&&&&&
¿Y qué decir de los
políticos? En
este campo la cosa cambia un poco: ya no es cuestión de intelectuales creídos o
engreídos, sino de personas formadas en las izquierdas más radicales que, hartos de
no lograr la adhesión sincera de las clases favorecidas por ellas, se pasan al
enemigo con la idea de transformarlo
desde adentro, un adentro que si algo sabe hacer es poner en movimiento su
sistema inmunológico. La relación cambia de nombre, ahora se llama “entrismo” y consiste en un deliberado
propósito de asimilarse al cuerpo político al que quisieron cambiar para en su
interior llevar a cabo lo que no pudieron hacer cuando no querían eso y lo
combatían hasta la desesperación. Se trata, obviamente, de una especie de trasvestismo en cuyo final el entrismo
desaparece, ya sea porque los
entristas se cansan de tal ímprobo e inútil esfuerzo, ya porque no pueden
regresar, la cabeza baja, a su primitivo redil que no los acepta, ya porque en
la nueva situación les empieza a ir bien, es posible incluso que se conviertan
en los más fervorosos sostenedores de aquello que antaño discutían y combatían
hasta soñar con mundos nuevos y más perfectos. Esa confianza en que desde dentro podrían reconducir un movimiento político cuyo
sentido o cuya singularidad nace en otras cunas se desvanece, al parecer eso que
se llama realidad es una fuerza muy poderosa.
/////
Heinz Dieterich, Sociólogo alemán, es asesor del Presidente Chávez. Intelectual de izquierda muchos años docente en la Universidad Autónoma Metropolitana de la Ciudad de México.
***
“Venezuela hoy día es un país
socialdemócrata con economía de mercado y democracia parlamentaria. No tiene
nada del Socialismo del Siglo 20 de Cuba ni del Socialismo del Siglo 21. Maduro
seguirá utilizando el concepto del Socialismo del Siglo 21, pero no avanzará
hacia su concreción”. Expresa el Sociólogo alemán Heinz Dieterich, ex asesor
del Presidente Chávez y autor – para muchos – del “Socialismo del Siglo XXI”.
Un Intelectual crítico del Presidente Maduro. Cuando estuvo “dentro” del
proceso, cuál fue su contribución intelectual, porque hoy parece – en efecto-
es un convencido del fracaso del Socialismo Bolivariano y del Presidente
Venezolano.
*****
INTELECTUALES, PODER Y ENTRISMO.
*****
Noé Jitrik.
Página /12 miércoles 14 de mayo del 2014.
Tres
veces estuvo Platón en Siracusa,
reino de Sicilia. La primera invitado por el tirano Dionisio, llamado “el
Viejo”, las otras dos por su hijo, Dionisio “el Joven”. Su prestigio había
trascendido Atenas y, por ese motivo, queriendo sacar provecho de sus
enseñanzas, ambos reyes lo quisieron junto a ellos, ansiosos de extraer el jugo
de su saber para mejor gobernar a sus díscolos y desdichados pueblos. Acaso
ignorante de lo que eran, acaso halagado en su vanidad, acaso disconforme con
sus paisanos, Platón, pese a su capacidad de juicio, aceptó las respectivas
invitaciones con pésimos resultados. Como de pronto se le ocurrió hablar mal de
la tiranía el primer Dionisio lo
apresó y lo puso en venta como esclavo; a duras penas salió del aprieto y lo
sorprendente es que se prestó dos veces más, estimulado por la posibilidad de
proveer de ideas a su admirador ya no el viejo sino el joven. Por fin regresó,
desengañado sin duda de su poder de convencimiento, fundó en Atenas la famosa Academia y es como si
se hubiera dicho “filósofo a tu
filosofía, el poder es ingrato y cruel y creer que se le pueden infundir ideas
sabias, de bien, es una pura ilusión.”
Creo que este es el
primer episodio de las tortuosas relaciones entre intelectuales y poder, aunque quizás haya habido otros antes por
supuesto hubo muchos después–, y de esa desdichada y más o menos moderna teoría
según la cual el intelectual le sopla en el oído al mandatario y le hace tomar
las mejores decisiones. El triste final de esa creencia es previsible, el mandatario
se aburre del zumbido y manda al diablo al que se creyó que le hacían caso
porque era un intelectual.
Y si bien a Platón le fue mal, peor la
pasó Séneca. Según recuerda José Ferrater Mora en su Diccionario de
Filosofía, poseedor de un sólido sistema de pensamiento, de alcance sobre todo
moral, fue convocado como maestro del joven e impetuoso Calígula y luego de Nerón:
debe haber pensado que sus ideas ordenarían la vida disoluta del Imperio, pero Nerón no opinaba lo mismo y le ordenó
que se suicidara, orden que cumplió, estoico como era. Otro fracaso de la
volátil fantasía: o bien Séneca no sabía lo que había pasado con Platón, o supuso que a él no le
ocurriría lo mismo, o descansó en la vieja y siempre renovada fantasía de que
quien piensa o tiene ideas es tan obviamente superior al hombre del poder que
éste no podría resistir a su influjo.
Maquiavelo fue más astuto y por
eso tuvo más suerte: no intentó dirigir al Príncipe, sino que lo observó y sacó
de ello conclusiones que orientaron a otros príncipes, contemporáneos y
sucesivos, sin ponerlos incómodos, o sea sin pretender dirigirlos. Su idea
acerca de que en la naturaleza hay “jefes” y “subordinados” no podía sino
acarrearle el aplauso de los jefes: los subordinados no tenían mayor opinión.
Un contraejemplo
interesante es el de Spinoza: supo
permanecer en su rincón filosofando y puliendo cristales aunque ciertos
poderosos habrían querido tenerlo a su lado para, según la tradición, usarlo y
luego venderlo como esclavo, o bien guardarlo de por vida en una mazmorra o
bien arrojarlo lisa y llanamente al basurero. O terminar por hacerle algún
homenaje, después de muerto sin duda, como para mostrar que el poder respeta al
intelectual. Y ponerle su nombre a una calle. O a muchas, hay casos.
También le pasó a Voltaire: se le debe haber escapado una
broma y Federico de Prusia lo mandó
de regreso a su casa, casi sin agradecerle los buenos momentos que habían
pasado juntos y que le habían hecho creer al filósofo que sus luces iluminaban
al no tan tosco monarca. Y así siguiendo, la lista es interminable de grandes
nombres cuánto no lo será de pequeños y olvidados que tal vez sirvieron un poco
alguna vez pero creyendo que eran el cerebro de esas manos que construían o
destruían, según la fuerza o la arbitrariedad o, más claramente aún, el juego
de fuerzas que les habían permitido hacerse del poder.
En un plano de mera
astucia, aunque no tan alejado de las mencionadas ilusiones de intelectuales,
se registran infortunados episodios en el curso del atormentado siglo XX. Heidegger, nos cuenta su biógrafo Rüdiger Safranski, creyó que podía
proporcionar coherencia y rigor al nacional-socialismo hitleriano: no advirtió
que a la teoría nazi le bastaban tres o cuatro rudimentarias ideas para
progresar y que no necesitaba de complicaciones postfenomenológicas y
metafísicas. Entró en el partido nazi, se disfrazó de tirolés para congraciarse
con los SS y, por fin, tuvo que recluirse en un rincón de la Selva Negra para
salvar el pellejo. Cosa parecida ocurrió, aunque más ocultamente, con José Ortega y Gasset quien, según su
biógrafo Gregorio Morán, quiso ser el pensador del franquismo pero el primitivo Franco, que lo había hecho todo para
exterminar a los rojos, no le prestó mucha atención, la pretensión le debe
haber parecido absurda y descartable, le bastaba con persignarse y recitar a Primo de Rivera para hacer lo suyo.
¿Y qué decir de los políticos? En este campo la cosa
cambia un poco: ya no es cuestión de intelectuales
creídos o engreídos, sino de personas formadas en las izquierdas más
radicales que, hartos de no lograr la adhesión sincera de las clases
favorecidas por ellas, se pasan al enemigo con la idea de transformarlo desde
adentro, un adentro que si algo sabe hacer es poner en movimiento su sistema
inmunológico. La relación cambia de nombre, ahora se llama “entrismo” y consiste en un deliberado propósito de asimilarse al
cuerpo político al que quisieron cambiar para en su interior llevar a cabo lo
que no pudieron hacer cuando no querían eso y lo combatían hasta la desesperación.
Se trata, obviamente, de una especie de
trasvestismo en cuyo final el entrismo desaparece, ya sea porque los
entristas se cansan de tal ímprobo e inútil esfuerzo, ya porque no pueden
regresar, la cabeza baja, a su primitivo redil que no los acepta, ya porque en
la nueva situación les empieza a ir bien, es posible incluso que se conviertan
en los más fervorosos sostenedores de aquello que antaño discutían y combatían
hasta soñar con mundos nuevos y más perfectos. Esa confianza en que desde dentro podrían reconducir un
movimiento político cuyo sentido o cuya singularidad nace en otras cunas se
desvanece, al parecer eso que se llama realidad es una fuerza muy poderosa.
Todo este drama parece
cosa de otro tiempo pero la tentación siempre existe y de cuando en cuando
reaparece, ya en relación con intelectuales
que, aunque no tan célebres, tratan de estar cerca del poder, para insuflar
a los que parecen tenerlo –hay también en eso algo ilusorio– enseñanzas
provenientes del saber sociológico, de
la ciencia económica, de la arrogancia reflexiva, o de la experiencia
periodística, como de políticos que cambian de habitación para experimentar
el vertiginoso goce de un hacer que antes les estaba tristemente limitado.
Es claro que habría que
cuidar los términos y no considerar “entrismo”
por igual a todas estas situaciones; en todas siento algo patético, un
renunciar al poder de los lenguajes, los
pensamientos, las decisiones y las capacidades propias, y un sometimiento
más irracional que calculado al curso que impone y presenta a veces con
estridencia la realidad y cuyo éxito parece una meta seductora.
Hay
ejemplos de toda índole de todas estas variantes; de las intelectuales ya dije algo, de las políticas queda mucho por decir:
muchos, formados en las izquierdas, razonadoras y críticas por origen,
definición y destino, “entraron”, abuenándose, en el socialismo centrista y reformista o, localmente, en el peronismo; no faltan ex guerrilleros o antiguos vanguardistas
que “entran” en los populismos para incidir en la línea; tampoco los que
terminan en el peor de los casos por hacerse empleados del capitalismo más consistente y en el mejor
funcionarios; unos y otros, invariablemente, siguen siendo razonadores, siguen
explicando el sentido que tiene la historia, como si nada hubiera cambiado para
ellos desde las antiguas armas hasta las modernas oficinas. Y ni hablar de
fervorosos neoliberales que, seguramente sin renunciar en lo íntimo a las
enseñanzas provenientes de cierta escuela
de Chicago y guardando en el secreto de sus corazones la esperanza de que
su primitiva fe regrese triunfalmente, descubren el encanto de tradiciones
opuestas, eso
que constituyó el desconcertante espectáculo en que consistió el menemismo en
este sufrido país.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario