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El rechazo social masivo a las políticas gubernamentales de ajustes
y recortes sociales, en el marco de paro masivo y aumento de la desigualdad, y a su insensibilidad
democrática es lo que más autoridad y legitimidad le quita a la actual mayoría
parlamentaria de derechas y condiciona sus decisiones. No es sobrevalorar a los movimientos sociales, la protesta social o la
ciudadanía indignada ni desconsiderar al sistema electoral y
representativo. Supone realismo respecto de dónde se sitúa el motor del cambio,
en el campo social, sin embellecer la función de la clase política actual y, en particular, la gestión socialista.
Al mismo tiempo, hay que trasladar al campo electoral e institucional ese
factor de cambio social, con sus distintos ritmos, variables y mediaciones. Existen
expresiones minoritarias de “descalificación
absoluta” o “rechazo indiscriminado” a los políticos pero no son
representativas del grueso de la ciudadanía activa o la gente indignada que matizan más la
crítica hacia la clase política y no
están contra la ‘democracia’ o la acción política. El rechazo popular no es
tanto por su cualidad de ‘representantes’ o su papel de mediación, sino por la
‘gestión antisocial e impopular’ de las
élites, aparatos y poderosos, o sea, la ‘clase política’ gobernante o gestora. ¿Cuando el 80% de la
población dice que desconfía de Rajoy (incluido gran parte votante del PP) y de
Rubalcaba (con la mayoría de los votantes del PSOE) caen en una actitud populista?. Con todos los matices,
insuficiencias y riesgos, expresa una desconfianza justificada y sensata y una
crítica realista y racional. La
conclusión es que esa actitud crítica hay que reforzarla y fundamentarla
para promover el cambio social y democrático, no eliminarla por perniciosa,
populista o irreal, como pretende el establishment para recuperar su
legitimidad sin cambiar sus políticas y comportamientos.
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La clase política mundial. Los gobernantes del G-20, de los 20 países más desarrollados económicamente en tiempos del capitalismo del desastre. La crítica de los ciudadanos del mundo es muy fuerte y radical contra los gobernantes discípulos obedientes del neoliberalismo.
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SOBRE LAS CRÍTICAS
A LA CLASE GOBERNANTE.
*****
Antonio
Antón.
Rebelión
viernes 13 de septiembre del 2013.
La crítica a la clase gobernante y a
los líderes políticos (a Rajoy y también a Rubalcaba), que alcanza al 80% de la
población, es justa y realista. Expresa una amplia convicción progresista e
igualitaria de la mayoría de la sociedad o, si se quiere, expresa valores
democráticos y de justicia social. Aunque, a veces, se exprese de forma extrema
o esquemática, aspecto que han de matizarse, esa conciencia social crítica, que
los poderosos y sus aparatos mediáticos no han podido neutralizar, es
globalmente positiva y legítima. Es imprescindible, aunque insuficiente, para
promover la reorientación de la política socioeconómica y la democratización
del sistema político, con la correspondiente renovación de la clase política,
en general, y la izquierda, en particular.
Es
excesivo el temor a que la divulgación de ideas críticas contra los políticos,
el bipartidismo o el sistema, beneficien a fuerzas populistas. Detrás de
esa posición se deduce que se deberían contener. Los componentes populistas
(todavía limitados en España) se podrían asentar, sobre todo, en los problemas
de cohesión social derivados, precisamente, de la crisis social, la austeridad
y la actuación antisocial de los mercados financieros y ‘esta’ clase gestora o
gobernante.
El giro
neoliberal de la cúpula del PSOE, en el año 2010, su renuncia a representar los
intereses de la mayoría de la sociedad y su poco respeto hacia la democracia y
su contrato electoral con sus bases sociales, son los que han producido el
vacío u orfandad de representación política de parte de esa ciudadanía
indignada que no se ha sentido representada por la socialdemocracia. Es cuando
aparece el riesgo y la oportunidad de cómo y quién rellena ese vacío producido.
Pero, según los últimos resultados electorales y las encuestas de opinión, baja
el bipartidismo (PP y PSOE) y suben los partidos minoritarios sin
responsabilidades en los recortes sociales, sean de izquierda –izquierda
plural- o centristas –UPyD-. En todo caso, no son ideas esquemáticas o erróneas
de una minoría de activistas quienes tienen la responsabilidad de que se puedan
generar a gran escala dinámicas populistas (derechistas o autoritarias).
El
combate contra el populismo y la involución conservadora es fundamental, pero
no se hace tampoco asumiendo las políticas liberal-conservadoras y los
comportamientos elitistas, despreciando a las opiniones e intereses de la gente
y apoyando el establishment (liberal o del actual aparato socialista),
como insisten desde la cierta clase política para desautorizar la indignación
ciudadana. La gran mayoría de la ciudadanía activa no es ‘antipolítica’ sino
que exige ‘otra’ política (socioeconómica e institucional) y ‘otra’ gestión y
representación política (o sociopolítica). El fortalecimiento de la indignación
ciudadana es la mejor arma para encauzar el malestar de la sociedad, consolidar
un cambio progresista de mentalidades y promover la transformación política y
económica. Ante la persistencia de una profunda crisis sistémica las fuerzas
progresistas deben ofrecer una salida justa, democrática y solidaria.
Por otro
lado, la cultura democratizadora de la mayoría de la ciudadanía es positiva.
Aun con expresiones simplistas genera oportunidades de renovación para la
izquierda. Habrá que ver cómo se rellena el vacío en la representación
política. Pero el declive del bipartidismo es positivo, la simple alternancia
entre dos políticas socioeconómicas similares junto con los comportamientos
elitistas de sus gestores, excluye la posibilidad del necesario cambio hacia
una salida de la crisis más justa y la democratización del sistema político. Es
conveniente la renovación del PSOE y su participación en un proyecto
transformador y de progreso, pero de momento (a la espera de su calendario de
conferencias programáticas y configuración de los liderazgos, con las
elecciones primarias) este proceso sigue sin demostrar una profunda
reorientación y renovación. Por tanto, sigue siendo pertinente y realista la
desconfianza ciudadana en su dirección, que sigue sin ser una opción clara para
frenar al PP y su política.
El
rechazo social masivo a las políticas gubernamentales de ajustes y recortes
sociales, en el marco de paro masivo y aumento de la desigualdad, y a su
insensibilidad democrática es lo que más autoridad y legitimidad le quita a la
actual mayoría parlamentaria de derechas y condiciona sus decisiones. No es
sobrevalorar a los movimientos sociales, la protesta social o la ciudadanía
indignada ni desconsiderar al sistema electoral y representativo. Supone
realismo respecto de dónde se sitúa el motor del cambio, en el campo social,
sin embellecer la función de la clase política actual y, en particular, la
gestión socialista. Al mismo tiempo, hay que trasladar al campo electoral e
institucional ese factor de cambio social, con sus distintos ritmos, variables
y mediaciones.
Existen
expresiones minoritarias de “descalificación absoluta” o “rechazo
indiscriminado” a los políticos pero no son representativas del grueso de la
ciudadanía activa o la gente indignada que matizan más la crítica hacia la clase
política y no están contra la ‘democracia’ o la acción política. El rechazo
popular no es tanto por su cualidad de ‘representantes’ o su papel de
mediación, sino por la ‘gestión antisocial e impopular’ de las élites, aparatos
y poderosos, o sea, la ‘clase política’ gobernante o gestora. ¿Cuando el 80% de
la población dice que desconfía de Rajoy (incluido gran parte votante del PP) y
de Rubalcaba (con la mayoría de los votantes del PSOE) caen en una actitud
populista?. Con todos los matices, insuficiencias y riesgos, expresa una
desconfianza justificada y sensata y una crítica realista y racional. La
conclusión es que esa actitud crítica hay que reforzarla y fundamentarla para
promover el cambio social y democrático, no eliminarla por perniciosa, populista
o irreal, como pretende el establishment para recuperar su legitimidad
sin cambiar sus políticas y comportamientos.
En
sentido contrario, la descalificación mediática (esa sí, absoluta e indiscriminada)
de las críticas hacia ‘esa’ clase política gobernante y los intentos
continuados de tergiversar el carácter justo y pacífico de estos movimientos de
protesta, pretenden debilitar la fuerza social más significativa actualmente
para avanzar en la democratización del sistema político e, incluso, la
renovación (sustancial) del propio PSOE. Así, cuidando los matices, esas ideas
críticas son realistas y conectan con la mayoría de la sociedad. No son
certeras totalmente, pero sí su sentido principal. Forman parte de una esfera
social positiva frente a lo negativo de la esfera de la gestión política
dominante. Son insuficientes porque queda otra tarea: darles forma y
reforzarlas con un discurso más multilateral y una teoría social más compleja y
construir otras alternativas políticas y otro sistema institucional; pero ése
es otro asunto que viene después (o al mismo tiempo).
También
existen posiciones (minoritarias y simplistas) que desprecian las mediaciones
políticas e institucionales, con una contraposición extrema entre sociedad y
políticos, entre calle y urnas. Es necesaria su crítica y matización. Pero la
mayoría de gente indignada articulada por las diferentes variantes del 15-M (y
por supuesto del sindicalismo, la izquierda social e incluso del Movimiento 5
estrellas italiano) critica a la casta política actual, a los líderes de los
partidos gobernantes, por su gestión poco democrática de la austeridad,
incluido su corresponsabilidad con diversas corruptelas (caso Bárcenas…), y
exigen ‘otras políticas’ y ‘otros políticos’, con mayor igualdad y menos
privilegios, así como más trasparencia y participación ciudadana. No se quedan
solo en defender la democracia directa (o la revolución), válida para ámbitos
locales y sencillos pero inadecuada como forma de gestión para temáticas y
ámbitos amplios, complejos y diversos. Igualmente, es idealista y minoritaria
la expresión de la total bondad del pueblo (espontaneidad sin instituciones) y
la maldad congénita de todos los políticos o representantes. Así, es bueno
matizar y criticar esas expresiones ingenuas, a veces planteadas solamente como
lemas simbólicos provocadores. Pero, sobre todo, se trata de rescatar el
contenido democrático y democratizador que conlleva en la mayoría de la gente
activa la crítica a la prepotencia y corrupción del poder financiero e
institucional y la reafirmación de la conciencia de justicia social, la
democracia y el respeto al pluralismo y la autonomía de la ciudadanía y sus
expresiones colectivas.
La
actitud que el establishment pretende imponer es la del fatalismo y la
desesperanza; el derrotismo y la pasividad son su complemento. El optimismo de
las posibilidades de cambio o el embellecimiento de sujetos sociales inventados
es problemático porque lleva nuevamente a la frustración y no aprovecha las
energías transformadoras en la sociedad. La opción es: realismo y ética
igualitaria; reforzar el campo social progresista y promover un reformismo
progresista fuerte, en el plano socioeconómico-laboral y político
institucional, así como en las mentalidades y el comportamiento social y
democrático.
Es
positivo y necesario señalar la lacra de una economía injusta y un sistema
político con graves deficiencias democráticas. Pero hay que dar un paso más,
precisar su concreción en este contexto particular y señalar sus responsables:
gravedad de las consecuencias sociales de la crisis, con el sufrimiento e
incertidumbre de millones de personas, medidas antisociales de la élite
política, imposición a la ciudadanía. Todo ello, por parte del poder
económico-financiero e institucional, con sus correspondientes intentos de
legitimación tecnocrática (no hay alternativa), la neutralización de la
oposición social y el desarrollo de la cultura liberal-conservadora. La
cuestión ‘política’ específica en este debate es la conveniencia (o no) de
señalar la responsabilidad del aparato socialista (continuador del anterior
equipo con responsabilidades gubernamentales) por su vinculación con ‘esa
política antisocial y poco democrática’ merecedora del rechazo popular.
La
crítica a la gestión del Gobierno Zapatero-Rubalcaba, con la ausencia de
autocrítica, rectificación y renovación del actual equipo dirigente, es
necesaria, aunque es más compleja y debe ser más matizada que el rechazo a la
gestión de la derecha. PP y PSOE no son idénticos, particularmente sus bases
sociales. Pero mantener viva la capacidad socialista de ‘alternancia’
gubernamental, sin una diferenciación clara con la política de austeridad
dominante, el diseño de otra estrategia económica y de regeneración política e
institucional y una apertura a reforzar sus compromisos sociales y los acuerdos
con el resto de las izquierdas sociales y políticas, no resuelve el aspecto
principal: derrotar la política de recortes sociolaborales y subordinación al poder
financiero, impulsar la activación de la ciudadanía y abrir una dinámica de
cambio social, democrático e institucional. Es decir, se trata de romper
determinados consensos con la derecha, los puntos comunes de política económica
liberal-conservadora y conformar un perfil y una dinámica progresista. Es
participar de forma unitaria con el conjunto de las izquierdas y movimientos
sociales en construir una alternativa que desaloje a las derechas del poder
institucional y aplique un programa y una gestión progresista.
La cúpula
socialista, en su gestión gubernamental, ha fracasado en su intento
modernizador y ha sido corresponsable de la involución institucional y
económica. Necesita un profundo cambio. Es deseable la unidad y convergencia
del conjunto de las izquierdas, cosa posible en ámbitos locales y autonómicos.
No obstante, mientras no cambie de estrategia global, es positivo el
debilitamiento de la vieja maquinaria de poder que supone el actual aparato del
PSOE y su declive como el principal agente representativo y gestor de la
ciudadanía progresista o la izquierda social. En su mano está su reorientación
programática y estratégica, su renovación organizativa y de liderazgo y la
recuperación de la confianza popular y sus expectativas electorales, cuestiones
necesarias y convenientes para el reto de echar al PP de su hegemonía
institucional. Junto con la contestación social, el debate plural debe
contribuir a reforzar la deslegitimación de la derecha y la austeridad, fortalecer las izquierdas y avanzar en el
cambio social y político progresista.
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Antonio
Antón. Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.
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