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Una vez que Aleida pudo sentarse, llevaba
en sus brazos a un niño recién nacido que lloraba. Jugó con él hasta
sacarle una sonrisita. Luego de haber logrado su cometido, se lo entregó a su
madre. Una vez que le entregaron el
micrófono, agradeció a todos por haberla “recibido con tanto amor y
cariño”. En seguida, las preguntas no se hicieron esperar. Uno le preguntó qué
recuerdos tenía de su padre. Ella
reconoció no tener muchos, porque cuando él salió de Cuba ella tenía apenas 5
años. Aun así evocó un momento que la marcó para siempre, que fue cuando había nacido su hermano Ernesto: “Mi madre estaba sosteniéndolo en sus brazos
y mi papá estaba detrás vestido con el uniforme verde olivo, característico del
ejército cubano, y con su mano, que a mí me parecía muy grande, tocaba la
cabecita de mi hermanito recién nacido, con mucha ternura. La imagen de ese
contacto me marcó tanto que todavía hoy la recuerdo. Después de eso,
prácticamente no lo volvimos a ver”. “¿Y qué se siente llevar a cuestas el legado histórico de un
icono de la Revolución?”, le preguntaron. “Mis hermanos contestarán por
ellos mismos, aunque ellos se rían y digan que yo sea la vocera de la
familia. En la adolescencia, para mis hermanos varones, pudo haber sido difícil
porque había como tres grupos en Cuba:
unos éramos niños jóvenes cubanos y
como tales nos trataban, no importaba el apellido. Esos eran los mejores.
Después, había otro grupo y, como éramos
los hijos del Che, y mi papá no estaba, entonces nos tenían como ‘pobrecitos, hay que protegerlos’. Y
otros decían que, como éramos los hijos del Che, teníamos que ser los mejores,
los más combativos, los más revolucionarios.”
/////
Dra. Aleida Guevara March, Cubana, Médico Pediatra, llegó a la Argentina, como parte de la solidaridad "Operación Milagrosa". Hija del Glorioso Comandante Ernesto Che Guevara.
***
ALEIDA GUEVARA: “Unidos, podemos cambiar la
realidad”.
La hija del Che, dialoga con chicos y adultos
en la sede de la ONG de Villa Fiorito.
*****
La hija de Ernesto Guevara visitó la Fundación Che Pibe,
en Villa Fiorito. Compartió la historia de su país, de su vida y los recuerdos
de su padre. “Tengan valores y siéntanse con el derecho de exigir lo que es
suyo”, dijo a los chicos.
Página /12 martes 17 de septiembre del
2013.
Por Marina Pandolfi *
Sobre
la calle Baradero, a pleno sol de la tarde, los piecitos descalzos de uno de
los niños de la Fundación Che Pibe van corriendo hacia la esquina. Ríen al
encontrarse con otros compañeritos y, sin dudarlo, se suman a la murga que
acompañaba a Aleida, una de las hijas de Ernesto “Che” Guevara, a visitar esa
organización social dedicada a la infancia, ubicada en Villa Fiorito.
La gente se asomaba
desde su casa o miraba desde la ventana. Aunque ya están acostumbrados a
escuchar la murga, lo que llamaba la atención era que Aleida era escoltada
tanto por su gente, que llevaba una remera con la bandera de Cuba, como por los
integrantes de la fundación, que la recibían con cánticos, aplausos y
ovaciones.
Aleida Guevara es la
mayor de los cuatro hijos que Ernesto tuvo con su primera mujer, Aleida March.
Tiene 52 años, es médica pediatra, tiene dos hijas, vive en La Habana y milita
en el Partido Comunista Cubano (PCC). Su visita a Argentina se debe a que el
Centro Oftalmológico Ernesto Che Guevara de Córdoba, originariamente mantenido
por recursos enviados desde Cuba, pueda ser gestionado por el gobierno nacional
para llevar a cabo lo que se denomina “Operación milagrosa”, que consiste en
que todos aquellos pacientes que padecen de cataratas puedan ser operados de
forma gratuita.
“Nosotros venimos a
trabajar con médicos argentinos que han egresado de la Escuela Latinoamericana
de Médicos (ELAM). Queremos hacer un trabajo de relevamiento de pacientes con
cataratas”, confirmó Aleida. A cada paso, alguien se acercaba a saludarla, a
abrazarla, a darle un beso.
Una vez que logró entrar
a Che Pibe, un grupo de niños junto con su maestra comenzaron a cantar “Cuba,
Cuba, Cuba / los pibes te saludan” y uno de ellos le entregó una bandera de ese
país hecha con tapitas de gaseosa pintadas a mano por cada uno de ellos. Todos
querían saludarla o sacar algunas fotos. Es que el nombre de la fundación (Che
Pibe) remite al apodo de su padre y fue el que hace 25 años inspiró a un grupo
de vecinos a crear ese espacio. “Fue un poco difícil explicarles a los pibes
quién era el Che para que entendieran el motivo de la visita”, contó Gastón,
uno de los educadores.
Una vez que Aleida pudo
sentarse, llevaba en sus brazos a un niño recién nacido que lloraba. Jugó con
él hasta sacarle una sonrisita. Luego de haber logrado su cometido, se lo
entregó a su madre. Una vez que le entregaron el micrófono, agradeció a todos
por haberla “recibido con tanto amor y cariño”. En seguida, las preguntas no se
hicieron esperar.
Uno le preguntó qué
recuerdos tenía de su padre. Ella reconoció no tener muchos, porque cuando él
salió de Cuba ella tenía apenas 5 años. Aun así evocó un momento que la marcó
para siempre, que fue cuando había nacido su hermano Ernesto: “Mi madre estaba
sosteniéndolo en sus brazos y mi papá estaba detrás vestido con el uniforme
verde olivo, característico del ejército cubano, y con su mano, que a mí me
parecía muy grande, tocaba la cabecita de mi hermanito recién nacido, con mucha
ternura. La imagen de ese contacto me marcó tanto que todavía hoy la recuerdo.
Después de eso, prácticamente no lo volvimos a ver”.
“¿Y qué se siente llevar a cuestas el legado
histórico de un icono de la Revolución?”, le preguntaron. “Mis hermanos contestarán
por ellos mismos, aunque ellos se rían y digan que yo sea la vocera de la
familia. En la adolescencia, para mis hermanos varones, pudo haber sido difícil
porque había como tres grupos en Cuba: unos éramos niños jóvenes cubanos y como
tales nos trataban, no importaba el apellido. Esos eran los mejores. Después,
había otro grupo y, como éramos los hijos del Che, y mi papá no estaba, entonces nos tenían como ‘pobrecitos, hay
que protegerlos’. Y otros decían que, como éramos los hijos del Che, teníamos que ser los mejores, los
más combativos, los más revolucionarios.”
“Entonces –prosiguió–, mi madre fue un bastión muy
importante y nos enseñó algo que fue muy bueno: ‘Ustedes durante toda
su vida van a recibir muchas cosas por ser los hijos de un hombre que este
pueblo ama. Sin embargo, muchas de esas cosas no se las han ganado por mérito
propio, entonces tienen que dejarlas pasar. Párense firmemente sobre la tierra,
reciban todo, pero dejen pasar lo que ustedes no se han ganado por sí mismos’.
Y eso aprendimos a hacerlo muy bien. Pero también hemos vivido en un pueblo que
nos ha permitido ser nosotros mismos. No nos ha aplastado con los nombres ni
con los apellidos, simplemente nos ha permitido florecer como seres humanos.
Por eso siempre digo que para mí no es tan importante ser ‘la hija del Che’, yo lo admiro, lo respeto y
lo amo. Pero lo importante es ser hija de un pueblo que me ha
permitido ser yo como persona. Hemos tenido las mismas carencias y las mismas
felicidades que nuestro pueblo. Somos mujeres y hombres del pueblo. Pero
tenemos un gran compromiso, porque cuando tú recibes tanto amor desde que
naces... pues bueno, tienes el compromiso de devolverlo. Y en esto estamos.”
A esta altura, no hubo
quien no se quedara admirado por la humildad, sencillez y convicción con las
que Aleida hablaba. Un muchacho
brasileño le preguntó qué pensaba acerca de la situación de Brasil en estos
momentos. “Ustedes me preguntan estas cosas y no tienen en cuenta que yo vivo
una realidad muy distinta. Entonces, si a mí me dejan decir lo que yo pienso,
les podría sonar a un disparate. A veces, es muy fácil criticar. Pero, hombre,
si criticas también dame una solución.” Es por eso que, añadió,
“cuando me preguntan cosas de un país tengo mucho
cuidado a la hora de hablar. Yo creo que hay dos cosas que son esenciales: la
primera es la unidad, tenemos que buscar unidad para tener fuerza. A los
jóvenes chilenos yo les digo que tienen todo el derecho del mundo a pelear por
lo que ellos quieren, pero no se trata sólo de una reforma estudiantil, hay que
unirse a los campesinos, a los trabajadores, hay que estar al lado de nuestro
pueblo. Si ustedes quieren apoyo para hacer reformas importantes, tienen que
estar cuando el campesino los necesite a su lado. Cuando a los mapuches y a los
araucanos les venden sus tierras, ustedes tienen también que luchar por ellos.
Entonces cuando ustedes salgan a la calle el pueblo entero los va a seguir. Eso
es lo que hace el Movimiento Sin Tierra en Brasil, por eso lo respeto tanto.
¿Cómo han logrado todo eso? Con la unidad”.
Tras
un largo debate, cuando ya daban los últimos rayos de sol del día, una mujer le
comentó que, a pesar de los esfuerzos que hace Che Pibe para ayudar a los jóvenes, muchos de los chicos del barrio
de Villa Fiorito caen en la
delincuencia o en la droga. Con una sonrisa, la pediatra cubana contestó que
“En Cuba se tiene una disciplina muy férrea en el hogar.
Cuando yo hablo con los jóvenes, me dicen que en sus hogares no los entienden,
que no los escuchan. Yo les digo que la solución no es gritar y pelear, sino
ganarse el respeto para que te tengan en cuenta. Tus padres te pedirán cosas
sencillas, entonces hazlas y después podrás pedir lo que quieras. Así estás
siendo útil y te van a escuchar.
En Cuba, nuestras leyes son muy fuertes. Por ejemplo, el
narcotráfico se combate a rajatabla. Se pueden encontrar casos aislados, pero
se investiga y se condena tremendamente a los narcotraficantes. Se trata de
educar a la persona. Para mí, estar aquí hoy en un lugar como éste es muy bueno
porque éstas son las cosas que demuestran que sí podemos, que si queremos
cambiar nuestra realidad uniendo nuestras fuerzas, sí podemos hacerlo. Aquí
está y ustedes lo han logrado. Hay que trabajar para que las generaciones futuras tengan
valores y principios y se sientan con el derecho de exigir lo que es suyo”.
*****
“Como tu papá no está,
estamos nosotros”. Ramiro Valdés y Oscar Fernández Mel. Esos son los amigos con los cuales me eduqué y me crié.
Desde muy pequeña estoy llena de ese afecto, de ese calor.
***
ENTREVISTA A ALEIDA GUEVARA MARCH: La
hija del CHE. “El hombre nuevo crece y evoluciona”
*****
La médica alergóloga y pediatra cubana, que
disertará el martes en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco,
llegó a la Argentina para motorizar una campaña sanitaria junto a médicos
argentinos recibidos en Cuba.
Página /12 domingo 22 de
septiembre del 2013.
Adrián Pérez
De su
padre heredó la mirada encendida y la sonrisa amplia. Aleida Guevara March
viajó a la Argentina para motorizar una campaña sanitaria. Junto a médicos
argentinos graduados en la Escuela Latinoamericana de Medicina de La Habana
participó ayer de una actividad en Gan Gan, Chubut, casa por casa, para relevar
cataratas y pterigium (otra enfermedad ocular) entre sus habitantes. El
objetivo es declarar a esa localidad “zona libre de ceguera evitable”. La
iniciativa se complementa con análisis de hipertensión y diabetes, en el marco
del aniversario de Gan Gan. La médica alergóloga y pediatra cubana disertará el
martes en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Guevara March
dialogó con Página/12 antes de viajar al sur del país.
–Usted llegó a la
Argentina para impulsar una campaña de salud.
–Me invitó la fundación
Un mundo mejor es posible. Ellos trabajan mucho con las misiones cubanas y del
ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América). “Yo sí puedo”
es un método desarrollado por Cuba para aprender a leer y escribir en pocos
meses. Cuando lo estábamos implementando en distintas partes de América nos
dimos cuenta de que había personas que no podían leer ni escribir porque tenían
pequeñas lesiones oculares. Entonces comenzó la Operación Milagro para devolver
la visión a todas esas personas y que eso no fuera limitante para aprender.
Operamos gratuitamente a los pacientes de cataratas y se les dan sus lentes
graduados. Hicimos dos hospitales, en la frontera con Bolivia, donde fueron
operados alrededor de 36 mil argentinos. Operación Milagro funciona hace diez
años.
–También apoya la
campaña de solidaridad con Antonio Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort,
Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar y René González Sehwerert,
cubanos detenidos por Estados Unidos por espionaje.
–En el juicio de estos
compañeros los oficiales de inteligencia de Estados Unidos demostraron,
fehacientemente, que ninguno de ellos tenía secretos que pudieran perjudicar al
gobierno de Estados Unidos. El juicio es totalmente falso. El único interés que
tiene Cuba es saber lo que intentan hacer las organizaciones terroristas,
formadas por cubanos, que viven en el sur de la Florida. Sostenidos por el
gobierno norteamericano y la CIA, han cometido actos atroces contra la vida del
pueblo cubano. Si ellos cumplen con sus leyes, los cinco están de vuelta en
Cuba ya, sin un día más de demora.
–Hablemos de su familia.
Una anécdota recuerda que su madre estaba embarazada de usted. Su padre, que se
encontraba en un viaje protocolar por China, difundiendo el mensaje de la
Revolución Cubana, esperaba un varón.
–Ya tenía una hija de su
primer matrimonio y quería un varón, por esas cosas de los latinos, para
preservar el apellido. Para su desgracia fue mujer. Entonces le mandó una nota
a mi mamá diciéndole: “Si es hembra, tírala por el balcón” (risas). Mi mamá
había estado once horas de parto y terminó en una cesárea porque yo venía de
cara y no dilaté. ¡Imagínate cómo se sintió la mujer! ¡Puf! Dicen que lloró
horrores. Cuando él llegó a la casa, enseguida subió a verme. Al principio mi
mamá no lo dejaba entrar, le decía que me había tirado por el balcón. Después
todo quedó en familia.
–En el segundo embarazo
de su madre, el Che estaba desesperado.
–El estaba en el (Museo
del) Louvre, vio la imagen de la Mona Lisa. Compró una postal y le escribió a
mi mamá: “Me paré delante de la Gioconda y le pregunté ‘¿Qué traerá mi mujer en
el magno vientre?”.
–Cuando nació su
hermano, su padre estaba en Cuba.
–Camilo pesó 5 kilos.
Era bien grandote y hermosísimo. El médico salió con el bebé en las manos y lo
felicitó. Una de las mejores amigas de mi mamá, que estaba a su lado, fue a
felicitarlo. Se levanta antes que ella, la sienta, la felicita y le regala un
tabaco. Estaba tan entusiasmado que hizo todo eso en un segundo. Decidió
ponerle el nombre de un gran amigo. Así estarían juntos dos guerrilleros:
Camilo Cienfuegos y Guevara.
–Para compartir más
tiempo, el Che, que sostenía interminables jornadas laborales, la invitaba a
usted al Círculo Infantil o a pasar con él un fin de semana durante el trabajo
voluntario.
–Yo iba en el auto con
nuestro perro Muralla, en el asiento trasero. Tengo flashes en la memoria de
bajar por una rampa del Ministerio del Interior, que en ese momento era el de
Industria. No me gustaba nada el círculo, quería estar en mi casa.
–¿Qué otros momentos
recuerda junto a su padre?
–Lo recuerdo vestido de
militar, en su habitación, tocando la cabecita de Ernesto, mi hermano menor,
con su manota grande. Siempre pienso que de alguna manera había una ternura extraordinaria
en él. Se fue de Cuba para el Congo cuando Ernesto tenía un mes.
–Al regresar del Congo,
mientras se preparaba para viajar a Bolivia, pide ver a sus hijos.
–Entró clandestino al
país, no podíamos saber que era él. Si no, al otro día, estaría diciéndoles a
mis compañeros de escuela que lo había visto. Ya estaba disfrazado del viejo
Ramón.
–En la cena usted retó a
ese hombre misterioso que llegaba a su casa como amigo de su padre. El Che
solía agregarle agua al vino que bebía.
–(Ramón) se sirvió el
vino tinto puro y le dije: “¡Tú no eres amigo de mi papá! ¡El toma el vino con
agua y así es rico!”. Fui y le eché agua en el vino. Para dos niños chiquitos
los amigos de los padres tienen que ser como ellos. Era una niña de cinco años
que defendía con toda la pasión del mundo los gustos de su padre.
–¿Cuándo comenzó a
extrañarlo, a sentir su ausencia?
–En la adolescencia. De
una manera extraordinaria, mi mamá logra que querramos a mi papá aunque no esté
presente. Pasa el amor que sentía por él a sus hijos. Nos mostró sus escritos,
las cosas que iba haciendo o diciendo.
–Los amigos del Che
también le mostraron el afecto y la admiración que sentían por su padre.
–A Estefanía, mi primera
hija, la tuve por cesárea. Cuando me recobré veo a dos hombres vestidos con
ropa de salón quirúrgico al lado mío: Ramiro Valdés y Oscar Fernández Mel.
Ellos me dijeron: “Como tu papá no está, estamos nosotros”. Esos son los amigos
con los cuales me eduqué y me crié. Desde muy pequeña estoy llena de ese
afecto, de ese calor.
–En Evocación. Mi vida
al lado del Che, su madre cuenta el amor que vivió al lado de su padre.
–No tengo recuerdos de
mi mamá y mi papá besándose. Ella siempre fue muy cuidadosa de su intimidad. A
partir del libro todo se hace más claro, más hermoso para mí. Siempre supe que
se habían amado intensamente, pero el libro lo confirma. Es muy lindo para un
ser humano saber que eres fruto de un verdadero amor.
–La pérdida de su padre
aparece como un momento desgarrador en el libro.
–Tremendo. Sobre todo
para ella. Nosotros éramos muy pequeñitos. Lo más duro fue que mi mamá me
leyera la carta de despedida de mi padre llorando.
–Treinta años después
llegaron los restos de su papá a Cuba.
–Habíamos acordado con
mi mamá que iríamos un rato al lugar. Era una cuestión más bien formal. A las 7
abría la Plaza de la Revolución, a la 1 se cerraba. Mi mamá estaba allí todo
ese tiempo y nosotros con ella. El mismo día que se llevan sus restos, nos
fuimos para Santa Clara. Y estuvimos en la biblioteca provincial donde los expusieron.
En el último momento, mi mamá, que se había portado estoicamente, comenzó a
llorar desgarradoramente. Le pregunté que quería hacer.
–Entonces, ella le contó
la historia del pañuelo. ¿La recuerda?
–Antes de la toma de
Santa Clara, mi papá se cayó y se rompió el brazo. Y hubo que ponerle un
pañuelo de cabestrillo. Cuando papi se va al Congo, ella le regala un pañuelo.
El pañuelo nunca apareció en Bolivia. Mi mamá tenía la réplica del pañuelo y
quería ponerlo en sus restos pero no sabía cómo. Cuando nos contó la historia
del pañuelo, pedimos permiso, mi hermana levantó la tapa del cajón y puso el
pañuelo con los restos. Es la conclusión de esa historia de amor que nos dio la
vida a todos nosotros. Muchos años después ese amor está ahí. Ojalá todos pudiéramos
amar y ser amados con esa intensidad. No todos tenemos ese privilegio.
–Su madre ocupó un lugar
fundamental en la Dirección de la Federación de Mujeres Cubanas y fue una
apasionada de la historia.
–Se licenció como
maestra. Mi papá la estimuló mucho a que siguiera estudiando. Como siempre le
gustó mucho la historia, hizo la licenciatura en la Universidad de La Habana.
Ayudó a escribir un libro sobre movimientos sociales y la historia de América
latina para nuestros niños.
–¿Cómo está ella?
–Está muy bien. No
reconoce que tiene 80 años y si se entera de que te lo he dicho me mata. Ahora
está al frente del Centro de Estudios Che Guevara. Es muy cuidadosa con su
aspecto. Sigue siendo nuestra jefa. Es bueno tenerla.
–¿Dónde se inscribe el
hombre nuevo en la coyuntura internacional actual?
–El
hombre nuevo es ese hombre, esa mujer que evoluciona para cambiar una sociedad
y cuando la transforma tiene que seguir creciendo para continuar mejorándola.
Sinceridad, sencillez, honradez, respeto al ser humano sobre todas las cosas,
solidaridad hasta las últimas consecuencias van conformando al hombre nuevo. Ese es el concepto
que he visto en la vida de mi papá, que para mí es el mejor hombre nuevo, el
más completo.
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