Concebir
que los pueblos originarios de América fueran sociedades sin conflictividades
denigrantes y sin ejercicios de dominación imperial, sería una
lectura alejada de sus realidades.
Previo a la colonización occidental, capitalista y moderna, los pueblos
atravesaron también contextos de imposición y masacre: los incas masacraron a cerca de 40 mil personas del pueblo caranqui, uno
de los que más resistencia demostraron a la conquista incaica. Lo colonización
española fue muy hábil al detectar conflictividades entre los pueblos
originarios, para con esa base estructurar alianzas político militares. En la historia más contemporánea no se
puede por procesos de secuestro de mujeres, disputa de territorios, entre
los principales elementos de intolerancia cultural y patriarcado. Consecuentemente,
no se trata de crear una ilusión civilizatoria, al concebir que la superación de la colonialidad occidental
constituya automáticamente la generación de una sociedad de equidad y respeto a
las diferencias. Los pueblos y
nacionalidades originarias de América requieren de severos procesos de muto
respeto y autocrítica. En sus historias también se puede identificar
experiencias diferenciadas, como los rituales solidarios alrededor de la concha
spondylus, de
culturas originarias de Ecuador, para provocar lluvias en territorios
desérticos de Perú.
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CUADERNOS CLACSO. “FEMINISMOS,
DESCOLONIZACION E INTERCULTURALIDAD CRÍTICA.
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Luis Alberto Herrero Montero*.
Cuadernos CLACSO. Mayo
del 2015.
Analizar la temática del
feminismo, desde una perspectiva intercultural, es sin duda un desafío. El
debate intercultural tiene mayor trayectoria en otros ámbitos de investigación
y argumentación, más apegados a la etnicidad y a la descolonización de los
pueblos. El abordaje en torno a las mujeres no ha llegado a ser el elemento
medular y preponderante de análisis. Marisol de la Cadena realiza posiblemente
uno de los esfuerzos más claros en la dirección de vincular la descolonización
con el feminismo (1992). La autora deja en claro la doble subordinación que
viven las mujeres indígenas de comunidades del Cuzco. Otra adecuada combinación
sobre el tema lo proponen feministas participantes del diálogo intercultural
Marcosur, específicamente Lilian Celiberti (2013), donde precisa algunas
contribuciones en el marco de la relación teórica entre feminismo,
descolonización e interculturalidad.
Conforme otros aportes
trabajados por la Articulación Feminista Marcosur, los enfoques poscoloniales
enmarcan importantes líneas para el análisis. Según estas corrientes, dentro de
sectores del feminismo, se han cometido errores comunes a la academia
modernista, que generalizan sesgos etnocentristas y heterosexistas. Para
Carneiro (2002), una feminista afrodescendiente, se trata de realizar
contribuciones más allá de los linderos racistas del color. Es necesario
clarificar el evidente desencuentro entre las lógicas feministas y las lógicas
de la etnicidad. Dentro de la dinámica expuesta, se retoma afirmaciones de
Silvia Rivera. En opinión de esta autora, para el caso boliviano, debe
incidirse en las lógicas estatales y sociales, y organizacionales de los
pueblos indígenas deben contar mayores precisiones respecto de las condiciones
de las mujeres, principalmente de las migrantes (Rivera, 2004).
La propuesta de Rivera es de utilidad también para
otras latitudes; por ejemplo, en Ecuador es evidente que los procesos
organizativos responden a una cultura patriarcal no solamente para los casos de
migraciones, sino para las estructuras de los movimientos y organizaciones
indígenas, ya que no cuentan con perspectivas equitativas de poder en cuanto a
las relaciones hombres-mujeres, pese a la existencia de lideresas de renombre
como Manuela León, Dolores Cuacuango, Tránsito Amaguaña, Nina Parari, entre
otras. Esto se debe a que los mundos indígenas son innegablemente sociedades
patriarcales. Ante esta afirmación, lo sostenido por María Eugenia Choque
Quispe María resulta ilustrativo. En su opinión la cosmovisión andina binaria
de hombre mujer responde a un esencialismo andino que desconoce la realidad
cotidiana patriarcal.
Lo expuesto permite identificar limitaciones algo
repetidas en el mundo académico, incluso de tendencias contra hegemónicas. Son
innegables procesos teóricos e investigativos que han demarcado concepciones
homogeneizantes en torno a categorías que totalizaban el análisis dentro de lo
clasista. Igual proceso se denuncia respecto del feminismo, como se lo ha
expuesto. Sin embargo, la descolonización ha caído en dinámicas similares, pero
desde el predominio de la etnicidad y la cultura de pueblos no occidentales.
Para el efecto, es oportuno tener en cuenta lo afirmado por Spivak, para quien
la descolonización no puede desentenderse de occidente. No se trata de
idealizar lo no occidental y lo antimoderno. La historia de determinados
pueblos y nacionalidades originarias-originarios, como hoy se auto-asumen y
auto-definen con legimitidad, no implica estructuras y procesos de equidad de
género. Por el contrario, matizan al género desde perspectiva de dominación
patriarcal. En las culturas andinas, esta condición es sumamente dolorosa, por
los niveles de trabajo de las mujeres, que supera al rol de los hombres, al
encargarse tanto de actividades agrícolas y como de las domésticas, a más de
ser víctimas extremas de violencia intrafamiliar. Responsabilizar exclusivamente
al capitalismo de tal situación contextual, sería una idealización del mundo
indígena.
Concebir que los pueblos originarios de América
fueran sociedades sin conflictividades denigrantes y sin ejercicios de
dominación imperial, sería una lectura alejada de sus realidades. Previo a la
colonización occidental, capitalista y moderna, los pueblos atravesaron también
contextos de imposición y masacre: los incas masacraron a cerca de 40 mil
personas del pueblo caranqui, uno de los que más resistencia demostraron a la
conquista incaica. Lo colonización española fue muy hábil al detectar
conflictividades entre los pueblos originarios, para con esa base estructurar
alianzas político militares. En la historia más contemporánea no se puede por
procesos de secuestro de mujeres, disputa de territorios, entre los principales
elementos de intolerancia cultural y patriarcado.
Consecuentemente, no se trata de crear una ilusión
civilizatoria, al concebir que la superación de la colonialidad occidental
constituya automáticamente la generación de una sociedad de equidad y respeto a
las diferencias. Los pueblos y nacionalidades originarias de América requieren
de severos procesos de muto respeto y autocrítica. En sus historias también se
puede identificar experiencias diferenciadas , como los rituales solidarios
alrededor de la concha spondylus, de culturas originarias de Ecuador, para
provocar lluvias en territorios desérticos de Perú.
Se desea revitalizar la crítica como fundamento
prioritario de una propuesta intercultural que integre la descolonización y el
feminismo. En referencia a lo mencionado, el aporte que realizan Mercedes
Nostas y Carmen Sanabria rescata diversas formas de resistencia de mujeres
quechuas y aymaras. En opinión de estas autoras las mujeres indígenas
construyen un discurso propio, a partir de diferentes registros y tradiciones
normativas, legitimando sus reivindicaciones también en el discurso internacional
de los derechos de las mujeres y los derechos humanos. Paralelamente, defienden
sus conquistas legales y recurren selectivamente a sus costumbres para luchar
por sus identidades como mujeres indígenas. (Nostas y Sanabria, 2009).
La última cita motiva la explicación de lo
intercultural, para articular adecuadamente también una propuesta desde las
culturas indígenas y desde el feminismo. Alaba Moya y Ruth Moya (2004) plantean
la interculturalidad como un legado construido por los pueblos indígenas de
Guatemala, que tienen como principal fundamento la convivencia entre diferentes
culturas, pero en marcos de un nuevo proceso civilizatorio que implique
compartir poder. No se puede hablar de otra realidad sin el compartir poder
como requisito indispensable del respeto a la diferencia. Se supera el
patriarcado si hombres y mujeres, a más de construir un nuevo sistema
sociopolítico plural y mundial, comparten el poder.
En esta dimensión el
compartir permite también una importante resignificación del poder, no
solamente desde sus microfísicas (Foucault), sino también desde la totalidad
social, respetuosa de las singularidades (Deleuze y Guattari, 2007). Por tanto,
se trata de no extraviarse en particularismos y multiculturalismos. La
interculturalidad es una perspectiva epistémica de crítica y no de encuentro
ingenuo de diferencias y, al mismo tiempo, una manera de comportarse, de
construir ética (Tubino, 2004)
Los movimientos feministas se han constituido más
desde el reconocimiento equitativo desde lo social, lo estatal y lo público. En
cambio los movimientos indígenas se han encargado de colocar en crisis también
la perspectiva antropocéntrica de lo social, invitando a una profunda relectura
de los procesos, articulando un enfoque que integra a la naturaleza en su
conjunto. “Los pueblos indígenas originarios del continente estamos coadyuvando
al proceso de cambio y proponiendo un nuevo diseño institucional para nuevos
estados que reconozcan la diversidad cultural y promuevan la convivencia
armónica entre todos los seres de la naturaleza”. (CAOI, 2010).
El real reto está en cómo propender a un feminismo
intercultural. Esta temática no puede, desde las perspectivas de los pueblos
originarios ser antropocéntrico, sino cosmocéntrico, que haga del compartir un
hecho más allá de la humanidad. Para el efecto, es medular la contribución de
que los pueblos indígenas kichwas y
aymaras han formulado como SumakKawsay y
Suma Camaña (Buen Vivir), respectivamente. Se trata de un modelo social
nuevo, donde las mujeres se construyen desde el fortalecimiento del trabajo y
vida en comunidad en estricto equilibrio con la Pachamama (Madre Tierra), que
requiere de la revitalización de los saberes, conocimientos y prácticas
ancestrales de los pueblos originarios de América Latina.
En conclusión, para el mundo y su pluralidad de
pueblos, es urgente una nueva perspectiva, que permita superar la intolerancia
cultural y ejercicios de subalternización patriarcal, a través de un feminismo intercultural,
promotor de diálogos epistémicos y procesos para compartir poder social.
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* Antropólogo (Universidad Politécnica Salesiana,
Máster en Nuevas Tecnologías aplicadas a la Educación (Universidad Autónoma de
Barcelona) y Doctor en Arte y Humanidades (Universidad de Jaén. Investigador
miembro del Centro de Investigaciones para la Niñez la Adolescencia y la
Juventud CINAJ-UPS. Miembro del Grupo de Trabajo CLACSO “Subjetivaciones,
ciudadanías críticas y transformaciones sociales”.
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