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El fracking es una técnica, extendida en
algunos países del mundo (especialmente en Imperial, USA) que consiste en perforar el subsuelo e inyectar agua a presión mezclada
con arena y sustancias químicas (generalmente desconocidas en detalle) para liberar el gas de esquisto (gas
pizarra) que se encuentra en las rocas bituminosas. ¿Interrogantes sobre esta
nueva técnica faústica de base científica? Muchos: posible contaminación de acuíferos, uso intensivo de agua, microseísmos, exposición
a productos químicos tóxicos, efectos muy negativos en la salud humana y en el
medio ambiente. Etc. David Cameron, el primer ministro conservador
británico, la voz del Amo imperial en Europa, ha
aprovechado la crisis de Ucrania
para recordar la enorme dependencia energética europea del gas oso-ruso. Aunque no es el caso de su propio país, la ocasión le
ha sido muy útil para volver a afirmar que Inglaterra
tiene “el deber” -¡el deber!- de explorar sus reservas de gas de esquisto. Su Gobierno ha
anunciado, por si hubiera alguna duda, que el 64% del subsuelo contiene gas
extraíble mediante presión hidraúlica.
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“La técnica de fracking implica el uso de centenares de
componentes químicos, incluidos algunos cancerígenos, que no son eliminados una
vez que entran en contacto con el terreno.”
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A PROPÓSITO DEL
FRACKING:
La decisiva
importancia de la ciencia crítica y las movilizaciones ciudadanas.
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Salvador López Arnal.
Rebelión miércoles 7 de mayo del 2014.
Para el amigo y maestro
Jorge Riechmann, que lo hubiera explicado mucho mejor.
Lo conocido por todas y todos: el fracking
es una técnica, extendida en algunos países del mundo (especialmente en
Imperial, USA) que consiste en perforar el subsuelo e inyectar agua a presión
mezclada con arena y sustancias químicas (generalmente desconocidas en detalle)
para liberar el gas de esquisto (gas pizarra) que se encuentra en las rocas
bituminosas. ¿Interrogantes sobre esta nueva técnica faústica de base
científica? Muchos: posible contaminación de acuíferos, uso intensivo de agua,
microseísmos, exposición a productos químicos tóxicos, efectos muy negativos en
la salud humana y en el medio ambiente. Etc.
David Cameron, el primer ministro
conservador británico, la voz del Amo imperial en Europa, ha aprovechado la
crisis de Ucrania para recordar la enorme dependencia energética europea del
gas oso-ruso. Aunque no es el caso de su propio país, la ocasión le ha sido muy
útil para volver a afirmar que Inglaterra tiene “el deber” -¡el deber!- de
explorar sus reservas de gas de esquisto. Su Gobierno
ha anunciado, por si hubiera alguna duda, que el 64% del subsuelo contiene gas
extraíble mediante presión hidráulica.
Francia, afortunadamente (ecos de la Revolución del
XVIII y de la presión ecologista), está en contra. Con firmeza hasta el momento
aunque desconocemos los planes de futuro del barcelonés Valls. Reino Unido y
Polonia (para ellos, la avanzadilla de la UE-28,
es la única respuesta verdadera a la presión del gas ruso) son defensores de la
técnica. En Francia y Bulgaria, la técnica está prohibida. Los ecologistas
críticos, con razón, reclamaban unas normas comunes ara Europa. Polonia acaba de cambiar “su
legislación medioambiental para facilitar el trabajo a las empresas que
exploran en su subsuelo. Ha aprobado que los pozos exploratorios de hasta 5.000
metros -¡unos 5 km!- de profundidad -básicamente todos- no necesitan estudio de
impacto ambiental.” ¡A lo loco, a lo loco, se vive mejor! Es decir, se tiende a
morir peor.
El ministro de Industria del gobierno español, don
José Manuel Soria, a pesar de su machadiano apellido, ha manifestado
reiteradamente su apoyo a esta técnica. El Gobierno descreador de España y de
la Tierra ha concedido en los últimos años varias decenas de permisos de
investigación de hidrocarburos. En su mayoría para buscar gas no convencional.
Es en la cuenca vasco-cantábrica donde se cree que la geología es más favorable
“a las investigaciones”, a la nueva modernidad tecnológica. También en Burgos y
en otros territorios lo lejanos.
De momento, crucemos lo que
haya que cruzar, no se ha construido ningún pozo.
Sea como fuere, hay una
buena nueva en esta importante (cada vez lo será más, cada vez debe serlo más)
lucha ciudadana, en esta apuesta crítica, contraria y documentada de la ciencia
humanista y no servil. Cristina F Pereda y Elena G Sevillano han dado noticia
de ello recientemente. Antes de ello, me apoyo en su artículo, unas
reflexiones:
Xavier Querol, geoquímico e investigador
del CSIC ha señalado: “El problema son los componentes químicos de la mezcla de
líquido que se inyecta en el subsuelo. Muchos de ellos son tóxicos. Las
empresas no desvelan qué sustancias emplean. Si se trata de hidrocarburos
aromáticos como el benceno, que es cancerígeno, obviamente supone un peligro”.
Para la salud humana, para el medio ambiente.
Conclusiones de un estudio publicado en
2012 en Science of
the Total Environment: se encontraron altas emisiones de contaminantes como
el benceno.
Resultados expuestos en un
artículo del Endocrinology: entre el cóctel
de sustancias que se emplean hay 12 consideradas disruptores endocrinos
(alteradores del equilibrio hormonal que se relacionan con infertilidad y
cáncer, entre otros problemas de salud). ¡Nada menos!
Más conclusiones, esta vez de
investigadores de la Universidad de Missouri (EE UU): tomaron muestras de agua
en una zona con gran densidad de pozos y las compararon con las de áreas menos
explotadas; descubrieron que la actividad estrogénica, antiestrogénica,
androgénica... era muy superior en la zona con muchos pozos de fracking.
Hasta aquí los resultados
científicos. Ahora la información sobre el éxito de una denuncia ciudadana:
Noviembre de 2008. Lisa Parr empezó a padecer migrañas y
vómitos. No se imaginaba entonces “que la veintena de pozos para la extracción
de gas que rodean su casa, en Decatur, Texas (EE UU), podían tener algo que ver
con sus problemas de salud”. Sarpullidos, hemorragias y fiebres se sumaron “a
la larga lista de síntomas que durante los siguientes dos años la forzaron a
ingresar varias veces en el hospital”. Su marido, Robert, y su hija, Emma,
también enfermaron.
En 2011 la familia Parr demandó a la petrolera
Aruba Petroleum. El pasado 22 de abril de 2014, el Día de la Tierra, un
tribunal condenó a la empresa a indemnizar con 2,9 millones de dólares (unos 2
millones de euros) a la familia, considerando “que sus dolencias están
relacionadas con las operaciones de fracking de los pozos de Aruba.”
Está por ver si los Parr llegarán a cobrar esa cantidad -el fallo puede
recurrirse- o si la sentencia puede considerarse finalmente un precedente. Lo
que sí es cierto “es que se trata de la primera indemnización millonaria por un
caso de afectación a la salud relacionado con el fracking.” Puede sentar precedente.
Generalmente las demandas
por los efectos sobre el medio ambiente y la salud de esta técnica, que se ha
extendido por Estados Unidos como la pólvora imperial durante la presidencia
del Premio Nobel
belicista Obama con la promesa de aumentar la independencia energética
del país, “se han saldado con acuerdos extrajudiciales e indemnizaciones
económicas que nunca salen a la luz. La de los Parr llegó a juicio y un jurado
popular dio la razón a la familia por cinco votos a favor y uno en contra.”
La familia Parr alegó en su demanda “que
las operaciones de Aruba Petroleum en las inmediaciones de su vivienda
contaminaron el ambiente haciendo enfermar a su familia y a su ganado y
forzándoles a mudarse a otra localidad”. Según los abogados que les asesoraron,
“la técnica de fracking
implica el uso de centenares de componentes químicos, incluidos algunos
cancerígenos, que no son eliminados una vez que entran en contacto con el
terreno.” Coincide con lo apuntado por la comunidad científica no servil.
Aruba Petroleum mantuvo durante el juicio,
por supuesto (¿les suena el discurso?) que sus operaciones cumplen con la
regulación vigente y que no se le puede relacionar directamente con los
síntomas padecidos por esta familia. Por lo demás, según The Wall Street
Journal, más de 15 millones de estadounidenses (unas dos veces la población
de Cataluña) viven a una distancia inferior a un kilómetro y medio de un pozo
de extracción. La resolución de la demanda de los Parr puede abrir paso a
nuevas reclamaciones similares y convertirse en un excelente argumento para los
que rechazan esta práctica. “Fuentes jurídicas afirman que es poco probable que
un fallo así vuelva a repetirse, e incluso que la familia podría perder la
apelación.” No hay que perder la esperanza fundada.
En EE UU, el fracking
se ha beneficiado de varias lagunas en las leyes, como explica Scott A. Elias,
profesor de Ciencia Cuaternaria de la University of London, en trabajo
publicado en Earth and Environmental Science. “El fracking es la
excepción en dos importantes leyes federales (la de agua potable y la de agua
limpia) al permitir la inyección de productos químicos tóxicos en los pozos y
la falta de tratamiento del agua sobrante que se almacena”. Además, las
empresas, según este profesor, “no están obligadas a revelar el cóctel de
sustancias que usan, por considerarse secreto industrial.” ¡Secreto industrial!
¿La economía al servicio de la ciudadanía o está al servicio desalmado de ella?
¿Quién manda realmente en esa “democracia” industrial de élites insaciables y
alocadas?
El examen de toxicología al
que se sometió la familia Parr encontró más de una veintena de químicos en su
sangre. En el caso de sus vecinos, un especialista en contaminación ambiental
detectó presencia de hidrocarburos como benceno, tolueno, etilbenceno y xileno.
En síntesis: otro ámbito urgente de intervención ciudadana y de científicos
comprometidos.
En el fondo del escenario:
la civilización incivilizada del capitalismo, neoliberal o no, no sólo es un
sistema de explotación, de desigualdades, de barbarie militar y de machismo
soez criminal sino un medio asegurado (y con garantías) de ecosuicidio
generalizado. ¿Es
razonable, no digo justo, apostar por ese sendero abismal?.
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