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La calle, la Plaza Pública – el Ágora – griega, que vuelve después
de 25 siglos, es cuna, raíz, manantial, “nicho”
histórico” de la Democracia Popular. Será un día como cualquier
día como hoy, que nos organizamos en la unidad, nos movilizamos para consolidar
la cohesión social y política, somos miles, millones de Ciudadanos y Ciudadanas del mundo que volvemos después de años,
décadas, incluso otros por primera vez después de superar los formas feudales
de caudillos tradicionales, oligarquías de viejos y nuevas élites poderosas, o
las dictaduras militares o civiles, retornamos triunfantes para siempre a nuestro
único, propio y auténtico hogar, la Plaza Pública, donde por siempre nació y por siempre se
mantendrá incólume nuestra Democracia. La Democracia Directa, Popular,
Ciudadana, Intercultural, Cívica, Republicana y profundamente respetuosa
con nuestra Madre Naturaleza. El
sistema político, hoy en la Modernidad, la democracia, debe ser un sistema
político, una democracia de todos y para
todos los Ciudadanos, creada, recreada, enriquecida, desarrollada tomando
de nuestra historia los mejores ejemplos, básica y fundamentalmente del poder popular histórico, originario que
originaron las grandes movilizaciones, rebeliones y revoluciones, cambios y
transformaciones sociales en nuestra
Historia.
Es importante hoy, si realmente queremos
construir, transformar, forjar una Nueva Democracia, una democracia para todos
y todas – que no sea calco ni copia, sino creación heroica de nuestro
pueblo – Una democracia que aprenda y recoja lo mejor de los sistemas
democráticos de Alta Intensidad, (de las democracias desarrolladas), como
también aprenda a valorar y reconocer lo mejor, lo más sublime, que tienen los sistemas democráticos de baja intensidad –
pero por lo general está guardado, marginado, excluido, en la historia local de
cada pueblo – Aprendamos a beber directamente del conjunto de formas asociativas – el asociacionismo
histórico - que ha convivido ben nuestra tradición popular, expresas y siempre
vivas en nuestras redes sociales
históricas, de formas comunitarias de trabajo, artesanía, agricultura,
ganadería, pastoreo, fiestas populares, religiosas, música, danzas, usos,
costumbres, tradiciones, de un sol brillante y resplandeciente que
siempre nos
anuncia el futuro de un nuevo Día. Sin embargo, esta extraordinaria riqueza social histórica
– hoy olvidada, desplazada, excluida, por conveniencias e intereses políticos de
las clases dominantes en nuestra historia –permanece
gravitante en la vida política de nuestros pueblos, siempre estará en el pedestal
histórico, para la defensa, de nuestros derechos, reivindicaciones de todos los
Ciudadanos y servirá como “medicina
social y política” – hoy guardada en nuestra Memoria Social de una Sociedad Civil, Real, emergente y democrática,
de un Poder Local Popular – que en
el futuro es y debe ser la base y fortaleza de la
forja y construcción social y política, de la Nueva Democracia Directa,
Participativa, Ciudadana, Cívica y Republicana.
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Plaza de Armas de Arequipa. Histórico recinto forjador y constructor de Democracia Directa, Ciudadanía política a lo largo de nuestra Historia. Es y seguirá siendo el "Ágora" de las grandes rebeliones populares y las históricas revoluciones de nuestro pueblo. "Al pie" de una de sus Torres, está la histórica Pontezuela, la Tribuna de sillar, de donde hablaron y dirigieron nuestros Líderes Populares y Revolucionarios los grandes procesos de transformación social y política de los siglos XIX y XX.
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MARCELO COLUSSI: HABLANDO DE DEMOCRACIA.
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Marcelo
Colussi (especial para ARGENPRESS.info)
Viernes
16 de mayo del 2014.
Si estudiamos las formas de
organización política que ha tomado cualquiera de las sociedades donde
encontramos grupos sociales enfrentados, lo que también se conoce como “clases sociales”, desde que existe
registro histórico de ello (a partir de las sociedades agrarias sedentarias en
adelante, hace unos diez mil años), vemos que siempre es una pequeña elite la
que guía los destinos del colectivo. Fuera de una organización social de
iguales, de pares donde todos los miembros de la comunidad serían iguales, el
estudio de toda forma de estructura social que encontramos a través de la
historia nos confronta con dirigentes y dirigidos. Y siempre, invariablemente,
los primeros son una minoría, y los segundos una amplia mayoría.
¿Cómo ha sido posible, y sigue
siéndolo, que unos pocos sojuzguen a una mayoría? Apelar a una explicación
biologista con reminiscencias de Darwin donde
“los más aptos” se impondrían, lleva implícita una valoración cuestionable:
¿podría la historia explicarse sólo por la idea de “triunfadores” (los mejores, los más aptos) versus “perdedores” (los más débiles, los
menos aptos). Si nos quedáramos con esa pretendida explicación, se estaría
avalando la idea de “superiores” e
“inferiores” (Pero, ¿acaso hay ciudadanos “mejores” y "peores"
entonces?).
¿Estamos ante la necesidad de un
conductor, de un gran padre todopoderoso que conduce a la masa? ¿Vericuetos de
nuestra humana condición donde los más fuertes (los más osados, los más
aprovechados) siempre se las ingenian para sojuzgar al colectivo? -léase: lucha por el poder-. ¿Mediocridad de la
masa? El debate está abierto, y por cierto es muy complejo.
Es evidente y totalmente constatable
en la observación desapasionada de la historia de la humanidad que, al menos
hasta ahora, en esta sangrienta dinámica de lucha de grupos enfrentados que ya
lleva varios milenios, son siempre minorías
las que ejercen el poder sobre grandes mayorías. Ante eso surgen
inmediatamente las preguntas: ¿qué hay de la democracia, del “gobierno del
pueblo”? ¿Es posible? ¿Cómo?
En el vocabulario político actual “democracia”
es, sin lugar a dudas, la palabra más utilizada. En su nombre puede hacerse
cualquier cosa (invadir un país, por ejemplo, o torturar, o mentir
descaradamente, o llegar a dar un golpe de Estado); es un término elástico,
engañoso en cierta forma. Pero lo que menos sucede, lo que más remotamente
alejado de la realidad se da como experiencia constatable, es precisamente un ejercicio democrático, es decir: un genuino y
verdadero “gobierno del pueblo”. Como vemos, entonces, esto de la
democracia es algo muy complejo, complicado, enrevesado. Es, en otros términos,
sinónimo de la
reflexión sobre el poder y el ejercicio de la política. Para ser
cautos no podríamos, en términos rigurosos, ponderarla como “lo bueno” sin más,
contrapuesta –maniqueamente, por supuesto– a “lo malo”. Siendo prudentes en
esta afirmación puede citarse a un erudito en estos estudios, Norberto Bobbio, que con objetividad
dirá que “el problema de la democracia, de sus características y de
su prestigio (o de la falta de prestigio) es, como se ve, tan antiguo como la
propia reflexión sobre las cosas de la política, y ha sido repropuesto y reformulado
en todas las épocas” .
Es obvio que si democracia se opone a autoritarismo, la vida en regímenes
dictatoriales torna la cotidianeidad mucho más dura. En ese sentido, sin ningún
lugar a dudas vivir bajo una dictadura donde no existen garantías constitucionales
mínimas, donde cualquiera puede ser secuestrado por las fuerzas de seguridad
del Estado, torturado, asesinado con la más completa impunidad, es un atropello
flagrante, un calvario. Las penurias económicas son terribles; pero por
supuesto una dictadura antidemocrática es peor: morirse de hambre, aunque sea
escandaloso, no es lo mismo que morir en una cárcel clandestina de una
dictadura.
En ese sentido no está de más
recordar una muy pormenorizada investigación desarrollada por el Programa de
las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)
en el 2004 en países de América Latina donde se destacaba que
el 54.7 % de la población estudiada
apoyaría de buen grado un gobierno dictatorial si eso le resolviera los
problemas de índole económica. Aunque eso conllevó la consternación de más de
algún politólogo, incluido el por ese entonces Secretario General de Naciones
Unidas, el ghanés Kofi Annan (“la
solución para sus problemas no radica en una vuelta al autoritarismo sino en
una sólida y profundamente enraizada democracia”), ello debe abrir un debate
genuino sobre el porqué la gente lo expresa así. Democracia formal sin
soluciones económica no sirve; pero la inversa, si faltan las libertades
civiles mínimas, tampoco es el camino.
Los primeros desarrollos del socialismo construido
durante el siglo XX (Rusia, China, Cuba)
comenzaron a intentar equilibrar las injusticias económicas; pero en cuanto al
ejercicio del poder popular la
cuestión sigue siendo una asignatura pendiente. Se avanzó en eso, sin dudas, al
menos en la intención (la Revolución Cultural china, o los asambleas populares
cubanas, son interesantes experiencias). Pero aún estamos lejos de poder
indicar una democracia popular de
base efectiva en el campo socialista. Por otro lado, con su involución hacia fines
de siglo, la sobrevivencia de lo que no arrastró la marea de destrucción de
todo ese campo (Cuba resistió y
sigue de pie) se centró en eso: la sobrevivencia ("período especial"
se dijo en la isla), y el tema de la democracia
de base, del poder popular no fue el principal punto de agenda. ¿Se puede
hablar hoy de poder popular en China? ¿Qué quedó de la “dictadura del
proletariado” en los países de Europa del Este?
En las democracias no socialistas, la pregunta en torno al verdadero y
genuino “gobierno del pueblo” también sigue siendo una pregunta abierta. Desde
el triunfo de las burguesías modernas sobre los regímenes feudales en Europa, o
de la consolidación de las colonias americanas de Gran Bretaña como Estados
Unidos de América con su empuje descomunal, la construcción del mundo
moderno, de las “democracias industriales
o democracias de libre mercado” –como suele llamárselas– sigue obedeciendo
más que nada a una lógica donde unos pocos factores de poder (básicamente
económico) son los que controlan; el gobierno de las mayorías, el verdadero y
genuino poder de las mayorías, sigue siendo también una asignatura pendiente.
Quien manda, fundamentalmente, es el
mercado. No hay dudas que fue un paso adelante en relación con el
absolutismo monárquico; pero de ahí a gobierno del pueblo dista una gran
distancia.
Este es el modelo dominante, hegemónico de democracia militarista, intervencionista que nos venden y nos imponen los poderes facticos globales y los imperios políticos de Occidente. Su modelo está ingresando en su crisis final.
***
Tal como agudamente lo destacó Paul Valéry: “la política es el arte de evitar que la gente tome parte en los asuntos
que le conciernen”. Dicho en otros términos: los factores de poder no ceden
nunca en su dominación, en su posición de sojuzgamiento del sojuzgado. La democracia que se construyó con la
inauguración del mundo burgués moderno
(donde Estados Unidos, Francia y Gran
Bretaña marcaron el rumbo) se asienta en la dominación de los grandes
propietarios industriales. El pueblo
gobierna sólo a través de sus representantes. Pero, ¿a quién representan los
gobernantes? ¿Gobierna el pueblo?
En la forma de Estado democrático parlamentario moderno, el surgido hacia fines
del siglo XVIII, se supone que los ciudadanos eligen a sus representantes por
medio del voto, y cada cierto tiempo estos gobernantes son reemplazados por
otros. La sociedad, entonces, se gobernaría a partir de la decisión de las
grandes masas soberanas. Pero a decir verdad los verdaderos factores de poder
nunca son elegidos por la población.
¿No
es que los movimientos económicos los regula el mercado? Si es así, son muchas las
preguntas que se abren y quedan sin respuesta: ¿quién y cómo decide los flujos
de oferta y demanda, los porcentajes de desocupación que hay, la acumulación de
riqueza y la multiplicación de la pobreza? Si es el mercado ¿qué decidimos con
la rutina electoral de cada cierto tiempo? ¿Quién ha salido de la pobreza asistiendo puntual a los
comicios? ¿Quién decide las políticas de las grandes corporaciones mundiales
que fijan la marcha económica de la población planetaria? ¿Alguien votó por ello? ¿Quién decidió, a través de qué proceso de
elección popular se estableció que todos tenemos que consumir, por ejemplo, un
refresco como Coca-Cola y no otro, agua potable o un refresco local hecho con
hierbas naturales? ¿Hubo algún plebiscito, referéndum o proceso eleccionario
para decidir las políticas comunicacionales de los grandes monopolios de la
información, aquellos que moldean nuestro punto de vista día a día, minuto a
minuto, los que imponen lo que se debe pensar y lo que no? ¿Se consultó a la población planetaria para
formar un infame Consejo de Seguridad en el seno de la Organización de Naciones
Unidas con derecho a veto formado sólo por cinco Estados? ¿Por medio de qué elecciones populares se deciden las guerras? ¿Hubo
alguna consulta democrática para decidir la catástrofe medioambiental que
produjo la voracidad del gran capital?.
¿Algún ciudadano del mundo votó para terminar
con los bosques, con la capa de ozono, para secar fuentes de agua dulce? ¿Quién
eligió, y por medio de qué mecanismo, lo que tenemos que consumir para
divertirnos? –léase: películas de Hollywood o videojuegos, cada vez más
extendidos… ¡y violentos!–. ¿Quién es el que decide sobre quién puede tener
armas nucleares y quién no: la gente con su voto? Y todos los llamados “grupos vulnerables” (minorías étnicas, discapacitados,
homosexuales, seropositivos, niñez en riesgo, discriminados por el motivo que
sea) ¿qué participación real tienen en el ejercicio del poder? ¿Algún negro
eligió democráticamente ser pobre? ¿Alguna mujer decidió ser condenada a
trabajar más que un varón y a ganar menos?
Es decir, si se profundiza la
estructura íntima de los sistemas políticos, siguen surgiendo las preguntas: ¿a
quién representan los representantes del pueblo en las democracias formales?
Los políticos profesionales de las democracias parlamentarias, ¿representan a los pobres, a los excluidos,
a las mujeres hechas a un lado, a los indigentes, a los desesperados de toda
laya que pueblan la Tierra? ¿Por qué hay tan pocas mujeres, o indígenas, e
negros en los cargos electivos de cualquier país?
Las
decisiones
que marcan el destino del mundo –la
economía, la guerra, los modelos culturales dominantes– jamás se toman
democráticamente. Luego de decididas por unos pocos –la citada observación de Valéry es más que oportuna entonces– se
busca “evitar que la gente tome parte en los asuntos que le conciernen” pero
haciendo creer que participa, que decide. En buena medida, hasta ahora eso es
la política. Tal como dijo alguna vez el escritor argentino Jorge Luis Borges: al menos hasta
ahora, tal como la conocemos, “la democracia es una ficción estadística”.
Ahora bien: esto abre una serie de reflexiones que es
muy importante desarrollar.
ESPARTACO.- El ejemplo en la Historia, la lucha de Espartaco contra el sistema esclavista romano, y el sistema esclavista en general, ha generado en la Historia del Mundo, que existan y siempre existirán - y la sociedad siempre ira pariendo, no uno sino miles, millones de Espartacos - hombres y mujeres Líderes, que luchen por los derechos de los pobres, de los explotados, de los hambrientos, por un Mundo Mejor. Otro Mundo Socialista si es posible, Democrático, Participativo, Cívico y Ciudadano y de profundo respeto con nuestra Madre Naturaleza.
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La idea respecto a que “la masa es estúpida y no piensa” es,
como mínimo, muy sencilla. Sin dudas, tal como se ha venido dando la
organización de todas las sociedades de clases, la minoría en el poder supo
manipular a las grandes masas. Pero eso no significa que la gente sea
intrínsecamente tonta; menos aún, que merezca ser tratada como tonta. No hay
ninguna duda –la historia y la
experiencia lo enseñan– que la psicología de las masas presenta
características peculiares que no pueden entenderse desde el punto de vista de
lo individual. Puestos en masas, transformados en hombre-masa, todos
desaparecemos como sujeto para constituirnos en un colectivo y seguir la
corriente; y es cierto que, en tanto colectivo, en tanto grupo indiferenciado,
no hay razonamiento crítico. Pero esto no invalida la posibilidad de reflexión,
y mucho menos, no autoriza a la manipulación
de la masa. ¿En nombre de qué, con qué derecho una élite puede manipular a
una gran mayoría? No se puede ser tan superficial, tan falto de rigor
científico y decir que “a la gente le
gusta eso” Más que superficial, eso escamotea la verdad –por no decir que
es totalmente cuestionable en términos éticos–.
Como formulación de ciencia social explicar algo en función
de una presunta “estupidez” connatural es restringido: la gente podrá ser “tonta” (ahí está Homer Simpson como su
ícono), pero hay límites a la tontera. Si fuéramos tan tontos y prefiriésemos
“naturalmente” nuestra condición de esclavos, seguiríamos bajo el látigo del
amo esclavista. ¡Pero hay Espartacos!
Por todos lados en la historia han surgido Espartacos, y siguen surgiendo. Y
cada vez más las poblaciones (esas masas manipulables a las que se intenta
conformar con el pan y circo –ayer
gladiadores, hoy Hollywood, fútbol y telenovelas–), cada vez más van
abriendo los ojos, despertando, exigiendo derechos, dando saltos hacia delante,
aunque también sigan consumiendo los que se les ordena y pensando lo que las
usinas mediáticas informan. Cada vez más la historia nos muestra poblaciones
que se rebelan y protestan, alzan la voz, participan en su vida política.
La
democracia formal, la
democracia representativa de los parlamentos modernos con su división de tres
poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), no termina de ser en su plenitud
el gobierno del pueblo. En realidad, más allá de la declamación formal, resta
mucho para ser verdaderamente un ejercicio de poder horizontal de todos, una
democracia deliberativa.
El mejoramiento de las condiciones
económico-sociales es un factor de gran importancia para el progreso de las
sociedades; pero eso no es todo: la población
tiene que tomar parte activa en los asuntos que le conciernen, involucrarse,
sentir que la toma de decisiones le es algo propio. La equidad, la justicia, la
democracia definitiva, es el avance en todos los aspectos: los económicos y
también los políticos.
La
democracia,
si se queda sólo en lo formal, es vacía,
no es democracia. Es el gobierno de los grandes grupos económicos
secundados por los políticos de profesión y por todo el andamiaje cultural y militar que permite seguir con la misma
estructura, dándose el lujo incluso de jugar a la participación de la gente en
las decisiones. Pero la gente no decide. La población, la gran masa, es
consumidora (hay que atenderla bien para que siga comprando), o electorado (hay
que atenderlo bien para que me sigan votando).
O también puede ser televidente, y
ya es sabido lo que ello implica: ¿decide algún usuario de los medios masivos
de comunicación, más allá de cuestionables programas “participativos” (¡los reality shows!, por ejemplo), decide algo de
lo que consume? Si ese ciudadano
consumidor que vota cada tantos años protesta demasiado… es considerado un “subversivo”; entonces ahí están los
aparatos de control. Pero nunca participa en las decisiones básicas de su vida,
aunque viva en democracias formales donde nunca hay golpes de Estado.
Es real que en algunos lugares del
planeta esas democracias representativas
dan resultado, pues ahí nadie pasa hambre y tiene cuotas más o menos altas de
beneficios. Pero para mantener esas “democracias
occidentales”, el 80 % de la población mundial pasa grandes sufrimientos. O
democracia para todos, o si no hay algo que no funciona. No puede haber democracia sólo para un 20 %; eso no es poder para
todos. La misma idea de democracia incluye a la totalidad, no sólo a fragmentos,
a sectores.
El
sistema político democrático,
para ser tal, debe incluir realmente a la totalidad de la población en la toma
de decisiones: democracia deliberativa, democracia participativa. Si no, no
termina de ser genuinamente el “gobierno del pueblo”. Sin la participación ciudadana genuina no hay
ciudadanía; hay actos eleccionarios cada cierto tiempo, pero no democracia.
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