viernes, 13 de septiembre de 2013

SOBRE LAS CRÍTICAS A LA CLASE GOBERNANTE.

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El rechazo social masivo a las políticas gubernamentales de ajustes y recortes sociales, en el marco de paro masivo y aumento de la desigualdad, y a su insensibilidad democrática es lo que más autoridad y legitimidad le quita a la actual mayoría parlamentaria de derechas y condiciona sus decisiones. No es sobrevalorar a los movimientos sociales, la protesta social o la ciudadanía indignada ni desconsiderar al sistema electoral y representativo. Supone realismo respecto de dónde se sitúa el motor del cambio, en el campo social, sin embellecer la función de la clase política actual y, en particular, la gestión socialista. Al mismo tiempo, hay que trasladar al campo electoral e institucional ese factor de cambio social, con sus distintos ritmos, variables y mediaciones. Existen expresiones minoritarias de “descalificación absoluta” o “rechazo indiscriminado” a los políticos pero no son representativas del grueso de la ciudadanía activa o la gente indignada que matizan más la crítica hacia la clase política y no están contra la ‘democracia’ o la acción política. El rechazo popular no es tanto por su cualidad de ‘representantes’ o su papel de mediación, sino por la ‘gestión antisocial e impopular’ de las élites, aparatos y poderosos, o sea, la ‘clase política’ gobernante o gestora. ¿Cuando el 80% de la población dice que desconfía de Rajoy (incluido gran parte votante del PP) y de Rubalcaba (con la mayoría de los votantes del PSOE) caen en una actitud populista?. Con todos los matices, insuficiencias y riesgos, expresa una desconfianza justificada y sensata y una crítica realista y racional. La conclusión es que esa actitud crítica hay que reforzarla y fundamentarla para promover el cambio social y democrático, no eliminarla por perniciosa, populista o irreal, como pretende el establishment para recuperar su legitimidad sin cambiar sus políticas y comportamientos.
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La clase política mundial. Los gobernantes del G-20, de los 20 países más desarrollados económicamente en tiempos del capitalismo del desastre. La crítica de los ciudadanos del mundo es muy fuerte y radical contra los gobernantes discípulos obedientes del neoliberalismo.
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SOBRE LAS CRÍTICAS A LA CLASE GOBERNANTE.
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Antonio Antón.

Rebelión viernes 13 de septiembre del 2013.

La crítica a la clase gobernante y a los líderes políticos (a Rajoy y también a Rubalcaba), que alcanza al 80% de la población, es justa y realista. Expresa una amplia convicción progresista e igualitaria de la mayoría de la sociedad o, si se quiere, expresa valores democráticos y de justicia social. Aunque, a veces, se exprese de forma extrema o esquemática, aspecto que han de matizarse, esa conciencia social crítica, que los poderosos y sus aparatos mediáticos no han podido neutralizar, es globalmente positiva y legítima. Es imprescindible, aunque insuficiente, para promover la reorientación de la política socioeconómica y la democratización del sistema político, con la correspondiente renovación de la clase política, en general, y la izquierda, en particular.

Es excesivo el temor a que la divulgación de ideas críticas contra los políticos, el bipartidismo o el sistema, beneficien a fuerzas populistas. Detrás de esa posición se deduce que se deberían contener. Los componentes populistas (todavía limitados en España) se podrían asentar, sobre todo, en los problemas de cohesión social derivados, precisamente, de la crisis social, la austeridad y la actuación antisocial de los mercados financieros y ‘esta’ clase gestora o gobernante.

El giro neoliberal de la cúpula del PSOE, en el año 2010, su renuncia a representar los intereses de la mayoría de la sociedad y su poco respeto hacia la democracia y su contrato electoral con sus bases sociales, son los que han producido el vacío u orfandad de representación política de parte de esa ciudadanía indignada que no se ha sentido representada por la socialdemocracia. Es cuando aparece el riesgo y la oportunidad de cómo y quién rellena ese vacío producido. Pero, según los últimos resultados electorales y las encuestas de opinión, baja el bipartidismo (PP y PSOE) y suben los partidos minoritarios sin responsabilidades en los recortes sociales, sean de izquierda –izquierda plural- o centristas –UPyD-. En todo caso, no son ideas esquemáticas o erróneas de una minoría de activistas quienes tienen la responsabilidad de que se puedan generar a gran escala dinámicas populistas (derechistas o autoritarias).

El combate contra el populismo y la involución conservadora es fundamental, pero no se hace tampoco asumiendo las políticas liberal-conservadoras y los comportamientos elitistas, despreciando a las opiniones e intereses de la gente y apoyando el establishment (liberal o del actual aparato socialista), como insisten desde la cierta clase política para desautorizar la indignación ciudadana. La gran mayoría de la ciudadanía activa no es ‘antipolítica’ sino que exige ‘otra’ política (socioeconómica e institucional) y ‘otra’ gestión y representación política (o sociopolítica). El fortalecimiento de la indignación ciudadana es la mejor arma para encauzar el malestar de la sociedad, consolidar un cambio progresista de mentalidades y promover la transformación política y económica. Ante la persistencia de una profunda crisis sistémica las fuerzas progresistas deben ofrecer una salida justa, democrática y solidaria.

Por otro lado, la cultura democratizadora de la mayoría de la ciudadanía es positiva. Aun con expresiones simplistas genera oportunidades de renovación para la izquierda. Habrá que ver cómo se rellena el vacío en la representación política. Pero el declive del bipartidismo es positivo, la simple alternancia entre dos políticas socioeconómicas similares junto con los comportamientos elitistas de sus gestores, excluye la posibilidad del necesario cambio hacia una salida de la crisis más justa y la democratización del sistema político. Es conveniente la renovación del PSOE y su participación en un proyecto transformador y de progreso, pero de momento (a la espera de su calendario de conferencias programáticas y configuración de los liderazgos, con las elecciones primarias) este proceso sigue sin demostrar una profunda reorientación y renovación. Por tanto, sigue siendo pertinente y realista la desconfianza ciudadana en su dirección, que sigue sin ser una opción clara para frenar al PP y su política.

El rechazo social masivo a las políticas gubernamentales de ajustes y recortes sociales, en el marco de paro masivo y aumento de la desigualdad, y a su insensibilidad democrática es lo que más autoridad y legitimidad le quita a la actual mayoría parlamentaria de derechas y condiciona sus decisiones. No es sobrevalorar a los movimientos sociales, la protesta social o la ciudadanía indignada ni desconsiderar al sistema electoral y representativo. Supone realismo respecto de dónde se sitúa el motor del cambio, en el campo social, sin embellecer la función de la clase política actual y, en particular, la gestión socialista. Al mismo tiempo, hay que trasladar al campo electoral e institucional ese factor de cambio social, con sus distintos ritmos, variables y mediaciones.

Existen expresiones minoritarias de “descalificación absoluta” o “rechazo indiscriminado” a los políticos pero no son representativas del grueso de la ciudadanía activa o la gente indignada que matizan más la crítica hacia la clase política y no están contra la ‘democracia’ o la acción política. El rechazo popular no es tanto por su cualidad de ‘representantes’ o su papel de mediación, sino por la ‘gestión antisocial e impopular’ de las élites, aparatos y poderosos, o sea, la ‘clase política’ gobernante o gestora. ¿Cuando el 80% de la población dice que desconfía de Rajoy (incluido gran parte votante del PP) y de Rubalcaba (con la mayoría de los votantes del PSOE) caen en una actitud populista?. Con todos los matices, insuficiencias y riesgos, expresa una desconfianza justificada y sensata y una crítica realista y racional. La conclusión es que esa actitud crítica hay que reforzarla y fundamentarla para promover el cambio social y democrático, no eliminarla por perniciosa, populista o irreal, como pretende el establishment para recuperar su legitimidad sin cambiar sus políticas y comportamientos.

En sentido contrario, la descalificación mediática (esa sí, absoluta e indiscriminada) de las críticas hacia ‘esa’ clase política gobernante y los intentos continuados de tergiversar el carácter justo y pacífico de estos movimientos de protesta, pretenden debilitar la fuerza social más significativa actualmente para avanzar en la democratización del sistema político e, incluso, la renovación (sustancial) del propio PSOE. Así, cuidando los matices, esas ideas críticas son realistas y conectan con la mayoría de la sociedad. No son certeras totalmente, pero sí su sentido principal. Forman parte de una esfera social positiva frente a lo negativo de la esfera de la gestión política dominante. Son insuficientes porque queda otra tarea: darles forma y reforzarlas con un discurso más multilateral y una teoría social más compleja y construir otras alternativas políticas y otro sistema institucional; pero ése es otro asunto que viene después (o al mismo tiempo).

También existen posiciones (minoritarias y simplistas) que desprecian las mediaciones políticas e institucionales, con una contraposición extrema entre sociedad y políticos, entre calle y urnas. Es necesaria su crítica y matización. Pero la mayoría de gente indignada articulada por las diferentes variantes del 15-M (y por supuesto del sindicalismo, la izquierda social e incluso del Movimiento 5 estrellas italiano) critica a la casta política actual, a los líderes de los partidos gobernantes, por su gestión poco democrática de la austeridad, incluido su corresponsabilidad con diversas corruptelas (caso Bárcenas…), y exigen ‘otras políticas’ y ‘otros políticos’, con mayor igualdad y menos privilegios, así como más trasparencia y participación ciudadana. No se quedan solo en defender la democracia directa (o la revolución), válida para ámbitos locales y sencillos pero inadecuada como forma de gestión para temáticas y ámbitos amplios, complejos y diversos. Igualmente, es idealista y minoritaria la expresión de la total bondad del pueblo (espontaneidad sin instituciones) y la maldad congénita de todos los políticos o representantes. Así, es bueno matizar y criticar esas expresiones ingenuas, a veces planteadas solamente como lemas simbólicos provocadores. Pero, sobre todo, se trata de rescatar el contenido democrático y democratizador que conlleva en la mayoría de la gente activa la crítica a la prepotencia y corrupción del poder financiero e institucional y la reafirmación de la conciencia de justicia social, la democracia y el respeto al pluralismo y la autonomía de la ciudadanía y sus expresiones colectivas.

La actitud que el establishment pretende imponer es la del fatalismo y la desesperanza; el derrotismo y la pasividad son su complemento. El optimismo de las posibilidades de cambio o el embellecimiento de sujetos sociales inventados es problemático porque lleva nuevamente a la frustración y no aprovecha las energías transformadoras en la sociedad. La opción es: realismo y ética igualitaria; reforzar el campo social progresista y promover un reformismo progresista fuerte, en el plano socioeconómico-laboral y político institucional, así como en las mentalidades y el comportamiento social y democrático.

Es positivo y necesario señalar la lacra de una economía injusta y un sistema político con graves deficiencias democráticas. Pero hay que dar un paso más, precisar su concreción en este contexto particular y señalar sus responsables: gravedad de las consecuencias sociales de la crisis, con el sufrimiento e incertidumbre de millones de personas, medidas antisociales de la élite política, imposición a la ciudadanía. Todo ello, por parte del poder económico-financiero e institucional, con sus correspondientes intentos de legitimación tecnocrática (no hay alternativa), la neutralización de la oposición social y el desarrollo de la cultura liberal-conservadora. La cuestión ‘política’ específica en este debate es la conveniencia (o no) de señalar la responsabilidad del aparato socialista (continuador del anterior equipo con responsabilidades gubernamentales) por su vinculación con ‘esa política antisocial y poco democrática’ merecedora del rechazo popular.

La crítica a la gestión del Gobierno Zapatero-Rubalcaba, con la ausencia de autocrítica, rectificación y renovación del actual equipo dirigente, es necesaria, aunque es más compleja y debe ser más matizada que el rechazo a la gestión de la derecha. PP y PSOE no son idénticos, particularmente sus bases sociales. Pero mantener viva la capacidad socialista de ‘alternancia’ gubernamental, sin una diferenciación clara con la política de austeridad dominante, el diseño de otra estrategia económica y de regeneración política e institucional y una apertura a reforzar sus compromisos sociales y los acuerdos con el resto de las izquierdas sociales y políticas, no resuelve el aspecto principal: derrotar la política de recortes sociolaborales y subordinación al poder financiero, impulsar la activación de la ciudadanía y abrir una dinámica de cambio social, democrático e institucional. Es decir, se trata de romper determinados consensos con la derecha, los puntos comunes de política económica liberal-conservadora y conformar un perfil y una dinámica progresista. Es participar de forma unitaria con el conjunto de las izquierdas y movimientos sociales en construir una alternativa que desaloje a las derechas del poder institucional y aplique un programa y una gestión progresista.

La cúpula socialista, en su gestión gubernamental, ha fracasado en su intento modernizador y ha sido corresponsable de la involución institucional y económica. Necesita un profundo cambio. Es deseable la unidad y convergencia del conjunto de las izquierdas, cosa posible en ámbitos locales y autonómicos. No obstante, mientras no cambie de estrategia global, es positivo el debilitamiento de la vieja maquinaria de poder que supone el actual aparato del PSOE y su declive como el principal agente representativo y gestor de la ciudadanía progresista o la izquierda social. En su mano está su reorientación programática y estratégica, su renovación organizativa y de liderazgo y la recuperación de la confianza popular y sus expectativas electorales, cuestiones necesarias y convenientes para el reto de echar al PP de su hegemonía institucional. Junto con la contestación social, el debate plural debe contribuir a reforzar la deslegitimación de la derecha y la austeridad, fortalecer las izquierdas y avanzar en el cambio social y político progresista.
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Antonio Antón. Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.

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