Estado fallido, producto de la debilidad del
Estado Político, - “legal, oficial, constitucional” – y el estado que surge en las estructuras subterráneas
de la informalidad, la ilegalidad y la violencia incontrolada. El Estado
fallido es un término polémico, que califica de esta
manera a un Estado débil en el cual el gobierno central tiene poco control
práctico sobre su territorio. El término
es muy ambiguo e impreciso. Por ejemplo, si se toma de forma literal, un Estado fallido sería aquel en el que no
hay un gobierno efectivo, y un gobierno dictatorial que acapara y utiliza todo
el poder sería en estado en plenitud de facultades. Lo que se quiere decir es
que un estado "tiene éxito"
si mantiene un monopolio en el uso legítimo de la fuerza física dentro de sus
fronteras. Cuando este monopolio está quebrantado, por ejemplo, por la
presencia dominante de señores de la guerra, de milicias o de terrorismo, o en la coyuntura actual, la explosión
violenta – presencia activa y perniciosa – de dos nuevas tendencias en la
economía de los tiempos de la globalización neoliberal, la economía de la guerra y la
economía criminal – con todas sus manifestaciones criminales desde el
narcotráfico hasta las mafias de sicarios –asesinos a sueldo, que construyen un
poder paralelo - la misma existencia del
Estado “legal, oficial”, llega a ser dudosa, y se convierte en un Estado que ha
fallado o Estado fallido. La dificultad de determinar si un gobierno
mantiene "un monopolio en el uso legítimo de los medios de la fuerza"
(que incluye los problemas de la definición de "legítimo") es uno de
los factores que no permiten dejar claro cuando un Estado se puede determinar
fallido.
El concepto “Estado
fallido” significa el fallo del Estado para asegurar su función principal, que es en el
concepto clásico de Max Weber,
mantener el monopolio legitimo de la violencia política. Noam Chomsky ofreció un concepto de Estado fallido más amplio al
categorizar no solo el monopolio de la violencia como motivo del fallo, también
incluyó los objetivos del Estado. En el concepto de Estado fallido se contempla en los sucesos políticamente más
comprometedores como guerras civiles,
inoperancia absoluta del gobierno, guerras con el exterior, existencia de
guerrillas que disputan el control territorial y la ausencia absoluta del
Estado de Derecho.
El concepto de “Estado
fallido” se ha fundamentado en
dos visiones diferentes sobre el Estado. En
primer lugar el concepto sociológico del Estado relacionado con su
monopolio legitimo de la violencia. En
segundo lugar basado en los objetivos del Estado, que en el caso de Chomsky son los objetivos proclamados
por el mismo Estado. En la teoría general del Estado no ha habido un consenso
sobre el Estado y existe una diversidad amplia de corrientes de pensamiento. Es claro que el concepto sociológico de Weber y el jurídico han sido las visiones
predominantes del Estado.
EL
ESTADO FALLIDO.- El término Estado
Fallido es empleado por periodistas
y comentaristas políticos para describir un Estado soberano
que, se considera, ha fallado en la garantía de servicios básicos. Con el fin
de hacer más precisa la definición, el centro de
estudio Fund for Peace (Fondo
por la Paz), ha propuesto los siguientes parámetros.
- Pérdida de control físico del territorio, o
del monopolio en el uso legítimo de
la fuerza.
- Erosión de la autoridad legítima en la toma de
decisiones.
- Incapacidad para suministrar servicios
básicos.
- Incapacidad para interactuar con otros
estados, como miembro pleno de la comunidad internacional.
Por lo general, un Estado fallido se caracteriza
por un fracaso social, político, y económico, caracterizándose por tener un
gobierno tan débil o ineficaz, que tiene poco control sobre vastas regiones de
su territorio, no provee ni puede proveer servicios básicos, presenta altos
niveles de corrupción y de criminalidad,
refugiados y desplazados, así como una marcada degradación económica. Sin
embargo, el grado de control gubernamental que se necesita, para que un Estado
no se considere como fallido, presenta fuertes variaciones. Más notable aun, el
concepto mismo de Estado fallido es controvertido, sobre todo cuando se emplea
mediante un argumento de autoridad, y puede tener
notables repercusiones geopolíticas.
En un sentido amplio, el término se usa para
describir un Estado que se ha hecho
ineficaz, teniendo sólo un control nominal sobre su territorio, en el sentido de tener
grupos armados desafiando directamente la autoridad del Estado, no poder hacer
cumplir sus leyes debido a las altas tasas de criminalidad, a la corrupción
extrema, a un extenso mercado informal, a una burocracia
impenetrable, a la ineficacia judicial, y a la interferencia militar en la
política.
Algunos aclaman que no hay una clara definición, que se considere
universal; de lo que se pueda denominar como un Estado fallido, pero la respuesta real se puede resumir en la falta
de una autoridad unificada e influyente en todo término y que se considere como
representante general y total de un territorio, en donde se agrupan varias
etnias.
Se puede decir que un estado tiene
"éxito" si, en los
términos de Max Weber,
mantiene el monopolio del uso legítimo de la fuerza dentro
de sus fronteras. Cuando no se da esta condición (por ejemplo cuando
dominan el panorama los señores de la guerra, los grupos paramilitares,
y/o se presentan sistemáticas acciones terroristas),
hoy la economía de la guerra y la
economía criminal – en todas sus diversas manifestaciones desde los paraísos
fiscales, el narcotráfico y las mafias de sicarios y grupos armados de delincuentes
hoy mundializados - la existencia misma
del Estado resulta dudosa, y se considera que es fallido. Sin embargo, existen serias dificultades a la hora de
determinar cuándo un gobierno es
fallido, pues no existe por ejemplo, unanimidad sobre lo que sea el
"monopolio del uso legítimo de la fuerza", comenzando por las
complejas cuestiones subyacentes a la definición de "legítimo".
El término también se
emplea para referirse a un Estado que no es efectivo, y no es capaz de aplicar sus leyes de manera uniforme,
registrando por ende, altas tasas o registros de criminalidad,
corrupción política, mercado informal, burocracia,
ineficiencia judicial,
interferencia militar en la política, o poderes civiles no estatales, con
presupuesto y poder político muy superiores al del propio Gobierno. Sin
embargo, algunos analistas de renombre, consideran que el concepto no tiene
"una definición coherente", por tanto es manipulable tanto política
como metodológicamente, y que presenta graves defectos, aparte de que no permite realizar efectivos
aportes de conocimiento, presentándolo por ende como un 'concepto fallido'.
/////
EL
ESTADO FALLIDO.
¿Existen
hoy los estados fallidos?, camino hacia el narco-estado.
*****
Juan Diego García
(especial para ARGENPRESS.info).
Martes 16 de diciembre del
2014.
La denominación de “estados fallidos” que las potencias
capitalistas utilizan para criminalizar a ciertos gobiernos incómodos y
justificar su derrocamiento debería en realidad aplicarse en primer lugar a la
idea misma de estado, al menos en su versión burguesa clásica de “estado social
de derecho”, inspirado en los principios del humanismo y como instrumento
equilibrador de los conflictos sociales.
La estrategia neoliberal que empezó
hace unas décadas y persiste con todo vigor es la responsable de la forma tan
drástica como se manifiesta la crisis actual del capitalismo. Una estrategia
que intenta resucitar el liberalismo clásico, el “capitalismo puro” del laissez
faire y según la cual “el estado es el problema y no la solución” lleva
necesariamente al debilitamiento del estado tradicional. Qué tan lejos ha
llegado esta estrategia suicida (vistos los resultados) en cada país responde
naturalmente a condicionantes locales pero es fácil constatar cómo en todos los
casos se perciben características comunes. El resultado es siempre la
generación de “estados fallidos”, al menos desde una perspectiva burguesa
democrática.
Imponer la lógica del mercado y
limitar o anular los controles públicos sobre los principales mecanismos del
funcionamiento de la economía explica la intensidad y los alcances que presenta
la actual crisis y sobre todo la impotencia de las instancias políticas para
controlarla. No podría ser de otra manera si las pretendidas fórmulas de
superación de la crisis son impulsadas por los mismos que la crearon (la gran
banca, sobre todo); fórmulas que en todo caso no van más allá de retoques
cosméticos. En el fondo, se argumenta que más neoliberalismo es precisamente la
fórmula mágica para la solución de los problemas.
En este contexto no hace falta la
política, entendida en Occidente como el mecanismo que permite gestionar los
conflictos sociales con la finalidad de recuperar equilibrios. Tampoco hace
falta la llamada democracia representativa. Nada extraño entonces que los
parlamentos se hayan reducido a instancias inanes cuya función primordial es
otorgar legalidad a las decisiones que se toman en los consejos reservados de
las grandes compañías y en las juntas directivas de los monopolios (sobre todo
transnacionales). Como resultado, los partidos políticos del sistema (los
burgueses y los asimilados) pierden importancia, dejan de ser correas de
transmisión entre la opinión ciudadana y los gobernantes y aparecen de manera
creciente como simples empresas electorales de clientelas cada vez más
reducidas (la abstención crece de forma alarmante aún en las llamadas “democracias
consolidadas” del mundo metropolitano). Los partidos no escapan a la corrupción
(otro mal que se extiende como una plaga), carecen de principios (que no sean
su propio beneficio), padecen un extendido descrédito y dejan campo libre tanto
a nuevas fuerzas de oposición ciudadana como al resurgimiento del fascismo, el
de viejo tipo pero también el nuevo que busca capitalizar el sentimiento de
indignación de la ciudadanía (como antaño, sobre todo de los “sectores medios”
y los bajos fondos, la delincuencia organizada).
La reacción popular se manifiesta de múltiples maneras y con variados alcances. El sistema es cada vez menos capaz de asimilarla y responde en consecuencia. Mientras el estado tradicional, “social y de derecho”, se va convirtiendo en un recuerdo del pasado, por el contrario y en abierto contraste crece y se fortalece el estado como ente de represión y control social. Se debilita su función social pero se fortalece en gran medida su función represora, algo que ya no solo se registra en la periferia del sistema capitalista mundial sino también en el mundo rico, en las sociedades del bienestar y del respeto de los derechos individuales y colectivos.
La reacción popular se manifiesta de múltiples maneras y con variados alcances. El sistema es cada vez menos capaz de asimilarla y responde en consecuencia. Mientras el estado tradicional, “social y de derecho”, se va convirtiendo en un recuerdo del pasado, por el contrario y en abierto contraste crece y se fortalece el estado como ente de represión y control social. Se debilita su función social pero se fortalece en gran medida su función represora, algo que ya no solo se registra en la periferia del sistema capitalista mundial sino también en el mundo rico, en las sociedades del bienestar y del respeto de los derechos individuales y colectivos.
Crecen sin medida los cuerpos
armados del estado. En eso no existe “fallo” ni se deja nada al azar. Se
limitan de manea creciente los derechos sindicales, de asociación, de protesta
y en general toda forma de participación popular que suponga algún riesgo, que
canalice el descontento, que pueda darle forma política a la protesta y lleve a
las urnas alternativas viables. Proliferan los grupos paramilitares, crecen los
partidos de la extrema derecha al calor de una cierta impunidad garantizada
desde las instancias más altas del sistema. Se cambian a diario las normas
legales y se adelantan nuevas disposiciones supuestamente destinadas a combatir
el “terrorismo” pero que afectan a las mayorías sociales, completamente ajenas
a este fenómeno (un fenómeno creado y fomentado precisamente como estrategia de
las potencias occidentales en sus continuas guerras y que hoy funciona como
rueda suelta, como realidad incontrolable). Se espía masivamente, se
interceptan comunicaciones sin orden judicial, se inventan formas nuevas de
represión y hasta la tortura se ha convertido en práctica habitual de los
estados; también y de manera muy general en los llamados “estados democráticos”
como acaba de poner en evidencia el informe del Senado de Estados Unidos sobre
este tema.
Crecen la xenofobia y el racismo. No en todas partes la policía blanca asesina con impunidad a negros, latinos y blancos pobres como acontece en los Estados Unidos pero hace falta poco para que el fenómeno se extienda. Basta registrar la creciente represión en España contra los indocumentados, la cacería de “comandos ciudadanos” a los “espaldas mojadas” que intentan entrar a los Estados Unidos desde México, las nuevas leyes contra los inmigrantes en el Reino Unido (aplicables también a los ciudadanos comunitarios) o la propuesta de la CSU (social-cristianos de Baviera) según la cual se debe obligar a los extranjeros residentes en Alemania a hablar alemán en sus hogares. Cayó el “Muro de Berlín” pero se levantan muros por todas partes limitando en extremo el movimiento libre de las personas mientras se garantiza el movimiento de los capitales sin límites ni cortapisas.
Crecen la xenofobia y el racismo. No en todas partes la policía blanca asesina con impunidad a negros, latinos y blancos pobres como acontece en los Estados Unidos pero hace falta poco para que el fenómeno se extienda. Basta registrar la creciente represión en España contra los indocumentados, la cacería de “comandos ciudadanos” a los “espaldas mojadas” que intentan entrar a los Estados Unidos desde México, las nuevas leyes contra los inmigrantes en el Reino Unido (aplicables también a los ciudadanos comunitarios) o la propuesta de la CSU (social-cristianos de Baviera) según la cual se debe obligar a los extranjeros residentes en Alemania a hablar alemán en sus hogares. Cayó el “Muro de Berlín” pero se levantan muros por todas partes limitando en extremo el movimiento libre de las personas mientras se garantiza el movimiento de los capitales sin límites ni cortapisas.
Si todo esto se está produciendo
aunque sea tan solo como una tendencia en auge, resulta entonces legítimo
concluir que el “estado social y de derecho”, cima del ideario burgués humanístico está
fallando o -para los más pesimistas- ha fallado ya en medida irreversible.
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