“GENERACIONES DE EXTRACTIVISMOS.
¿Dónde nos encontramos actualmente en el terreno de
los extractivismos? Para abordar esa cuestión reconocemos cuatro generaciones
de extractivismo.
Primera
generación, corresponde a la época de la colonia, donde la
extracción dependía de la fuerza de trabajo humana y animal, con volúmenes
menores de remoción, baja tecnología, y vinculación económica dependiente con
las metrópolis.
Segunda
generación, muy evidente desde fines del siglo XVIII,
incluyendo el siglo XIX y principios del siglo XX, supone la introducción de
maquinaria más tecnologizada (máquina de vapor, los primeros motores de
combustible en minería, etc.), orientada al mercado exterior. En algunos casos
persiste hasta el día de hoy.
Tercera
generación, donde nos encontramos en la actualidad, supone el
uso intensivo de maquinaria, como ocurre con la megaminería a cielo abierto, la
extracción petrolera a alta profundidad o los monocultivos, donde las escalas de
remoción de recursos están en el orden de los millones de toneladas (o de barriles de petróleo), ocupando superficies de
miles a millones de hectáreas (como se observa con la soja en el Cono Sur).
Para lograr estos volúmenes se recurre al uso intensivo de insumos químicos
(como cianuro o mercurio en la minería, aditivos en los pozos petroleros, o
agrotóxicos en la agricultura). Este extractivismo lleva aparejado un enorme
consumo de energía, que amplifica los impactos de la actividad.
Cuarta
generación, es la fase extractivista que podemos proyectar
para el futuro, cuyo ejemplo más claro es el fracking para la extracción de
hidrocarburos. En este caso el consumo de energía y materia en las operaciones
son muy altos, y ya no solo implica la extracción, sino el estrujamiento de la
tierra para forzar la apropiación de esos hidrocarburos.
En América
Latina, actualmente vivimos una fase de apogeo de la tercera generación. Todos los países
sudamericanos tienen planes extractivistas en lo petrolero, en lo minero o en
lo agrícola”. Extractivismo en América Latina. Agua que no has de Beber.
Seminario Internacional.
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Dr, Eduardo Gudynas. Reconocido Ecólogo, Científico Social Uruguayo, es una Opinión respetable y permanente en defensa y protección de nuestra Madre Naturaleza.
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ENTREVISTA A EDUARDO
GUDYNAS: CONSECUENCIAS DEL EXTRACTIVISMO EN AMÉRICA LATINA.
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Sergio Flores
La Izquierda Diario.
Rebelión lunes 16 de mayo del 2016.
Entrevistamos al ecólogo
uruguayo y miembro del Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES),
Eduardo Gudynas, sobre el problema del extractivismo y sus consecuencias.
Eduardo Gudynas es docente
universitario, ex secretario ejecutivo del CLAES y autor de una decena de
libros sobre la problemática ecológica y social, la cual viene abordando desde
hace más de 20 años. En 2010 fue seleccionado para integrarse al Panel
Intergubernamental para el Cambio Climático. En esta entrevista nos centramos
en el problema del extractivismo y sus consecuencias ambientales, sociales,
políticas y económicas.
Eduardo, a raíz de los
accidentes y conflictos con megamineras como la Barrick Gold o multinacionales
petroleras como Chevron comenzó a hablarse de un término del que muy pocas
personas saben su significado. ¿Podría explicarle a los lectores de LID qué es el
extractivismo?
En su sentido estricto, los
extractivismos son la apropiación de grandes volúmenes de recursos naturales, o
bajo procedimientos muy intensivos, donde la mitad o más son destinados a la
exportación a los mercados globales. Se refiere a casos como la megaminería a
cielo abierto, las plataformas petroleras en la Amazonia, o los monocultivos de
soja. Digo en sentido estricto porque este uso del término responde a su
historia, a los usos de los movimientos sociales que reaccionaban contra esos
emprendimientos por sus impactos, y al dejar en claro que implican una
subordinación a la globalización.
¿Y cuál es su papel en una economía como la
argentina?
Los extractivismos por un
lado producen adicción y por el otro generan los llamados derrames, entre los
cuales están los económicos. La adicción ocurrió bajo los altos precios de las
materias primas. Los gobiernos encontraron que la manera más sencilla de hacer
crecer las economías nacionales y captar excedentes era promover todo tipo de
exportaciones de minerales, hidrocarburos o agroalimentos. Pero eso generó
derrames tales como erosionar sus sectores industriales y agroindustriales. Por
ejemplo, Brasil se convirtió bajo los gobiernos de Lula y Dilma en el primer
exportador latinoamericano de minerales, mientras importaba cada vez más
productos de consumo, y con ello su industria nacional se debilitó. El éxito
exportador en muchos países significó pérdidas industriales que pasaban
desapercibidas por los altos precios de los commodities. Son economías de
enclave, atadas a la globalización.
¿Qué impacto tiene a nivel social y
medioambiental?
Los efectos sociales y
ambientales de los extractivismos son demoledores. Por ejemplo, la megaminería
a cielo abierto, con esas enormes canteras donde se extraen millones de
toneladas por año, son, en un sentido riguroso, amputaciones ecológicas. No
queda nada allí; la destrucción ecológica es total. La explotación petrolera en
Ecuador, Perú o Bolivia, ha dejado vastas áreas con todas sus aguas
contaminadas. Los monocultivos de soja están detrás de la pérdida de bosques y
praderas naturales, el deterioro del suelo o la contaminación por agroquímicos.
Paralelamente, estos tipos de actividades desplazan comunidades locales,
generan muy poco empleo, se implantan con crecientes niveles de violencia y
violando derechos. Toda la evidencia muestra que no existen extractivismos de
esta intensidad que sean amigables ni con la sociedad ni con el ambiente.
¿Podría decirse que todos los gobiernos
sudamericanos son extractivistas?
Lo impactante es que desde
el 2000 todos los gobiernos sudamericanos han colocado a los extractivismos en
el centro de sus estrategias de desarrollo. Pero, la organización de esos
extractivismos, el papel del Estado, el uso de los excedentes que se capturan, y
la legitimación política, son diferentes entre los gobiernos conservadores y
los progresistas. Bajo presidencias conservadoras o de derecha encontramos la
invocación al simple crecimiento económico y dejar esos sectores en manos de
empresas transnacionales. En los gobiernos progresistas es distinto. Todos
invocan mayor presencia del Estado en el uso de los recursos naturales, algunos
buscaron captar más excedente, tal como ocurrió con el petróleo en Bolivia,
Ecuador y Venezuela, y los legitiman como necesario para atacar a la pobreza.
El problema es que a medida que se los examina con detalle se encuentra que no
todo el dinero captado a los extractivismos va a los pobres, ni siquiera que
sea el aporte fundamental para sostener a las economías nacionales, y además,
que en verdad el propio Estado termina subsidiando esas actividades y a las
empresas. Entonces, sea por la senda conservadora o la progresista, todos
terminan dependientes de la globalización, porque es allí donde tienen que
vender sus materias primas; se subordinan cada vez más a la búsqueda de
inversores extranjeros.
Al analizar los extractivismos usted insiste
en diferenciar izquierda y progresismo. ¿Podría explicar ese concepto?
Los extractivismos se han
fortalecido precisamente por esa divergencia entre izquierda y progresismo. Por
izquierda me refiero a los movimientos y agrupamientos que lograron detener los
gobiernos neoliberales, y triunfaron en elecciones en varios países. Era una
izquierda abierta, plural, y que, por ejemplo, ponía en discusión las
estrategias de desarrollo, exploraba la radicalización de la democracia o tenía
íntimas relaciones con los nuevos movimientos sociales. La izquierda que se
ubicó dentro del Estado, dentro de los gobiernos, poco a poco se convirtió en
progresismo.
El progresismo es otro
bicho político, con cambios sustanciales en varios aspectos. No es una nueva
derecha; no comparto acusaciones recientes que tildan por ejemplo a Evo Morales
o Rafael Correa de nuevos neoliberales. Pero tampoco son fieles al espíritu de
aquella izquierda original, y eso se observa, pongamos por caso, por su
adhesión a los extractivismos que, más allá de todos los slogans, impone una dependencia
a la globalización, o a la represión que hacen contra las comunidades locales u
organizaciones sociales que denuncian sus impactos.
El progresismo, para
decirlo muy resumido, renunció a debatir sobre el desarrollo, insiste en un
Estado compensador que descansa en esquemas de asistencialismo, la lucha por la
justicia quedó encerrada en ayudar en dinero a los más pobres y el consumismo
popular. Los ensayos para radicalizar la democracia se detuvieron, muchos se
conformaron con el mero seguimiento a un líder que esperan se perpetúe en el
poder. Políticamente han hecho todo tipo de acuerdos y convenios con actores
conservadores.
El progresismo aparece
ahora como agotado, en el sentido de no poder generar nuevas ideas. A la vez,
escala en conflictos con organizaciones ciudadanas, sindicatos, campesinos o
indígenas.
¿Qué posición debería tener una izquierda
consecuente ante el problema que implica el extractivismo?
Entiendo que el mejor
antídoto al agotamiento de los progresismos, y a la obsesión con los
extractivismos, es recuperar muchas de las posturas de aquella izquierda
abierta, plural y democrática. Dicho de otra manera: salir del progresismo por
izquierda.
Mencionaré algunas
cuestiones candentes que muestran las contradicciones entre extractivismos,
izquierdas y progresismos.
En el caso del
sindicalismo, debemos observar hacia Brasil. Allí, en las grandes empresas
extractivistas, como la petrolera Petrobras o la minera Vale, los sindicatos
tenían papeles protagónicos en su gestión, sea por vía directa o por ser
accionistas desde sus fondos de pensión. Esos actores sindicales cayeron en un
progresismo extremo, y nada decían de la brutal crisis de corrupción en la
petrolera o de la pésima gestión de la minera que desembocó en el más grave
accidente ambiental en América Latina en 2015. Cualquiera de esas dos crisis
terminó afectando a la propia base de trabajadores y al país. El antídoto a
este tipo de posturas es recuperar un sindicalismo que sea a la vez crítico,
independiente y comprometido con los trabajadores.
En el caso de los
movimientos sociales, es inocultable que los progresismos se han terminado
peleando con muchas organizaciones de base y movimientos populares, como pueden
ser distintos colectivos urbanos, actores que defienden la diversidad sexual,
ambientalistas, campesinos, indígenas, etc. Por ejemplo, Rafael Correa tiene
disputas con los grandes sindicatos, con la federación indígena, hostiga a las
ONGs, reniega a las demandas feministas, etc. La izquierda, por el contrario,
tiene que recuperar una discusión fraterna con todas esas tradiciones.
Seguramente muchas de ellas serán trabajosas, pero en eso está la propia
esencia de la izquierda.
Otro frente tiene que ver
con el papel de la propiedad. Es muy común encontrarse con quienes sostienen
que la alternativa a los extractivismos es simplemente pasar todas las empresas
mineras, petroleras o agropecuarias a una propiedad estatal. Están muy
equivocados y me parecen que no entienden el fondo del problema, y por eso
varios terminaron siendo progresistas.
Me explico: bajo la actual
fase del capitalismo, el régimen no predetermina el tipo de gestión en la
apropiación de los recursos naturales. La empresa extractivista, para ser
exitosa y rentable, compite en exportar hacia los mercados globales, y por lo
tanto acepta la globalización, y busca en bajar todo lo que pueda sus costos
para elevar sus ganancias, y por ello externalizan sus impactos sociales y
ambientales. Así lo hacen, desde la estatal PDVSA, las corporaciones chinas o
las transnacionales de Wall Street. La disputa sobre el capitalismo está hoy
mucho más centrada en la estructura y función de las cadenas de producción,
antes que en la propiedad del primer eslabón, que es la extracción del recurso
natural. Es por eso que muchas transnacionales petroleras aceptan que esa
primera fase la hagan las compañías estatales, ya que de todas maneras
terminarán haciendo convenios y controlarán la comercialización de los
hidrocarburos.
Algo similar pasa en el
agro. Por ejemplo, el grupo agrícola Los Grobo se ufana de casi no tener
tierras propias, pero queda en claro que ellos controlan los paquetes
tecnológicos, las superficies bajo monocultivos, y la comercialización.
En fin, se pueden listar
muchos ejemplos de este tipo. Buena parte de ellos tienen que ver con algunos
ejes, dentro de los que destacó que esa izquierda que imagino debe poner en
discusión el desarrollo, el papel del Estado, y sus ideas sobre la justicia.
Por eso mismo debe ser plural, abierta y democrática, ya que debe dialogar con
una amplia diversidad de actores.
¿Qué tipos de experiencias políticas pueden
reivindicarse como un buen precedente para luchar contra el extractivismo en
América Latina? ¿Qué limitaciones o déficits presentan en tu opinión?
El continente está repleto
de experiencias locales. Un gran conjunto corresponde a reclamos de
información, denuncias o resistencias frente a los extractivismos, donde las
comunidades aprenden sobre ese tipo de desarrollo, sus impactos sociales y
ambientales, y ensayan prácticas de organización. Otro gran conjunto,
posiblemente aún incipiente en Argentina, pero más potente por ejemplo en los
países andinos, ocurre cuando se articulan esas demandas locales en reclamos
nacionales o regionales, y en presentar alternativas al extractivismo. O sea,
son movimientos donde se discuten e imaginan cómo la economía nacional podría
dejar de ser dependiente de los extractivismos. Entonces, encontramos pongamos
por caso, las propuestas de moratoria petrolera en Ecuador, que sería algo así
como pensar una Argentina que no dependa solamente del gas de Vaca Muerta u
otros yacimientos.
Por lo tanto muchas de las
limitaciones responden a poder cruzar ese umbral de pasar desde la demanda
local a una propuesta política nacional de alternativas al desarrollo
convencional.
Las alternativas a los
extractivismos imponen salir de los desarrollos convencionales por izquierda,
en el sentido de estar comprometidos con la justicia social, pero además
sumándole un componente de justicia ecológica, un ingrediente ineludible para
una renovación de la izquierda en el siglo XXI.
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