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Revolución Ciudadana, sin ciudadanos, es el título quizás demasiado
exigente, en una sociedad como la ecuatoriana y latinoamericana,
escenario donde es muy difícil y complejo forjar y construir Ciudadanía,
por el carácter propio, complejo, múltiple de la, propia sociedad, y además por el propio concepto y su visión Polisémica, su amplitud y polarización hoy en el
proceso de construcción. La Ciudadanía es un proceso social y cultural nunca
terminado y siempre renovado, una sociedad desde sus orígenes en la Independencia
hace 200 años, encierra dominante una profunda desigualdad
económico-social, - desigualdad estructural, multidimensional - una
sociedad donde las élites y clases dominantes han ejercido y siguen ejerciendo
un poder absoluto, un poder basado y sustentado básicamente en un estilo
piramidal, en cual las clases explotadas, populares, se han mantenido en la base de la pirámide sin
derecho alguno o con derechos constitucionales muy reducidos, excluidos,
marginados o históricamente
desconocidos. Escenario continental, donde las minorías nacionales,
étnicas, originarias, los amplios sectores campesinos y otros como la gran migración del campo a
la ciudad, centro del proceso de urbanización en América Latina - y el de “cholificación” en Perú
– en todos los países del continente mayorías nacionales – han sido mantenidas fuera, al margen, o marginados y cercenados sus derechos fundamentales,
realidad que jamás se les permitió ser parte de un proceso de "Ciudadanía Moderna", que venía con la propia Independencia - Ciudadanía Liberal, Cívica, Republicana - y menos el reconocimiento de su propia Ciudadanía Cultural, Étnica, Nacional.
El proceso post-neoliberal en Venezuela – el socialismo
del siglo XXI y la revolución bolivariana – el Estado Plurinacional de
Bolivia – la revolución de los Movimientos Sociales – o la propia
Revolución Ciudadana en Ecuador, o la Democratización de la democracia del
Frente Amplio en Uruguay, o el propio proceso reformista-populista (o
social-demócrata de Lula en Brasil) son
procesos políticos inéditos, propios y respuestas políticas a las
condiciones socio-económicas dominantes, y al propio carácter de las políticas
que implementó el neoliberalismo, la revolución no es copia ni calco, es creación heroica de
cada pueblo” nos
explicaba en forma clara y profunda el Amauta José Carlos Mariátegui
hacen más de 80 años. Por eso cada proceso, sea cual sea su carácter
socio-político, pero sí estamos convencidos cuál es finalmente su camino – el salir
como proceso democrático del dominio neoliberal de las potencias imperialistas
-. Nosotros no podemos exigir, que los procesos políticos hoy vigentes
se dirijan en tal sentido, que ejecuten tales políticas, porque los “comunistas”
o los “socialistas” del siglo XX en su
procesos revolucionarios los conquistaron y construyeron como expresión de su
revolución. Se acabó la imposición, se terminó el modelo ejemplar o la
enseñanza histórica que un pueblo o varios pueblos forjaron. Fue una victoria, un ejemplo de la Revolución en su tiempo
histórico y político. Nuestro respeto en la historia.
En pleno siglo XXI las teorías políticas, el pensamiento político del Libertador Simón Bolívar, constituyen la fuente doctrinaria que hoy impulsan y orientan los procesos revolucionarios en América Latina. Cada proceso político responde al carácter de las condiciones propias de cada país, porque la revolución "no es copia, menos calco, es creación heroica de los pueblos".
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Pero en muchos de los procesos políticos “post-neoliberales”, hoy plenamente vigentes en Nuestra América, no es el pueblo organizado, no son sus instituciones y organizaciones de clase por lo más en crisis que estén las tradicionales – pero en varios países han sido sustituidas o se han centralizado y/o concatenado, unificado, en los hoy vigentes Movimientos Sociales antiglobalización - las que participan y toman y asumen decisiones de Estado en forma permanente o aislada. Por lo general las “decisiones” político-estatales vienen desde arriba, son impuestas por el mandatario de turno, tienen sello y firma de redentores – el Líder, Caudillo o personaje Histórico, “bíblico”, "mesiánico", - y en ese sentido es sumamente riesgoso forjar e imponer un “nuevo” proceso político, tendiente a construir una Nueva Democracia, en el epicentro de un modelo neoliberal del capitalismo salvaje, por lo general violento, impositivo, demonizado y diabólico en sus políticas. El nuevo proceso político que rompe cadenas neocoloniales, domino neo-feudales, intereses de las elites financiero-político neoliberales, exige y es trabajo de socializar experiencias, democratizar las instituciones democráticas con el objetivo estratégico de Democratizar la Democracia.
Sin embargo, tomando, seleccionando, sistematizando, lo más importante
del proceso
en los años que van en vigencia, tenemos que lo positivo, lo rescatable,
lo importante, lo trascendental es su poderoso ímpetu, energía, fuerza, coraje
como hoy se enfrentan primero a las fuerzas
reaccionarias, conservadoras y ultra-derechistas en cada país y en lo
fundamental a los emisarios y defensores de oficio de los poderes facticos
locales y globales; segundo, la lucha diaria
que imprimen en relación la “dictadura política” que ejercen los medios
de comunicación, sobre todo cuando quieren imponer su propia Agenda de
Gobierno y realizan un “linchamiento político” contra los líderes del
movimiento. En tercer lugar debemos ser
sumamente críticos contra la corrupción – el mal que hoy destruye la
política en su conjunto – y en cuarto lugar
debemos recuperar – comenzar de cero – reconstruir la CONFIANZA. Es necesario
e impostergable que nuestro pueblo – la nueva Sociedad Civil Real,
emergente, plural, popular, democrática – base del Poder Local Popular –
escenario de las clases y la lucha de clases – recinto histórico donde se
fraguan las ideas preliminares y derechos para construir Ciudadanía, en
donde (in)surgen los Nuevos Líderes Comunitarios, portadores de un Nuevo
Capital Político y Democrático, recuperen la confianza, con el
objetivo de reconstruir la credibilidad en la democracia y la legitimidad
de la opinión pública en las instituciones fundamentales de la misma Democracia,
proceso dialéctico que constituye y representa la base, la esencia que alimenta
y retroalimenta el proceso político en la construcción de una Nueva Democracia de Ciudadanos, Participativa, Cívica y
Republicana de profundo respeto con nuestra Madre Naturaleza.
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La solidaridad de los procesos políticos revolucionarios, progresistas, reformistas, frente a la agresión diaria y permanente del imperialismo, constituye el sello y firma de los procesos. Hoy es importante la cohesión social y política interna para forjar la unidad en la integración latinoamericana.
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ECUADOR: ¿LA
REVOLUCIÓN CIUDADANA TIENE QUIÉN LA DEFIENDA?.
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Boaventura de Sousa Santos
Blog Público.
Rebelión miércoles 28 de
mayo del 2014.
Los intelectuales de
América Latina, entre los que me considero por adopción, han cometido dos tipos de errores en sus análisis de
los procesos políticos de los últimos cien años, sobre todo cuando contienen
elementos nuevos, ya sean ideales de desarrollo, alianzas para construir el
bloque hegemónico, instituciones, formas de lucha, estilos de hacer política.
Por supuesto, los intelectuales de derecha también han cometido muchos errores,
pero aquí no me ocuparé de ellos. El
primer error ha consistido en no hacer un esfuerzo serio para comprender
los procesos políticos de izquierda que no encajan fácilmente en las teorías
marxistas y no marxistas heredadas. Las primeras reacciones a la Revolución
cubana son un buen ejemplo. El segundo
tipo de error ha consistido en silenciar, por complacencia o temor de favorecer
a la derecha, las críticas de los errores, desviaciones y hasta perversiones
por las que han pasado estos procesos, perdiendo así la oportunidad de
transformar la solidaridad crítica en instrumento de lucha.
Desde 1998, con la llegada
de Hugo Chávez al poder, la
izquierda latinoamericana ha vivido el período más brillante de su historia y
tal vez uno de los más brillantes de la izquierda mundial. Obviamente, no
podemos olvidar los primeros momentos de las
Revoluciones rusa, china y cubana ni tampoco los éxitos de la
socialdemocracia europea durante la posguerra. Pero los gobiernos progresistas
de los últimos quince años son particularmente notables por varias razones: se
producen en un momento de gran expansión del capitalismo neoliberal ferozmente hostil a proyectos nacionales en
divergencia con él; son internamente muy diferentes, dando cuenta de una
diversidad de la izquierda hasta entonces desconocida; nacen de procesos democráticos con una elevada participación popular, ya
sea institucional o no institucional; no exigen sacrificios a las mayorías en
nombre de un futuro glorioso, sino que tratan, por el contrario, de transformar
el presente de quienes nunca tuvieron acceso a un futuro mejor.
Escribo este texto siendo
muy consciente de la existencia de los errores mencionados y sin saber si
tendré éxito en evitarlos. Además, me centro en el caso más complejo de todos
los que constituyen el nuevo período de la izquierda latinoamericana. Me
refiero a los gobiernos de Rafael Correa
en Ecuador, en el poder desde 2006. Para empezar, algunos puntos de
partida. En primer lugar, se puede
discutir si los gobiernos Correa son
de izquierda o de centroizquierda, pero me parece absurdo considerarlos de
derecha, como pretenden algunos de sus opositores de izquierda. Dada la
polarización instalada, creo que estos últimos sólo reconocerán que Correa fue en última instancia de
izquierda o centroizquierda en los meses (o días) siguientes a la eventual
elección de un gobierno de derecha. En
segundo lugar, es opinión ampliamente compartida que Correa ha sido, “a pesar de
todo”, el mejor presidente que Ecuador ha tenido en las últimas décadas y
el que ha garantizado mayor estabilidad política después de muchos años de
caos. En tercero, no cabe duda de
que Correa ha emprendido la mayor
redistribución de la renta de la historia de Ecuador, contribuyendo a la
reducción de la pobreza y al fortalecimiento de las clases medias. Nunca tantos
hijos de las clases trabajadoras llegaron a la universidad. ¿Pero por qué todo esto, que es mucho, no es
suficiente para tranquilizar al “oficialismo” y convencerlo de que el proyecto
de Correa, con o sin él, proseguirá
después de 2017 (próximas elecciones presidenciales)?
Aunque Ecuador vivió en el pasado algunos momentos de modernización, Correa es el gran modernizador del
capitalismo ecuatoriano. Por su amplitud y ambición, el programa de Correa
tiene algunas similitudes con el de Kemal
Atatürk en la Turquía de las primeras décadas del siglo XX. Ambos están
presididos por el nacionalismo, el
populismo y el estatismo. El programa de Correa se basa en tres
ideas principales. La primera es la
centralidad del Estado como
conductor del proceso de modernización y, vinculada a ella, la idea de
soberanía nacional, el antiimperialismo estadounidense (cierre de la base
militar de Manta; expulsión de personal militar de la embajada de Estados
Unidos; lucha agresiva contra Chevron y la destrucción ambiental que ha causado
en la Amazonia) y la necesidad de mejorar la eficiencia de los servicios
públicos. La segunda, “sin
perjudicar a los ricos”, es decir, sin alterar el modelo de acumulación
capitalista, consiste en generar con urgencia recursos que permitan llevar a
cabo políticas sociales
(compensatorias, en el caso de la redistribución de la renta, y potencialmente
universales, en el caso de la salud,
la educación y la seguridad social) y construir
infraestructuras (carreteras, puertos, electricidad, etc.) con el fin de volver
la sociedad más moderna y equitativa. En
tercer lugar, por estar todavía subdesarrollada, la sociedad no está preparada para altos niveles de
participación democrática y ciudadanía activa, que pueden resultar
disfuncionales para el ritmo y la eficacia de las políticas en curso. Para que
esto no ocurra, hay que invertir mucho en educación y desarrollo. Hasta
entonces, el mejor ciudadano es
aquel que confía en el Estado, que conoce bien cuál es su verdadero interés.
¿Este vasto programa choca o no con la Constitución de 2008, considerada
una de las más progresistas y revolucionarias de América Latina? Veámoslo.
La Constitución apunta a un modelo alternativo de desarrollo (e
incluso a una alternativa al desarrollo) fundada en la idea de buen vivir, una idea tan nueva que sólo puede formularse
correctamente en una lengua no colonial, el quechua: sumak kawsay. Esta
idea presenta desdoblamientos muy interesantes: la naturaleza como ser vivo y, por tanto, limitado, sujeto y objeto
de cuidado, y nunca como recurso natural inagotable (los derechos de la
naturaleza); la economía y la sociedad
intensamente pluralistas, orientadas por la reciprocidad, la solidaridad, la
interculturalidad y la plurinacionalidad; Estado
y política con un carácter altamente participativos,
involucrando diferentes formas de ejercicio democrático y de control ciudadano
del Estado.
Para Correa (casi) todo esto
importante, pero se trata de un objetivo a largo plazo. A corto plazo, y de
manera urgente, es necesario crear riqueza para redistribuir los ingresos,
realizar políticas sociales e infraestructuras esenciales para el desarrollo
del país. La política tiene que
asumir un carácter sacrificial, dejando de lado lo que más valora para que un
día pueda rescatarlo. Así, es necesario intensificar la explotación de recursos
naturales (minería, petróleo, agricultura industrial) antes de que sea posible
depender menos de ellos. Para ello, es preciso llevar a cabo una agresiva
reforma de la educación superior y una vasta revolución científica basada en la
biotecnología y la nanotecnología para crear una economía del conocimiento a
medida de la riqueza de la biodiversidad del país. Todo esto sólo dará frutos
(tenidos como ciertos) muchos años después.
"La revolución ciudadana" a pesar del carácter vertical de su origen y su propio proceso político, hoy tienen su apoyo, simpatía y militancia de los sectores populares. Su gran problema, como en todo América Latina, es como construimos Ciudadanía Moderna, Participativa, Cívica y Republicana, en pleno siglo XXI y el epicentro del neoliberalismo salvaje.
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A la luz de esto, el Parque Nacional Yasuní, tal vez el más rico en biodiversidad del mundo, tiene que ser sacrificado y la explotación petrolera realizada, a pesar de las promesas iniciales de no hacerlo, no sólo porque la comunidad internacional no colaboró en la propuesta de no explotación, sino sobre todo porque los ingresos previstos derivados de la explotación están vinculados a inversiones en curso y su financiación por países extranjeros (China) tiene como garantía la explotación petrolera. En esta línea, los pueblos indígenas que se han opuesto a la explotación son vistos como obstáculos al desarrollo, víctimas de la manipulación de dirigentes corruptos, políticos oportunistas, ONG al servicio del imperialismo o jóvenes ecologistas de clase media, ellos mismos manipulados o simplemente inconsecuentes.
La eficiencia exigida para llevar a cabo tan
amplio proceso de modernización no puede verse comprometida por el disenso
democrático. La participación ciudadana es bienvenida, pero sólo si es
funcional y eso, de momento, sólo puede garantizarse si recibe una mayor
orientación del Estado, es decir, del Gobierno. Con razón, Correa se siente víctima de los medios de comunicación que, como
ocurre en otros países del continente, están al servicio del capital y la
derecha. Trata de regular los medios de comunicación y la regulación propuesta
tiene aspectos muy positivos, pero a la vez tensa la cuerda y polariza las
posiciones de tal modo que de ahí a la demonización de la política en general
hay un corto paso. Periodistas son
intimidados, activistas de movimientos sociales (algunos con una larga
tradición en el país) son acusados de terrorismo y la consecuente criminalización
de la protesta social parece cada vez más agresiva. El riesgo de transformar
adversarios políticos, con los que se discute, en enemigos que es necesario
eliminar, es grande. En estas condiciones, el mejor ejercicio democrático es el
que permite el contacto directo de Correa
con el pueblo, una democracia plebiscitaria de nuevo tipo. Al igual que Chávez, Correa es un comunicador
brillante y sus habituales apariciones semanales en los programas de radio y
televisión de los sábados (“sabatinas”) son un ejercicio político de gran
complejidad. El contacto directo con los ciudadanos no tiene como objetivo que
estos participen en las decisiones, sino más bien que las ratifiquen mediante
una socialización seductora que se presenta desprovista de contradicción.
Con razón, Correa considera que las
instituciones del Estado nunca han sido social o políticamente neutrales, pero
es incapaz de distinguir entre neutralidad y objetividad en base a
procedimientos. Por el contrario, piensa que las instituciones estatales deben
involucrarse activamente en las políticas del Gobierno. Por eso es natural que
el sistema judicial sea demonizado si toma alguna decisión hostil al Gobierno y
celebrado como independiente en caso contrario; que la Corte Constitucional se abstenga de decidir sobre cuestiones
polémicas (como en el caso de la comunidad de La Cocha en materia de justicia
indígena) si las decisiones pueden perjudicar lo que se juzga el interés
superior del Estado; que un dirigente del Consejo Nacional Electoral, encargado
de verificar las firmas para una consulta popular sobre la no explotación de
petróleo en Yasuní, promovida por el movimiento Yasunidos, se pronuncie
públicamente contra la consulta antes de efectuar la verificación. La erosión
de las instituciones, típica del populismo, es peligrosa sobre todo cuando
estas no son fuertes desde el principio debido a los privilegios oligárquicos
de siempre. Y es que cuando el líder carismático abandona la escena (como
ocurrió trágicamente con Hugo Chávez), el vacío político alcanza proporciones
incontrolables debido a la falta de mediaciones institucionales.
Y esto resulta aún más
trágico en cuanto es cierto que Correa
ve su papel histórico como la construcción del Estado-nación. En tiempos de neoliberalismo global, el objetivo es
importante e incluso decisivo. No obstante, se le escapa la posibilidad de que
este nuevo Estado-nación sea institucionalmente muy diferente del modelo de Estado colonial o Estado criollo y mestizo
precedente. Por eso la reivindicación indígena de la plurinacionalidad, en vez de ser
manejada con el cuidado que la Constitución recomienda, es demonizada como
peligro para la unidad (es decir, la centralidad) del Estado. En lugar de diálogos creativos entre la nación cívica, que
consensualmente es la patria de todos, y las naciones étnico-culturales, que
exigen respeto por la diferencia y autonomía relativa, se fragmenta el tejido
social, centrándose más en los derechos individuales que en los colectivos. Los indígenas son
ciudadanos activos en construcción, pero las organizaciones
indígenas independientes son corporativas y hostiles al proceso. La sociedad civil
es buena siempre que no esté organizada. ¿Una insidiosa presencia neoliberal
dentro del postneoliberalismo?
Es necesario, importante democratizar las instituciones fundamentales, con la finalidad de democratizar el movimiento político y la "revolución ciudadana", que real y objetivamente se fortalezca en el apoyo y "militancia" revolucionaria de la propia Ciudadanía. Hay que "abrir", ampliar, el proceso político - superando contradicciones internas - a todo el poderoso movimiento indígena y popular.
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Se trata, por tanto, del capitalismo del siglo XXI. Hablar del socialismo del siglo XXI es, por el momento, y en el mejor de los casos, un objetivo lejano. A la luz de estas características y contradicciones dinámicas que el proceso dirigido por Correa contiene, centroizquierda es quizá la mejor manera de definirlo políticamente. Tal vez el problema resida menos en el Gobierno que en el capitalismo que él promueve. Paradójicamente, parece componer una versión postneoliberal del neoliberalismo. Cada remodelación ministerial ha producido el fortalecimiento de las élites empresariales vinculadas a la derecha. ¿Será que el destino inexorable del centroizquierda es deslizarse lentamente hacia la derecha, tal y como ha sucedido con la socialdemocracia europea? Si esto ocurriese, sería una tragedia para el país y el continente.
Correa generó una mega-expectativa,
pero perversamente la manera en que pretende que no se convierta en una mega-frustración
corre el riesgo de apartar a los ciudadanos, como quedó demostrado en las
elecciones locales del pasado 23 de febrero, en las que el movimiento Alianza País, que lo apoya, sufrió un
fuerte revés. Cuesta creer que el peor
enemigo de Correa es el propio Correa. Al pensar que tiene que defender la Revolución ciudadana de ciudadanos poco
esclarecidos, malintencionados, infantiles, ignorantes, fácilmente manipulables
por políticos oportunistas o enemigos procedentes de la derecha, Correa corre el riesgo de querer hacer la Revolución ciudadana sin ciudadanos,
o lo que es lo mismo, con ciudadanos
sumisos. Los ciudadanos sumisos no luchan por aquello a lo que tienen
derecho, sólo aceptan lo que les es dado. ¿Puede aún Correa rescatar la gran oportunidad histórica de llevar a cabo la
Revolución ciudadana que se propuso? Pienso que sí, pero el margen de maniobra
es cada vez más reducido y los verdaderos enemigos de la Revolución ciudadana parecen estar cada vez más cerca del
Presidente. Para evitar esto, y en solidaridad con la Revolución ciudadana, todos
debemos contribuir a impulsarla.
A tal efecto, identifico tres tareas básicas. En primer lugar, hay que democratizar la propia democracia, combinando democracia
representativa con verdadera democracia
participativa. La democracia que se construye únicamente desde arriba
siempre corre el riesgo de convertirse en autoritarismo
en relación a los de abajo. Por mucho que le cueste, Correa tendrá que sentirse suficientemente seguro de sí mismo para,
en lugar de criminalizar el disenso
(siempre fácil para quien tiene el poder), dialogar con los movimientos, las
organizaciones sociales y con los jóvenes
unidos, aunque los considere “ecologistas
infantiles”. Los jóvenes son los aliados naturales de la Revolución ciudadana, de la reforma de
la educación superior y de la política científica, si esta se lleva a cabo con
sensatez. Alienar a los jóvenes parece un
suicidio político.
En segundo lugar, hay que desmercantilizar la vida social, no
sólo a través de políticas sociales,
sino también a través de la promoción de economías no capitalistas, campesinas,
indígenas, urbanas, asociativas. Ciertamente, no está en consonancia
con el buen vivir entregar bonos a las clases populares para que se envenenen
con la comida basura que inunda los centros comerciales. La transición al post-extractivismo
se hace con cierto post-extractivismo y no con la intensificación del
extractivismo. El capitalismo, abandonado a sí mismo, sólo conduce a más
capitalismo, por trágicas que sean las consecuencias.
En tercer lugar, hay que
compatibilizar la eficiencia de los servicios
públicos con su democratización y descolonización. En una sociedad tan
heterogénea como la ecuatoriana, hay que reconocer que el Estado, para ser legítimo y eficaz, tiene que ser un Estado
heterogéneo, conviviendo con la interculturalidad y, de manera gradual, con la
propia plurinacionalidad, siempre en el marco de la unidad del Estado
garantizada por la Constitución. La
patria es de todos, pero no tiene que ser de todos de la misma manera. Las
sociedades que fueron colonizadas todavía hoy están divididas en dos grupos de
poblaciones: los que no pueden olvidar y
los que no quieren recordar. Los que no pueden olvidar son aquellos que
tuvieron que construir como suya la patria que comenzó siéndoles impuesta por
extranjeros; los que no quieren recordar son aquellos a los que les cuesta
reconocer que la patria de todos tiene en sus raíces una injusticia histórica que está lejos
de ser eliminada y que es trabajo de todos eliminarla gradualmente.
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* Traducción de Antoni
Aguiló.
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