Más allá de la eliminación de los aranceles y la
apertura recíproca de los mercados a los inversores de cada
parte del Atlántico,
las negociaciones del TTIP se
están centrando en eliminar lo que en realidad se interpone más profundamente
en el camino hacia los beneficios
corporativos, las mismas regulaciones que protegen a los trabajadores, a
los consumidores, y al medioambiente. Con tal objetivo, la UE y EEUU quieren “armonizar” sus estándares y normas,
“armonización” que solo puede ser a la baja dado el objetivo de profundizar en
la liberalización del comercio y la
inversión, lo que equivale a una
reducción y degradación de las normas sociales y medioambientales a favor de los
intereses de las corporaciones para que puedan mover libremente su capital, bienes y trabajo. Además, el
acuerdo también busca crear nuevos
mercados abriendo el sector de los servicios
públicos y la adjudicación de contratos por parte de la administración a
las corporaciones transnacionales,
lo que amenaza con provocar más olas de privatizaciones en sectores clave como
la sanidad y la educación. En tal sentido, por ejemplo, funcionarios del
gobierno del Reino Unido han
reconocido que una de las tres prioridades del TTIP es “completar el
mercado único” dentro de la UE,
en concreto
abriendo el sector de los servicios públicos y su contratación a empresas
privadas de otros Estados miembros.
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La evidencia disponible
sugiere que el TTIP debe ser entendido no sólo
como un proyecto económico, sino también como un proyecto político, ideológico
y de clase de una élite transatlántica cuyo objetivo estriba en revertir los
logros conseguidos en materia social y ambiental en Occidente.
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ACUERDO
TRASATLÁNTICO DE COMERCIO E INVERSIÓN. (TTIP).
Utopía de las
corporaciones multinacionales, distopía de los trabajadores y los ciudadanos.
*****
José Anastasio Urra.
Rebelión miércoles 21 de
mayo del 2014.
A finales del siglo XVIII,
en 1776, se publicó la obra de
referencia de Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, más conocida como “La Riqueza
de las Naciones”. En los albores del Capitalismo que conocemos, en su
famoso y poco leído tratado, para salvar la cuestión social dentro del libre
mercado, Smith afirmaba que el
interés individual repercutía en último término en el interés social. Asumía
así que el interés individual era inocente, es decir, que el preocuparse de uno
mismo no lleva consigo hacer daño a los demás; al contrario, pues se puede
tener interés en vender algo porque se obtiene beneficio de ello pero también
porque interesa que alguien se beneficie, pues de este modo ganan ambas partes
y la relación continúa. Aceptando esta máxima, puede decirse que algunos se
hacen empresarios para ganar dinero y al mismo tiempo ofrecer a la sociedad
productos y servicios que necesita, siendo mínimo el papel del Estado.
Paradójicamente, en la instauración del Contrato Social, yla mano invisible del
mercado era en sí benevolente!
Sin embargo, casi dos
siglos y medio de Capitalismo rampante
después, en un mundo globalizado que
se va configurando a modo de gigantesco tablero de juego geoestratégico a
medida que, como civilización, nos vamos acercando cada vez más y más
rápidamente a sus ya próximos límites físicos inquebrantables, la realidad que
hemos venido construyendo desmiente tajantemente tales ideas del egoísmo
benevolente y cuestiona profundamente el Contrato
Social de Rousseau, y una de las mejores muestras de ello es el actual Acuerdo Trasatlántico de Comercio e
Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés) que se negocia en este mismo
momento entre bastidores y de espaldas a la ciudadanía y a cualquier medio de
supervisión y control democráticos.
El TTIP, también conocido como
Acuerdo Trasatlántico de Libre Comercio (TAFTA,
por sus siglas en inglés), tiene su origen en la oscura tradición de los
acuerdos multilaterales para la progresiva liberalización del comercio mundial
que promueve la Organización Mundial del Comercio (OMC) a partir de su constitución formal a mediados de los 80 del siglo
pasado, y, como su nombre apunta, representa la culminación de la
liberalización del comercio y la inversión a ambos lados del Atlántico, la
“carta blanca” a las corporaciones transnacionales que cada vez más gobiernan el mundo sin ambages.
El inicio de las
negociaciones del TTIP data de Febrero
de 2013, cuando Obama y los líderes
de la UE se comprometieron en ellas como estrategia de defensa en un
intento de recuperar la hegemonía Occidental seriamente amenazada y desplazada
ante el avance de las economías emergentes de los BRIChS (Brasil-Rusia-India-China-Sudáfrica), y las élites políticas
y corporativas tienen la intención de culminarlas a finales de 2014.
Más allá de la eliminación
de los aranceles y la apertura recíproca de los mercados a los inversores de
cada parte del Atlántico, las negociaciones del TTIP se están centrando en eliminar lo que en realidad se interpone
más profundamente en el camino hacia los beneficios corporativos, las mismas
regulaciones que protegen a los trabajadores, a los consumidores, y al
medioambiente. Con tal objetivo, la UE y
EEUU quieren “armonizar” sus estándares y normas, “armonización” que solo
puede ser a la baja dado el objetivo de profundizar en la liberalización del comercio y la inversión, lo que equivale a una
reducción y degradación de las normas sociales y medioambientales a favor de
los intereses de las corporaciones
para que puedan mover libremente su capital, bienes y trabajo. Además, el
acuerdo también busca crear nuevos
mercados abriendo el sector de los servicios públicos y la adjudicación de
contratos por parte de la administración a las corporaciones transnacionales,
lo que amenaza con provocar más olas de privatizaciones en sectores clave como
la sanidad y la educación. En tal sentido, por
ejemplo, funcionarios del gobierno del Reino
Unido han reconocido que una de las tres prioridades del TTIP es “completar el mercado único” dentro de la UE, en concreto abriendo
el sector de los servicios públicos y su contratación a empresas privadas de
otros Estados miembros.
El Acuerdo Trasatlántico
de Comercio e Inversión, TTIP entre Estados Unidos y la Unión Europea, tienen como
objetivo estratégico, profundizar en la
liberalización del comercio y la inversión, lo que equivale a una reducción y degradación de las normas sociales y
medioambientales a favor de los intereses de las corporaciones para que puedan
mover libremente su capital, bienes y trabajo.
***
Los principales temas objeto de las negociaciones, siempre cabildeadas por los lobbies
de las corporaciones transnacionales y desarrolladas bajo su próximo y
atento escrutinio, prácticamente supervisión, son los siguientes:
·- Derechos
laborales y política social. En esta
materia la “armonización” reglamentaria pasa por la erosión y degradación de la
regulación europea, más garante y protectora de los derechos laborales y
sociales, hasta equipararla con la norteamericana, más laxa y liberal. Se trata
de dividir y desproteger a los trabajadores, y eliminar el derecho de huelga,
en ambos lados del charco. De esta forma, las multinacionales americanas
dispondrían de la pasarela perfecta para instalarse cómodamente a este lado,
mientras que las corporaciones europeas verían promovidas completamente sus
demandas hasta ahora solo “tímidamente” atendidas. Ante la oleada de desempleo que vendría de una mayor concentración
empresarial y de las reestructuraciones industriales debidas al incremento de
la rivalidad competitiva consecuencia de la presión de las grandes
corporaciones, el capital gana, aún más, a costa de la vida de las clases
trabajadoras.
- Protección
medioambiental. Además de que el incremento
de la producción, el comercio y el consumo aumentarán el agotamiento de los
recursos naturales y la polución, para conseguir un significativo aumento del
comercio es necesario también eliminar algunas normas y regulaciones en nombre
de la pretendida “armonización” de estándares, lo que debilitaría ampliamente
el Principio de Precaución europeo, piedra angular de la política europea
medioambiental, con graves consecuencias sobre la salud y la seguridad de las
personas y el medioambiente, entre ellas las derivadas de la libre práctica en
Europa de extracción de hidrocarburos mediante fractura hidráulica (Fracking) por parte de las
corporaciones norteamericanas y sus filiales y asociadas europeas.
- Agricultura
y consumo. La “armonización” normativa
en este capítulo generará la entrada en la UE de los alimentos modificados
genéticamente (OGM), la carne de ternera y el cerdo tratados hormonalmente con
químicos nocivos para la salud humana e incluso cancerígenos, como la
Somatotropina Bovina Recombinante o el Clorhidrato de Ractopamina, o el pollo
esterilizado con cloro. Además, como en EEUU la granja media es 13 veces más
grande que sus homólogas europeas y la concentración en grandes corporaciones ha
sido progresiva (en la actualidad sólo hay 2 millones de granjas americanas
frente a los 13 millones de granjas europeas), la reducción o eliminación de
los aranceles llevará a los agricultores europeos a una competencia injusta y
desequilibrada por parte de las grandes corporaciones agroindustriales
americanas.
- Sanidad
y salud. La armonización a la baja,
la competencia transatlántica entre corporaciones y el refuerzo de las leyes
sobre patentes incrementarán los precios de las medicinas y los servicios de
salud, haciéndolos menos asequibles al público. Además, nos encontraremos en
Europa con unos 30.000 productos químicos que se comercializan libremente en
EEUU y que están asociados con el incremento de cáncer mamario y testicular,
infertilidad masculina, diabetes y obesidad. Las negociaciones también
evidencian la intención de abrir la contratación pública de servicios de salud
a la inversión privada y a la competencia extranjera, convirtiéndose en norma
el acceso de las corporaciones a todo el mercado sanitario. En resumen, se
impondría envenenar a los ciudadanos y denegar el acceso asequible a servicios
de salud y medicinas.
- Sistema financiero. A
través del acuerdo, la UE, presa del lobby de la gran Banca, está
proponiendo liberalizar y desregular todos los sectores de servicios, incluidos
los servicios financieros, a pesar de que sabemos fehacientemente que la
desregulación y la competencia libre en el sector financiero están precisamente
en el origen de las crisis financiera cíclicas que nos azotan desde la década
de los 70 del siglo pasado. Con el apoyo de la UE y el Reino Unido, de la Cyti
londinense más bien, el sector de servicios financieros está demandando la
eliminación de toda regulación que pueda interponerse en el camino de sus
potenciales beneficios y la total libertad de mercado, lo que dejaría a los
ciudadanos y los estados sin protección alguna frente a costosos recates
económicos futuros.
- Derechos de
Propiedad Intelectual (DPI). Los gigantes de Hollywood y Silicón
Valley, entre otros, argumentan que el refuerzo de los DPI protegería a las
compañías de la piratería y estimularía la innovación y el progreso, trayendo
como resultado crecimiento económico y bienestar. Sin embargo, hay razones para
pensar que un mayor poder de las corporaciones podría resucitar el espíritu del
ACTA (Acuerdo Comercial de Anti ‐ Falsificación), que se intentó aprobar sin éxito durante
años y se dejó de lado definitivamente en 2012. Los resultados podrían ser,
precisamente, la restricción de acceso al conocimiento, el debilitamiento de la
innovación, y un mayor acceso de las corporaciones a la información personal
ciudadana (a expensas del derecho civil a la privacidad); con el resultado de
un impacto negativo importante sobre la libertad de expresión como consecuencia
del debilitamiento general de la libertad digital.
- Mecanismo
de Resolución de Disputas entre Inversores y Estados (ISDS). Mediante la imposición de este mecanismo, las corporaciones persiguen
garantizarse más derechos que los de las personas físicas, con una cláusula de
resolución de conflictos entre inversores y gobiernos que permita a las
corporaciones llevar a éstos ante tribunales internacionales de derecho
mercantil totalmente arbitrarios, pues su miembros son elegidos bajo la
influencia de las mismas corporaciones y su funcionamiento es absolutamente
opaco, en caso de que sus políticas obstaculicen los intereses corporativos.
Aun cuando Naciones Unidas y el mismo FMI han advertido de que estos ISDS
pueden dañar severamente la capacidad de los países para luchar contra la
crisis financiera y económica, se trata de que las grandes transnacionales
demanden a su criterio a los gobiernos y los contribuyentes paguemos la
factura.
El TTIP, que se vende
propagandísticamente como un medio para mejorar el crecimiento económico, con
“espectaculares” aumentos del PIB de hasta el 1% y la creación de cientos de miles de puestos de trabajo, es en
realidad un magnífico pufo, un engaño y un amaño, pues hasta el estudio llevado
a cabo por la propia Comisión Europea
desmiente tales cifras y las deja en un famélico e irrisorio crecimiento del PIB del 0’01% anual en los próximos 10
años.
Sin embargo, parece que la fe en la liberalización comercial es
tan exagerada como los beneficios que pudiera reportar. Lo que emerge de todo
esto es que el TTIP es en realidad
un proyecto
político transatlántico promovido por las élites políticas y corporativas sobre la promesa infundada de
aumentar el comercio y el número de empleos, la misma que retrotraerá las
protecciones regulatorias sociales y medioambientales, reducirá los derechos de
los ciudadanos frente a las corporaciones, y tratará de consolidar el liderazgo geopolítico de EEUU y la UE
en esta perniciosa globalización.
Además de conocer la
dimensión del TTIP como proyecto
político, es necesario reconocer sus importantes implicaciones a nivel
doméstico. Tal como se está cociendo, el TTIP
dejará a las corporaciones libres de cualquier restricción y atadura,
constituidas éstas por los aranceles y la regulación en materia social y
medioambiental, al tiempo que les permitirá demandar ante tribunales opacos y
arbitrarios a cualquier gobierno que pudiera interferir con sus futuros
beneficios, lo que debilitará adicionalmente las regulaciones socio ‐ económicas y medioambientales que
salvaguardan el bienestar de las personas y el medioambiente ante las acciones
corporativas.
La evidencia disponible
sugiere que el TTIP debe ser
entendido no sólo como un proyecto económico, sino también como un proyecto
político, ideológico y de clase de una élite transatlántica cuyo
objetivo estriba en revertir los logros conseguidos en materia social y
ambiental en Occidente. De prosperar sin oposición, la consecuencia de este
proyecto será la utopía de las corporaciones multinacionales, por supuesto, y
la distopía de los ciudadanos y las clases trabajadoras, sin duda; justo en la antítesis de las medidas que necesitaríamos si el objetivo es construir alguna suerte de futuro inclusivo,
democrático y consecuente
con la situación geo-ecológica que hemos generado.
*****
INFORMACIÓN ADICIONAL:
Ecologistas en Acción (2014): Dossier TTIP, Campaña NO AL TTIP (Tratado de Comercio e Inversiones Unión Europea –
Estados Unidos) (http://noalttip.blogspot.com.es/p/documentos.html - Acceso, 17/05/2014).
Hilary, J. (2014): El Acuerdo
Transatlántico sobre Comercio e Inversión. Una Carta para la Desregulación, un
Ataque al Empleo, el Final de la Democracia, Fundación Rosa Luxemburgo,
Bruselas.
*****
[1] José Anastasio Urra.- Profesor Titular de
Organización de Empresas en la UV, miembro de ATTAC País Valencià, delegado sindical de CGT, y autor del libro
“Las mentiras de la crisis… ¿Una anécdota en el ciberespacio..?, by
Jokin_Zabal@”.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del
autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en
otras fuentes.
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