DISCURSO DE FRANCISCO EN
SANTA CRUZ DE LA SIERRA ANTE LOS MOVIMIENTOS POPULARES.- “Entonces,
si reconocemos esto, digámoslo sin miedo: necesitamos y queremos un cambio.
Ustedes –en sus cartas y en nuestros encuentros– me han relatado
las múltiples exclusiones e injusticias que sufren en cada actividad laboral,
en cada barrio, en cada territorio. Son tantas y tan diversas como tantas y
diversas sus formas de enfrentarlas. Hay, sin embargo, un hilo invisible que une
cada una de exclusiones. No están aisladas, están unidas por un hilo invisible.
¿Podemos reconocerlo? Porque no se
trata de cuestiones aisladas. Me pregunto si somos capaces de reconocer que
esas realidades destructoras responden a un sistema que se ha hecho global.
¿Reconocemos que ese sistema ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier
costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza?
Si esto es así, insisto, digámoslo
sin miedo: queremos un cambio, un
cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo
aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las
comunidades, no lo aguantan los Pueblos… Y tampoco lo aguanta la Tierra, la
hermana Madre Tierra como decía San Francisco.
Queremos un cambio en nuestras
vidas, en nuestros barrios,
en el pago chico, en nuestra realidad más cercana; también un cambio que toque
al mundo entero porque hoy la interdependencia planetaria requiere respuestas
globales a los problemas locales. La globalización de la esperanza, que nace de
los Pueblos y crece entre los pobres, debe sustituir esta globalización de la
exclusión y de la indiferencia.
Quisiera hoy reflexionar con
Ustedes sobre el cambio que
queremos y necesitamos. Ustedes saben que escribí recientemente sobre los
problemas del cambio climático. Pero, esta vez, quiero hablar de un cambio en
otro sentido. Un cambio positivo, un cambio que nos haga bien, un cambio
–podríamos decir– redentor. Porque lo
necesitamos. Sé que Ustedes buscan un cambio y no sólo ustedes: en los
distintos encuentros, en los distintos viajes he comprobado que existe una
espera, una fuerte búsqueda, un anhelo de cambio en todos los Pueblos del
mundo. Incluso dentro de esa minoría cada vez más reducida que cree beneficiarse
con este sistema reina la insatisfacción y especialmente la tristeza. Muchos
esperan un cambio que los libere de esa tristeza individualista que esclaviza.
El tiempo, hermanos, hermanas, el
tiempo parece que se estuviera agotando; no alcanzó el pelearnos entre nosotros, sino que hasta
nos ensañamos con nuestra casa. Hoy la comunidad científica acepta lo que hace
ya desde mucho tiempo denuncian los humildes: se están produciendo daños tal
vez irreversibles en el ecosistema. Se está castigando a la tierra, a los
pueblos y a las personas de un modo casi salvaje. Y detrás de tanto dolor,
tanta muerte y destrucción, se huele el tufo de eso que Basilio de Cesarea –uno de los primeros teólogos de la Iglesia–
llamaba “el estiércol del diablo”.
La ambición desenfrenada de dinero que gobierna. Ese es “el estiércol del diablo”. El servicio para el bien común
queda relegado. Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones
de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema
socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en
esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos,
incluso pone en riesgo esta nuestra casa común, la hermana y madre tierra.
/////
La globalización de la esperanza,
que nace de los Pueblos y crece entre los pobres, debe sustituir esta
globalización de la exclusión y de la indiferencia.
***
FRANCISCO I vs EL
CAPITALISMO.
*****
Pacho O’Donnell .
Página /12 jueves 5 de mayo
del 2016.
“Cuando alimenté a los pobres
me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay tantos pobres me llamaron
comunista”(frase del obispo brasileño Helder
Cámara, referente de la Teología de la Liberación).
Más
que preocupado Francisco I está
horrorizado por la violencia y la descomposición moral de la sociedad global en
que vivimos. Pecados que no adjudica a causas ligadas con un deterioro
relacionado con el tiempo y el cambio de hábitos sino que señala un culpable
con insistencia y claridad: el sistema capitalista neoliberal.
En
nuestro país se han politizado o banalizado actitudes suyas, como el rosario a
Milagros Sala o la frialdad con Macri, reduciéndolos a coyunturas
circunstanciales, perdiendo de vista la formidable significación ecuménica de
su lucha contra la inequidad y la exclusión, eje vertebral de su labor
pastoral. No se limita a lamentaciones o a condenas retóricas, sino que
diagnostica y denuncia al sistema social, político, cultural, pero sobre todo
económico imperante en Occidente. Su mensaje ha encendido manifestaciones a
favor y en contra, también entre nosotros, en un mundo acostumbrado a que lo
religioso se deslice por vía separada de las angustias sociales.
Ya
en 1998, el entonces arzobispo Bergoglio, a raíz de una visita a Cuba
acompañando al entonces papa Juan Pablo II, escribió “Lo que la iglesia critica
es el espíritu que el capitalismo ha alentado al utilizar el capital para
someter y oprimir al hombre” en su libro Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel
Castro. También “el capitalismo se desarrolla con características de
individualidad, en una vida donde los hombres buscan su propio bien y no el
bien común”. Y no vaciló en afirmar “Nadie
puede aceptar el neoliberalismo y ser un buen cristiano”.
Una vez en el trono
eclesiástico no disminuyó el tono de sus combativas admoniciones. En Santa Cruz de la Sierra dijo “el
sistema capitalista ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo”,
y agregó “este sistema no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo
aguantan los trabajadores... no lo aguantan los pueblos”.
Es
imposible no recordar a Juan XIII, quien como Francisco abogó por una Iglesia “pobre y para los pobres”. Ambos
asumieron el Papado a los 76 años, provenían de hogares humildes, compartieron
la devoción por San Francisco, el “poverello” de Asís, de quien Bergoglio tomó
el nombre mientras Roncalli era seglar franciscano.
Este último con su Concilio
Vaticano II, al que se sumó la Conferencia de Medellín en 1968, dio origen a la
“Teología de la Liberación” de amplia difusión en América Latina, también en
Argentina. El teólogo argentino Juan
Carlos Scannone escribió: “Lo común a todas las distintas ramas o
corrientes de la teología de la liberación es que teologiza a partir de la
opción preferencial por los pobres y usa para pensar la realidad social e
histórica de los pobres, no solamente la mediación de la filosofía, como
siempre utilizó la teología, sino también las ciencias humanas y sociales”.
Si
bien Francisco I ha expresado
algunas críticas, sobre todo relacionadas con la influencia excesiva del
marxismo, no hay dudas de su simpatía y coincidencia, como lo demostró al
recibir al sacerdote peruano Gustavo
Gutiérrez, principal referente de dicha orientación católica, a pesar del
recelo de muchos en el Vaticano.
Es
oportuno entonces desarrollar algunas de las ideas rectoras de la teología de
la liberación:
1.
Opción preferencial por los pobres.
2.
La salvación cristiana no puede darse sin la liberación económica, política, social
e ideológica, como signos visibles de la dignidad del hombre.
3.
La espiritualidad de la liberación exige hombres nuevos y mujeres nuevas en el
Hombre Nuevo Jesús.
4.
La liberación como toma de conciencia ante la realidad socioeconómica
latinoamericana y de la necesidad de eliminar la explotación, la falta de
oportunidades e injusticias de este mundo.
5.
La situación actual de la mayoría de los latinoamericanos contradice el
designio histórico de Dios y es consecuencia de un pecado social.
6.
No solamente hay pecadores, sino que hay víctimas del pecado que necesitan
justicia y restauración.
7.
El método del estudio teológico es la reflexión a partir de la práctica de la
fe viva, comunicada, confesada y celebrada dentro de una práctica de
liberación.
No es
de extrañar entonces que Francisco I
haya acelerado el proceso de canonización de Juan XXIII, demorada por años con
el pretexto de que no se le puede adjudicar ningún milagro. En una decisión de
alto vuelo político, a las que el Papa argentino es proclive, la hizo
simultánea a la de Juan Pablo II, quien no despertaba resistencias. No puede
pasarse por alto el contraste con la celeridad con que se cumplió el trámite de
Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei.
Las
encíclicas, discursos y escritos del Papa argentino son un claro llamado a la
acción: “Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos,
pueden y hacen mucho –dijo durante su visita a Bolivia–. Me atrevo a decirles
que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su
capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda
cotidiana de las tres T (trabajo, techo,
tierra). ¡No se achiquen!”?
Es “vox populi” que Bergoglio
fue elegido Papa para sacar a la Iglesia de su tremenda crisis.
¿Pero cómo encaminar a la sociedad de hoy en la senda de lo espiritual y
religioso si el capitalismo neoliberal ha colonizado nuestras mentes con el
materialismo, el relativismo, el egoísmo, el consumismo, la idolatría del
dinero y el poder económico? Es por ello que se ha asignado la indesmayable
misión de concientizar acerca de que la miseria humana y la destrucción del
planeta no son fenómenos “naturales” e irreversibles sino la consecuencia de un
sistema desviado. Tampoco excluye de su discurso pastoral “bajar” a la crítica
de teorías económicas en boga, también en Argentina: “Algunos todavía defienden
las “teorías del derrame”, que suponen que todo crecimiento económico,
favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor
equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido
confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad
de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del
sistema económico imperante” (“Evangelii gaudium”).
Francisco
I nos convoca a la lucha:
“Digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de
estructuras”. Se ha convertido en el líder
de la resistencia contra el cáncer de entronizar a la economía como centro de
la existencia humana, desplazando a la solidaridad, al amor al prójimo, a la
responsabilidad. Ese Papa que llama al capitalismo
“una dictadura sutil” y al dinero “estiércol del diablo” suscita inquietud
en quienes se sienten interpelados. No es casual que los candidatos del derechista
Partido Republicano de los Estados Unidos compitan en denostar a Francisco: “El Vaticano debería despedirlo”
(Ted Cruz) o “Los curas no se tienen que meter con la política ni con la
economía” (Donald Trump). Ellos
están también molestos porque la intervención papal fue decisiva en la
reanudación de las relaciones diplomáticas con Cuba y en el pronto levantamiento del bloqueo.
Son muchas y muchos, sobre todos jóvenes, quienes ven hoy como valiente
líder de la resistencia contra los males del liberalismo a quien no es ajeno a
la acuciante y dramática realidad, como lo demuestra haber elegido a refugiados
para el lavado de pies pascual, diferenciando un rito secular de una toma de partido y
denuncia ante una horrenda tragedia cuyas causas y consecuencias no ignora.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario