el tres por ciento; nunca contraigas una deuda pública que supere el 60 por
ciento de tu producto interior bruto ( PIB ).** ¿Por qué no el 2 o
el 4 por ciento, o el 55 y el 65? Nadie lo sabe, salvo quizá algún vetusto
burócrata que andaba por allí, pero estos números se han convertido en las
Tablas de la Ley.
En 2010, dos famosos
economistas anunciaron que, por encima del 90
por ciento del PIB, la deuda acarrearía problemas a un país y su PIB se
contraería. Es algo que suena lógico porque el pago de los intereses se comería un porcentaje mayor del presupuesto.
Sin embargo, en abril de 2013, un
estudiante de doctorado norteamericano intentó replicar sus resultados y se
encontró con que no podía. Usando las mismas cifras, obtenía un resultado
positivo para el PIB, que aún
seguiría aumentando en más de un dos por ciento al año. El tándem de
economistas famosos –y ahora también avergonzados– tuvo que admitir que había
sido víctima del Excel y que habían
colocado mal una coma.
Incluso el Fondo
Monetario Internacional ha confesado errores parecidos, esta vez sobre el
tema de los recortes y las medidas de austeridad. Ahora sabemos –porque el
Fondo ha sido lo bastante sincero como para explicárnoslo–, que los recortes
perjudicarían al PIB dos o tres
veces más de lo previsto en un principio. Europa
debería tomárselo con calma, dice el FMI y no ‘conducir la economía pisando el
freno’. El límite mágico del 60 por
ciento del PIB en la deuda es ahora más sagrado que el límite del tres por
ciento para el déficit; las políticas,
sin embargo, siguen siendo las mismas, ya que los halcones neoliberales
aprovechan cualquier atisbo de prueba dudosa que parezca promover su causa.
Nos enfrentamos a dos preguntas básicas. La primera sería por qué aumentó la deuda de los países europeos de forma tan
pronunciada después de que estallara la crisis en 2007. En apenas cuatro años,
entre 2006 y 2010, la deuda se disparó en más de un 75 por ciento en Gran
Bretaña y Grecia, un 59 por
ciento en España y una cifra récord
del 276 por ciento en Irlanda, donde el Gobierno anunció que
se haría responsable de todas las deudas de todos los bancos
privados del país. El pueblo irlandés,
por lo tanto, asumiría la falta de responsabilidad de los banqueros irlandeses.
Gran Bretaña hizo lo mismo, aunque
en menor medida. Los beneficios se
privatizan y las pérdidas se socializan.
Así pues, los ciudadanos
y las ciudadanas deben pagar por la austeridad, mientras que los banqueros
y otros inversores que adquirieron los bonos del país o productos financieros
tóxicos no aportan nada. Después de la crisis de 2007, el PIB de los países
europeos cayó un promedio del cinco por ciento y los Gobiernos tuvieron que
compensar. El incremento de los fracasos
empresariales y el desempleo masivo significaban también más gastos para
los Gobiernos justo en el momento en que
estaban recaudando menos a través de los impuestos.
La
nueva moralidad.
El estancamiento económico sale caro. El aumento de
los gastos y la bajada de los ingresos se traduce en una única respuesta: solicitar más préstamos. Rescatar a los bancos y asumir las
consecuencias de la crisis que estos crearon son el principal motivo de la
crisis de la deuda y, por lo tanto, de la dura austeridad que se impone hoy en día. La gente no estaba ‘viviendo por encima de sus posibilidades’,
pero es evidente que el lema de la nueva moralidad es ‘castiguemos a los inocentes y recompensemos a los culpables’.
Esto no es una defensa de las políticas ineptas ni
corruptas, como las que permitieron que se inflara
la burbuja inmobiliaria en España o que la clase política griega contratara
a un gran número de nuevos funcionarios después de cada elección. Los griegos tienen un presupuesto
militar hinchado y se niegan, inexcusablemente, a gravar a los grandes magnates
navieros y a la Iglesia, la mayor titular de propiedades del país. Pero si la
bañera pierde agua y la pintura del salón se está cayendo, ¿qué haces? ¿Quemas toda la casa o arreglas las tuberías y vuelves
a pintar?
Las consecuencias humanas de la austeridad son ineludibles y bien conocidas:
los jubilados rebuscan en los
contenedores de basura a mitad de mes esperando encontrar algo que llevarse a
la boca; los y las jóvenes de talento y
con formación de Italia, Portugal y
España huyen de su país mientras la tasa
de desempleo para su grupo de edad alcanza el 50 por ciento; a las
familias se les impone una carga insoportable; la violencia contra las mujeres aumenta con el incremento de la pobreza y la angustia; los hospitales carecen de fármacos básicos
y de personal; las escuelas y los
servicios públicos se deterioran o desaparecen. A la naturaleza también se le pasa factura: no se invierte nada en
revertir la crisis climática ni en poner fin a la destrucción del medio
ambiente. Es demasiado caro. Como sucede con todo lo demás, ahora no nos lo
podemos permitir.
Conocemos bien las repercusiones, el resultado de
lo que la Canciller alemana Angela
Merkel denomina políticas de ‘austeridad
expansionista’. Según esta teoría neoliberal, los mercados ‘se tranquilizarán’ con políticas estrictas y
volverán a invertir en los países disciplinados. Pero esto no ha sucedido. Y
por todo el sur de Europa están empezando a aparecer imágenes de Merkel
decoradas con esvásticas.
Muchos alemanes piensan que están ayudando a Grecia y quieren dejar de hacerlo. En
realidad, casi todo el dinero del
rescate está siguiendo un circuito cerrado: las aportaciones de los
Gobiernos de la UE realizadas a
través del Mecanismo Europeo de Estabilidad se han vuelto a canalizar a través
del Banco Central y los bancos privados de Grecia hacia bancos británicos,
alemanes y franceses que habían adquirido eurobonos griegos para obtener un
rendimiento más alto. Sería más sencillo entregar el dinero de los
contribuyentes europeos directamente a
los bancos, si no fuera porque los contribuyentes podrían darse cuenta del
truco. ¿Por qué montar un drama psicológico en torno al dos por ciento (Grecia) o al 0,4 por ciento (Chipre) de la economía europea? Un
cínico podría contestar: ‘Muy sencillo. Para asegurar la reelección de la
señora Merkel en septiembre’.
La segunda
pregunta básica es por qué seguimos aplicando políticas que son perjudiciales y no funcionan. Esta
catástrofe de creación propia puede verse desde dos puntos de vista. Economistas laureados y de renombre
como Paul Krugman o Joseph Stiglitz
opinan que los líderes europeos
sufren de encefalograma plano, muestran una total ignorancia en materia de
economía y están abocados a un innecesario suicidio económico. Otros analistas apuntan que los recortes se ajustan perfectamente a los
deseos de entidades como la Mesa Redonda
Europea de Industriales y BusinessEurope: recortar salarios y prestaciones, debilitar a los sindicatos,
privatizar todo lo que se ponga a tiro, etcétera. A medida que han ido aumentando las desigualdades, a las elites
no les ha ido nada mal. En estos momentos, hay más ‘particulares con un elevado patrimonio neto’ y con una fortuna
colectiva mucho mayor que en el punto álgido de la crisis en 2008. Hace cinco años, se contabilizan
en todo el mundo 8,6 millones de
particulares de este tipo, con una liquidez conjunta valorada en 39 billones de dólares estadounidenses.
Hoy en día, este grupo llega a los 11
millones de personas, con activos por valor de 42 billones de dólares. Las pequeñas empresas caen en tropel, pero
las grandes compañías disponen de ingentes sumas de efectivo y están sacando el
mayor partido posible de los paraísos fiscales. No ven ningún motivo para
dejarlo ahí.
Esta crisis no está afectando a todo el mundo y los
líderes europeos no son más necios
que sus homólogos en otros países. Si que están, no obstante, totalmente
sometidos a los deseos de las grandes finanzas y las grandes corporaciones. Sin
duda, la ideología neoliberal
desempeña un papel clave en su programa, pero sirve especialmente para emitir
densas cortinas de humo y falsas explicaciones y justificaciones, con el fin de
que las personas crean que ‘no hay
alternativa’. No es cierto: los bancos se podrían haber socializado y
transformado en servicios públicos, del mismo modo que cualquier otro organismo
que funciona con dinero público. Se podrían haber cerrado los paraísos fiscales, aplicado impuestos a
las transacciones financieras y adoptado muchas otras medidas. Pero estas
propuestas, a ojos del neoliberalismo,
son una herejía (aunque 11 países de la eurozona empezarán a gravar las
transacciones financieras a partir de 2014).
Soy una ferviente europea y deseo que Europa prospere, pero esto no es
Europa. En contra de nuestra voluntad, se
nos ha arrastrado a una guerra de clases. La única respuesta que le queda a
la ciudadanía está en el conocimiento y la unidad. Lo que ha impuesto el 1 por ciento puede ser revocado por el 99
por ciento. Pero más vale que nos demos prisa: el tiempo se está agotando.
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* ‘Cuanto
más cambian las cosas, más permanecen igual.’
** La deuda
pública es dinero que un Gobierno debe en forma de préstamos obtenidos en los
mercados financieros más que mediante otras modalidades de empréstito.
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