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George Soros, con su
"Globalización", y Jeffrey Sachs, con "El Precio de la
Civilización", también han aportado interesantes
puntos de vista a este apasionante debate. Este
último enjuicia con severidad la impunidad con la cual calificadoras de riesgo
y banqueros estafaron a la sociedad estadounidense, expresa sin tapujos su
decepción con la timorata gestión de Barack
Obama, y se queja con acritud del secuestro de los intereses colectivos que
grandes corporaciones vinculadas a la industria militar, petrolera y bancaria
ejecutan todos los días en ese país. Sachs
clama por el regreso de los tiempos de Paul
Samuelson, su maestro, el gran
economista estadounidense de los años 60, emblema del keynesianismo en el
mundo.
Incluso Mario Vargas Llosa,
probablemente uno de los diez intelectuales más completos del planeta,
ha ido atenuando con el paso de los años su entusiasmo en torno a la conducta
civilizadora del capital, el individualismo acrítico, la pasión por la
sabrosura y el dogma de fe, prescrito en clave de comunión, de la pastilla retórica
del "estado mínimo". La Civilización del Espectáculo",
su polémico y aclamado último ensayo, también da cuenta de una honda
inconformidad con el actual estado de cosas en la cultura de masas y la opinión
pública mundial. A Vargas Llosa le irritan
parte de las claves cotidianas del mundo moderno, muchas de ellas de una
innegable matriz neoliberal. La decadencia del compromiso civil, la compostura
silenciosa de los intelectuales, la ausencia de contenido del debate público, el individualismo
acomodado y renuente, la irremediable banalidad de buena parte de la industria
del entretenimiento.
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Es una poli-crisis del sistema capitalista. Crisis estructural que hunde un modelo y fabrica o construye un nuevo modelo de acumulación mundial.
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SOCIOLOGÍA DE LA
CRISIS.-
CRISIS EN EL
MERCADO.
Miren tres
millones de desgracias en España.
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Miércoles 2 de octubre del 2013.
ENTORNOINTELIGENTE.COM /
Tal Cual / Desde hace algunos años tiene lugar en el mundo desarrollado un
hondo proceso de cuestionamiento hacia los cimientos doctrinarios del denominado
fundamentalismo de mercado.
Las
desregulaciones financieras indiscriminadas, el comportamiento amoral de
ciertos estamentos de la banca, las imposturas y engañifas del actual orden
económico internacional.
Por
supuesto que el malestar es la consecuencia directa de la debacle financiera
que tuvo lugar en los Estados Unidos y muchas naciones europeas a partir del
año 2008.
Una
circunstancia que ha incubado una fundamentada sensación de estafa en la
opinión pública de muchas de esas naciones, y que se expresa, entre otras
muchas variantes, en los títulos que pueden observarse en las librerías de sus
ciudades.
En "El malestar de la
Globalización", por ejemplo, Joseph Stiligtz elabora un inteligente retrato del perfil cultural
y los hábitos de conducta de los funcionarios económicos globales.
Elementos
prepotentes y dogmáticos, cuyo hábitat natural es el aire acondicionado,
absolutamente desconectados de los contextos sociales y políticos en los cuales
se han desempeñado como asesores. Sujetos con una aproximación insular al
conocimiento, que condicionan los préstamos a las naciones en crisis al
seguimiento dogmático y descontextualizado de unos fundamentos económicos que,
en cualquier caso, no son nada inocentes y no han resultado tan efectivos.
Stligtz hace
un énfasis especial en el caso más bien poco comentado de la Rusia de los años
de Boris Yeltsin. El espacio postsoviético fue invadido en los años 90 por un
atajo de mercachifles vinculados a las finanzas que en todo momento
recomendaban voltear la mirada al gigante transiberiano. Nos la presentaban
como una nación que obtenía 20 en conducta en materia macroeconómica.
Una "oportunidad para la inversión y los negocios" que desmanteló el aparato productivo de aquel país, incluyendo a su sistema financiero, y colocó el grueso de los intereses de la sociedad en manos de un puño de empresarios mafiosos beneficiados por el antiguo dirigente comunista.
Una "oportunidad para la inversión y los negocios" que desmanteló el aparato productivo de aquel país, incluyendo a su sistema financiero, y colocó el grueso de los intereses de la sociedad en manos de un puño de empresarios mafiosos beneficiados por el antiguo dirigente comunista.
Pórtico
perfecto para la posterior asunción del repugnante Vladimir Putin: dirigente que, con todas sus taras, logro restituir
la gobernabilidad en su país y le devolvió a los rusos el poderío geopolítico
perdido. Una historia similar se merece Domingo
Cavallo en Argentina.
Hay,
por supuesto, otros autores, muy citados y comentados en este momento, que
claman por el regreso de una dimensión ética en el comportamiento del
capitalismo moderno.
Todos
parecen suspirar por el regreso de los tiempos de Bretton Woods: el rescate de la dimensión mixta de la gestión de
gobierno; la restitución del protagonismo del Estado como ente regulador de los
intereses parciales y garante de la voluntad general en las sociedades.
Que
la política no deje sola a la economía y las finanzas en la arquitectura de
gobierno. El regreso de la mística a la gestión política.
George Soros, con su "Globalización",
y Jeffrey Sachs, con "El Precio de
la Civilización", también han aportado interesantes puntos de vista a
este apasionante debate.
Este
último enjuicia con severidad la impunidad con la cual calificadoras de riesgo
y banqueros estafaron a la sociedad estadounidense, expresa sin tapujos su
decepción con la timorata gestión de Barack
Obama, y se queja con acritud del secuestro de los intereses colectivos que
grandes corporaciones vinculadas a la industria militar, petrolera y bancaria
ejecutan todos los días en ese país.
Sachs clama
por el regreso de los tiempos de Paul
Samuelson, su maestro, el gran economista estadounidense de los años 60,
emblema del keynesianismo en el mundo.
Incluso Mario Vargas Llosa,
probablemente uno de los diez intelectuales más completos del planeta, ha ido
atenuando con el paso de los años su entusiasmo en torno a la conducta
civilizadora del capital, el individualismo acrítico, la pasión por la
sabrosura y el dogma de fe, prescrito en clave de comunión, de la pastilla retórica
del "estado mínimo".
La Civilización del Espectáculo",
su polémico y aclamado último ensayo, también da cuenta de una honda
inconformidad con el actual estado de cosas en la cultura de masas y la opinión
pública mundial.
A Vargas Llosa
le irritan parte de las claves cotidianas del mundo moderno, muchas de ellas de
una innegable matriz neoliberal. La decadencia del compromiso civil, la
compostura silenciosa de los intelectuales, la ausencia de contenido del debate
público, el individualismo acomodado y renuente, la irremediable banalidad de
buena parte de la industria del entretenimiento.
Expresados,
a mi parecer, en una frase aparentemente muy inocente que todos los días
tenemos parada al lado de nuestros oídos: "la importancia de la calidad de
vida". El mantra de la contemporaneidad; el piso conceptual que necesita
aquel que decidió que nadie se debe tomar molestias adicionales por nada.
Vargas Llosa ve con prevención "la idea temeraria de convertir en bien supremo nuestra natural propensión a divertirnos": que el norte sagrado y exclusivo de todo el mundo sea exclusivamente pasársela bien."La civilización del espectáculo" constituye una especie de revisión en clave política de su cada vez menos visible fe neoliberal.
Vargas Llosa ve con prevención "la idea temeraria de convertir en bien supremo nuestra natural propensión a divertirnos": que el norte sagrado y exclusivo de todo el mundo sea exclusivamente pasársela bien."La civilización del espectáculo" constituye una especie de revisión en clave política de su cada vez menos visible fe neoliberal.
Ninguno
de ellos está planteando la supresión de las economías de mercado, el quebranto
del fuero personal, el derecho a viajar por el mundo ni el fin de la televisión
por cable. Son voceros muy alejados del colectivismo o cualquier acto de
espiritismo leninista.
Han
sido los primeros en postular que las sociedades abiertas y la cultura de la
libertad son bienes irrenunciables en la fragua de la civilización. Huelga
decir que son cuatro de los autores más importantes de este momento en toda la
industria del pensamiento moderno.
Elementos
para la reflexión, informaciones que produce el entorno, nuevos insumos para
revisar los fundamentos del mundo de hoy. Circunstancias sobre las cuales debe
tomar nota las aproximaciones
del liberalismo criollo y cierto aburguesamiento cotidiano vinculado a la
cultura del placer.
España, tres millones de pobres, tres millones de Ciudadanos y Ciudadanas sin prestación económico-social, sin subsidio ni recursos propios. Tres millones de seres humanos excluidos de la sociedad. La gran obra del Sr. Rajoy y sus políticas salvajes de austeridad.
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ESPAÑA: TRES MILLONES DE DESGRACIAS.00
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Miércoles,
16 de octubre del 2013.
Jaime
Richart (especial para ARGENPRESS.info)
De una en
una, de uno en uno nadie habla de ellas y de ellos. Nadie piensa
particularmente en ellas ni en ellos. No
tienen rostro. Ni alma. Gozan de un sinfín de derechos que les atribuyen
las leyes y la Constitución y la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Todo papel mojado...
En España
flotan en el magma colectivo 3.000.000 (TRES
MILLONES) de ciudadanas y ciudadanos sin prestación social económica ni
subsidio, ni recursos propios. Y la cifra aumenta de manera exponencial
cada día, cada mes, cada año. Es decir, 3 millones de seres humanos excluidos
de la sociedad, del reparto de la riqueza colectiva, ésa que es de todos, y del
acceso a un mínimo de dignidad.
¿Qué se
supone pueden hacer tres millones de
personas sin oficio ni beneficio, sin más consuelo y, lo que es peor, sin
más esperanza que el socorro, la caridad o la filantropía de otros? Si
mendigan, son acosados por los poderes públicos. Y si no, son multados o
estorbados o perseguidos. Si tratan de vender alguna cosa, se les relaciona con
bandas organizadas. Si protestan en la
calle o en la sede de las instituciones, se les multa o se les conduce a
comisaría. Son ciudadanos y ciudadanas que no cuentan en el concierto social,
que propiamente no existen...
Tres millones
entre cuarenta y siete millones es una doceava parte de la población española:
la parte que soporta directamente el desvalijamiento de las arcas públicas, de las Cajas de Ahorro, de las empresas
públicas a cargo de unos puñados de facinerosos que representan quizá un 1 por
ciento; clanes que vegetan a costa de todos los demás y principalmente de esos
tres millones de desheredados de la fortuna y por si fuera poco víctimas de honor del desguace económico de la sociedad
española a que aquellos les han sometido.
El sistema, este sistema, no tiene soluciones para todos. Ni las prevé. Sólo para quienes no las necesitan. El sistema funciona o no funciona. Pero si no funciona es porque los menos abusan de los más. No porque tres millones, como se les ha oído hasta la náusea a los intérpretes solemnes y habituales del sistema, "no quieren trabajar", vagos, maleantes, parásitos... sino porque vivieron confiando en el sistema y en el futuro, y se les engañó miserablemente.
¿Qué, repito, se puede uno imaginar que puedan hacer, y cómo pueden vivir esos millones? ¿Qué pueden pensar acerca del derecho al voto, del derecho al trabajo o del derecho a una vivienda digna que les atribuye, como a todos, la ampulosa Constitución? Tres millones de personas en estas condiciones son tres millones de desgraciados. ¿De verdad creen los políticos, los magistrados, los empresarios, los títulos nobiliarios, los terratenientes, los banqueros, la realeza... que esto es una democracia, que hay justicia ordinaria, que hay justicia social, que vale la pena luchar por sostener un modelo político que no determine a esos y a muchos otros millones que nos solidarizamos con ellos a maldecirlo y a maldecir a los que se creen dueños de este país y referencia para el resto de la sociedad y se comportan como tales? Reconózcanlo.
El sistema, este sistema, no tiene soluciones para todos. Ni las prevé. Sólo para quienes no las necesitan. El sistema funciona o no funciona. Pero si no funciona es porque los menos abusan de los más. No porque tres millones, como se les ha oído hasta la náusea a los intérpretes solemnes y habituales del sistema, "no quieren trabajar", vagos, maleantes, parásitos... sino porque vivieron confiando en el sistema y en el futuro, y se les engañó miserablemente.
¿Qué, repito, se puede uno imaginar que puedan hacer, y cómo pueden vivir esos millones? ¿Qué pueden pensar acerca del derecho al voto, del derecho al trabajo o del derecho a una vivienda digna que les atribuye, como a todos, la ampulosa Constitución? Tres millones de personas en estas condiciones son tres millones de desgraciados. ¿De verdad creen los políticos, los magistrados, los empresarios, los títulos nobiliarios, los terratenientes, los banqueros, la realeza... que esto es una democracia, que hay justicia ordinaria, que hay justicia social, que vale la pena luchar por sostener un modelo político que no determine a esos y a muchos otros millones que nos solidarizamos con ellos a maldecirlo y a maldecir a los que se creen dueños de este país y referencia para el resto de la sociedad y se comportan como tales? Reconózcanlo.
Ellos,
esos poseedores, esos saqueadores han triunfado, pero este sistema ha
fracasado. Lo que no conduce a nada es hacer
lo que los bienpensantes y los voluntariosos vienen haciendo desde que este
país se imaginó democracia: perseguir, dialéctica o materialmente, los efectos
pero dejando intactas siempre las verdaderas causas de todos los males. La
democracia no se hace por decreto o a base de decretos. Una democracia eficaz, como la eficacia en la recaudación de impuestos
(por eso es indiferente el número de los inspectores), se constituyen por la
voluntad de todos, sin coerción. Es la voluntad mayoritaria de toda la ciudadanía y la contribución
prioritaria de los favorecidos y poderosos lo que pone la impronta a un país
digno, a una justicia digna, a una sociedad digna, a un modelo sociopolítico
digno. Y esa contribución no existe y parece que en este país siempre faltará.
Por eso lo que urge es otro sistema de recambio. Es hora de que abandonemos tanto discutir, y pongamos
manos a la obra...
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