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A 23 años del
término de la Dictadura, son los propios jueces de la República los que siguen demandando la
independencia de la Justicia
respecto de los otros poderes del Estado
que continúan teniendo demasiada injerencia en la determinación anual de sus
recursos, como en el nombramiento de los máximos
integrantes de la Judicatura. Hecho muy preocupante, sin
duda, puesto que implica otra constatación fundamental: en Chile no existe el sufragio libre e informado. Todo lo cual es
agravado por el hecho de que para prosperar en la política en nuestro país hay
que tener solvencia económica o la disposición plena de servir a los poderes
reales de nuestra sociedad. Es decir, los dueños del dinero, los uniformados y
las instituciones internacionales
encantados con la vigencia de la Constitución de Pinochet, la explotación
foránea de nuestros recursos básicos y una clase política abyecta, vociferante
e irreflexiva, como se deduce del tono de las campañas electorales que
presenciamos y que están a años luz de la dignidad de nuestros antiguos
dirigentes que se atrevieron a reformas republicanas tan sustantivas como la
liberación de los esclavos, la nacionalización de nuestro Cobre, la Reforma
Agraria y aquellos hitos que marcaron historia en cuanto a procesos educacionales, sindicalización y
organización popular. Así como nuestra independencia respecto de las hegemonías
imperiales.
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CHILE:
CUANDO LAS INSTITUCIONES NO FUNCIONAN.
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Juan Pablo Cárdenas (*).
rcci.net/globalización. Agosto del 2013.
A pesar de que algunos dirigentes políticos aseguran el buen funcionamiento de nuestras
instituciones fundamentales, lo cierto es que la población chilena cada vez se
siente más decepcionada de ellas. Comprobando, además, que desde el Estado las
mayorías no reciben un trato digno y equitativo.
Según las encuestas, el más alto grado de
desprestigio lo tiene hoy un Parlamento
que, por el sistema binominal, claramente, no representa a la diversidad
política de los ciudadanos y viene perpetuando a sus integrantes en dos cámaras
que no tienen mucho sentido cuando es el Gobierno el que todavía tiene la
principal iniciativa en materia legislativa. Los diputados y senadores que sean
nominados en noviembre próximo en más de un 70 por ciento “se repetirán el
plato”, habiendo entre ellos quienes incluso persiguen su sexta o séptima
reelección. Una amplia repulsa ciudadana se expresa, además, respecto de los cuantiosos honorarios que se han fijado
los “honorables”, así como que éstos hayan radicado en sus hemiciclos la controversia
electoralista y la vulgaridad de la palabra, al tiempo como se constata que en
sus votaciones se rindan al tráfico de influencia ejercido por los grandes
empresarios, la orden de partido o las ilegítimas presiones desde La Moneda.
En su propio descrédito ha operado que senadores y diputados de elección popular hayan abandonado sus funciones para integrarse a los gabinetes presidenciales de los dos últimos gobiernos. De hecho, tres de éstos usaron el trampolín de la visibilidad pública ministerial para postularse como candidatos presidenciales, así como varios otros van desmantelando los equipos de gobierno a más de un año del término de éste, ya sea para postularse al Congreso Nacional o para volver a la añorada actividad privada después de un estresante tiempo en el “servicio público”.
En su propio descrédito ha operado que senadores y diputados de elección popular hayan abandonado sus funciones para integrarse a los gabinetes presidenciales de los dos últimos gobiernos. De hecho, tres de éstos usaron el trampolín de la visibilidad pública ministerial para postularse como candidatos presidenciales, así como varios otros van desmantelando los equipos de gobierno a más de un año del término de éste, ya sea para postularse al Congreso Nacional o para volver a la añorada actividad privada después de un estresante tiempo en el “servicio público”.
A 23 años del término de la Dictadura, son
los propios jueces de la República los que siguen demandando la independencia
de la Justicia respecto de los otros
poderes del Estado que continúan teniendo demasiada injerencia en la
determinación anual de sus recursos, como en el nombramiento de los máximos
integrantes de la Judicatura. La elección de la última integrante de la Corte Suprema estuvo a punto de
fracasar por aquellos parlamentarios que se oponían a ratificarla, pese a los
méritos de su trayectoria y el apoyo unánime de sus pares. En tales objeciones,
no se expresaron razones técnicas sino solo el encono de quienes se vieron
perjudicados por una investigación conducida por esta jueza referida a actos de
corrupción gubernamental. Los cuestionamientos constantes y demagógicos de la
clase política a las resoluciones de los magistrados es lo que más orada
actualmente la dignidad de nuestros Tribunales cuando se les atribuye “mano blanda” con los delincuentes habituales
o, por otros, en relación a los crímenes de “cuello y corbata”.
Las Fuerzas Armadas siguen constituyendo una casta social que tiene sistema previsional propio, presupuestos continuos, justicia militar ad hoc y, ahora, hasta candidatas presidenciales que se ufanan de ser parte de la “familia militar”. En el mandato institucional de defender nuestra soberanía, lo cierto es que nuestros “hombres y mujeres de armas” se han convertido en los más fieles garantes de la reconquista española y europea de nuestros yacimientos, fuentes acuíferas, bancos, medios de comunicación y fuentes de energía. Favorecidos por la impunidad judicial y la condescendencia de los políticos, es habitual que los comandantes en jefe opinen con descaro para protegerse y demandar más privilegios corporativos. Entretenidos en sus juegos de guerra, los uniformados nada hacen para proteger nuestro territorio y costas de la depredación ecocida de las termoeléctricas a lo largo de todo el país, así como del enseñoramiento que un puñado de familias y transnacionales han consolidado en nuestro mar patrimonial. En vez de superar nuestros diferendos limítrofes con Perú y Bolivia, los gobiernos le otorgan justificación a las millonarias adquisiciones bélicas demandadas por el Poder Castrense, en las que algunas operaciones de compra y venta han develado altos grados de corrupción en nuestros altos oficiales.
Las Fuerzas Armadas siguen constituyendo una casta social que tiene sistema previsional propio, presupuestos continuos, justicia militar ad hoc y, ahora, hasta candidatas presidenciales que se ufanan de ser parte de la “familia militar”. En el mandato institucional de defender nuestra soberanía, lo cierto es que nuestros “hombres y mujeres de armas” se han convertido en los más fieles garantes de la reconquista española y europea de nuestros yacimientos, fuentes acuíferas, bancos, medios de comunicación y fuentes de energía. Favorecidos por la impunidad judicial y la condescendencia de los políticos, es habitual que los comandantes en jefe opinen con descaro para protegerse y demandar más privilegios corporativos. Entretenidos en sus juegos de guerra, los uniformados nada hacen para proteger nuestro territorio y costas de la depredación ecocida de las termoeléctricas a lo largo de todo el país, así como del enseñoramiento que un puñado de familias y transnacionales han consolidado en nuestro mar patrimonial. En vez de superar nuestros diferendos limítrofes con Perú y Bolivia, los gobiernos le otorgan justificación a las millonarias adquisiciones bélicas demandadas por el Poder Castrense, en las que algunas operaciones de compra y venta han develado altos grados de corrupción en nuestros altos oficiales.
El desprestigio de
Carabineros es ahora un extendido
fenómeno a causa de la insensata represión en las protestas y movilizaciones
sociales, cuanto por la nueva militarización (“pacificación”) de la Araucanía,
donde los mapuches son emboscados constantemente y asesinados por estos
“guardianes del orden”, verdaderamente cebados, ya, con la sangre de nuestra
principal nación fundacional. La vigencia y aplicación de la Ley Antiterrorista
(que en cada contienda electoral se promete derogar) llevará indefectible a una
confrontación más aguda entre policías y comuneros, en el cual la violencia
policial justificará el ejercicio de todas las formas de lucha de parte de las
poblaciones humilladas. A lo anterior, día a día se suman los levantamientos de
pueblos y ciudades exasperados por la inoperancia de los gobernantes, la
displicencia de los parlamentarios y la nula capacidad de operación de los municipios,
en que alcaldes y concejales no han tenido más remedio que integrarse a la
protesta pública. Abrumados, como se sabe, por el centralismo, la falta de
recursos y los problemas acuciantes en salud, educación y oportunidades
laborales.
La Oficina Nacional de
Estadísticas y Censos acaba de demostrar un
bochornoso desempeño y la imposibilidad de constatar cuántos somos, como
vivimos y en qué creemos los chilenos. Sesenta millones de dólares botados en
un ejercicio censal fracasado por el dolo, la ineptitud o ambas cosas.
Asimismo, otra de las que eran nuestras joyas institucionales, el Servicio Electoral, aún no tiene del
todo claro quienes integran nuestro padrón electoral, cuanto carece de los
recursos necesarios para controlar el gasto electoral que, a todas luces,
supera con creces lo permitido por las mismas leyes aprobadas por quienes
compiten periódicamente por aferrarse a los cargos públicos.
Para colmo, se descubre también que nuestro Servicio de Impuestos Internos aplica
millonarias condonaciones de multas e intereses a los empresarios más poderosos
del mercado que evaden o eluden sus tributos, mientras que se muestra
inmisericorde con los pequeños y medianos empresarios y el grueso de los
contribuyentes.
Quizás la única excepción a tanta
incompetencia sea el Servicio Nacional
del Consumidor, institución que para suerte de millones de chilenos ha
logrado determinar las escandalosas prácticas de colusión practicadas por las
farmacias, las hipertiendas y, ahora, las gasolineras. En una palmaria
demostración de que, también, la actividad privada carece de los mínimos
estándares de decencia y supervisión fiscal. A lo anterior, recordemos el
descubrimiento, también tardío, de que las universidades
estaban lucrando; de que los bancos siguen practicando la usura y que, hasta en
las entidades religiosas y morales se instalaron graves delitos en contra de
los niños y feligreses.
Para qué abundar en algo tan asumido como los abusos de las AFPs y las isapres, como de otra larga
serie de instituciones que no funcionan en beneficio de los chilenos y que son
tan responsables de nuestra inequidad que provoca asombro a escala
internacional. Escándalos a los que se suma la pavorosa concentración y
desnaturalización de los medios de comunicación, fenómeno que contradice lo que
es considerado actualmente como un pilar de cualquier democracia: la diversidad
informativa.
Hecho muy preocupante, sin duda, puesto que
implica otra constatación fundamental: en
Chile no existe el sufragio libre e informado. Todo lo cual es agravado por
el hecho de que para prosperar en la política en nuestro país hay que tener
solvencia económica o la disposición plena de servir a los poderes reales de
nuestra sociedad. Es decir, los dueños del dinero, los uniformados y las instituciones internacionales
encantados con la vigencia de la Constitución de Pinochet, la explotación
foránea de nuestros recursos básicos y una clase política abyecta, vociferante
e irreflexiva, como se deduce del tono de las campañas electorales que
presenciamos y que están a años luz de la dignidad de nuestros antiguos
dirigentes que se atrevieron a reformas republicanas tan sustantivas como la
liberación de los esclavos, la nacionalización de nuestro Cobre, la Reforma
Agraria y aquellos hitos que marcaron historia en cuanto a procesos educacionales, sindicalización y
organización popular. Así como nuestra independencia respecto de las hegemonías
imperiales.
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(*) Juan Pablo Cárdenas,
Director de la Radio Universidad de Chile.
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