HUMORISTAS CONTRA RACISTAS.
Un grupo de caricaturistas franceses y francófonos publicó ayer un
volante contra el nuevo movimiento islamófobo alemán Pegida, que prevé realizar
hoy una “marcha de luto” en la ciudad de Dresde en homenaje a las víctimas de
los atentados en Francia. “Rechazamos que Pegida quiera utilizar la memoria de
nuestros colegas”, dijo uno de los organizadores del volante. Los organizadores
de Pegida (Europeos Patrióticos contra la Islamización de Occidente), que
realizan una concentración todos los lunes en Dresde, instaron a sus seguidores
a llevar un crespón de luto tras el atentado contra la revista satírica Charlie
Hebdo en París, que dejó doce muertos. Los caricaturistas franceses
consideraron que Pegida representa todo contra lo que lucharon sus colegas de
Charlie Hebdo. Entre los firmantes de la petición está el holandés Willem, uno
de los fundadores de la revista francesa, que no se encontraba en la
publicación en el momento del ataque
Esta
foto de los cerca de 50 líderes políticos de todo el mundo que participaron en
la marcha de apoyo al pueblo francés contra el terrorismo se convirtió en una
imagen simbólica de este histórico día que reunió al menos 3,7 millones de
personas en toda Francia, informa 'Huffington Post'.
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BAJO UNA MISMA CONSIGNA.
La
Marsellesa cantada en Madrid, la bandera francesa ondeó en Londres, “juntos
contra el odio” gritaron en Bruselas y pancartas en Montreal dijeron “Somos
Charlie”. Millones se manifestaron en el mundo en solidaridad con las víctimas
de los atentados en Francia. En Montreal, unas 25 mil personas desafiaron el
gélido clima y marcharon junto a su alcalde, Denis Coderre, y el cónsul francés
Bruno Clerc, enarbolando pancartas con la leyenda Je suis Charlie (“Yo soy
Charlie”) y ondeando banderas canadienses y francesas. En octubre, Canadá
también fue víctima de dos atentados extremistas realizados por jóvenes con
ideas islamistas.
En Bruselas marcharon
unas 20 mil personas. “Estamos expresando nuestro compromiso con la libertad de
pensamiento y de expresión, dentro del respeto al otro; eso es muy importante”,
dijo el caricaturista belga Philippe Geluck. Bajo la misma consigna, otros 12
mil manifestantes se reunieron en Viena, mientras en Berlín unos 18 mil más
–convocados a través de las redes sociales– acudieron a la embajada francesa
para expresar su solidaridad con las víctimas de los ataques, portando
pancartas con el lema Berlin ist Charlie (“Berlín es Charlie”) o “Superar el
terror”.
Un grupo de musulmanes
se reunió en la Estación de Atocha, donde en 2004 se produjo un ataque
jihadista en el que murieron 191 personas. En Londres, cerca de dos mil
personas se concentraron en Trafalgar Square portando lápices y pancartas de Je
suis Charlie. “Hoy, Londres y París están unidos en el dolor, en la
indignación, pero también en la determinación de luchar por la libertad”, dijo
el alcalde de la ciudad, Boris Johnson. Las expresiones de apoyo a Francia
atravesaron los océanos y las fronteras desde Burundi hasta Buenos Aires (ver
página 6) y
Washington,
donde varios cientos acompañaron en una marcha silenciosa al embajador francés
Gérard Araud, portando el mensaje We are Charlie. “Estoy aquí a petición de los
franceses en Washington porque, como yo, ellos están frustrados de ver a su país encarando tan difícil
crisis desde tan lejos”, expresó el diplomático.
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François
Hollande–, de Benjamin Netanyahu, de Abdallah II de Jordania. Sin embargo, una
imagen fuerte se impone a las demás: la presencia, a la cabeza del cortejo
parisino y apenas separados por cuatro dirigentes políticos, del primer
ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y del presidente de la Autoridad
Palestina, Mahmud Abbas. Junto a ellos también caminaron el presidente francés,
François Hollande; la canciller alemana, Angela Merkel; el primer ministro
británico, David Cameron; los primeros ministros de Portugal, Bélgica, Grecia y
etc. etc.;
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LA MAYOR MANIFESTACIÓN EN LA HISTORIA DE FRANCIA.
Casi cuatro millones de personas
marcharon en todo el país contra la violencia fanática y por la Libertad. Un
millón y medio en París.
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El equipo de Charlie
Hebdo que sobrevivió al ataque abrió la movilización ciudadana. No faltaron los
que eran adeptos al semanario ni quienes lo detestaban. Se trató de una mayoría
republicana, multiconfesional, contra una minoría enceguecida.
Eduardo Febbro.
Página/12
En Francia
Desde París lunes 12 de
enero del 2015.
No cabe en las cuentas,
en las estadísticas, en los métodos para contarlos: sólo cabe en las páginas de
la historia política del siglo XXI. París desapareció bajo la multitud que
desbordó sus calles, sus bulevares, que pobló de miles y miles de dibujos y slogans
el recorrido que une la Plaza de la República con la Plaza de la Nación. La
prefectura de París no pudo establecer un conteo coherente de las personas que
inundaron la capital unidas en un sentimiento transparente de pertenencia a una
raíz común, la libertad. Casi cuatro millones de personas desfilaron en toda
Francia, un millón y medio en París, por la libertad de expresión y contra el
terrorismo. Nunca visto, un episodio masivo e inédito, tejido de silencios,
aplausos, lágrimas, respeto y emoción. La mayoría republicana,
multiconfesional, contra una minoría enceguecida. “No en mi nombre”, dice un
cartel que un manifestante musulmán levanta sobre su cabeza. “No hay libertad
sin coraje”, dice otro. “Estoy de duelo, no en guerra”, clama un tercero. Sobre
el suelo de la Plaza de la República alguien escribió: “Hizo falta que
ocurriera lo que pasó en Charlie Hebdo para que nos sintiéramos unidos.
Continuemos”.
No faltó nadie en esta
movilización ciudadana. Ni los que eran adeptos del semanario Charlie Hebdo ni
quienes lo detestaban. Las escenas de la capital francesa se repitieron en
todas las ciudades del país, en las localidades pequeñas o grandes. Sólo la
presencia de incómodos responsables políticos venidos de varias partes del
mundo puso una nota paradójica a esta marcha por la libertad. Entre los 60
jefes de Estado o de Gobierno que viajaron a París había mastodontes de la
antidemocracia, reyes de la opresión, representantes del amordazamiento de la
libertad de la prensa o políticos con las manos sucias por la corruptela:
Mariano Rajoy, el presidente del gobierno español; el primer ministro Turco,
Ahmet Davutoglu; Ali Bongo, el presidente de Gabón, gran perseguidor de las
libertades públicas; Viktor Orban, el jefe del gobierno húngaro conocido por
sus leyes restrictivas contra la libertad de la prensa; el rey Abdallah II de
Jordania –otro eximio estrangulador de la libertad de expresión– o Sameh
Choukryou, el canciller de Egipto, representante de un Estado que es la perla
negra de la represión política.
El equipo de Charlie
Hebdo que sobrevivió al ataque abrió la marcha. A muchos, como al dibujante
Luz, les hubiese gustado salir a la calles con caricaturas de Nicolas Sarkozy
–estaba en primera línea, no lejos de François Hollande–, de Benjamin
Netanyahu, de Abdallah II de Jordania. Sin embargo, una imagen fuerte se impone
a las demás: la presencia, a la cabeza del cortejo parisino y apenas separados
por cuatro dirigentes políticos, del primer ministro israelí, Benjamin
Netanyahu, y del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas. Junto a
ellos también caminaron el presidente francés, François Hollande; la canciller
alemana, Angela Merkel; el primer ministro británico, David Cameron; los
primeros ministros de Portugal, Bélgica, Grecia; el presidente de Mali, Ibrahim
Bubacar Keita, y el secretario de Justicia de EE.UU., Eric Holder, quien
declaró: “Hoy somos todos ciudadanos franceses”. Más realista, David Cameron
admitió que “la amenaza jihadista estará entre nosotros durante muchos años”.
El ex presidente
norteamericano George W. Bush respondió con bombas e invasiones a los ataques
del 11 de septiembre (Afganistán e Irak). La sociedad francesa, con la fuerza
colectiva y lápices elevados hacia el cielo. Bruno Le Maire, un ex ministro de
Agricultura de la derechista UMP, comentó: “Hoy los franceses dicen que esto no
puede continuar. Son nuestros hijos a quienes mataron, son el producto de
nuestra sociedad”. La otra imagen fuerte de este día histórico fueron las
lágrimas y los abrazos en plena calle que intercambiaron Hollande con Patrick
Pelloux, doctor y redactor del semanario satírico que salvó su vida porque
llegó tarde a la reunión de redacción, y fue el primero en socorrer a las
víctimas. “Todo es tan extraño como bello. El calor de tanta gente, este pueblo
unido con calma por la libertad de expresión. Creo que es el primer día de
algo”, dijo Pelloux. Y ese “algo” aún no está formulado. Es una masa sin
cuerpo. Hay que distinguir dos fronteras: la de la gente y la dimensión
política. La primera fue una reacción unánime ante algo vivido como un acto de
suprema barbarie, como un atentado contra esa “igualdad, libertad, fraternidad”
que componen el triángulo del simbolismo cívico francés. “De pronto me siento
igual que cuando ganamos el Mundial de Fútbol en 1998 y todos nos sentíamos
semejantes, hermanos. Sólo que esta vez la hermandad la plasmó un atentado
sangriento”, dice Antoine, un padre de 52 años, casado con una marroquí, que
tiene tres hijos a quienes trajo a la manifestación para que “valoren lo que es
la libertad de expresión, para que entiendan cómo sería Francia si esa libertad
no existiera”.
Lo segundo, lo político,
está por verse. Las presiones sobre el Ejecutivo de Hollande para que tome
medidas represivas y asuma de forma pública una política distinta en materia de
inmigración son fuertes. La derecha, por el momento, está en la mordaza de la
emoción del país y no puede sacar muy rápido sus garras para disputarle a
Hollande la legitimidad ganada en estos días y a la extrema derecha su
electorado. El líder histórico de la extrema derecha, Jean Marie Le Pen, dijo
hace dos días “yo no soy Charlie” y calificó de “payasos” a la multitud que
llenó las calles de París. La voz de Le Pen es por el momento inaudible,
meramente anecdótica. Francia se apoya en sí misma, en la emoción y el dolor
que la vuelca a una unión instantánea, sin demandas o interrogantes que
estructuren el futuro. Se apoya en el asombro a la hora de descubrir que su
propia sociedad puede albergar en sus entrañas seres capaces de cometer actos
semejantes. Desde hace cinco días todo lo que ocurre no tiene precedentes: el
asalto a Charlie Hebdo, los doce asesinatos, el secuestro de decenas de
personas en un supermercado judío de París, los cuatro rehenes muertos, las
manifestaciones cotidianas y, al fin, esta inmensa convergencia entre millones
de individuos que supieron sobreponerse al odio primario, a la reacción
violenta, al racismo, para unirse en la defensa de un ideal ensangrentado: la
libertad. “Charlie” y “Libertad” fueron las palabras más pronunciadas por los
manifestantes.
Ni Islam, ni musulmanes,
ni inmigrantes, ni extranjeros o inmigración. Libertad, sólo libertad. El clima
de reconciliación dio lugar incluso a escenas impensables en un país protestón
y rebelde como Francia. La gente, por lo general hostil a las fuerzas del
orden, les rindió un homenaje multitudinario por el trabajo que realizaron en
los casi tres días que duró la investigación. Acostumbrados a los silbidos y a
los insultos, los policías, las fuerzas antimotines, se vieron sumergidas por
los aplausos, las rosas regaladas y los pedidos de autógrafos.
El
sufrimiento creó una magia conciliadora y, al mismo tiempo, corrió el telón de
algo que se había quedado oculto entre los pliegues de la crisis y la
globalización, entre los debates y los manoseos políticos, entre el clima
mundial, los rencores humanos, el desempleo, las dudas sobre Europa y la
identidad nacional: restauró la noción de libertad y de pueblo, la conciencia
de una pertenencia colectiva a ciertos valores de raíz con los cuales vivían
sin darse cuenta. Mientras el mundo los admira por muchas razones, los
franceses llevan años dudando de sí mismos, de su sociedad, de sus contenidos.
“Somos un pueblo”, tituló el matutino Libération en su edición de Internet. Francia
se reencontró a sí misma. París fue por un largo y sincero momento la capital
del dolor y del reencuentro. El horror hipnotizó a Francia y a París durante
varios días. El mismo horror quebró la indiferencia y arrojó a una sociedad
entera a sus propios brazos para llorar y mirarse, al fin, a los ojos. Aquellos
días de cines cerrados, de metros evacuados, de sirenas alocadas y comercios
con las cortinas bajas parecen estar en otra dimensión de la realidad. Anette,
una mujer de 65 años que consiguió un permiso especial para salir unas horas
del hospital en donde estaba internada, dice, abrazada a su familia: “No
olvidamos ni olvidaremos nunca lo que pasó. Pero hoy, con estos abrazos y estas
lágrimas que derramamos, empezamos a ser de nuevo y a reivindicar lo que
construimos juntos”. Este horrendo episodio deja abiertas muchas lecturas
posibles y varios futuros inciertos. La prensa mundial empieza a titular sus
ediciones con sonoras frases que dicen: “París, capital mundial contra el
terror” (El País). Es mucho más que eso. Prueba de ello son los muchos nombres
que se le pusieron a la manifestación de este domingo, los más frecuentes fueron “contra el terror” o
“por la libertad de expresión”. El domingo, millones de personas eligieron el
segundo.
*****
Sin embargo, una instantánea de 'Le Monde' ha generado polémica. El periódico francés divulgó en Twitter una foto sacada desde otro ángulo que evidencia que los políticos están posando ante las cámaras separados de la multitud. Aunque la medida de 'aislar' a los dirigentes se habría tomado para garantizar su seguridad, en las redes sociales han aparecido acaloradas críticas hacia los líderes, a los que acusan de hipocresía.
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NUEVAS RESTRICCIONES TRAS EL ATAQUE EN PARÍS.
Más control en Europa.
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Los responsables de la
seguridad sellaron un compromiso para reforzar el control de las fronteras,
incrementar el intercambio de información y frenar la masiva propaganda
jihadista en Internet.
Eduardo Febbro.
Desde
París
El futuro empezó ayer en
París, y no en la calle, con los cuatro millones de personas que salieron a
defender la libertad de expresión. Empezó en el Ministerio francés de Interior
con la reunión que el presidente francés, François Hollande, organizó con los
ministros de Interior de la Unión Europa y el titular de Justicia de Estados
Unidos, Eric Holder. Los trece responsables de la seguridad sellaron un
compromiso para reforzar el control de las fronteras, incrementar el
intercambio de información y frenar la masiva propaganda, yihadista –textos y
video– que pasa a través de Internet prácticamente sin restricción. Los
asesinatos perpetrados en París por los hermanos Chérif y Said Kouachi y su
cómplice, Amedy Coulibaly, acarrearán una serie de medidas restrictivas para la
circulación de los bienes y las personas. Desde ya, los dirigentes reunidos se
pusieron de acuerdo para levantar una de las trabas que impiden la extensión de
la entrega de datos sobre los pasajeros aéreos. Estados Unidos lleva varios
años presionando a la Unión Europea para que aplique plenamente este mecanismo
vigente entre Estados Unidos, Canadá, Australia y el Reino Unido (e-borders y
US-VISIT). El Parlamento Europeo se opone a que se suministre de la misma
manera que en los países mencionados la PNR, Passenger Name Record. Se trata de
los datos personales completos de un pasajero que viaja en grupo entre destinos
diversos. Como las leyes europeas de protección de datos son más restrictivas
que en Estados Unidos, el Viejo Continente y Washington nunca encontraron un
terreno de entendimiento. Ahora, el obstáculo puede ser resuelto rápidamente.
El
ministro francés de Interior, Bernard Cazeneuve, aclaró que la prioridad son
“los combatientes extranjeros presentes en Siria e Irak”. La semana entrante,
los ministros de Interior y de Justicia de la Unión Europea mantendrán una
reunión ministerial cuyos resultados serán presentados en una cumbre
internacional que se celebrará en Washington el próximo 18 de febrero. Según el
titular francés de la cartera de Interior, se trata, prioritariamente, de
reforzar la eficacia en el seguimiento de los desplazamientos, la comunicación
y los recursos económicos con que cuentan los jihadistas. De allí los dos
principios generales adoptados en París: más control en las fronteras, más
intercambios de datos policiales, judiciales o oriundos de los servicios
secretos, y más “colaboración” con las empresas que suministran accesos a
Internet para acceder a los datos e intercambios entre los jyihadistas. Desde
luego, estas medidas afectarán a todo el mundo y no sólo a los llamados
combatientes extranjeros. Cazeneuve juzgó “indispensable” la asociación con los
operadores de Internet para identificar rápidamente “los contenidos que inciten
al odio y al terror” y neutralizar en la fuente “los factores y los vectores de
radicalización”. Como Bin Laden en 2001, Chérif y Said Kouachi y Amedy
Coulibaly pondrán a todo el planeta bajo el imán de una nueva aspiradora de
datos e intimidades. Washington saltó de inmediato sobre la ocasión y propuso
la organización de una cumbre destinada a “reflexionar” sobre los medios
necesarios para luchar contra “el extremismo violento en el mundo”. Lo más
probable es que Estados Unidos obtenga en adelante una suerte de legalización
del espionaje mundial, el mismo que antes practicaba mediante el dispositivo
Prism revelado por el ex analista de la CIA Edward Snowden. Es lícito reconocer
que los servicios franceses de inteligencia fueron incapaces de detectar que
los hermanos Kouachi y Amedy Coulibaly seguían activos y estaban por pasar a la
acción. Estados Unidos había puesto a los hermanos Kouachi en una lista roja,
pero sin informar a Francia. Además, a pesar de las delaciones y de las
intenciones públicas, la cooperación entre los distintos servicios secretos del
mundo dista de ser ideal. Por una razón o por otra, la información no fluye con
la rapidez que haría falta. Los responsables de lo servicios secretos y de la
lucha antiterrorista admiten que muchas veces se encuentran “desarmados” por la
falta de información. La revoluciones árabes tuvieron en este campo un efecto
contraproducente. Bernard Squarcini, ex director de la Dirección Central de la
Información Interior (DGRI) explicó a la prensa que “ya no tenemos más contactos con nuestros
homólogos de Túnez, de Libia, de Siria o de Egipto. Nuestra visión se redujo”.
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