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Mundialización de la cultura.- “El proceso
de mundialización de la cultura, para Renato Ortiz, es un
proceso que contiene reglas, modelos que son hegemónicos con la gran diferencia
de que éstos son mundiales y no globales. Es
por ello que no se da una identidad global y puede que tampoco se de un
gobierno global. No puede existir una cultura global. Renato Ortiz dice que
la mundialización debería traducirse en una igualdad de derechos sociales y no
de formas culturales. Es por eso que
para él lo que se globaliza es el mercado acompañado de la tecnología y lo que se mundializa es la cultura,
es decir, que el primer proceso se posesiona como una táctica económica y tecnológica
para así poder expandir sus macro-empresas y corporaciones financieras,
apropiándose por lo general, de los recursos de los países pobres; y el segundo proceso que da a conocer una
red de imaginarios, tanto individuales como colectivos, a través de
industrias culturales. Aclara expresando que se está pasando por una época en
donde surgen conceptos nuevos para la comprensión de un conjunto de fenómenos
también nuevos y es por ello que quiere
dar a conocer ante todo cuáles son las fuerzas estructurantes más
importantes en el contexto de la sociedad globalizada y de la mundialización de la cultura.
Pero sin embargo, consideramos que el concepto
de lo que es la mundialización de la cultura radica en un proceso que
integra no sólo la cultura, sino
además la economía, la tecnología, la
estructura de gobierno, que se caracteriza por nuevos mercados, nuevos
participantes, nuevas reglas, normas y nuevos instrumentos de comunicación y todo por efecto de la globalización.
Esta mundialización permitiría
erradicar la pobreza y continuar el progreso sin precedentes. Sin embargo, se
podría progresar más en materia de normas, estándares, políticas e instituciones relativos a los
mercados mundiales que respecto de la gente y sus derechos.
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Dr. Renato Ortiz, Sociólogo y Antropólogo Brasileño, considera: El
proceso de mundialización de la cultura, es un proceso que contiene reglas,
modelos que son hegemónicos con la gran diferencia de que éstos son mundiales y
no globales. Es por ello que no se da una identidad global y puede que tampoco
se de un gobierno global. No puede existir una cultura global.
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SOCIÓLOGO RENATO
ORTIZ: EL BIÓGRAFO DE LA CIUDAD “GLOBAL”.
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De paso por Buenos Aires, Renato Ortiz, el reconocido pensador
brasileño analiza las mutaciones por las que atraviesan las metrópolis
contemporáneas.
Por Marcelo Pisarro.
Octubre del 2013.
El antropólogo y sociólogo brasileño Renato Ortiz estuvo en Buenos Aires.
Dictó una conferencia en el seminario internacional “Ciudades, cultura y futuro” que se realizó en la Usina del Arte,
en La Boca. El tema de la convocatoria y los intereses del orador dieron la
excusa para repasar algunas de sus preocupaciones recurrentes.
–¿Qué es una ciudad?
–Es difícil definirla. Hoy las ciudades son
básicamente configuraciones del espacio urbano. En el pasado las ciudades no
eran necesariamente urbanas. Tenían otra naturaleza. La ciudad moderna es una
aglomeración, en el interior de la cual están presentes el anonimato y la
impersonalidad. De una manera metafórica, una ciudad es una sociedad que tiene
nostalgia de una comunidad. Muchas personas quieren transformar ese espacio
heterogéneo e impersonal en un lugar más habitable. Más comunal. Es un dilema
que emerge con la revolución industrial y que todavía está presente.
–Durante el siglo XX se usaron
diferentes metáforas para entender la ciudad: organismo biológico, máquina,
texto. ¿Qué metáfora usaría hoy?
–La ciudad moderna se pensaba a partir de la idea
de totalidad. En ese sentido los arquitectos hablan de reforma urbana: suponen
la existencia de una totalidad urbana que se puede trabajar, planear, decidir
qué hacer o no hacer. En la ciudad “posmoderna”, como se dice, esta totalidad
se rompió. Las ciudades no son sólo una totalidad; las conglomeraciones
incorporan zonas conurbanas, se hace difícil establecer las fronteras. Habría
que buscar metáforas de agregación pero también de disfunción para referirse a
las ciudades contemporáneas.
–¿Por qué entrecomilló la
posmodernidad?
–Porque la posmodernidad ya no existe. El debate
sobre la posmodernidad declinó al final de los 90. Ya no hay arquitectos
posmodernos. Ni siquiera quedan filósofos posmodernos. En el siglo XXI aquello
que se denominaba “posmodernidad” decayó en el debate en contraposición con la
globalización. La discusión sobre la globalización tomó una dimensión mucho más
importante de la que tenía en los 80 y 90. Eso no quiere decir que los puntos
discutidos en el debate posmoderno no hayan sido importantes, por ejemplo, el
tema de las diferencias, la crítica a los universales, al eurocentrismo.
–¿Los debates sobre la
globalización no están empezando a caer también en desuso? Parecen haberse
corrido del centro de la escena pública; la globalización ya no aparece como
objeto principal de queja.
–Es bueno quejarse de la globalización. Al menos
del tipo de globalización que tiene efectos negativos en la vida de las
personas. Yo creo más bien que el debate sobre la globalización está cada vez
más asimilado. Llegará un momento en el que ya no necesitaremos hablar sobre
globalización. Los problemas estarán insertos en un contexto más amplio.
Todavía no llegamos a ese punto, pero el camino es ése.
–Usted señaló que la
mundialización, para tornarse cultura, debe materializarse como cotidianeidad.
–Sí. Cuando escribí Mundialización y
cultura en 1994 la gran dificultad, lo urgente, era entender este
fenómeno, que se tomaba como algo que venía de afuera. Como yo tenía una
formación antropológica además de sociológica, al trabajar sobre cultura podía
mirar cómo la globalización actuaba en los hechos cotidianos. Decía entonces,
por ejemplo, que Madonna ya no es estadounidense, que está mundializada. El
otro día bromeaba con que Pelé ya no es más brasileño, ya es un icono
internacional; Maradona no, Maradona es argentino, no está trasnacionalizado;
Messi, en cambio, nunca fue argentino. Es una provocación pero sirve para
pensar cómo los signos –no las personas concretas–, las imágenes, son
significadas y percibidas en ciertos contextos.
–En Taquigrafiando lo social
escribió que “al instituirse como espacio autónomo de conocimiento, la
sociología se separa del periodismo, de la filosofía, de la política, de otros
textos y del sentido común, pero sin anularlos. Estos discursos permanecen
intactos como formas de conocimiento, muchas veces, en oposición al
razonamiento sociológico”. ¿Qué es, en cuanto al estudio de las ciudades, lo
claramente distintivo del razonamiento sociológico?
–No hablaría sólo de las ciudades ni de la
sociología. Las ciencias sociales establecen un espacio diferencial a partir
del cual se establece un “mundo aparte”. Este “mundo aparte” no está del todo
aparte, sino que dialoga, o más bien, está en fricción, que puede ser positiva
o negativa, con el periodismo, la filosofía, la política. Las ciencias sociales
no pueden coincidir ni con el periodismo ni con la política, pues no tendrían
una especificidad; al mismo tiempo, no pueden prescindir del mundo
contemporáneo, pues lo que hacen es una especie de taquigrafía de su época. La
relación es de proximidad y distancia. El caso de la ciudad no se diferencia de
los demás fenómenos que pueden ser estudiados por las ciencias sociales.
–Esta taquigrafía producida
por las ciencias sociales, ¿es tomada en cuenta por las otras formas de
conocimiento?
–Sí y no. Usan lo que les interesa. Debe ser así.
Las ciencias sociales no tienen que rendir cuentas a los políticos, ni a los
periodistas, de la misma manera en que los periodistas no tienen que rendir
cuentas a las ciencias sociales, aunque busquen en ellas elementos, conceptos,
diagnósticos.
–Todos estos conceptos, cuando
refieren a la mundialización, ¿son más “aplicables” a las grandes ciudades que
a los pueblos, pequeñas ciudades o zonas rurales?
–Las ciencias sociales no tienen que pensar
conceptos “aplicables”; deben pensar de manera crítica diferentes niveles de la
vida social. Lo que se llama “ciudad” tiene una connotación distinta en función
de su tamaño, historia, contextos; en un pueblito, por ejemplo, la noción de
anonimato no funciona. Depende de la perspectiva. Por supuesto que las ciudades
globales predominan en estos pensamientos, en especial a partir de los trabajos
de Saskia Sassen. Estas ciudades juegan un papel económico decisivo. Es
importante, pero a mí me interesa el proceso de mundialización; este proceso
involucra a ciudades grandes, chicas, pueblitos, zonas rurales. Lo importante
es saber cómo se involucran en ese proceso. No existe, no puede existir, una
gran teoría general de la globalización. Hay rasgos generales pero debe
enfocarse dónde están inmersas las prácticas. Una gran metrópoli tiene espacios
mundializados, historia local, etc.
–En Lo próximo y lo distante
habló de “dislocarse en un continuum espacial diferenciado” para pensar Japón.
¿Este continuum resulta más apropiado que la imagen fracturada que prevalece
acerca de las ciudades?
–Esta idea de fractura es complicada porque implica
separación. En realidad son distinciones que deberían ser pensadas en cuanto
tales. Hay que evitar esa idea de fractura esquizofrénica que aparecía mucho en
la literatura posmoderna. Lo interesante es percibir las conexiones, las
distinciones, el proceso de diversificación, que ya existía en la modernidad y
que se amplía en la sociedad global.
–Hace dos décadas escribió que
“la comprensión de un mundo desterritorializado requiere un punto de vista
desterritorializado”. ¿Se llegó a este punto de vista desterritorializado?
–La pregunta en ese momento era si yo, como
brasileño, podía pensar algo que no fuera Brasil. Y mi respuesta fue que sí,
que no debía encadenarme sólo en la realidad nacional. La idea de desarraigo
era importante para pensar cualquier cosa, pero sobre todo los procesos de
globalización. Para pensarlos no a partir de Brasil, no a partir de América
latina. Quería hacer un esfuerzo metodológico para desenraizarme y tener una
mirada, no más neutra, sino más abarcadora. Y todavía vale la pena. Mucho de lo
escrito sobre globalización está marcado por la perspectiva anglosajona y no
hay ningún esmero para salir de esa perspectiva. Hay límites, pero es
importante hacer un esfuerzo. En el estudio de las ciencias sociales, no
importa el tema. Es posible salir del espacio y del tiempo. Sirven para eso
algunas figuras: el extrañamiento, el flâneur y el viaje.
–De nuevo la idea de que el
desarraigo es una condición de época, la expresión de otro territorio.
–Sí, podemos ver otros espacios por fuera del lugar
donde el espacio se materializa, al que estamos obligados a llamar local,
nacional, etc. La modernidad-mundo se materializa en la vida cotidiana. Por
supuesto, no hay ningún “ciudadano global”; es sólo un esmero metodológico.
Cuando empezamos las discusiones sobre globalización, en San Pablo, fundé un
pequeño grupo para debatir el tema. Había un inconveniente: cada vez que
queríamos hablar de todo esto, aparecían los problemas de Brasil, la pobreza,
el subdesarrollo, el imperialismo norteamericano… Hasta que propuse cerrar la
puerta e imaginar que no estábamos en Brasil, que podíamos pensar el mundo;
pero que nadie se preocupara, después abríamos la puerta y todos hablábamos en
portugués, nuestros sueldos estaban en ese momento en cruzeiros, gustábamos de
los platos brasileños y mirábamos televisión brasileña. Hay que hacer el
esfuerzo.
–En general el espacio se
piensa en relación al medio físico, la sociedad se piensa en relación al
espacio, la cultura se piensa en relación a la sociedad. ¿Por qué es tan
difícil sacudirse esta idea?
–Creo que tiene que ver con la noción de sociedad
nacional. La idea de que la nación es un territorio, una cultura. Por supuesto,
los antropólogos estudiaron así las culturas que hoy llamamos indígenas y antes
llamábamos primitivas; esas culturas tampoco podían ser pensadas de esta
manera, y sin embargo los antropólogos lo hacían. La construcción de la
identidad indígena no se limita a un territorio específico. Implica relaciones
con el Estado nacional, con ONG y el Banco Mundial, relaciones que no pueden
ser comprendidas sólo en el espacio territorial. La dificultad surge de la
combinación entre nación y política. La política se hace predominantemente en
la nación; es su lugar por excelencia, también en el mundo globalizado. El
territorio nacional es la referencia política. Con la economía y la cultura no
sucede así; los elementos de transnacionalización son otros, diferentes a los
de la esfera política. Este malestar es contemporáneo. En los 30 o 40 no
existía; estaban Brasil, Argentina, Francia, y no había problemas. Ahora esta
imagen de los territorios nacionales ya no es la única; hay una asimetría entre
el territorio y las imágenes culturales que tenemos de las naciones.
"De la misma manera que
hay que ser crítico con lo universal, también hay que ser crítico con la
diversidad", dice Ortiz.
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