JE SUIS PEPONE Y RODOLFO Y REGINA. Página/12. Esta
es sin duda la libertad de expresión, la libertad de palabra, los Derechos
Humanos, que tanto hablan los defensores y escribas del neoliberalismo, el
sistema capitalista, las democracias fallidas o en tiempos de dictaduras
feroces de militares golpistas. Libertad para quienes y cuando. Libertad de expresión, de palabra para los
empresarios, para las grandes corporaciones, del capital corporativo
global, para el poder facticos de los grandes medios de comunicación (Para
todos ellos existe SU propia democracia, libertad de expresión - prensa, su
propia gobernabilidad y ahora reclaman, piden, proponen, acuerdan en sus
Convenios, Cumbres, una "Nueva
Gobernanza Mundial". Paras ellos si existen estos "derechos"
para quienes se atreven a cuestionar el sistema - o simplemente como muchos
periodistas democráticos y respetables, asumen la función de contestatarios al
sistema - ahí tienen los resultados, la muerte, el asesinato, esta es la falsa
democracia de los dictadores, de los gobernantes mentirosos y traidores a sus
pueblos. Esta es la libertad de
expresión del neoliberalismo y la dictadura - feroz y mentirosa - del poder
de los medios de comunicación. (Poder que concentra medios, poder
financiero-comercial-exportador, poder político - con débiles y asustados
gobernantes, poder militar - en alianza con sectores anti-democráticos -.
Felizmente que cada vez se va aclarando esta enrarecida libertad de expresión y los Ciudadanos - hoy las nuevas
generaciones de jóvenes a nivel mundial - están poniendo en jaque a los
neoliberales, su democracia, su crisis y recesión, su destrucción de
instituciones, y desde las profundidades de sus entrañas va naciendo una nueva
esperanza, un nuevo amanecer democrático, de un mundo nuevo, que si es posible,
un mundo socialista, una Democracia directa, participativa, respetuosa de nuestra
Madre Naturaleza y camino hacia una verdadera República de Ciudadanos.
La Junta Militar Argentina, "gobernó" con mano dura y represiva, persiguió y desapareció a cuantos enemigos políticos se cruzaran en su camino, Varios Periodistas, Académicos, Políticos, Sindicalistas fuero asesinados por la dictadura platense. Onganía primero y posteriormente Videla dictadores y asesinos. Las Madres de Plaza de Mayo ( Hoy Abuelas) expresan: Ni Olvido ni Perdón. JUSTICIA.
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JE SUIS PEPONE Y RODOLFO Y REGINA.
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Ariel Dorfman *
Página /12 domingo 18 de enero del 2015.
Desde
la distancia de América latina, el asalto terrorista a Charlie Hebdo se siente
aterradoramente cercano, se siente tristemente familiar.
No hace mucho, acá en
Santiago de Chile, no lejos de la casa en que vivo parte del año con mi mujer,
Angélica, periodistas y escritores que se atrevían a enfrentar al régimen del
general Pinochet fueron sistemáticamente asesinados, sufriendo, muchos de
ellos, torturas antes de que los mataran. Entre tantos, recuerdo especialmente
a José Carrasco (lo llamábamos Pepone), quien fuera alumno mío en la
universidad, luego amigo y compañero de revolución y exilio y, ya de vuelta en
Chile, redactor de Análisis, una revista semiclandestina que publicaba
frecuentemente artículos satíricos, semejantes a algunos que se suelen leer en
Charlie Hebdo. La policía secreta vino por Pepone justo antes del amanecer del
8 de septiembre de 1986. Le advirtieron que no se molestara en ponerse los
zapatos. No iban a hacerle falta, dijeron. Unas horas más tarde apareció su
cadáver acribillado a balazos.
Otro mártir de tantos
que, sí, efectivamente en forma aterradora y familiar pueblan América latina.
Al otro lado de los Andes, en la vecina Argentina, centenares de autores,
intelectuales y trabajadores de los medios fueron detenidos por escuadrones de
la muerte, desapareciendo para siempre. Ante la necesidad de singularizar
aquella tragedia en una persona, me quedo con el nombre de Rodolfo Walsh. El 5
de marzo de 1977, Walsh, uno de los grandes escritores argentinos, fundador del
periodismo testimonial del continente, fue emboscado y secuestrado por un
comando militar. Justo el día anterior le había enviado a la Junta que
malgobernaba su país, una Carta Abierta, provocadora, insultante, mordaz,
denunciando no sólo los abusos a los derechos humanos sino también la política
económica neoliberal que hambreaba a su pueblo. Su cuerpo hasta hoy sigue
desaparecido. Aquella Carta Abierta recuerda el tono audaz e irreverente que se
encuentra en las páginas de Charlie Hebdo.
Tanto Chile como Argentina,
por cierto, como muchos otros países latinoamericanos que aguantaron
despiadadas dictaduras –Uruguay, Paraguay, Perú, Brasil, Bolivia, Haití, El
Salvador– son ahora democracias donde los trabajadores de la prensa pueden
llevar a cabo sus labores sin temer, por lo general, el golpe en la puerta, el
cuchillo en la garganta, la zanja a la medianoche.
Y, sin embargo, durante
la última década una lenta masacre de periodistas ha venido asolando,
infectando, corrompiendo Latinoamérica, un asedio casi invisible contra la
libertad de información. No se trata de incidentes tan espectaculares ni
dramáticos como el de Charlie Hebdo, ni se inserta en el contexto de los
conflictos suscitados por una pequeña minoría de fanáticos islámicos, pero
estamos presenciando, de todas maneras, una agresión incesante y desmedida y
metódica. Los casos más pavorosos se concentran en Honduras, Guatemala y
México. Tomemos el mes de agosto del 2013: tres periodistas guatemaltecos
fueron muertos a tiros, incluyendo a Luis de Jesús Lima, una prominente
personalidad de la radio que discutía en sus programas asuntos controversiales.
Y México: entre las decenas de trabajadores de la prensa recientemente
ultimados, se presenta la figura señera de Regina Martínez, corresponsal en
Veracruz de la Revista Proceso. Una pandilla entró a su casa, la golpeó
brutalmente para enseguida estrangularla. Qué coincidencia: ella había estado
investigando los lazos entre los narcos y los políticos de Veracruz. Y
Honduras, el lugar más peligroso del mundo para ejercer la profesión de
periodista. El 9 de marzo del 2012, Alfredo Villatoro, que tenía un programa
radial de gran sintonía, fue secuestrado en Tegucigalpa. Seis días más tarde su
cuerpo apareció con una bala en la cabeza. Estaba vestido con ropa militar, su
cara cubierta con un siniestro pañuelo rojo. Las amenazas de muerte que había
recibido desde hace meses finalmente se volvieron realidad.
El mundo, básicamente,
ha ignorado estos atentados.
Tiendo, para decir la
verdad, a desconfiar de la frase que corrientemente se usa para expresar
nuestra identificación con los perseguidos: “I am Salman Rushdie”, “Je suis
Charlie”, “Todos somos Ayotzinapa”, si bien muchas veces firmo denuncias que
ostentan palabras similares. Claramente hay algo conmovedor en el hecho de
sentirse uno parte de millones que, desde todos los continentes, demuestran su
solidaridad con las víctimas del terror. Pero tal reacción lingüística suele
ser un tantico fácil y cómoda. No somos, todos nosotros, Charlie. No estuvimos
de veras a su lado cuando arribaron los homicidas ni los vamos a proteger con
nuestros cuerpos. Y muchos de aquellos que recitan esas palabras, je suis, je
suis, especialmente si son autoridades del gobierno o miembros de las fuerzas
de seguridad, no exhibieron ayer la tolerancia que proclaman hoy con tanto
fervor. Aun así, importa, sin duda, que quienes no enfrentan ningún peligro
inmediato hagan saber al mundo –y especialmente a aquellos que pretenden volver
a asesinar mañana– que no vamos a dejarnos amedrentar ni permitir que el miedo
y el silencio ejerzan su dominio letal.
Y tal vez, después de
todo, el grito de “Je suis Charlie” se justifica en este caso debido a que el
ataque a esa revista satírica parisina fue particularmente salvaje y masivo y,
por cierto, institucional. Se quiso mandar un mensaje a toda la sociedad y
tiene sentido, por lo tanto, que toda la sociedad, la francesa y más allá de
sus fronteras, afirme en forma pública y colectiva nuestro dolor y nuestro
coraje.
No obstante lo cual,
visto desde Santiago de Chile, desde la perspectiva de una América latina donde
los colegas mexicanos y guatemaltecos y hondureños de Charlie Hebdo mueren a
mansalva en este mismo momento sin que nadie se fije, es urgente preguntarse
por qué las calles de nuestro desafortunado planeta no se llenan de cientos de
miles de ciudadanos que declaran “Je suis Alfredo Villatoro, Je suis Regina
Martínez, Je suis Luis de Jesús Luna”. ¿Por qué tan pocos pensaron siquiera en
gritar “Je suis Rodolfo Walsh”? ¿Por qué millones no advirtieron que ellos eran
José Carrasco, Je suis Pepone?
Palabras como éstas no
habrán de detener, probablemente, horrores futuros. Parecen inevitables en un
mundo enloquecido por el fanatismo y el odio. Pero por lo menos aquellos que
casi anónimamente, en rincones remotos del mundo, lejos de los Champs Elysées y las luces
fulgurantes de los medios, continúan levantando la voz contra la estupidez y la
opresión, podrán sentirse quizás un poco menos solos.
* El último libro de Ariel Dorfman es Entre
sueños y traidores: Un striptease del exilio.
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