&&&&&
“La doctrina del
shock. El auge del capitalismo del desastre.” De Naomi Klein.- En 2009 se realizó el documental The Shock Doctrina inspirado en el libro, bajo la dirección de Michael Winterbottom y Mat Whitecross. El libro
sostiene que las políticas económicas del Premio Nobel Milton Friedman y de la Escuela de
Economía de Chicago han alcanzado importancia en países con
modelos de libre mercado no porque
fuesen populares, sino a través de impactos en la psicología social a partir
de desastres o contingencias, provocando que, ante la conmoción y confusión, se
puedan hacer reformas impopulares. Se
supone que algunas de estas perturbaciones, como la Guerra de las
Malvinas, el 11 de septiembre, (Chile)
el Tsunami de 2004 en Indonesia, o la crisis del huracán Katrina pudieron haber sido
aprovechadas con la intención de forzar la aprobación de una serie de reformas.
El libro tiene
una introducción, un cuerpo principal y una conclusión, que se
dividen en siete partes, con un total de 21
capítulos. En la introducción se muestra la historia de los últimos
treinta años de la doctrina de choque económico que se ha aplicado alrededor
del mundo, desde América del Sur en
la década de los setenta hasta Nueva Orleáns después del huracán Katrina. Klein introduce dos de sus temas principales. 1) En donde los profesionales de la doctrina de choque tienden a buscar una
pizarra en blanco en el cual plasmar su ideal de crear economías de libre mercado, en el
que inevitablemente requiere normalmente una violenta destrucción del orden
económico preexistente. 2) Las
similitudes entre la crisis económica y
la doctrina original de la terapia de choque, una técnica psiquiátrica donde se aplicaron
choques eléctricos a los pacientes con enfermedades mentales.
Chile, 11 de septiembre de 1973. Golpe de Estado fascista. A continuación se aplicó en forma salvaje el neoliberalismo como política de la Escuela de Chicago. La Doctrina del Shock de Naomí Klein, es el libro que simplifica la ferocidad de la CIA, el Pentagóno, los Militares y la derecha conservadora chilena en contra de la Unidad Popular y el Pueblo.
***
El Premio Nobel y ex economista jefe del Banco Mundial, Joseph Stiglitz, escribió una reseña de La doctrina del shock para el New York Times, llamando al paralelismo entre
la terapia de choque económico y los experimentos psicológicos realizados por Ewen Cameron "sobre-dramático y
poco convincente" y afirmando que " Klein no es un académico y no puede ser juzgada
como tal. Hay muchos lugares en su libro donde se simplifica en exceso." Sin
embargo afirma que "la cuestión en
contra de estas políticas es aún más fuerte que la que Klein hace" y que el libro
contiene "una rica descripción de
las maquinaciones políticas necesarias para obligar a desagradables políticas
económicas en los países en resistencia.” Paul B. Farrell del Dow Jones Business News afirmó que "hay que leer lo que puede ser el libro
más importante sobre la economía en el siglo 21". John Gray escribió en The Guardian: "Hay
muy pocos libros que realmente nos ayudan a comprender el presente. La doctrina
del shock es uno de esos libros." William
S. Kowinski del San Francisco
Chronicle escribió: "Klein podría haber revelado la narrativa de
nuestro tiempo", y fue nombrado uno de los mejores libros de 2007 por
el Village Voice, Publishers Weekly,[] The Observer, y Seattle[] El irlandés Times describe los argumentos de Klein como "peso" junto a
los informes del Dr. Tom Clonan: "sistemáticamente
y con calma se muestra al lector" la forma en que los neoconservadores estaban íntimamente ligadas a los
eventos sísmicos que "dieron lugar a la pérdida de millones de
vidas". Cerca del final de la
revisión del Dr. Clonan, ofrece una síntesis de que el argumento central de
Klein
es que el proyecto neoconservador no se trata de "la implantación de la democracia", sino una receta
represiva por la maximización del beneficio global para una pequeña élite.
"Los neoconservadores ven como ideal la proporción de super-ricos/pobres
permanentemente ligada a una súper clase de oligarcas empresariales y sus
compinches políticos que son el 20%". El
80% restante sería la población del mundo, los pobres "desechables", que subsisten en la "miseria
planificada", que no pueden pagar una vivienda adecuada, la educación o la
asistencia sanitaria privatizada.
/////
Una nueva mirada sociológica sobre la Democracia
popular en América Latina en la década de los 70'. El Dr. Salvador Allende
Presidente Democrático de Chile el 11 de septiembre de 1973 lucha contra los poderes
facticos multinacionales. El imperialismo en "persona": Los
camioneros, los fascistas, los militares, la CIA, el Pentágono, Nixon el
Presidente y Kissinger el "hacedor" del poder imperial.
***
CHILE. LA PRIMERA
DICTADURA DE LA GLOBALIZACIÓN. (NEOLIBERAL).
*****
Mike Gatehouse.
Red Pepper. Rebelión domingo 6 de octubre del
2013.
Traducido del inglés para Rebelión por
Christine Lewis Carroll.
Cuando el general Pinochet
derrocó al gobierno de izquierdas de Salvador Allende en Chile, Mike Gatehouse fue
uno de los miles de activistas detenidos. En el 40 aniversario del golpe
describe la esperanza y el horror del momento.
Llegué a Chile a mitad del
mandato del gobierno de Unidad Popular. Se había elegido presidente a Salvador Allende el 4 de septiembre de
1970; era su cuarto intento de llegar a la presidencia. Lideraba una
coalición de su propio partido -el Partido Socialista-, el Partido Radical
-homólogo del Partido Laborista de Gran Bretaña, afiliado de la Internacional
Socialista-, el Partido Comunista y otros partidos menores, uno de ellos
escindido del Partido Demócrata Cristiano.
El estado de ánimo del país
en marzo de 1972 era todavía
bastante eufórico a consecuencia de logros sustanciales y muy populares, tales
como la nacionalización de las minas de
cobre de Chile y la búsqueda de una reforma agraria más radical. La gente
creía todavía que por fin tenía un gobierno que les pertenecía y que llevaría a
cabo mejoras reales e irreversibles para los pobres y desposeídos. Como dice la
letra de la canción de Inti-Illimani,
«porque esta vez no se trata de cambiar
un presidente, será el pueblo quien construya un Chile bien diferente».
Una cultura radicalizada.
En ese momento Chile era un sitio apasionante. Todo el
mundo estaba «comprometido». No había sitio, como reza la letra de la canción
de Víctor Jara, para los mirones: «ni chicha, ni limonada». El debate político era constante, ubicuo y
practicado por todas las edades, clases e ideologías, tanto de la derecha, el
centro y la izquierda. En los periódicos -la mayoría de los cuales sigue en
manos de la derecha-, las revistas, la radio y la televisión se discutía cada
acción del gobierno, cada promesa hecha por Allende y sus ministros y cada movimiento de la oposición con una
profundidad, una sofisticación y un veneno casi inimaginables en la Gran
Bretaña de hoy.
Los cambios no fueron sólo políticos, sino
también culturales. La mayoría de
los cantantes populares, actores, artistas, poetas y autores se identificó
estrechamente con Unidad Popular y
se consideraban comprometidos en la batalla contra los valores importados e
implantados de Hollywood, Disney,
Braniff Airlines, «Los fríos
traficantes de sueños en revistas que de la juventud engordan y profitan»
en las críticas palabras de la canción de Víctor
Jara ¿Quién mató a Carmencita? Se puso de moda jugar al ajedrez en
las cafeterías y plazas, a la vez que se debatía febrilmente de política.
El editor nacional Quimantu -la antigua compañía ZigZag
que el gobierno compró en 1971- imprimía una gran variedad de libros que vendía a bajo precio para
permitir a los más pobres tener libros, disfrutar de leer y tener acceso a la
literatura. Durante sus dos años de existencia se imprimieron 12 millones de libros que no sólo se
distribuían en librerías, sino también en kioscos de prensa en la calle,
autobuses, sindicatos y en algunas fábricas.
Nubes oscuras.
Pero se divisaban nubes
oscuras en el horizonte. La CIA ya
había intentado dar un golpe de Estado en 1970 y un secuestro chapucero que
desembocó en el asesinato del General
Schneider, comandante en jefe del ejército chileno. La ITT y otras
corporaciones estadounidenses fomentaban una intervención más decisiva por
parte del Departamento de Estado. Hubo una financiación inmensa de los grupos
de oposición en Chile y el precio
del cobre -la exportación clave de Chile- se manipuló en el mercado mundial. La
economía empezaba a tambalearse y la inflación subía.
En octubre de 1972 los propietarios del transporte
por carretera escenificaron un gran cierre patronal -todavía denominado por
error «huelga de camioneros»- que paralizó el transporte por carretera,
asaltaban o saboteaban los vehículos de cualquiera que seguía trabajando y
pagaban jornales muy por encima de los ingresos habituales a los camioneros propietarios que llevaron
sus camiones a los campamentos de huelga
montados en las cunetas de las carreteras. El ambiente de estos campamentos
era similar al de los bloqueos de las
refinerías de petróleo de Gran Bretaña en 2000, sólo que mucho más grave y
violento. Los alimentos, el petróleo y la gasolina escaseaban.
En mis horas libres
descargaba los trenes en la estación de Yungay de Santiago de Chile, junto con
los equipos de voluntarios organizados por los Jóvenes Comunistas Chilenos y otros grupos.
El cierre patronal remitió
y toda la atención se concentró en las elecciones al Congreso que se celebraron
a mitad de la legislatura en marzo de
1973. A pesar de la campaña concertada de los medios de comunicación de la
oposición para denunciar la creciente escasez de alimentos y las dificultades
económicas que incidían en los niveles de vida de muchos trabajadores, Unidad Popular incrementó su voto en un 43,2%.
Pero para entonces el Partido Demócrata Cristiano se había
derechizado y se identificaba cada vez más con los partidos de la derecha
tradicional. Su periódico -La Prensa-
publicaba con más frecuencia mensajes virulentos anticomunistas y a
veces antisemitas. Este bloque dominado por la derecha tenía mayoría en el
Senado y la Cámara de los Diputados e impedía la aprobación de cualquier
legislación. Unidad Popular
significaba «el camino al comunismo a través del estómago», es decir hambre y
el socialismo significaba promocionar la envidia o el odio (hacia los ricos).
***
La violencia de los ricos.
La oposición -unida en ese
momento - decidió que si los votos no podían proporcionar los resultados
requeridos, recurriría a la violencia y a los militares. Los edificios y
organismos gubernamentales fueron objetivo de los pirómanos y el sabotaje de la
red eléctrica originó apagones frecuentes. Las pandillas de jóvenes de clase
media en Providencia -una de las avenidas más adineradas de Santiago- paraban los trolebuses y los
incendiaban.
El 29 de junio el
Regimiento de Tanques número 2, liderado por el Coronel Souper y apoyado por la dirección del grupo fascista Patria
y Libertad, escenificó un golpe de Estado. Los
tanques rodearon la Moneda, el palacio presidencial en el centro de Santiago.
Pero el resto de las fuerzas armadas no prestó su apoyo y el golpe falló. Pasé
ese día con mi amigo Wolfgang -un
cineasta de la Universidad Técnica del Estado- intentando filmar la acción en
el momento que sucedía.
No sabíamos en ese momento
si se trataba de un ensayo general o un intento fallido por parte de un grupo
de cabezas locas. Nuestro alivio por su fracaso fue efímero: se hizo evidente
de inmediato que lo peor quedaba por venir. En mi lugar de trabajo -el Instituto Forestal- empezamos a
hacer turnos de guardia por la noche para proteger los edificios contra el
sabotaje. Los vehículos todo terreno ARO
distintivos del Instituto habían sufrido emboscadas en el sur conservador de
Chile y se había agredido a los conductores.
En el vecindario pobre
donde yo vivía cerca del centro de
Santiago, habíamos montado un comité de suministro de alimentos, cuyo
objetivo era combatir el mercado negro, disuadir el acaparamiento y asegurar
que los alimentos básicos como arroz, azúcar, aceite y algo de carne se
distribuyeran entre los residentes locales a precio oficial. Habíamos inscrito
a 1.200 familias en una zona de ocho manzanas y a las asambleas generales
semanales asistían unas 400 personas. Contactamos con los dueños de los
pequeños comercios de ultramarinos de la zona, pero no fuimos bien recibidos.
La rebelión militar.
El país se encontraba de
facto en un estado de guerra civil. Allende
intentó estabilizar la situación al incorporar a varios militares en su
gabinete pero a su leal jefe militar, el
General Prats, lo obligaron a dimitir cuando un grupo de esposas de otros generales
se manifestó delante de su casa y lo acusaron de cobardía. El General Augusto
Pinochet lo sustituyó; en ese momento se le consideró todavía leal a la
constitución.
A principios de septiembre de 1973
preveíamos un aumento progresivo de la violencia por parte de la derecha, una
rebelión militar, más intentos de golpe de Estado. Los partidarios de Unidad Popular se manifestaron el 4 de
septiembre delante del Palacio de la
Moneda donde Allende -desesperadamente cansado y serio- saludó a sus
seguidores.
Pero no estábamos
preparados para la celeridad, precisión y totalidad del golpe de Estado que se
inició en Valparaíso la noche del 10 de
septiembre y que -a las 3 horas de la mañana del 11 de septiembre- se había
hecho con el control del gobierno, de las principales ciudades, los
aeropuertos, las emisoras de radio y televisión, la red telefónica y las
comunicaciones.
En el Instituto Forestal nos reunimos en la cafetería. La mayoría de los
trabajadores se fue a casa a recoger a los niños del colegio, a asegurar la
seguridad de su familia. Quizá algunos habían recibido órdenes de sus partidos
de acudir a ciertos lugares de la ciudad con el fin de defenderlos, esperar
órdenes o hasta de coger las armas. Algunos nos quedamos para custodiar los
edificios hasta que el toque de queda
militar hizo que nos fuera imposible partir. La radio sólo retransmitía
música militar y los bandos militares se leían con una voz entrecortada
mecánica y cruel; se había declarado un toque de queda indefinido que duraba
las 24 horas, se leía los nombres de los que debían entregarse inmediatamente
en el Ministerio de Defensa y se justificaba el «pronunciamiento militar».
Víctor Jara. El gran Cantautor Revolucionario, latinoamericano, cobardemente asesinado junto a otros miles de combatientes chilenos por la dictadura fascista en las instalaciones del Estadio Nacional.
***
La tortura y los asesinatos.
Al principio pensábamos que
había resistencia, que las fuerzas armadas se dividirían, incluso que el General Prats marcharía desde el sur
con los regimientos leales a la constitución. Pero nada de esto ocurrió. Los
focos de resistencia en las zonas industriales de las ciudades se eliminaron
rápida y brutalmente, se detuvieron a algunos mandos militares, otros huyeron
del país, pero no hubo una rebelión significativa. Los partidos de Unidad
Popular y del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria se prepararon para la resistencia clandestina, pero como
habían trabajado pública y abiertamente durante tanto tiempo, la mayoría de los
dirigentes fue identificada al instante, detenida y asesinada.
Junto con otras personas no
chilenas, me escondí esa noche en el cobertizo de un colega que vivía cerca del
Instituto. Al volver la mañana
siguiente encontramos el Instituto vacío con las puertas forzadas y marcas de
bala. Una patrulla militar había llegado durante la noche y había detenido al director y a los que
habían quedado para hacer guardia. Registramos todo el edificio, despacho a
despacho, eliminando todo rastro de nombres, afiliación sindical, carteles e
insignias de partidos, todo lo que podría incriminar a nuestros colegas. Fue duro: todo lo que había sido normal,
rutinario y legal fue ahora ilegal, peligroso y potencialmente letal.
Más tarde algunos
limpiadores llegaron y nos advirtieron que nos fuéramos: podrían volver los militares y detenernos. Nos llevaron
por el campo a las chabolas donde vivían y -poniéndose en riesgo a sí mismos y
a sus familias- nos escondieron y alimentaron hasta el fin del toque de queda.
Pasamos los días siguientes
en el limbo, de casa en casa de amigos.
De mis dos compañeros de piso chilenos, uno había sido detenido el 12 de
septiembre en la Universidad Técnica del
Estado junto con cientos de estudiantes y académicos y llevado al Estadio de Chile donde se torturó y
asesinó a Víctor Jara. Wolfgang consiguió
escapar y se asiló más tarde en Gran
Bretaña. Mi otro compañero, Juan,
había pedido asilo en la embajada sueca.
Una limpieza completa.
Es difícil captar la escala
y la minuciosidad del golpe de Estado.
Desde el principio los militares buscaron sustituir a todos los funcionarios,
desde los ministros, gobernadores
provinciales y rectores de universidad hasta los alcaldes de ciudades pequeñas y directores de institutos. Los
sustitutos fueron en su mayoría militares en activo o retirados o de la
confianza de los gobernantes.
Los departamentos universitarios -sobre
todo sociología, políticas, periodismo- se
depuraron o se cerraron y se abolieron licenciaturas
enteras. Se saquearon bibliotecas y
librerías y se quemaron libros. Los bloques de apartamentos en el centro de
Santiago se registraron y se tiraron
todos los libros -incluyendo los míos- por las ventanas de los pisos para
quemarlos en la calle. Se declararon todos los partidos políticos «en receso» y los de Unidad Popular y la izquierda se prohibieron y se requisaron sus
oficinas y propiedades.
La policía había realizado una redada dos veces en nuestro apartamento
después de que unos vecinos de derechas alegaran que allí albergábamos un arsenal de armas. Fue una imprudencia
por mi parte volver -diez días después del golpe de Estado- a recoger algo de
ropa y ya me iba cuando la policía bloqueó la calle y una patrulla armada me detuvo.
En la comisaría había un
ambiente de histeria. Los carabineros
habían luchado el día del golpe de
Estado entre los que eran leales a la constitución y los que apoyaban el
golpe. Los supervivientes habían
estado de guardia casi permanentemente, alimentados con rumores de que «habían llegado extranjeros a Chile para
asesinar a sus familias». Aunque parecía improbable -debido a mi pelo rubio
y ojos azules- me acusaron de ser extremista
cubano. Una pila de libros -quizá los míos incluidos- se quemaba en el
patio y el humo me llegaba a través de los barrotes de la celda donde me
retenían.
En el Estadio Nacional.
Más tarde ese día me llevaron al Estadio Nacional, el
gran recinto nacional de fútbol y deporte. La entrada estaba atestada de grupos
de prisioneros que llegaban de los cuatro puntos de la capital. Había un grupo
importante con batas blancas, médicos y
enfermeros de uno de los principales hospitales, detenidos porque se habían
negado el mes anterior a unirse a sus colegas de derechas en una huelga contra el gobierno.
Nos llevaron como rebaños
hasta los vestuarios y despachos. Los
soldados estaban situados con ametralladoras a lo largo del pasillo que
rodeaba el estadio por debajo de las
gradas. Éramos 130 en nuestro
camarín, un vestuario de equipo donde sólo podíamos dormir por la noche en
filas y tocándonos pies con cabeza. En
la celda contigua había mujeres;
algunas habían sido horriblemente vejadas y torturadas, pero su moral y
cánticos nos sostuvieron durante los días siguientes.
Las fotografías del momento tienden a
mostrar a los prisioneros en las
gradas. Pero estos prisioneros sólo eran una pequeña parte del número total,
mientras muchos más permanecieron en las celdas
subterráneas y aquellos prisioneros que se seleccionaron para
interrogación, tortura y eliminación se llevaron al velódromo colindante.
Yo tuve suerte. Mi familia y amigos habían informado
a la embajada británica de que
estaba desparecido y en el séptimo día de mi detención en el estadio el cónsul británico se presentó para
obtener mi liberación. Quería quedarme en Chile
pero sin documentos ni empleo -todos los extranjeros del Instituto habían sido
suspendidos indefinidamente por el nuevo director nombrado por los militares-
no tuve más remedio que partir. Otros
muchos fueron menos afortunados. Al
ingeniero brasileño que estuvo conmigo en el camarín lo encapucharon y
golpearon en los oídos con un bate de madera hasta que casi no oía y fue
interrogado tanto por la inteligencia
chilena como por la brasileña. Se lo comenté a Amnistía Internacional, pero nunca supimos qué fue de él.
La Unidad Popular y la Historia de Chile.
***
El neoliberalismo empieza aquí.
Cuando volví a Gran Bretaña me uní a la Chile Solidarity Campaign que se estaba formando con el
apoyo de Liberation, los
principales sindicatos, el Partido
Laborista y el Partido Comunista, el IMG [Grupo Marxista
Internacional] e IS, gente
procedente de las iglesias y el teatro y académicos, artistas y músicos. En ese
momento creíamos que la dictadura duraría poco y personalmente esperaba volver
a Chile para retomar mi vida allí.
Pero no entendimos entonces
que el régimen de Pinochet fue mucho
más que la suma de sus tropas, el armamento y la represión. Fue un proyecto económico completo, quizá
el primer intento total de implantar una revolución
neoliberal mediante la conmoción extrema de un golpe de Estado y una
dictadura. Pero el poder que lo apuntaló no residía en el Ministerio de Defensa
de Santiago, sino en Washington y
Chicago, en las sedes centrales de las corporaciones,
los bancos y los comités de expertos, en la City de Londres, Delaware y los imperios extraterritoriales
emergentes que tan brillantemente documentó Naomi Klein en La Doctrina del Shock. Estas instancias
dominaron no sólo Chile sino los Estados y las economías de gran parte
del mundo desarrollado que a pesar de la actual recesión, siguen dominando.
La lucha contra esta dictadura económica globalizada acaba de empezar. Incluso en Chile,
más de 20 años después del fin del régimen de Pinochet, los miles de estudiantes que han tomado las
calles saben lo que piden: que se ponga fin al modelo liberal en la educación y otros
servicios públicos y que se reinstaure la provisión universal como derecho
humano.
*****
Mike Gatehouse es activista y periodista. Vivió en Chile en
1972 y 1973 y después de partir trabajó en la Chile Solidarity Campaign
y el Comité de Derechos Humanos de El Salvador. Es ahora miembro del equipo
editorial de Latín América.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario