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Después de Marx lamentablemente la Segunda
Internacional desconoce el viraje teórico del maestro, retrocede y vuelve a incurrir en el peor eurocentrismo. Para la socialdemocracia el socialismo es
cuestión de gente blanca, urbana y europea. Así pensaban H. van Kol, Emilio Vandervelde y muchos otros reformistas. En el
congreso de la II Internacional de 1907,
en Stuttgart, las posiciones que declaraban “no repudiar ni en principio
ni para siempre toda forma de colonialismo, el cual, bajo un sistema
socialista, podría cumplir una misión civilizadora” ganaron la adhesión de
casi la mitad de la Internacional. Patético. Sólo Lenin y Rosa Luxemburgo (aún discrepando entre sí sobre
Polonia) se animaron a arremeter contra semejante engendro eurocéntrico. Lenin fue el más
radical planteando como programa político estratégico la doctrina de
la autodeterminación de las naciones, sin vasallaje imperial o colonial de
ningún tipo, ni “humanitario”, ni
“civilizado” ni “socialista”. De este modo Lenin abre el comunismo e
incorpora en la revolución mundial a todas las culturas y naciones del Tercer
Mundo. Ho Chi Minh recuerda en sus
memorias cómo se puso a llorar de emoción cuando leyó a Lenin, pues hasta ese
momento la Internacional era cosa de “blancos
europeos y civilizados”. Los amarillos, los negros, los indígenas, los
mestizos y todo el mundo colonial, semicolonial y dependiente no entraban en “el colonialismo
socialista” de la Segunda Internacional.
Pero la apertura y el brillo de Lenin duraron poco. Tras su muerte, Stalin sacrifica
el internacionalismo alcanzado subordinándolo a la razón de Estado y al interés
estatal de Rusia con su doctrina del “socialismo
en un solo país” que no sólo no
resolvió el problema nacional sino que multiplicó una serie infinita de
discordias y odios nacionales en los pueblos y culturas a los que se les negó
la autodeterminación y se les impuso el idioma ruso por la fuerza. En términos generales, en todos esos
casos—desde el eurocentrismo
occidentalista hasta la posición
leninista de la autodeterminación de las naciones— la disyuntiva giraba en
torno a naciones ya constituidas oprimidas por grandes potencias.
José Carlos Mariátegui. El Amauta. La "Revolución peruana, no es copia ni calco, es creación histórica de los pueblos".
***
En Nuestra América Mariátegui aborda el problema
desde un nuevo ángulo, ya que en nuestro continente las naciones no están plenamente constituidas. Las repúblicas heredadas de las
primeras guerras de independencia (donde Bolívar
y San Martín triunfan sobre el colonialismo europeo) son repúblicas
bananeras hegemonizadas por las mezquinas y miopes clases dominantes criollas,
patrias chicas y retazos fragmentados de la Patria Grande bolivariana. De
la gran nación unificada a escala continental con la que soñaba Bolívar pasamos —gracias a la mano
pérfida de Inglaterra y Estados Unidos— a más de 20 republiquetas, enemistadas
entre sí (a tal punto que en Centro
América hubo guerras hasta por el fútbol), que además oprimen a los pueblos
originarios con una institucionalidad burguesa y oligárquica. Por eso Mariátegui reformula “la cuestión nacional”
de los clásicos del marxismo europeo desde un ángulo muy novedoso. A partir de
la revolución cubana y el auge de la
insurgencia continental de los 60 y 70,
comienzan a reivindicarse las primeras guerras de independencia de la Patria Grande como parte
constitutiva del proyecto socialista y comunista contemporáneo.
/////
Carlos Marx. El creador del Socialismo Científico.
***
ENTREVISTA A NÉSTOR KOHAN: MARXISMO Y
CUESTIÓN NACIONAL.
*****
La Llamarada. Rebelión.
Domingo 1 de septiembre del 2013.
-¿Qué pensó Marx sobre el
problema nacional?
-La posición histórica del
marxismo no ha sido unívoca ni uniforme. En sus primeros escritos Marx y Engels
tenían, junto a su humanismo universalista y al internacionalismo, un punto de
vista cosmopolita, sintetizado en la expresión “los trabajadores no tienen
patria” del Manifiesto comunista (1848). Ese mismo año Engels
escribía: “En América hemos presenciado la conquista de México la que nos ha
complacido. Constituye un progreso, también, que un país ocupado hasta el
presente exclusivamente de sí mismo, desgarrado por perpetuas guerras civiles e
impedido de todo desarrollo, un país que en el mejor de los casos estaba a
punto de caer en el vasallaje industrial de Inglaterra, que un país semejante
sea lanzado por la violencia al movimiento histórico. Es en interés de su
propio desarrollo que México estará en el futuro bajo la tutela de los Estados
Unidos” (1848). Apenas un año después Engels se pregunta: “¿O acaso es
una desgracia que la magnífica California haya sido arrancada a los perezosos
mexicanos, que no sabían qué hacer con ella?" (1849). En sus artículos
sobre “La dominación británica en la India” (1853) Marx justifica la
penetración del colonialismo inglés en el oriente en nombre del “progreso
histórico” (aún cuando se queja en el terreno ético de los métodos salvajes de
los británicos).
En ese horizonte Engels
hacía suya la concepción de Hegel sobre los “Pueblos sin historia”, naciones
periféricas condenadas, supuestamente, a no tener un estado propio. El triste y
erróneo artículo de Marx sobre Simón Bolívar (enero de 1858) constituye
probablemente la última prolongación de ese paradigma eurocéntrico, moderno,
cosmopolita y progresista del Manifiesto comunista.
A partir de allí Marx y Engels
revisan su propia teoría, amplían notablemente su mirada del mundo (empiezan a
hacerlo estudiando el comercio exterior de Inglaterra y sus colonias),
comienzan a simpatizar con las rebeldías del mundo periférico, colonial y
dependiente y reflexionan agudamente sobre el problema nacional desde un ángulo
completamente distinto. Desde fines de la década de 1850 y sobre todo en las de
1860 y 1870, abandonan el cosmopolitismo, conservando el internacionalismo,
pero articulado ahora con una mayor comprensión del problema nacional. En su
trayectoria teórica y científica se produce una fuerte discontinuidad y un
viraje donde radicalizan su crítica del capital europeo occidental y su
expansión “progresista” que aplasta los pueblos y somete las naciones de la periferia
colonial o dependiente. Irrumpen entonces en su producción teórica India,
China, Birmania, Rusia, Persia, islas Jónicas, América Latina, África e incluso
en el interior de Europa las “atrasadas” Irlanda, Polonia y España.
-¿A qué conclusión política
llegan Marx y Engels a partir de ese viraje teórico?
-Estudiando en 1854 la
revolución española Marx lee una frase programática y emblemática que lo
deslumbra, pronunciada en 1810 por el indio americano Dionisio Inca Yupanqui en
las cortes de Cádiz: “Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre”
(Yupanqui se refiere a la opresión del pueblo español sobre los pueblos
indígenas y mestizos de Nuestra América). Marx la hace suya y la aplicará en
1869 cuando se ocupe de Irlanda, reformulando la expresión de Yupanqui para el
caso del proletariado inglés y el pueblo de su colonia Irlanda (Lenin utilizará
reiteradamente la expresión que Marx adopta del indígena Yupanqui en sus
escritos sobre la cuestión nacional, lo cual demuestra que los americanos hemos
contribuido también a la gestación del marxismo, incluso del marxismo clásico
europeo). El proletariado inglés —supuestamente depositario de “la misión
civilizadora del progreso”— no liberará las colonias; son las colonias las que
se liberarán a sí mismas, posibilitando la emancipación del proletariado
metropolitano. Una inversión completa del eurocentrismo colonial y del
cosmopolitismo “progresista”.
Esa crítica ácida contra el
eurocentrismo y el euroccidentalismo desarrollada en sus escritos sobre China
de 1853 y en los Grundrisse [primeros borradores de
1857-58 de El Capital] se profundizará aún más en la carta de
Marx de 1877 a la redacción del periódico ruso Anales de la patria y en
los extensos borradores de su correspondencia de 1881 con Vera Zasulich, así
como también en sus Apuntes etnológicos de 1880-1882. En todos
esos materiales de madurez Marx ubica en el centro de sus reflexiones teóricas
a la periferia del sistema mundial capitalista, al mundo colonial y
dependiente, sometiendo a crítica la mirada cosmopolita, ingenuamente
apologista del “progreso”. Abandona terminantemente el cosmopolitismo y
defiende con entusiasmo las causas nacionales de Irlanda, Polonia y otros
países sometidos que luchan por su liberación nacional. Incluso en esa época, según
revela su correspondencia, simpatiza abiertamente con los métodos de lucha
armada de los irlandeses y los populistas rusos que realizan atentados contra
el zar. En su corpus teórico de madurez el eje se desplazó del centro europeo a
las periferias coloniales y dependientes. Marx no duda en apoyar la lucha
armada de estos pueblos rebeldes.
¡Cuánto desconocimiento y
cuanta ignorancia sobre Marx tienen los supuestos “eruditos” académicos del
marxismo que utilizan frases sueltas y descontextualizadas de este genio del
pensamiento para desconocer el papel del imperialismo contemporáneo, apoyando
bochornosamente con jerga “de izquierda” y poses supuestamente
“internacionalistas” los bombardeos neocoloniales del Pentágono y la OTAN en
Libia, las guerras de saqueo en Afganistán e Irak, las intervenciones
norteamericanas en Siria y Venezuela y muchas otras hazañas “humanitarias” del
imperialismo! Desde ese ángulo, pretendidamente cosmopolita y eurocéntrico, han
llegado a apoyar a Margaret Thatcher y su aventura neocolonial en nuestras
islas Malvinas, donde la OTAN construyó una base militar nuclear.
-¿Cuáles han sido los
debates históricos en el marxismo posterior a Marx en torno a la cuestión
nacional?
-Después de Marx
lamentablemente la Segunda Internacional desconoce el viraje teórico del
maestro, retrocede y vuelve a incurrir en el peor eurocentrismo. Para la
socialdemocracia el socialismo es cuestión de gente blanca, urbana y europea.
Así pensaban H. van Kol, Emilio Vandervelde y muchos otros reformistas. En el
congreso de la II Internacional de 1907, en Stuttgart, las posiciones que
declaraban “no repudiar ni en principio ni para siempre toda forma de
colonialismo, el cual, bajo un sistema socialista, podría cumplir una misión
civilizadora” ganaron la adhesión de casi la mitad de la Internacional.
Patético. Sólo Lenin y Rosa Luxemburgo (aún discrepando entre sí sobre Polonia)
se animaron a arremeter contra semejante engendro eurocéntrico. Lenin fue el
más radical planteando como programa político estratégico la doctrina de la
autodeterminación de las naciones, sin vasallaje imperial o colonial de ningún
tipo, ni “humanitario”, ni “civilizado” ni “socialista”. De este modo Lenin
abre el comunismo e incorpora en la revolución mundial a todas las culturas y
naciones del Tercer Mundo. Ho Chi Minh recuerda en sus memorias cómo se puso a
llorar de emoción cuando leyó a Lenin, pues hasta ese momento la Internacional
era cosa de “blancos europeos y civilizados”. Los amarillos, los negros, los
indígenas, los mestizos y todo el mundo colonial, semicolonial y dependiente no
entraban en “el colonialismo socialista” de la Segunda Internacional.
Pero la apertura y el
brillo de Lenin duraron poco. Tras su muerte, Stalin sacrifica el
internacionalismo alcanzado subordinándolo a la razón de Estado y al interés
estatal de Rusia con su doctrina del “socialismo en un solo país” que no sólo
no resolvió el problema nacional sino que multiplicó una serie infinita de
discordias y odios nacionales en los pueblos y culturas a los que se les negó
la autodeterminación y se les impuso el idioma ruso por la fuerza.
En términos generales, en
todos esos casos—desde el eurocentrismo occidentalista hasta la posición
leninista de la autodeterminación de las naciones— la disyuntiva giraba en
torno a naciones ya constituidas oprimidas por grandes potencias.
En Nuestra América Mariátegui aborda el problema desde
un nuevo ángulo, ya que en nuestro continente las naciones no están plenamente
constituidas. Las repúblicas heredadas de las primeras guerras de independencia
(donde Bolívar y San Martín triunfan
sobre el colonialismo europeo) son repúblicas bananeras hegemonizadas por las
mezquinas y miopes clases dominantes criollas, patrias chicas y retazos
fragmentados de la Patria Grande
bolivariana. De la gran nación unificada a escala continental con la que soñaba
Bolívar pasamos —gracias a la mano
pérfida de Inglaterra y Estados Unidos— a más de 20 republiquetas, enemistadas
entre sí (a tal punto que en Centro
América hubo guerras hasta por el fútbol), que además oprimen a los pueblos
originarios con una institucionalidad burguesa y oligárquica. Por eso Mariátegui reformula “la cuestión nacional”
de los clásicos del marxismo europeo desde un ángulo muy novedoso. A partir de
la revolución cubana y el auge de la
insurgencia continental de los 60 y 70,
comienzan a reivindicarse las primeras guerras de independencia de la Patria
Grande como parte constitutiva del proyecto socialista y comunista
contemporáneo.
Federico Engels. Amigo y colega de Marx, fundadores del Socialismo Científico.
***
-¿Cómo pensás que pueden
articularse las luchas de liberación nacional o las reivindicaciones
identitarias particulares, con la lucha anticapitalista y por el socialismo que
es profundamente internacionalista?
-La fórmula clásica según
la cual la revolución socialista es “internacional por el contenido, nacional
por la forma” me resulta hoy un poco esquemática. No creo que la identidad
nacional latinoamericana sea simplemente un problema de “forma”, una
presentación “folclórica”, externa y decorativa de algo que ya está
completamente masticado y acabado. No existe un modelo universal (extraído de
Europa occidental) que “se aplica” mecánicamente país por país, según las
variaciones idiosincráticas del folclore local. La historia nacional está
presente también en el contenido de las revoluciones de liberación nacional y
social. Ejemplo: para la revolución cubana la herencia de Martí no es un adorno
decorativo externo sino parte de su misma conformación y gestación histórica.
Por otro lado, no pondría
en el mismo plano las luchas de liberación nacional a escala continental —sobre
todo en perspectiva bolivariana, a escala de la Patria Grande— y los conflictos
de dominación clasista —la lucha de clases— junto con los problemas de
reivindicaciones identitarias, como la cuestión de género y las múltiples
opciones de diversidad sexual, la cuestión del racismo u otras análogas. Todas
esas perspectivas de análisis son legítimas y validas ya que abordan distintos
tipos de opresión bajo el capitalismo pero se desarrollan y despliegan en
planos diferentes de la lucha, no siempre equivalentes ni simétricos. ¿Dónde
estaría la diferencia específica entre estas problemáticas? En su capacidad de
aglutinar, convocar y articular rebeldías diversas contra el sistema
capitalista.
La Academia norteamericana
y la francesa han elaborado y difundido una cantidad abrumadora de literatura
teórica y política destinada a convencer al movimiento popular de que el mejor
de los mundos posibles gira en torno a las luchas de gueto, a las reformas
institucionales puntuales, a los juegos de lenguajes recíprocamente ajenos,
intraducibles e inconmensurables de cada movimiento social. Esas academias y el
pensamiento posmoderno han insistido durante 30 años que cualquier articulación
totalizante que reúna las múltiples rebeldías en un frente común contra el
capitalismo y el imperialismo es... “opresiva”, “sustitucionista” y en última
instancia “totalitaria”. Curiosamente para ser libertario y políticamente
“radical”... hay que conformarse con reformas institucionales que den cuenta de
identidades particulares (por ejemplo, leyes antirracistas que protejan al
pueblo judío de la marginación, ley del matrimonio igualitario para el
movimiento gay, programas de discriminación positiva para los negros y negras
afrodescendientes, etc.). Reformas institucionales en defensa de “la
diversidad” plenamente compatibles con el sistema capitalista. No casualmente
en EEUU, la potencia imperialista más opresiva, vigilante y represora del mundo
(como reconocen el más teórico Noam
Chomsky o el más práctico Snowden), hay generales gays, un presidente
negro, ministros de origen judío y torturadoras mujeres. Un gran respeto por
“la diversidad”... siempre dentro del capitalismo y el imperialismo, por
supuesto.
A contramano de posmodernos
y multiculturalistas, el gran desafío del marxismo revolucionario
latinoamericano consiste en poder articular todas las rebeldías multicolores en
un proyecto colectivo de hegemonía socialista apuntando a construir a escala de
la Patria Grande ese sueño inacabado e inconcluso de Simón Bolívar cuando dijo
“Para nosotros la patria es América”, así como para Martí “Patria
es humanidad”. El socialismo y el comunismo internacionalistas no son
grises, tienen múltiples colores. El rojo, si quiere triunfar sobre el
capitalismo y el imperialismo, tiene que ser la síntesis integradora y
aglutinadora de ese arco iris multicolor donde no pueden estar ausentes la
identidad cultural de nuestros pueblos y la emancipación nacional de la Patria
Grande, proyecto todavía inconcluso de nuestros primeros libertadores y
libertadoras.
-¿Cómo se ha pensado la
cuestión nacional desde el guevarismo? ¿Cómo la abordó el PRT de Argentina?
-El Che Guevara no es una estrella
solitaria, sino uno de los máximos exponentes de la revolución cubana y
latinoamericana. Esa revolución se inspira, ya desde el asalto al cuartel
Moncada de 1953, en el programa de José Martí. Más tarde, habiendo triunfado
sobre el enemigo imperialista y la burguesía lumpen, mafiosa y prostituída de
la isla, la revolución cubana sintetiza su mirada del problema nacional en la Segunda
Declaración de La Habana, combinando tareas nacionales-antimperialistas
con las específicamente socialistas. Hijo de ese horizonte, el Che comunista e
internacionalista, recupera al mismo tiempo a San Martín (discurso del 25 de
mayo de 1962 en La Habana), a Bolívar (en sus Cuadernos de lectura de
Bolivia) y a Martí (en “Notas para el estudio de la
ideología de la revolución cubana”). Según Pombo, sobreviviente de la guerrilla
de Bolivia, el Che compartía con sus compañeros las lecturas sobre Juana
Azurduy y la guerra de guerrillas de las republiquetas del Alto Perú contra el
colonialismo español.
Aprendiendo del Che, diversos exponentes del guevarismo
latinoamericano se esforzaron por sintetizar el método, la concepción del mundo
y de la vida y la ideología marxista con las tradiciones nacionales
indo-latino-nuestro-americanicanas. Desde Carlos
Fonseca a Miguel Enríquez, desde Raúl
Sendic a Roque Dalton, desde Camilo
Torres a Manuel Marulanda Velez, incluyendo en esa familia continental al
argentino Mario Roberto Santucho.
No casualmente el PRT
[Partido Revolucionario de los Trabajadores] elige la bandera latinoamericana
(no sólo argentina) del ejército de los Andes de San Martín para identificar
sus emblemas en la fundación del ERP [Ejército Revolucionario del Pueblo].
Plantear que “no hay
nada que reivindicar de la lucha independentista del siglo 19 porque allí no
había obreros” me parece expresión de una aguda ignorancia e incomprensión
del marxismo y de su metodología histórica. Ese internacionalismo abstracto,
pretendidamente cosmopolita e ignorante de nuestra historia en nombre del
“clasismo”, está más cerca del tímido reformista Juan B. Justo (que nunca entendió ni al colonialismo ni al
imperialismo) que del Che Guevara, Lenin
y sobre todo del propio Marx.
-¿En qué sentido pensás que
los sentidos atribuidos y asignados a la noción de patria, a los símbolos
nacionales, forman parte de la disputa ideológica?
-Julio Antonio Mella solía repetir que la
palabra “patria” en manos de la burguesía es como un tambor, suena muy fuerte
pero está vacía. En cambio cuando son los sectores populares los que apelan a
la tradición patriótica y nacional, el concepto de “patria” adquiere un sentido
completamente distinto. Fundamentalmente en países como los nuestros, donde la
dependencia jamás desapareció (incluso se profundizó), aunque la palabra
“dependencia” haya circulado menos en la academia de los últimos 30 años. Que
se utilice menos la palabra no significa que haya desaparecido la realidad que
ese término designa. Lejos estamos del giro lingüístico donde todo queda
prisionero del lenguaje y se evapora la realidad social. Más allá de los
discursos y las palabras hay un mundo. En ese mundo social existe lucha de
clases. En el ámbito de la cultura y la reproducción cotidiana del orden
social, nada queda al margen de esa lucha de clases. Incluyendo la historia
nacional y sus símbolos patrios. El San Martín de Videla (supuestamente un
general blanquito y europeo, enemigo de Bolívar) y el de Robi Santucho o
Rodolfo Walsh (concebido como un patriota latinoamericano, defensor de la
Patria Grande, amigo y compañero de Bolívar) no sólo son distintos sino
opuestos y antagónicos. El mismo año (1970) en que el genocida y torturador
ejército argentino financiaba y producía la película El Santo de la
Espada sobre San Martín, el ERP adoptaba su bandera como símbolo
revolucionario. Quien controle el pasado, manejará el presente escribía George
Orwell. Emancipar el pasado para liberar el futuro es la tarea del momento. La
disputa del año 2010 por el Bicentenario de la independencia lo ha demostrado
de manera muy clara.
Vladimir Ilich Ulianov. Lenin. El Gran Bolchevique y Líder de la Primera Revolución Socialista de la Historia.
***
-¿Qué baches encontraste en
la historia oficial cuando estudiaste los procesos de revoluciones de
independencia en América latina y en el Río de la Plata?
-En primer lugar, el
eurocentrismo, que sigue gozando de prestigio hoy en día, bajo diversos
ropajes. “Nuestra América se liberó... gracias a la invasión napoleónica de
España. Napoleón es un derivado de la revolución francesa. Por lo tanto, sin
revolución francesa, no existiría la independencia de Nuestra América”. Un
relato sesgado, unilateral, deformado, que desconoce 500 años de resistencia
continental y el ciclo que inician Tupac Amaru en 1780 y Haití una década
después y que sólo concluye en 1824 con la batalla de Ayacucho. El historiador
francés Pierre Chaunu —repetido en las academias hasta el cansancio— lo
sintetizó diciendo que los latinoamericanos no nos independizamos, recibimos
(como un regalo) la independencia. Falso, miserable, altanero y petulante.
En segundo lugar, la
construcción de mitos, falsas dicotomías y panteones de la escuela del general
Bartolomé Mitre, continuados por Sarmiento y Levene, a quienes se agregaron la
Academia Argentina de la Historia (núcleo del gorilaje académico) y el
Instituto Nacional Sanmartiniano (fundado por el ultracatólico José Pacífico
Otero en el Círculo Militar). Esta corriente opone San Martín contra Bolívar,
pretende desconocer el Plan revolucionario de operaciones de
Mariano Moreno y condensa un elitismo insoportable. Eso en cuanto a la historia
oficial, de factura liberal-conservadora y brutalmente eurocéntrica.
Por oposición a ella, el
revisionismo rosista y católico, invirtió la ecuación liberal dejando intactos
los términos. San Martín se convierte en un represor, la mazorca rosista en un
modelo a imitar y así de seguido.
La historiografía mitrista
liberal fue luego reemplazada en la historia oficial y en la Academia por el
relato posmoderno según el cual rastrear las raíces de las luchas
independentistas es incurrir en un supuesto “mito del origen”, una
impugnación que apunta a deslegitimar todo lo que contribuya a la fortalecer la
memoria histórica y la autoestima popular, dimensiones fundamentales de
cualquier resistencia y proyecto revolucionario. Para el posmodernismo todo es
“mito” menos… el mercado, la republica parlamentaria y el capitalismo.
Finalmente me encontré con
la producción historiográfica de gente bien intencionada, con voluntad de
fidelidad a Marx (en general al Marx cosmopolita previo a su viraje sobre el
problema colonial y nacional), pero que seguía presa de modelos eurocéntricos y
tipos ideales extraídos de la revolución industrial inglesa y la revolución
política francesa. Una metodología que les impedía, a pesar de sus buenas
intenciones, ajustar cuentas y hacer un beneficio de inventario con la historia
apologética y oficial de la burguesía argentina. Para esta corriente, Sarmiento
es un ídolo (tanto en el caso de la historiografía del stalinismo como en la del
trotskismo), Bolívar un populista bonapartista y la clave de nuestra historia
está en.... “el desarrollo de las fuerzas productivas”. Por lo tanto, la
mayor parte de las resistencias frente al colonialismo europeo terminan
condenadas “porque no tenían un programa para desarrollar las fuerzas
productivas”. En nombre de Marx, se termina coincidiendo con el aplauso
apologético a los vencedores y la condena a los que resistieron. En algunos
casos extremos se termina insultando a Bolívar para aplaudir a Bernardino
Rivadavia (su gran enemigo argentino, paralelo a su enemigo colombiano
Santander) o incluso se festeja la feroz y mugrienta guerra al Paraguay porque
supuestamente.... “desarrolló las fuerzas productivas”.
Frente a tantos equívocos
historiográficos defendemos la pertinencia de una nueva mirada de nuestra
historia, desde abajo y desde un ángulo marxista latinoamericano y
descolonizador. Una nueva mirada de nuestras guerras de independencia y de
nuestra lucha de clases, que reivindique con orgullo y con honor a nuestros
miles y miles de masacradas y asesinados mientras resistían y luchaban
heroicamente contra el colonialismo, hayan tenido o no un programa completo y
explicitado hasta el más mínimo detalle para desarrollar las fuerzas
productivas.
-¿Por qué y qué reivindicar
de la figura de Bolívar?
-De Bolívar reivindicamos
su proyecto de liberación continental (independencia de España pero también
integración regional y unidad continental), la conjugación de la lucha nacional
y social (liberación de la esclavitud 50 años antes que EEUU y emancipación de
la servidumbre de los pueblos originarios), su antimperialismo (identifica
estratégicamente a EEUU como enemigo histórico de Nuestra América) y su
doctrina político militar revolucionaria del pueblo en armas, condición de su
triunfo sobre el colonialismo europeo luego de varias derrotas.
Bolívar constituye hoy un
símbolo de rebeldía continental, como el Che Guevara quien, dicho sea de paso,
era un convencido bolivariano (en su mochila guerrillera de Bolivia Guevara
tenía reproducido el poema de Neruda en homenaje a Bolívar donde éste declara “despierto
cada 100 años cuando despierta el pueblo”). Su visionario proyecto de
Patria Grande, todavía inconcluso y pendiente, se ha tornado más actual que
nunca en tiempos de globalización. La Patria Grande soñada por Bolívar
(compartida por Miranda, San Martín, Mariano Moreno, Artigas y tantos otros y
otras) nace en sus escritos en la Carta de Jamaica de 1815 y en
el Congreso de Panamá de 1826 enfrentando la doctrina Monroe de 1823 cuyo lema
“América para los americanos” condensa el proyecto geoestratégico
del imperialismo norteamericano. No es casual que los documentos de Santa Fe
IV, elaborados por los estrategas político-militares del Pentágono,
identifiquen a Simón Bolívar (junto con la teología de la liberación y Antonio Gramsci) como uno de los
principales enemigos actuales
de Estados Unidos.
Barrio de Once, 30 de agosto de 2013.
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