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JOSÉ MÚJICA, el Presidente del Gobierno “ más pobre” del mundo.
Es el jefe de Estado de Uruguay. Vive con 1,000 (mil euros), porque los otros 9,000 (nueve
mil) de su sueldo lo destina a proyectos de ayuda.
Dicen de José
Mújica -Pepe para los
amigos- que es el «hombre más
honrado del mundo». Se trata de un señor de 76 años, de aspecto campechano, amante del buen comer y de la
naturaleza, que viste vaqueros, chaleco
y gorra. Hasta aquí todo bien si no se tratara de un
presidente del Gobierno, en este caso el de Uruguay. Mújica – ex guerrillero y fundador del Movimiento de Liberación
Nacional Tupamaros - juró su cargo como presidente del Gobierno el 1 de marzo de
2010, pero antes compaginaba la política con el cultivo de flores en su
humilde granja en la periferia de Montevideo. Allí suele
refugiarse junto a su mujer, Lucía
Topolansky, Senadora de la República y su perra Manuela, lejos del ajetreo del palacete
presidencial, conocido como «La casona
de Suárez y Reyes».
Estuvo en la cárcel 13 años y nunca creyó en la posibilidad de convertirse en el
presidente de Uruguay. Incluso antes de ganar las elecciones llegó a asegurar a
un periodista: «Que yo sea presidente es tan difícil como el silbido
de un cerdo». Sin embargo, en tan solo dos años ha logrado conseguir
la simpatía del pueblo con el que él llama «el modelo Lula», haciendo
referencia a la política del ex presidente brasileño. La
prensa uruguaya lo ha calificado como el «presidente
más pobre del mundo». Su patrimonio asciende a los 165.480 euros (4,2
millones de pesos) e incluye tres
terrenos, tres tractores y dos coches de 1987, según los datos presentados
por la Junta de Transparencia y Ética de Uruguay, el pasado mes de abril. Su
salario como jefe de Estado es de 10.237 euros al mes (260.259 pesos).
No obstante -y según ha dejado constancia el propio líder uruguayo- no disfruta del
total de su sueldo, ya que cerca del 90% lo destina a proyectos de ayuda.
«Con ese dinero me alcanza, y me tiene
que alcanzar porque hay otros uruguayos que viven con mucho menos», sentencia
el presidente.
José Mújica - Pepe para sus amigos - es el Presidente de Gobierno "mas pobre" del Mundo.
Alguna vez aprenderán muchos políticos corruptos y ladrones de América Latina.
***
Iniciativas populistas.
Para sorpresa de todos, hace tan solo una semana el presidente
Mujica ofreció a través del Ministerio de Desarrollo Social (MIDES) el palacete presidencial como refugio
para indigentes, en vista de la llegada del invierno en Uruguay, el próximo
21 de junio. Además, el pasado mes de diciembre donó 125.000 euros (unos
2,5 millones de pesos uruguayos) al Plan
Juntos, un programa oficial de vivienda para personas sin recursos,
según informaba la publicación gubernamental «Políticas», en su edición de
diciembre. Para esta iniciativa, el presidente uruguayo exigió que los
principales obreros fueran los presos de las cárceles locales. «Nos faltan 100.000 viviendas. No quiero una
sola carpintería en una sola cárcel, quiero que todos los presos hagan algo
para solucionar el problema de la vivienda y el hacinamiento», aseveró. Fiel a sus ideales,
José Mújica ha declarado que cuando
se retire donará parte de la jubilación al Fondo Raúl Sendic, que administra su
partido (Frente Amplio), y al
Movimiento de Participación Popular (MPP), que financia proyectos sociales.
Momentos tensos.
No obstante, en la actualidad el presidente
uruguayo no está vivienda un buen momento político. Por un lado, el pasado
martes 6 de junio la ministra de Vivienda, Graciela Muslera, se
convirtió en el segundo miembro del Gobierno en renunciar en la última semana,
después de la salida del titular de Turismo, Héctor Lescano. Muslera, quien ya había mostrado públicamente sus
diferencias con Mujica, dimitió «como manera de allanar el proceso de
renovación de equipos que promueve».
Por otro lado, el pasado lunes 5 de junio el Partido Nacional o «Blanco», principal partido de la
oposición en Uruguay, presentó una moción de censura en el Parlamento
contra el ministro del Interior, Eduardo
Bonomi, en medio de un huracán de críticas a la política carcelaria del
país, tras la actuación del gobierno en un reciente motín en una prisión del
país. Además, la oposición acusa al actual gobierno y el anterior, también de
la coalición de izquierda Frente Amplio
(FA), de haberse gastado 50
millones de dólares para realizar mejoras en las cárceles del
país. Sin embargo, según apunta la prensa uruguaya, es muy difícil que la
moción de censura al ministro del Interior, para exigir su renuncia, tenga éxito debido a
que el oficialismo tiene la mayoría y apoya en bloque al ministro.
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"El Pepe Mújica" hablando en la 68º Asamblea de las Naciones Unidas.
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Discurso de José Mújica en la 68º Asamblea
General de Naciones Unidas.
Presidente de la República del URUGUAY.
*****
Domingo 24 de septiembre del 2013.
Amigos todos, soy del sur, vengo del sur. Esquina del Atlántico y el
Plata, mi país es una penillanura suave, templada, pecuaria. Su historia de
puertos, cueros, tasajo, lanas y carne tuvo décadas púrpuras de lanzas y
caballos hasta que, por fin, al arrancar el siglo XX se puso a ser vanguardia
en lo social, en el Estado y la enseñanza. Diría: la social democracia se inventó en el Uruguay.
Durante casi 50 años el mundo nos vio como una especie
de Suiza. En realidad, en lo
económico, fuimos hijuelos bastardos del imperio británico y, cuando este
sucumbió, vivimos las amargas mieles de términos de intercambio funestos y
quedamos estancados añorando el pasado; casi 50 años recordando Maracaná, nuestra hazaña deportiva.
Hoy hemos
resurgido en este mundo globalizado,
tal vez, aprendiendo de nuestro dolor. Mi
historia personal: la de un muchacho —porque alguna vez fui muchacho— que,
como otros, quiso cambiar su época y su mundo tras un sueño: el de una sociedad libertaria y sin clases.
Mis errores, en parte, son hijos de mi tiempo. Obviamente, los asumo, pero hay
veces que me grito con nostalgia: “¡Quién tuviera la fuerza de cuando éramos
capaces de abrevar tanta utopía!”.
Sin embargo,
no miro hacia atrás, porque el hoy real nació en las cenizas fértiles del ayer.
Por el contrario, no vivo para cobrar cuentas o reverberar recuerdos. Me
angustia, y de qué manera, el porvenir que no veré y por el que me comprometo. Sí es posible un mundo con una humanidad
mejor, pero tal vez, hoy, la primera tarea sea salvar la vida.
Pero soy del sur y vengo del sur a esta Asamblea.
Cargo inequívocamente con los millones de compatriotas pobres en las ciudades, en los páramos, en las selvas, en las pampas
y en los socavones de la América Latina; patria común se está haciendo.
Cargo con las culturas
originarias aplastadas, con los restos del colonialismo en Malvinas, con bloqueos
inútiles a ese caimán bajo el sol del Caribe que se llama Cuba. Cargo con las consecuencias de la
vigilancia electrónica que no hace otra cosa que sembrar desconfianza que nos
envenena inútilmente. Cargo con una gigantesca deuda social y con la necesidad de defender la Amazonia, los mares, nuestros grandes ríos de América. Cargo con el
deber de luchar por patria para todos
y para que Colombia pueda encontrar
el camino de la paz. Y cargo con el deber de luchar por tolerancia. La tolerancia se precisa para con
aquellos que son distintos y con los que tenemos diferencias y discrepamos. No
se precisa la tolerancia para los que estamos de acuerdo. La tolerancia es el
fundamento de poder convivir en paz y entendiendo que, en el mundo, somos
diferentes.
El combate a la economía sucia, al narcotráfico, a la estafa y el fraude, a la corrupción,
plagas contemporáneas prohijadas por el antivalor, ese que sostiene que somos
más felices si nos enriquecemos sea como sea.
Hemos sacrificado los viejos dioses inmateriales y ocupamos
el templo con el “dios mercado”. Él nos organiza la economía, la política, los
hábitos, la vida y hasta nos financia en cuotas y tarjetas la apariencia de
felicidad. Parecería que hemos nacido solo para consumir y consumir y, cuando
no podemos, cargamos con la frustración, la pobreza y hasta la autoexclusión. Lo
cierto, hoy, que para gastar y enterrar los detritos, en eso que se llama la
huella de carbono por la ciencia, si aspiráramos en esta humanidad a consumir
como un americano promedio, son imprescindibles tres planetas para poder vivir. Es decir, nuestra civilización montó un desafío mentiroso
y, así como vamos, no es posible para todos colmar ese sentido de despilfarro
que se le ha dado a la vida que, en los hechos, está masificando como cultura;
nuestra época siempre dirigida por la acumulación y el mercado. Prometemos una
vida de derroche y despilfarro. En el fondo, constituye una cuenta regresiva
contra la naturaleza y contra la humanidad como futuro. Civilización contra la sencillez,
contra la sobriedad, contra todos los ciclos naturales, pero peor: civilización
contra la libertad que supone tener tiempo para vivir las relaciones humanas,
lo único trascendente: amor, amistad, aventura, solidaridad, familia. Civilización contra el tiempo libre que
no paga, que no se compra, y que nos permite contemplar y escudriñar el
escenario de la naturaleza.
Arrasamos las selvas verdaderas
e implantamos selvas anónimas de cemento. Enfrentamos al sedentarismo con
caminadores; al insomnio, con pastillas; a la soledad, con electrónica ¿Es que somos felices alejados de lo eterno
humano? Cabe hacerse esta pregunta. Aturdidos, huimos de nuestra biología
que defiende la vida por la vida misma, como causa superior, y la suplantamos
por el consumismo funcional a la
acumulación. La política, la eterna madre del acontecer humano, quedó
engrillada a la economía y al mercado. De salto en salto, la política no puede
más que perpetuarse y, como tal, delegó el poder, y se entretiene aturdida
luchando por el gobierno.
Desbocada marcha la historieta
humana, comprando y vendiendo todo, e innovando para poder negociar de algún
modo lo que es innegociable. Hay marketing
para todo: para los cementerios, el
servicio fúnebre, las maternidades, marketing para padres, para madres, para
abuelos y tíos, pasando por las secretarias, los autos y las vacaciones. Todo, todo es
negocio. Todavía, las campañas de marketing caen deliberadamente
sobre los niños y su psicología, para influir sobre los mayores, y tener hacia
el futuro un territorio asegurado. Sobran pruebas de estas tecnologías bastante
abominables que a veces conducen a las frustraciones, y más.
El hombrecito promedio de nuestras grandes ciudades deambula entre las
financieras y el tedio rutinario de las oficinas, a veces atemperadas con aire
acondicionado. Siempre sueña con las vacaciones y la libertad. Siempre sueña
con concluir las cuentas, hasta que un día el corazón se para, y adiós. Habrá
otro soldado cubriendo las fauces del mercado, asegurando la acumulación.
Es que la crisis es la impotencia de la política,
incapaz de entender que la humanidad no se escapa ni se escapará del
sentimiento de nación. Sentimiento que casi está incrustado en nuestro código
genético: de algún lado somos. Pero hoy es tiempo de batallar para preparar un
mundo sin fronteras.
La economía globalizada no tiene otra conducción que el interés privado de
muy pocos y cada Estado nacional mira su estabilidad continuista, y hoy, la
gran tarea para nuestros pueblos, en nuestra humilde manera de ver, es el todo.
Como si esto fuera poco, el capitalismo
productivo, francamente productivo, está medio prisionero en la caja de los
grandes bancos que, en el fondo, son la cúspide del poder mundial.
Más claro:
creemos que el mundo requiere a gritos reglas globales que respeten los logros
de la ciencia, que abunda. Pero no es la ciencia la que gobierna el mundo. Se
precisa, por ejemplo, una larga agenda de definiciones. ¿Cuántas horas de trabajo en toda la tierra? ¿Cómo convergen las
monedas? ¿Cómo se financia la lucha global por el agua? Y contra los desiertos.
¿Cómo se recicla y se presiona contra el calentamiento global? ¿Cuáles son los
límites de cada gran quehacer humano? Sería
imperioso lograr consensos planetarios para desatar solidaridad hacia los
más oprimidos, castigar impositivamente el despilfarro y la especulación, movilizar
las grandes economías no para crear descartables con obsolencias calculadas, sino bienes útiles sin frivolidades,
para ayudar a levantar a los más pobres del mundo. Bienes útiles contra la pobreza mundial. Mil veces más redituable
que hacer guerras es volcar un neo-keynesianismo
útil de escala planetaria para abolir las vergüenzas más flagrantes que
tiene este mundo.
Tal vez nuestro mundo precisa menos organismos mundiales de
esos que organizan los foros y las
conferencias que le sirven mucho a las cadenas hoteleras y a las compañías
aéreas y que, en el mejor de los casos, nadie recoge y los transforma en
decisiones. Necesitamos, sí, mascar mucho lo viejo y eterno de la vida humana,
junto a la ciencia, esa ciencia que
se empeña por la humanidad, no para hacerse rico.
Con ellos, con los hombres de
ciencia de la mano, primeros consejeros de la humanidad, establecer acuerdos
para el mundo entero. Ni los Estados
nacionales grandes, ni las trasnacionales y, mucho menos, el sistema
financiero, deberían gobernar el mundo humano. Sí la alta política
entrelazada con la sabiduría científica; allí está la fuente, esa ciencia que
no apetece el lucro, pero que mira el porvenir y que nos dice cosas que no
atendemos. ¿Cuántos años hace que nos dijeron en Kyoto determinadas cosas que no nos dimos por enterados? Creo que
hay que convocar la inteligencia, el comando de la nave arriba de la Tierra.
Cosas de este estilo y otras que no puedo desarrollar nos parecen
imprescindibles, pero requerirían que lo
determinante fuera la vida, no la acumulación.
"La fuerza de la humanidad se concentra en lo
esencial, es inconmensurable. Allí están las más portentosas fuentes de
energía". José Mújica en las Naciones Unidas.
***
Obviamente, no somos tan ilusos. Estas cosas no pasarán, ni otras parecidas. Nos
quedan muchos sacrificios inútiles por delante, mucho remendar consecuencias y
no enfrentar las causas. Hoy el mundo es
incapaz de crear regulación planetaria a
la globalización y esto es por el debilitamiento de la alta política (esa
que se ocupa de todo). Por un tiempo vamos a asistir al refugio de acuerdos más
o menos regionales que van a plantear un mentiroso libre comercio pero que en
el fondo van a terminar construyendo parapetos proteccionistas supranacionales en algunas regiones del planeta. A
su vez, van a crecer ramas industriales de importancia y servicios, todos
dedicados a salvar y a mejorar el medio ambiente. Así, nos vamos a consolar por
un tiempo, vamos a estar entretenidos. Y, naturalmente, va a continuar
impertérrita la acumulación para
regodeo del sistema financiero. Continuarán las guerras y, por tanto, los fanatismos, hasta que, tal vez, la
naturaleza nos llame al orden y haga inviable nuestra civilización.
Tal vez, señores, nuestra
visión es demasiado cruda, sin piedad y vemos al hombre como una criatura única. La única que hay arriba de la
Tierra capaz de ir contra su propia especie. Vuelvo a repetir, lo que algunos
llaman la crisis
ecológica del planeta es consecuencia del triunfo avasallante de la ambición humana. Ese es nuestro triunfo,
también nuestra derrota, porque tenemos impotencia política de encuadrarnos en
una nueva época que hemos
contribuido a construir y no nos damos cuenta. ¿Por qué digo esto? Dos datos,
nada más: lo cierto es que la población se cuadriplicó y el PIB creció por lo menos veinte veces en
el último siglo. Desde 1990,
aproximadamente, cada seis años se duplica el comercio mundial. Podríamos
seguir anotando datos que establecen con claridad la marcha de la
globalización. ¿Qué nos está pasando? Entramos
en otra época aceleradamente, pero con políticos, atavíos culturales,
partidos y jóvenes todos viejos, ante la pavorosa acumulación de cambios que ni
siquiera podemos registrar.
No podemos manejar la globalización porque nuestro
pensamiento no es global. No sabemos si es por una limitante cultural o estamos
llegando a los límites biológicos. Nuestra época es portentosamente revolucionaria, como no ha conocido la historia de la
humanidad, pero no tiene conducción consciente, o menos, conducción simplemente
instintiva. Mucho menos todavía, conducción política organizada, porque ni
siquiera hemos tenido filosofía precursora ante la velocidad de los cambios que
se acumularon. La codicia, tan
negativa y tanto motor de la historia, eso que empujó hacia el progreso
material, técnico y científico, que ha hecho lo que es nuestra época y nuestro
tiempo, y un fenomenal adelanto en muchos frentes, paradojalmente, esa misma
herramienta, la codicia que nos empujó a domesticar la ciencia y transformarla
en tecnología, nos precipita a un abismo brumoso, a una historia que no conocemos, a una época sin historia y nos
estamos quedando sin ojos ni inteligencia colectiva para seguir colonizando y
perpetuar, transformándonos. Porque si una característica tiene este bichito
humano es que es un conquistador antropológico.
Parece que las cosas toman
autonomía y las cosas someten a los hombres. Por un lado u otro, sobran atisbos
para vislumbrar estas cosas y, en todo caso, vislumbrar el rumbo, pero nos
resulta imposible colectivizar
decisiones globales por ese todo. Más claro: la
codicia individual ha triunfado largamente sobre la codicia superior de la
especie.
Aclaremos:
¿qué es el todo, esa palabra que utilizamos, para nosotros? Es la vida global
del sistema Tierra, incluyendo la vida humana con todos los equilibrios
frágiles que hacen posible que nos perpetuemos.
Por otro lado, más sencillo,
menos opinable y más evidente. En nuestro occidente particularmente —porque de
ahí venimos, aunque venimos del sur—, las
repúblicas que nacieron para afirmar que los hombres somos iguales, que
nadie es más que nadie, que sus gobiernos deberían representar el bien común, la justicia y la equidad, muchas
veces las repúblicas se deforman y caen en el olvido de la gente corriente, la
que anda por las calles, el pueblo común. No fueron, las repúblicas, creadas para vegetar encima de la grey, sino, por
el contrario, son un grito en la historia para ser funcionales a la vida de los
propios pueblos y por lo tanto a las mayorías, y se deben a luchar por la
promoción de las mayorías.
Por lo que fuera, por
reminiscencias feudales que están allí en
nuestra cultura, por clasismo dominador, tal vez por la cultura consumista
que nos rodea a todos, las repúblicas,
frecuentemente, en sus direcciones, adoptan un diario vivir que excluye, que
pone distancia con el hombre de la calle. En los hechos, ese hombre de la calle debería ser
la causa central de la lucha política de
la vida de las repúblicas. Los gobiernos republicanos deberían parecerse cada
vez más a sus respectivos pueblos en la forma de vivir y en la forma de
comprometerse con la vida.
El hecho es que cultivamos arcaísmos feudales,
cortesanismos consentidos, hacemos diferenciaciones jerárquicas que en el fondo
socavan lo mejor que tienen las repúblicas, que nadie es más que nadie. El
juego de estos y otros factores nos retienen en la prehistoria, y hoy es
imposible renunciar a la guerra cuando la política fracasa. Así se estrangula
la economía, derrochamos recursos.
Oigan bien, queridos amigos, en cada minuto en el mundo, en cada
minuto, se gastan dos millones de
dólares de presupuestos militares en la Tierra, dos millones de dólares por
minuto en presupuestos militares. La
investigación médica de todas las enfermedades, que ha avanzado enormemente
y es una bendición para la promesa de vivir unos años más, esa investigación
apenas cubre la quinta parte de la
investigación militar. Este proceso del cual no podemos salir es ciego, asegura odio y fanatismo,
desconfianza, fuentes de nuevas guerras y, esto también, derroche de
fortunas.
Yo sé que es muy fácil
poéticamente autocriticarnos
nacionalmente y creo que sería una inocencia en este mundo plantear que allí
existen recursos para ahorrar y gastarlos en otras cosas útiles. Eso sería
posible, otra vez, si fuéramos capaces de ejercitar acuerdos mundiales y
prevenciones mundiales de políticas planetarias que nos garanticen la paz y que
nos den a los más débiles garantías que no tenemos.
Ahí habría enormes recursos
para recortar, y atender las mayores vergüenzas arriba de la tierra. Pero basta
una pregunta: ¿en esta humanidad, hoy, a
dónde se iría sin la existencia de esas garantías planetarias? Entonces
cada cual hace vela de armas de acuerdo a su magnitud, y allí estamos porque no podemos razonar como especie, apenas como
individuos.
Ejemplo de honestidad, compromiso, responsabilidad y ética en la política latinoamericana.
***
Las instituciones mundiales, particularmente, hoy
vegetan a la sombra consentida de las disidencias de las grandes naciones
y, obviamente, estas quieren retener sus cuotas
de poder, bloquean en los hechos a esta ONU que fue creada con una esperanza, y como un sueño de paz para
la humanidad. Pero peor aún, la desarraigan de la democracia en el sentido planetario,
porque no somos iguales, no podemos ser iguales en este mundo donde hay más
fuertes y más débiles. Por lo tanto es una democracia planetaria herida y está cercenada la historia de un posible
acuerdo mundial de paz, militante, combativo y que verdaderamente exista.
Entonces remendamos enfermedades allí donde hace eclosión y se presenta según
le parezca a algunas de las grandes potencias. Los demás miramos desde lejos,
no existimos.
Amigos, yo creo que es muy difícil inventar una fuerza peor que el nacionalismo chovinista de las grandes
potencias. La fuerza que es liberadora de los débiles, el nacionalismo, tan padre de los procesos de descolonización, formidable hacia los débiles, se transforma en una
herramienta opresora en las manos de los fuertes. ¡Y vaya que en los últimos 200 años hemos tenido ejemplos por todas
partes!
La ONU, nuestra ONU, languidece, se burocratiza por falta de poder y de autonomía, de
reconocimiento, sobre todo de democracia
hacia el mundo más débil que constituye la mayoría aplastante del planeta.
Pongo un pequeño ejemplo,
pequeñito: nuestro pequeño país
tiene en términos absolutos la mayor cantidad de soldados en misiones de paz de los países de América Latina desparramados en el mundo y allí estamos donde nos
piden que estemos. Pero somos pequeños, débiles. Donde se reparten los recursos
y se toman las decisiones no entramos ni para servir el café.
En lo más profundo de nuestro corazón existe un enorme anhelo de ayudar a que el hombre salga de la
prehistoria. Yo defino que el hombre, mientras viva con clima de guerra, está en la
prehistoria, a pesar de los muchos artefactos que pueda construir. Hasta que el
hombre no salga de esa prehistoria y
archive la guerra como recurso cuando la política fracasa… esa es la larga
marcha y el desafío que tenemos por delante. Y lo decimos con conocimiento de
causa, conocemos las soledades de la guerra.
Sin embargo, estos sueños, estos desafíos que están en el horizonte implican
luchar por una agenda de acuerdos mundiales que empiecen a gobernar nuestra
historia, y superar paso a paso las amenazas a la vida.
La especie
como tal debería tener un gobierno para la humanidad que supere el
individualismo y bregue por recrear cabezas políticas que acudan al camino de
la ciencia y no solo a los intereses inmediatos que nos están gobernando y
ahogando.
Paralelamente, hay que entender
que los indigentes del mundo no son
de África o de América Latina, son de la
humanidad toda, y esta debe como tal, globalizada, propender a empeñarse en
su desarrollo, en que puedan vivir con decencia por sí mismos. Los recursos
necesarios existen, están en ese depredador despilfarro de nuestra
civilización.
Hace pocos días le hicieron ahí
en California en una agencia de
bomberos un homenaje a una bombita eléctrica que hace 100 años que está prendida. ¡100 años que está prendida amigos!
Cuántos millones de dólares nos sacaron del bolsillo haciendo deliberadamente
porquerías para que la gente compre y compre. Pero esta globalización de mirar por todo el planeta y por toda la
vida significa un cambio cultural
brutal. Es lo que nos está requiriendo la historia. Toda la base material
ha cambiado y ha tambaleado… Los hombres con nuestra cultura permanecemos como
si no hubiera pasado nada. Y en lugar de
gobernar la globalización, esta nos gobierna a nosotros.
Hace más de 20 años que discutimos la humilde tasa Tobin; imposible aplicarla a nivel
del planeta. Todos los bancos del poder
financiero se levantan heridos en su propiedad privada y qué se yo cuántas
cosas más. Sin embargo —esto es lo paradojal— sin embargo, con talento, con trabajo colectivo, con ciencia, el hombre, paso a
paso, es capaz de transformar en verde los desiertos. El hombre puede llevar la agricultura al mar, el hombre puede crear
vegetales que vivan con agua salada. La
fuerza de la humanidad se concentra en lo esencial, es inconmensurable.
Allí están las más portentosas fuentes de energía. ¿Qué sabemos de la
fotosíntesis? Casi nada. La energía en el mundo sobra si trabajamos para usarla
con ella. Es posible arrancar de cuajo toda
la indigencia del planeta. Es posible crear estabilidad y será posible a
generaciones venideras si logran empezar a razonar como especie, no solo como
individuo, llevar la vida a la galaxia y seguir con ese sueño conquistador que
llevamos en nuestra genética los seres humanos.
Pero para que todos esos sueños
sean posibles, necesitamos gobernarnos a
nosotros mismos o sucumbiremos, o sucumbiremos porque no somos capaces de
estar a la altura de la civilización
que en los hechos fuimos desarrollando. Este es nuestro dilema. No nos entretengamos solo
remendando consecuencias. Pensemos en las causas
de fondo, en la civilización del despilfarro, en la civilización del use y
tire, que lo que está tirando es tiempo de vida humana malgastado, derrochando
cuestiones inútiles.
Piensen que la vida humana es un
milagro, que estamos vivos por milagro y nada vale más
que la vida. Y que nuestro deber
biológico es, por encima de todas las cosas, respetar la vida e impulsarla, crearla,
procrearla y entender que la especie es nuestro nosotros. Gracias.
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