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1.- Una crisis ecológica, crisis ambiental,
ocurre cuando el ambiente de una
especie o de una población sufre cambios críticos que desestabilizan su
continuidad. Existen muchas posibles
causas, como: un cambio abiótico (por ejemplo, incremento de la temperatura
o bajo nivel de lluvias), la presión de la depredación o la sobrepoblación. En
cualquiera de esos casos se produce la degradación de la calidad del ambiente
en relación con las necesidades de la especie que lo habita El cambio
climático tiene grandes impactos en ecosistemas. Con el aumento de la
temperatura global hay un decrecimiento de la caída de nieves, y un crecimiento
de los niveles del océano. Los (ecosistema)
cambiarían o evolucionarán para hacer frente al aumento en su temperatura.
Consecuentemente, muchas
especies son llevadas fuera de sus hábitats. Los osos polares están empezando a
evidenciarlo. Necesitan el hielo
donde cazan focas, su presa principal. Sin embargo, las capas de hielo se están
derritiendo, haciendo sus periodos de cacería más cortos cada año. Como resultado los osos polares no están
acumulando la suficiente cantidad de grasa para el invierno, a consecuencia
de esto no se pueden reproducir apropiadamente como también el oso panda que
vive en china es una de las especies del mundo que está desapareciendo El agua dulce y los ecosistemas secos
están lidiando con los efectos del aumento de la temperatura. El clima
cambiante puede ser devastador para el salmón, la trucha y otras especies
acuáticas. El
aumento en la temperatura puede interrumpir las actuales formas de
vida del salmón y la trucha. Los peces de agua fría pueden eventualmente dejar
sus zonas naturales geográficas para vivir en aguas frías elevando sus niveles
de migración. Mientras muchas especies han tenido disponibilidad para adaptarse
a nuevas condiciones como moverse su rango hacia los polos, otras especias son
menos afortunadas, la opción de moverse no está disponible para los osos polares
y para algunas especies acuáticas.
2.- La crisis ecológica es
principalmente una crisis de escasez:
escasez de materias primas, de energía, de tierras y de espacio ambiental para
mantener el ritmo de la economía actual, y aún menos extenderlo a todos los
países del Sur y dejarlo en herencia a las generaciones futuras. El modo de producción y de consumo
impulsado por el Norte no tiene en cuenta los límites físicos del planeta,
tal y como lo deja patente la huella ecológica: si todas las personas de este mundo consumieran como la ciudadanía
española, necesitaríamos tres planetas. Mientras tanto, la humanidad ya
supera en un 50% su capacidad de regenerar los recursos naturales que
utilizamos y asimilar los residuos que desechamos.
Por su parte, el alcance de la dominación humana y de la amplitud de la crisis ambiental que provoca, queda claro
por lo menos a través de los seis fenómenos siguientes:
1.- Entre la mitad y una tercera parte de la superficie terrestre ha
sido ya transformada por la acción humana. 2.-
La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera se ha
incrementado más de un 30% desde el comienzo de la revolución industrial. 3.- La acción humana fija más nitrógeno
atmosférico que la combinación de las fuentes terrestres naturales. 4.- La humanidad utiliza más de la
mitad de toda el agua dulce accesible en la superficie del planeta. 5.- Aproximadamente una cuarta parte de las especies de aves del
planeta ha sido extinguida por la acción humana. 6.- Las dos terceras partes de las principales pesquerías marinas se hallan
sobreexplotadas o agotadas.
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LA CRISIS ECONÓMICA ES
TAMBIÉN UNA CRISIS ECOLÓGICA.
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Florent
Marcellesi.
Público.es.
Rebelión jueves 10 de octubre del 2013.
Hace poco un compañero sindicalista me retaba, con cariño, a explicar cómo
se relacionan crisis económica y crisis ecológica. Recojo el guante y aprovecho
para transmitir un mensaje clave. Una
salida duradera a la crisis económica pasa necesariamente por luchar al mismo
tiempo contra la crisis ecológica. Y será más factible tener éxito en esta tarea si
los sindicatos interiorizasen más esta realidad e hicieran de la ecología un
eje central de su teoría y práctica.
De hecho, crisis económica, social y
ecológica son tres facetas de una misma crisis. Son interdependientes
y se retroalimentan entre ellas. No es sorprendente puesto que nuestro modelo
de organización social y económica depende de los recursos naturales
disponibles y, a su vez, la salud de nuestros ecosistemas (y por tanto de
nuestro futuro) dependen de este modelo socio-económico. Por un lado, la
globalización y las economías llamadas modernas están totalmente basadas en la
energía y materias primas baratas,
abundantes y de buena calidad. Por ejemplo, el transporte o el
sistema agroalimentario dependen de los combustibles fósiles en general y del
petróleo en particular. Por otro lado, los impactos sobre el medio ambiente del
sistema económico son hoy patentes. El cambio climático, de origen humano, es
una amenaza para las generaciones futuras y nuestra economía: en caso de seguir
los escenarios de Business
as usual, los costes del cambio climático podrían ser superiores al
20% del PIB europeo en los años venideros.
Para ilustrar este
análisis, tomemos el ejemplo de la crisis del 2008. Es evidente que la falta de
control y regulación de los mercados, la avaricia del 1% o la desconexión entre
finanzas y economía productiva, son elementos esenciales que explican parte de
la crisis. Pero no lo explican todo. Como hemos apuntado, nuestra máquina socio-económica
tiene un problema de drogadicción con el oro negro. Por
desgracia para ella, desde 1999 los precios del petróleo no han parado de
aumentar principalmente por los efectos acumulados del techo del petróleo (es
decir escasez de oferta), la creciente demanda en constante aumento
(principalmente en los países emergentes como China o la India) y la
especulación (que se aprovecha de la tensión entre demanda y oferta) (véase
gráfico 1).
Lógicamente, cuando ya no
tiene acceso a buen precio a su dosis diaria, la máquina se pone gravemente
enferma. Y más aún si de por sí no está en buen estado de salud (al haber por
ejemplo comido demasiados “activos tóxicos”).
En la actual crisis, tras
un aumento continuo desde 1998, el barril de petróleo superó por primera vez
los 100 dólares a finales de 2007 y alcanzó su máximo en julio del 2008 con 147
dólares. Como se analizaba antes de la crisis incluso desde la FED (el banco
central estadounidense), ese aumento récord de los precios del crudo fue una de
las principales fuentes de inflación. Además de suponer un alza de los precios
de los alimentos con consecuencias dramáticas para los países del Sur, la
inflación supuso una brutal pérdida de poder adquisitivo para las clases medias
y bajas y un aumento de las tasas de interés (y de las hipotecas). Al mismo
tiempo, un mayor precio del petróleo significó también un mayor precio de la
energía y de la gasolina. En un país como Estados Unidos donde el coche es
imprescindible para ir a trabajar y por tanto generar un salario que a su vez
permita pagar la casa, mucha gente —a quién se le había otorgado hipotecas
basuras sin ningún tipo de control— se vio económicamente ahogada entre la
“pared hipoteca” y la “espada gasolina”. Por tanto, el economista Jeremy Rifkin o el
sindicalista Manuel Garí tienen
razón en afirmar que la
actual crisis económica tiene, como uno de sus principales detonantes, el
precio de la energía. Junto con otros factores sistémicos
(dominio de la economía financiera, connivencias entre mercados y alta
política, agencias de calificación de riesgos al servicio de la banca, etc.),
formó parte de un cóctel explosivo que desembocó en la mayor recesión desde
1930.
Pero es que incluso si
atendiésemos a los factores sistémicos no ecológicos (que sí o sí tenemos que
erradicar), la máquina seguiría enferma porque, en el fondo, tiene un problema
de metabolismo. Vicenç Navarro afirma por ejemplo que “si los salarios fueran
mas altos, si la carga impositiva fuera más progresiva, si los recursos
públicos fueran más extensos y si el capital estuviera en manos más públicas
(de tipo cooperativo) en lugar de privadas con afán de lucro, tales crisis
social y ecológica (y económica y financiera) no existirían” (Público, 07-03-2013).
Sin embargo, eso no es suficiente. Incluso si redistribuyéramos de forma
equitativa las rentas entre capital y trabajo, y todos los medios de producción
estuviesen en manos de los trabajadores, la humanidad seguiría necesitando las
1’5 planetas que consume hoy en día (y no hace falta recordar que “no tenemos
planeta B”). Al fin y al cabo, nuestro
sistema socio-económico heredado de la revolución industrial es como un aparato
digestivo a gran escala con problemas de sobrepeso estructurales.
Ingiere recursos naturales por encima de las reservas de la nevera Tierra, los
transforma en “bienes y servicios” que (además de ser mal repartidos) no son
buenos para la salud de sus glóbulos rojos, y produce demasiados residuos no
asimilables por su entorno.
Además este cuerpo
tiene una enfermedad añadida: no sabe parar de crecer. Y
para alimentar este crecimiento infinito, calculado por el crecimiento del
Producto Interno Bruto (PIB), necesita absorber muchas proteínas abundantes y
baratas (la energía) y quemarlas sin restricción hacia la atmósfera (el 75% de
las emisiones de CO2 desde la época preindustrial resultan de la quema de los
combustibles fósiles). Eso ocurre en las economías productivistas en general y
en España en particular donde, como demuestra Jesús
Ramos, “el crecimiento real de la economía española ha ido de la mano de un
crecimiento en la misma proporción del consumo de energía” (véase gráfico 2).
Gráfico 2: Relación entre consumo de energía primaria (azul) y PIB (rojo) en España. Fuente: Ramos, J. Dependencia energética en España.
Dicho de manera
simplificada, el PIB es una función de la energía disponible. Cuando no hay
suficiente petróleo, que representa el 40% de la energía final en el mundo, no
hay “suficiente energía” y no hay “suficiente PIB”. Es lo que hemos verificado
desde 1973: no
consumimos menos petróleo por culpa de la(s) crisis sino que estamos en
recesión (entre otros motivos) por tener menos petróleo. Y la
recesión se hace hoy aún más fuerte en los países con mayor dependencia
energética en Europa que, casualidad, son Grecia, Portugal, España e Irlanda…
Sin embargo, sanar el enfermo es posible.
Primero, se debe hacer un diagnóstico correcto basado en entender que 1)
cualquier economía es indisociable de la realidad física que la sostiene 2)
como demuestra Tim Jackson en su libro “Prosperidad
sin crecimiento“, no es posible desacoplar de forma convincente el
PIB del consumo de energía y de las emisiones de CO2. De hecho, por mucho que
disminuyan la intensidad energética y el CO2 emitido por unidad producida, las
mejoras tecnológicas se encuentran sistemáticamente anuladas por la
multiplicación del número de unidades vendidas y consumidas en términos
absolutos (es el llamado “efecto rebote”). Por tanto, el paciente necesita urgentemente
deshacerse de su “drogadicción al crecimiento” y adoptar un nuevo estilo de
vida saludable. Como cualquier ser humano que una vez llegada
su edad adulta sigue madurando sin crecer de tamaño, debe reconocer que su
bienestar ya no depende del crecimiento del PIB. Debe también
solucionar sus problemas de sobrepeso desde una doble perspectiva de justicia
social y ambiental: reducir su huella ecológica hasta que sea compatible con la
capacidad del planeta a la vez que redistribuye de forma democrática las
riquezas económicas, sociales y naturales.
En este camino
hacia la sociedad del vivir bien, los sindicatos (y los intelectuales de
izquierdas) son fundamentales. Tras su nacimiento al
calor de la revolución industrial, se pueden reinventar a la luz de los límites
ecológicos del Planeta. Pueden hacer suya esta nueva realidad social y
ecológica, y llevarla a los centros de trabajo. La transición ecológica de la economía puede convertirse pues en el eje de
una visión y lucha compartida entre los movimientos obrero y ecologista
(y ¡muchos más!). Ya que la crisis económica tiene raíces ambientales, solo
habrá economía próspera, paz y justicia social si remediamos también a la
crisis ecológica.
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Florent Marcellesi, coautor del libro Adiós
al crecimiento. Vivir bien en un mundo solidario y sostenible (El Viejo Topo, 2013
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