De hecho, bajo el amparo de la crisis en
Ucrania, Occidente encontró en la eficacia estratégica de Vladimir Putin un argumento para
revisar sus concepciones y su misión. A finales de este año, la Alianza
Atlántica debe concluir el retiro de sus tropas de Afganistán. Ahora, Ucrania le ha servido para reactivar sus
ambiciones y volver a su misión esencial, es decir, la seguridad en Europa. Constituida por 28 países que representan a
900 millones de personas, la OTAN es hoy la alianza militar más grande que
existe. Su roce con Rusia proviene también de sus propias metas y de las
condiciones fijadas por Moscú. Europa
lleva años intentando arrimar a su espacio político a zonas como Ucrania y Georgia. Ese acercamiento
incluye también un ingreso parcial o total de esas repúblicas a la OTAN. Un acuerdo semejante con estas
regiones pondría los ejércitos de Occidente a las puertas mismas de Rusia. Aquí, Vladimir
Putin ha sido claro: “Las dos ex repúblicas soviéticas de Ucrania y Georgia
no deben formar parte de la OTAN”. Ese era precisamente el proyecto que el
ex presidente norteamericano George Bush
puso en marcha en 2008. Desde la caída del Muro de Berlín en 1989, la
alianza fue ampliando sus zonas de influencia en los territorios del derrumbado
imperio rojo. Primero lo hizo con
las repúblicas bálticas de Lituania,
Estonia y Letonia, y luego con una serie de ex aliados de la URSS repartidos en Europa: Bulgaria, Rumania, Albania, Hungría,
Polonia, Republica Checa, Croacia y Eslovena.
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Presidente Obama de Estados Unidos y Putin de Rusia, en la coyuntura actual - donde suelan los tambores de guerra -son protagonistas de una "nueva" Guerra Fría. Conquista y dominio de los mercados, guerra de divisas, guerra entre las economías de la guerra y economías criminales de Occidente y Euro-asiáticas. Ambos Presidentes hoy también son protagonistas de una guerra de bloqueo económico - viejo estilo de los años 60' cuando se aplicó hasta hoy a la República Socialista de Cuba - . A la distancia existe una mirada que ambos mandatarios serán los actores de esta nueva Guerra Fría.
***
GUERRA HÍBRIDA ENTRE RUSIA Y
OCCIDENTE.
Vocabulario guerrero, acusaciones de tono
alarmante y movimientos militares.
*****
En esta nueva guerra sin movilizaciones militares
aparatosas, está en disputa mucho más que el territorio de Ucrania. Los dos
imperios, Occidente y la Federación Rusa, se juegan en ese escenario sus
poderíos futuros.
Eduardo Febbro
Página/12 En Francia
Desde
París lunes 15 de diciembre del 2014.
Guerra Fría, guerra
seca, guerra tecnológica o guerra híbrida, las relaciones entre Occidente y
Moscú está definidas bajo diferentes conceptos que exponen el antagonismo que
se instaló entre los dos bloques desde que estalló la crisis con Ucrania. La
Unión Europea y la Federación Rusa consumaron una ruptura que finalmente dio
lugar a una suerte de guerra muy distinta a las que se conocieron hasta hoy.
Jens Stoltenberg, el
secretario general de la Alianza Atlántica, asegura que “no queremos un
conflicto con Moscú”. Pero el conflicto existe. A principios de diciembre, el
presidente ruso Vladimir Putin denunció las intenciones de los “enemigos de
ayer”. Según el mandatario, “Occidente quiere montar en Rusia el escenario de
Yugoslavia, o sea, el hundimiento y el desmembramiento con todas las
consecuencias trágicas que esto tendría para Rusia”. Hasta el ex presidente de
la desaparecida Unión Soviética, Mijail Gorbachov, el hombre cuya política puso
fin a la Cortina de Hierro y al Muro de Berlín, advirtió que “el mundo está al
borde de una nueva Guerra Fría”.
Europa occidental, su
comandante mayor, Estados Unidos, y su brazo armado, la Alianza Atlántica, la
OTAN, no sólo ingresaron en una zona conflictiva con Rusia, sino que, también,
hicieron de ese conflicto un pilar de su reactualización estratégica en Europa
y un argumento para disputarle a Moscú la supremacía en una república tan
sensible como Ucrania. En esta nueva guerra sin movilizaciones militares
aparatosas, está en disputa mucho más que el territorio de Ucrania, la
pertenencia de esta república al sol occidental o el destino de las regiones
rusófonas del Este de Ucrania: los dos imperios, Occidente y la Federación
Rusa, se juegan allí sus poderíos futuros.
Además de la salva de
sanciones que el campo occidental adoptó contra Moscú luego de la anexión de
Crimea por parte de Rusia y el empantanamiento de la guerra en el Este de
Ucrania, el signo más tangible de la ruptura es la decisión tomada por el
presidente francés, François Hollande, de no suministrar a Moscú uno de los dos
barcos portahelicópteros Mistral que Francia le vendió a Rusia por un total de
1200 millones de euros. París supedita la entrega de los barcos a un alto el
fuego real y a un acuerdo político sólido en Ucrania. Alemania y Francia, uno
por la dependencia energética y el otro por los contratos que están en juego,
diseñan mecanismos poco exitosos para llegar a ese fin. Las informaciones que
Moscú y los occidentales suministran dan cuenta de la escalada permanente. Los
dos antagonistas han rozado varias veces incidentes mayores. A finales de
noviembre, el secretario general de la Alianza Atlántica reveló que en el curso
de 2014 la aviación de la OTAN llevó a cabo acciones de intercepción en un
porcentaje sin precedentes desde el fin de la Guerra Fría. Jens Stoltenberg
declaró que “la actividad aérea rusa se intensificó en toda Europa. Por ello,
los aviones de los países de la OTAN efectuaron más de 400 vuelos en respuesta
a alertas de proximidad en el espacio aéreo de la OTAN, lo que equivale a un 50
por ciento más que el año pasado”. Por otra parte, convencida de que Moscú
buscará expandirse territorialmente, la OTAN decidió crear una “fuerza de
acción inmediata” con el objetivo de “proteger” a los países de Europa del
Este. La concepción no puede ser más evidente: el nuevo enemigo ha dejado de
ser el terrorismo internacional. La figurita antagónica es Rusia.
De hecho, bajo el amparo
de la crisis en Ucrania, Occidente encontró en la eficacia estratégica de
Vladimir Putin un argumento para revisar sus concepciones y su misión. A
finales de este año, la Alianza Atlántica debe concluir el retiro de sus tropas
de Afganistán. Ahora, Ucrania le ha servido para reactivar sus ambiciones y
volver a su misión esencial, es decir, la seguridad en Europa. Constituida por
28 países que representan a 900 millones de personas, la OTAN es hoy la alianza
militar más grande que existe. Su roce con Rusia proviene también de sus
propias metas y de las condiciones fijadas por Moscú. Europa lleva años
intentando arrimar a su espacio político a zonas como Ucrania y Georgia. Ese acercamiento
incluye también un ingreso parcial o total de esas repúblicas a la OTAN. Un
acuerdo semejante con estas regiones pondría los ejércitos de Occidente a las
puertas mismas de Rusia. Aquí, Vladimir Putin ha sido claro: “Las dos ex
repúblicas soviéticas de Ucrania y Georgia no deben formar parte de la OTAN”.
Ese era precisamente el
proyecto que el ex presidente norteamericano George Bush puso en marcha en
2008. Desde la caída del Muro de Berlín en 1989, la alianza fue ampliando sus
zonas de influencia en los territorios del derrumbado imperio rojo. Primero lo
hizo con las repúblicas bálticas de Lituania, Estonia y Letonia, y luego con
una serie de ex aliados de la URSS repartidos en Europa: Bulgaria, Rumania,
Albania, Hungría, Polonia, Republica Checa, Croacia y Eslovena.
El nudo de este
peligroso conflicto está en gran parte en ese expansionismo atlántico y en las
sucesivas provocaciones occidentales a Putin. Ucrania es, para el mandatario
ruso, la perla más preciada. Europa occidental ha insistido en su estrategia de
traer a Kiev a su zona de influencia de una u otra forma: apoyando la revuelta
pro occidental que acabó con el mandato del presidente ucranio Viktor
Yanukovich, o buscando a toda costa concluir un acuerdo de asociación con
Ucrania, como ocurrió este año. En respuesta a ello, Rusia avanzó los peones de
lo que las cancillerías occidentales califican con una hipocresía muy audaz “la
guerra de Putin”, o sea, lo que los estrategas militares de la Alianza
Atlántica llaman “la guerra híbrida” que, según ellos, Rusia desencadenó en
Ucrania. Esa idea de guerra híbrida nada tiene que ver con la guerra entre dos
naciones –la convencional– o la guerra asimétrica –contra una fuerza con menos
capacidad militar como una guerrilla por ejemplo–. Se trata de un conflicto en
el cual uno de los actores –ahora Moscú– activa una suerte de mezcla de
ejércitos convencionales con soldados sin uniforme, guerra de guerrillas,
guerra de la información, movilización de civiles, ciberataques, levantamientos
urbanos, instauración de focos de conflicto, grupos subversivos, presiones
económicas. Ese es el guión con el que trabaja hoy la Alianza Atlántica.
Mientras
los occidentales elaboraban una suerte de montaje diplomático para abrazar a
Ucrania, Putin les preparó como respuesta un cóctel imprevisto. Por ahora, ni
Moscú ni los occidentales rompieron el pacto que los liga desde 1997. Ese año,
Rusia y la OTAN acordaron la llamada acta fundadora de la relación entre la
alianza militar y Rusia. Mediante este texto, la alianza transatlántica declara
que no “tiene ninguna intención, ni ningún proyecto o razón” de instalar
arsenales nucleares en los nuevos países miembros. Por ahora hay un vocabulario
guerrero, acusaciones de tono alarmante y claros movimientos militares en ambos
lados. Pero todo apunta a que las renovadas ambiciones de la Alianza Atlántica
y el propio diseño estratégico de Rusia aumenten el caudal de provocaciones y
amenazas. A menos que la razón liberal, o sea, los intereses económicos y
energéticos en juego, vengan a desarmar un conflicto en constante
multiplicación.
La gira de Putin (aquí con Cristina Kirchner) por
Brasil y Argentina fue resaltada como estratégica por Rusia.
***
MOSCÚ MIRA AL SUR
CON GANAS DE COMPRAR.
Sanciones y sintonía política impulsan negocios
entre Rusia y Sudamérica.
*****
Aunque el comercio bilateral
crece y las perspectivas son buenas, la amenaza de recesión para la economía
rusa en el 2015, la caída estrepitosa del rublo y el hundimiento del precio del
petróleo podrían socavar un aumento del intercambio.
Agustín
Fontenla
Página/12
En Rusia
Desde Moscú lunes 15 de diciembre del 2014.
En el mes de agosto y
como respuesta a las sanciones que impuso Occidente a Rusia por la crisis en
Ucrania, Moscú decidió suspender por un año la importación de productos
alimenticios de la Unión Europea, EE.UU., Canadá, Australia y Noruega. La
decisión supuso la apertura de un negocio superior a los 10 mil millones de
dólares para países exportadores como la gran mayoría de América latina.
Sin embargo, antes de
que esa oportunidad se abriera, las relaciones entre Moscú y la región ya
disfrutaban de un período de sintonía política sin precedentes. En julio, el
presidente Vladimir Putin realizó una gira, catalogada de histórica por los
medios rusos, por las principales capitales de América latina. En aquella
oportunidad se reunió con sus pares Cristina Kirchner y Dilma Rousseff y
aprovechó su estadía en Brasilia para dialogar con otros mandatarios del
continente. La visita dejó promesas de cuantiosos negocios y declaraciones de
peso. Sobre Argentina, afirmó que es su principal socio estratégico, y de
Brasil destacó que se trata del mayor socio comercial en América latina. En
general, señaló que Rusia debe recuperar su presencia en la zona, ya que la
considera sumamente interesante y con un gran futuro.
Después de aquellas
definiciones y del embargo a los productos alimenticios que trabó Rusia contra
Occidente, las principales economías de Sudamérica muestran que en principio
están aprovechando la oportunidad para conquistar el vasto mercado ruso. Una
aspiradora que sólo en el 2013 importó más de 20 mil millones de dólares en
alimentos. Así, en las góndolas de una de las principales cadenas de
supermercados de Moscú, Azbuka Vkusa, los productos franceses, españoles y
alemanes, entre otros, van dejando lugar a los uruguayos, brasileños, peruanos
o argentinos.
Según datos del Ministerio
de Economía de Rusia, sólo durante los meses de agosto y septiembre de 2014
Brasil aumentó sus exportaciones en 168 millones de dólares. Creciendo en 1,5
los envíos de carne de ganado, y en un 56 por ciento los de ave de corral.
Precisamente sobre este ítem, el Ministerio de Agricultura de Brasil informó
que en la comparación del período de enero a octubre del 2013 con igual período
de 2014, se duplicó el volumen de las 39 toneladas a las 92 actuales, con un
ingreso de 237 millones de dólares. En sintonía con este crecimiento, el
Servicio Sanitario ruso Rosselkhoznadzor habilitó en noviembre tres
establecimientos de productos lácteos de Brasil para la exportación de queso a
Rusia. De este rubro, en lo que va del año se entregaron cinco habilitaciones y
en general el país cuenta con más de 160 sitios en condiciones de exportar a la
Federación. Para el ministro de Agricultura, Pesca y Abastecimiento de Brasil,
Neri Geller, “constituye un hecho inédito que muestra la confianza de los rusos
con la producción brasileña”.
En Argentina, el envío
de carne congelada se incrementó un 30 por ciento, pasando de 65,6 a 88,1
millones de dólares, en la comparación de agosto-septiembre de este año con el
pasado, según el Ministerio de Economía ruso. El aumento es de un 60 por ciento
si se compara el período de enero a septiembre. Índices positivos también
registran la leche y nata con un 15 por ciento y los aceites con un 42 por
ciento, siempre según el organismo económico ruso. En tanto que para las
cámaras locales argentinas, entre agosto y octubre de este año, Rusia se
convirtió en el principal mercado de los cortes y trozos aviares congelados,
por detrás de países como China o Sudáfrica. El director del Servicio Sanitario
ruso dijo estar fascinado con la disposición de las autoridades argentinas para
ampliar el negocio y aseguró que los acuerdos firmados pronto mostrarán sus
resultados. Su prédica no es casual ni a título personal, forma parte de la
renovada alianza ruso-argentina. Los rusos dan especial importancia a la
amistad pero sobre todo a la lealtad, y la crítica de Cristina Kirchner a
Occidente por su posición de “doble rasero” respecto de la anexión de Crimea
constituyó un hecho muy valioso para el Kremlin. La presentación del canal ruso
Russia Today en Argentina sería otra muestra de esa cooperación estratégica.
En cuanto al otro grande
de Sudamérica, Chile, la relación podría estar dada más por el impacto de las
sanciones que por la intensidad de las relaciones bilaterales con Rusia.
Los ciudadanos rusos son
grandes consumidores de salmón, y con Noruega, su principal proveedor, afectado
por el embargo, Moscú debió poner la mira en otros productores. Así, la
industria pesquera chilena disfruta de una etapa dorada, con hasta 30
habilitaciones para sus establecimientos de producción de pescados y mariscos
desde el inicio del embargo y una exportación que crece a pasos agigantados.
Comparando los meses de agosto y septiembre de 2013 con los de 2014, la nación
aumentó su exportación de pescado congelado en más del 70 por ciento y en
mariscos el aumento es de 6,3 veces. Atento a no despertar susceptibilidades
después del reclamo de la Unión Europa a América latina para no aprovecharse de
las sanciones, el director de la Comisión de Comercio de la Embajada de Chile,
José Campusano Alarcón, precisó que “esperamos que la situación que acontece se
resuelva en beneficio de todas las personas y empresas de los países
afectados”.
Perú, por su parte, que
contó con el impulso de la visita de Ollanta Humala a Moscú, la primera de un
presidente de este país a Rusia, recibió una veintena de habilitaciones para
exportar pescado congelado a la Federación Rusa, además de ser el principal
proveedor de productos horto-frutícolas de Sudamérica, según la Asociación de
Gremios Productores Agrarios (Agap) del Perú. Su directora, Ana María Deustua,
afirmó que están creciendo a un promedio de 10 millones de dólares por mes y
que esperan cerrar el 2014 en 80 millones. En tanto que, Uruguay, también con
un volumen de negocios menor al de Brasil y Argentina, experimentó un salto
cualitativo en su exportación de quesos y pescados. Del primero, las ventas
pasaron de 75 toneladas en julio de este año a 1298 en septiembre y 2.121 en
octubre. En cuanto al segundo, el volumen exportado logró multiplicarse por
cuatro del 2013 a lo que va del 2014. Hasta septiembre de este año, los tres
grandes de Sudamérica muestran comportamientos dispares respecto del total
exportado. Brasil creció un 6,1 por ciento, Chile disminuyó un 6,5 por ciento y
Argentina lo hizo en un 2,8 por ciento. Es cierto que, de acuerdo con la
tendencia por el efecto de las sanciones, los últimos meses del año deberían
suponer un repunte en el cómputo final.
Las perspectivas son
buenas y así lo reconocen desde Rusia y Sudamérica, sin embargo dos grandes
interrogantes se abren a mediano plazo. Uno, si los productores sudamericanos
podrán hacer frente a una exigente demanda rusa y consolidarse como proveedores
confiables. Dos, si se repondrá el motor de la economía rusa. El rublo no para de
perder valor frente al dólar, y su devaluación ya supera el 40 por ciento. Los
precios del petróleo se derrumbaron un 30 por ciento desde mitad de año y hasta
los pronósticos oficiales hablan de una recesión para el 2015. Así, un aumento
del intercambio entre
ambos bloques supone un gran desafío que dependerá más de lo económico que de
las bellas declaraciones políticas.
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Colaboración: María Cervantes.
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