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“Después de la tragedia del 7 de enero en París donde fueron
asesinadas al menos doce personas, conducir el análisis a la premisa de un mundo islámico
en revuelta contra la cultura occidental, impide ver el centro del asunto. Así
mismo, enfatizar que el hecho pone en peligro la libertad de expresión, porque el medio caricaturizó al profeta
fundador del islamismo, es alejarse del problema de fondo. Sería poco
convincente atribuir este último atentado en Francia, a una motivación
diferente al que causan los ataques terroristas que ocurren casi diariamente en
Siria, Irak, Afganistán y Yémen
últimamente. La matriz con el objetivo para desestabilizar es la misma. El
contingente de terroristas organizados para llevarla adelante tiene el mismo
origen: La descomposición ética en el actual sistema de relaciones
internacionales, que se ve reflejada en la dificultad de resolver políticamente
la guerra que afecta a Siria. El clima
internacional proclive a la actividad terrorista, ha sido en gran parte
estimulado por el plan para derrocar al presidente en Siria, Bashar al- Assad,
que lleva más de tres años de ejecución. Bajo el diseño de este plan, que
Naciones Unidas ha sido incapaz de detenerlo, países como Qatar y Arabia Saudita, en alianza con Turquía e Israel, han
contribuido al crecimiento del actual contingente terrorista que se parapeta bajo la fachada de
un estado islámico en guerra, como ISIS o DAESH”.
“El actual orden mundial caracterizado laxamente como de
globalización,
al hacer prevalecer el objetivo económico y geopolítico, por sobre la formación
de un sistema de cooperación y desarrollo entre las naciones, ha llevado a la
violencia estatal y no estatal a niveles nunca vistos en las últimas tres décadas. En este plano, las potencias
occidentales, de las economías más poderosas, tienen la mayor parte de la
responsabilidad. Las naciones donde han surgido las redes terroristas post
desplome soviético, han sido precisamente aquellas donde la OTAN con Estados Unidos a la cabeza, instalaron el recurso de la
violencia extrema para combatir la expansión del comunismo. El pecado original
consiste en haber introducido adiestramiento
insurreccional y fobia antisoviética en las escuelas coránicas para jóvenes
en
Afganistán y Pakistán. Estos atentados ocurren principalmente en
aquellas naciones que han participado en una intervención o invasión de la OTAN en los países donde se formaron
terroristas con el objetivo anti soviético. Son contingentes de una suerte de
épica anticomunista y que al colapsar el poderío soviético, y ver que les
cambian las cartas sobre la mesa, sienten que han sido utilizados con los
mismos objetivos coloniales de antaño”.
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La islamofobia tiene tanto fundamento empírico -ni
más ni menos- como el islamismo yihadista; ambos, en efecto, son fascismos
reactivos, que se activan recíprocamente, incapaces de hacer estas distinciones
que caracterizan a la ética, la civilización y el derecho: entre niños y
adultos, entre civiles y militares, entre bufones y reyes, entre individuos y
comunidades. “Matad a todos los infieles”.
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FRANCIA: LO MÁS PELIGROSO
ES LA ISLAMOFOBIA.
*****
Santiago Alba Rico (LA
DIRECTA - LA MAREA).
Jueves 8 de enero del 2015.
El atentado fascista en París contra
la redacción del semanario Charlie Hebdo, que ha arrebatado la vida a 12
personas, entre ellas los cuatro dibujantes Charb, Cabú, Wolinsky y Tignous,
deja una doble o triple sensación de horror, pues está agravada por una especie
de eco amargo y sucio y por una sombra de amenaza inminente y general. Hay sin
duda el horror mismo de la matanza por parte de unos asesinos que, con
independencia de sus móviles ideológicos, se han situado a sí mismos al margen
de toda ética común y por eso mismo fuera de todo marco religioso, en su
sentido más estricto y preciso.
Pero hay también el horror de que las víctimas se dedicasen a escribir y dibujar. No es que uno no pueda hacer daño escribiendo y dibujando -enseguida hablaremos de ello-; es que escribir y dibujar son tareas que una larga tradición histórica compartida sitúa en el extremo opuesto de la violencia; si además se trata de la sátira y el humor, nadie nos parece más protegido que quien nos hace reír. En términos humanos, siempre es más grave matar a un bufón que a un rey porque el bufón dice lo que todos queremos escuchar -aunque sea improcedente o incluso hiperbólico-, mientras que los reyes sólo hablan de sí mismos y de su poder. El que mata a un bufón, al que hemos encomendado la tarea libre y general de decir, mata la humanidad misma. También por eso los asesinos de París son fascistas. Sólo los fascistas matan bufones. Sólo los fascistas creen que hay objetos no hilarantes o no ridiculizables. Sólo los fascistas matan para imponer seriedad.
Pero hay un tercer elemento de horror que tiene que ver menos con el acto que con sus consecuencias. Ahora mismo -lo confieso- es lo que más miedo me da. Y es urgente advertir de lo que nos jugamos. Lo urgente no es impedir un crimen que ya no podemos impedir; ni tampoco condenar hastiados a los asesinos. Esto es normal y decente, pero no urgente. Ni tampoco, claro, cargar contra el islam. Al contrario. Lo verdaderamente urgente es alertar contra la islamofobia, precisamente para evitar lo que los asesinos quieren, y ya están consiguiendo provocar: la identificación ontológica entre el islam y el fascismo criminal. La gran eficacia de la violencia extrema tiene que ver con el hecho de que borra el pasado, que no puede ser evocado sin justificar de alguna manera el crimen; tiene que ver con el hecho de que la violencia es actualidad pura, y la actualidad pura está llena siempre del peor futuro imaginable. Los asesinos de París sabían muy bien en qué contexto estaban acometiendo su infamia y qué efectos produciría.
Pero hay también el horror de que las víctimas se dedicasen a escribir y dibujar. No es que uno no pueda hacer daño escribiendo y dibujando -enseguida hablaremos de ello-; es que escribir y dibujar son tareas que una larga tradición histórica compartida sitúa en el extremo opuesto de la violencia; si además se trata de la sátira y el humor, nadie nos parece más protegido que quien nos hace reír. En términos humanos, siempre es más grave matar a un bufón que a un rey porque el bufón dice lo que todos queremos escuchar -aunque sea improcedente o incluso hiperbólico-, mientras que los reyes sólo hablan de sí mismos y de su poder. El que mata a un bufón, al que hemos encomendado la tarea libre y general de decir, mata la humanidad misma. También por eso los asesinos de París son fascistas. Sólo los fascistas matan bufones. Sólo los fascistas creen que hay objetos no hilarantes o no ridiculizables. Sólo los fascistas matan para imponer seriedad.
Pero hay un tercer elemento de horror que tiene que ver menos con el acto que con sus consecuencias. Ahora mismo -lo confieso- es lo que más miedo me da. Y es urgente advertir de lo que nos jugamos. Lo urgente no es impedir un crimen que ya no podemos impedir; ni tampoco condenar hastiados a los asesinos. Esto es normal y decente, pero no urgente. Ni tampoco, claro, cargar contra el islam. Al contrario. Lo verdaderamente urgente es alertar contra la islamofobia, precisamente para evitar lo que los asesinos quieren, y ya están consiguiendo provocar: la identificación ontológica entre el islam y el fascismo criminal. La gran eficacia de la violencia extrema tiene que ver con el hecho de que borra el pasado, que no puede ser evocado sin justificar de alguna manera el crimen; tiene que ver con el hecho de que la violencia es actualidad pura, y la actualidad pura está llena siempre del peor futuro imaginable. Los asesinos de París sabían muy bien en qué contexto estaban acometiendo su infamia y qué efectos produciría.
El problema del fascismo y de su
violencia actualizadora es que se trata siempre de una respuesta. El fascismo
está siempre respondiendo; todo fascismo se alimenta de su legitimación
reactiva en un marco social e ideológico en el que todo es respuesta y todo es,
por tanto, fascismo. El contexto europeo (pensemos en la Alemania anti-islámica
de estos días) es la de un fascismo rampante. En Francia concretamente este
fascismo blanco y laico tiene algunos valedores intelectuales de mucho
prestigio que, a la sombra del Frente Nacional de Le Pen, llevan calentando el
ambiente desde los púlpitos privilegiados a partir del presupuesto, anunciado
con falso empirismo y autoridad mediática, de que el islam mismo es un peligro
para Francia. Pensemos, por ejemplo, en la última novela del gran escritor
Houllebecq, Sumisión (traducción literal del término árabe “Islam”), en el que
un partido islamista gana al Frente Nacional las elecciones de 2021 e impone la
“sharia” a la patria de Las Luces.
O pensemos en el gran éxito de las obras del
ultraderechista Renaud Camus y del periodista político del diario Le Figaro
Éric Zemmour. El primero es autor de Le grand remplacement, donde se sostiene
la tesis de que el pueblo francés está siendo “reemplazado” por otro, en este
caso -obviamente- compuesto por musulmanes extraños en la historia de Francia.
El segundo ha escrito El suicidio francés, un gran éxito de ventas que
rehabilita al general Petain y describe la decadencia del Estado-nación,
amenazado por la traición de las élites y la inmigración. Hace unos días en Le
Monde el escritor Edwy Plenel se refería a estas obras como depositarias de una
“ideología asesina” que “está preparando a Francia y Europa para una guerra”:
una guerra civil -dice- “de Francia y Europa contra ellas mismas, contra una
parte de sus pueblos, contra aquellos hombres, aquellas mujeres, aquellos niños
que viven y trabajan aquí y que, a través de las armas del prejuicio y la
ignorancia, han sido previamente construidos como extranjeros en razón de su
nacimiento, su apariencia o sus creencias”.
Las potencias occidentales, de las economías más
poderosas, tienen la mayor parte de la responsabilidad. Las naciones donde han
surgido las redes terroristas post desplome soviético, han sido precisamente
aquellas donde la OTAN con Estados Unidos a la cabeza, instalaron el recurso de
la violencia extrema para combatir la expansión del comunismo.
*****
Este es el fascismo que ya estaba
presente en Francia y que ahora “reacciona” -puro presente- frente la
“reacción” -pura actualidad asesina- de los islamistas fascistas de París. Da
mucho miedo pensar que a las siete de la tarde, mientras escribo estas líneas,
el trending topic mundial en twitter, tras el tranquilizador y emocionante “yo
soy Charlie”, es el terrorífico “matar a todos los musulmanes”. La islamofobia
tiene tanto fundamento empírico -ni más ni menos- como el islamismo yihadista;
ambos, en efecto, son fascismos reactivos, que se activan recíprocamente,
incapaces de hacer estas distinciones que caracterizan a la ética, la
civilización y el derecho: entre niños y adultos, entre civiles y militares,
entre bufones y reyes, entre individuos y comunidades. “Matad a todos los infieles”
es contestado y precedido por “matad a todos los musulmanes”. Hay, sin embargo,
una diferencia. Mientras se exige a todos los musulmanes del mundo que condenen
la atrocidad de París y todos los dirigentes políticos y religiosos del mundo
musulmán condenan sin excepción lo sucedido, el “matad a todos los musulmanes”
es justificado de algún modo por intelectuales y políticos que legitiman con su
autoridad institucional y mediática la criminalización de cinco millones de
franceses musulmanes (y de unos cuantos millones más en toda Europa).
Esta es
la diferencia -lo sabemos históricamente- entre el totalitarismo y el delirio
marginal: que el totalitarismo es delirio naturalizado, institucionalizado,
compartido al mismo tiempo por la sociedad y por el poder. Si recordamos además
que la mayor parte de las víctimas del fascismo yihadista en el mundo son
también musulmanes -y no occidentales- quizá haría falta que midiéramos mejor
nuestro sentido de la responsabilidad y la solidaridad. Pinzados entre dos
fascismos reactivos, los perdedores son los de siempre: los inmigrantes, los
zurdos, los bufones, las poblaciones de los países colonizados.
Del yihadismo fascista no espero
sino fanatismo, violencia y muerte. Me repugna, pero me da menos miedo que la
reacción que precede -valga la paradoja einsteiniana- a sus crímenes. El “matad
a todos los musulmanes” está de alguna forma justificado por los intelectuales
que “preparan la guerra civil europea” y por los propios políticos, que
responden a los crímenes con discursos populistas religiosos laicos. Cuando
Hollande y Sarkozy hablan de “un atentado a los valores sagrados de Francia”
para referirse a la libertad de expresión, están razonando del mismo modo que
los asesinos de los redactores de Charlie Hebdo. No acepto que un francés me
diga que defender a Francia implica necesariamente defender la libertad de
expresión. Por muy laica que se pretenda, esta lógica es siempre religiosa. No
hay que defender a Francia; hay que defender la libertad de expresión. Porque
defender los valores de Francia es quizás defender la revolución francesa, pero
también Thermidor; es defender la Comuna, pero también los fusilamientos de
Thiers; es defender a Zola, pero también al tribunal que condenó a Dreyfus; es
defender a Simone Weill y René Char, pero también el colaboracionismo de Vichy;
es defender a Sartre, pero también las torturas de la OAS y el genocidio
colonial; es defender mayo del 68, pero también los bombardeos de Argel,
Damasco, Indochina y más recientemente de Libia y Mali.
Es defender ahora,
frente al fascismo islamista, la igualdad ante la ley, la democracia, la
libertad de expresión, la tolerancia y la ética, pero también defender la
destrucción de todo ello en nombre de los valores de Francia. Da mucho miedo
oír hablar “de los valores de Francia”, “de la grandeza de Francia”, de “la
defensa de Francia”. O defendemos la libertad de expresión o defendemos los
valores de Francia. Defender la libertad de expresión -y la igualdad, la
fraternidad y la libertad- es defender a la humanidad entera, viva donde viva y
crea en el Dios que crea. La frase “los valores de Francia” pronunciada por Le
Pen, Hollande, Sarkozy o Renaud Camus no se distingue en nada de la frase “los
valores del islam” pronunciada por Abu Bakr Al-Baghdadi. Son en realidad el
mismo discurso frente por frente, legitimado por la propia reacción asesina,
que bombardea a inocentes en un lado y ametralla a inocentes al otro. Pierden
los de siempre, los que pierden cuando dos fascismos no dejan en medio ni la
más pequeña rendija para el derecho, la ética y la democracia: los de abajo,
los de al lado, los pequeños, los sensatos. De eso sabemos mucho en Europa, sus
“grandes valores” produjeron el colonialismo, el nazismo, el estalinismo, el
sionismo y el bombardeo humanitario.
Mal empieza 2015. En 1953,
“refugiado” en Francia, el gran escritor negro Richard Wright escribía contra
el fascismo que “temía que las instituciones democráticas y abiertas no sean
más que un intervalo sentimental que precede al establecimiento de regímenes
incluso más bárbaros, absolutistas y postpolíticos”. Protegernos del fascismo
islamista es proteger nuestras instituciones abiertas o democráticas -o lo que
quede de ellas- del fascismo europeo. La islamofobia fascista, en Europa y en
las “colonias”, es la gran fábrica de islamistas fascistas y una y otra son
incompatibles con el derecho y la democracia, los únicos principios -que no
“valores” – que podrían todavía salvarnos. Buena parte de nuestras élites
políticas e intelectuales están más bien interesadas en todo lo contrario.
Descansen en paz nuestros alegres y
valientes compañeros bufones del Charlie Hebdo. Y que nadie en su nombre
levante la mano contra un musulmán ni contra el derecho y la ética comunes. Eso sí que sería
la verdadera victoria de los fascismos de los dos bandos.
Santiago
Alba Rico es filósofo.
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