“En el modelo neoliberal, los afanes de legitimación, se traducen en
los conocidos programas de “superación de la pobreza”. Estos afanes, pueden asumir alguna
importancia en tanto la capacidad para importar del país sea alta. Lo cual, va
muy asociado a un eventual boom en las exportaciones de bienes primarios. Sea
por el lado de las cantidades (fuerte demanda
internacional, vg. impulsada por compras de China), o por el lado de los
precios, lo que para Brasil sí tuvo lugar durante el gobierno de Lula. En este
caso, el sector exportador, al generar las divisas que permiten importar los
bienes de consumo que reclaman trabajadores y capas medias beneficiadas por los
aumentos salariales, pasa a operar como si fuera un sector productor de bienes
de consumo. ¿Cuánto puede durar el auge
exportador? Como ya lo expusiera la antigua y clásica Cepal (Prebisch, Pinto, etc.), el que se especializa en productos
primarios, más tarde o más temprano se hunde en el subdesarrollo y la
dependencia estructural que lo acompaña. Esto,
es algo que Dilma, la sucesora de Lula, ha empezado a pagar con creces. Y
es también importante subrayar: en el Brasil
de Lula, mejoró la situación de algunos grupos en extrema pobreza, pero la distribución del ingreso no se
alteró. En Chile, sucede algo parecido”.
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Los "padres" Políticos del neoliberalismo. Sra, Margaret. Thatcher Primer Ministra del Reino Unido y el Presidente Ronald Reagan de Estados Unidos. Década de los 80' del siglo XX. "El Estado no es la solución, el Estado es el problema",
***
NEOLIBERALES Y “PROGRESISTAS”. DISTRIBUCIÓN versus
PRODUCCIÓN.
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José Valenzuela Feijóo.
ALAI- América Latina en Movimiento.
Viernes 20 de mayo del 2016.
1.- Neoliberalismo: afanes de legitimación
El modelo
neoliberal genera un impacto en la distribución del ingreso que es brutalmente
regresiva: a los pobres los hace más pobres y a los ricos más ricos. Por lo
mismo, no puede extrañar que su implantación vaya asociada a regímenes
autoritarios o del todo dictatoriales (caso de Pinochet). Estos fenómenos
obviamente no operan a favor de legitimar al sistema: muy pocos son los
beneficiados y, por lo mismo, muy pocos los que pueden estar satisfechos. En
consecuencia, una vez que las fuerzas de izquierda han sido aniquiladas por la
represión y dejan de ser un peligro, la orden de mando ha sido la de ensayar
una vuelta –bastante tímida– a los cánones de la democracia formal.
Asimismo,
se empezaron a ensayar algunas políticas de gasto social con cargo a las cuales
se busca suavizar la situación de los grupos más pobres. O sea, los ubicados en
el escalón de la “pobreza extrema”. Se trata de apagar los posibles incendios
que puede provocar la dureza neoliberal. Al final de cuentas cuando no existe
ya una oposición peligrosa para la estabilidad del sistema, seguir aplicando la
represión abierta, como lo dijera el
astuto Talleyrand, “más que un crimen sería una estupidez”.
En cuanto
a los movimientos “progresistas” y lo que antes pudo ser una izquierda
política, como regla apuntaron sus críticas al aspecto distributivo del
neoliberalismo. Y se olvidaron por completo del aspecto producción.
Por lo
mismo, tuvo lugar una especie de convergencia entre las nuevas políticas
neoliberales (recomendadas por organismos internacionales como el FMI, la OCDE,
algunos segmentos de las clases dominantes y el mismo Estados Unidos) y las
políticas que empezó a enarbolar y proponer la oposición. Más aún, cuando estos
grupos lograron acceder al gobierno (como Lula en Brasil, Bachelet en Chile,
Mujica en Uruguay), concentraron sus esfuerzos en políticas sociales de corte
redistribuido.
A la vez,
dejaron intocados los cimientos del modelo neoliberal: en el plano de la
producción, del relacionamiento externo y de la política económica. O sea,
aplican un esquema neoliberal con algunas “aspirinas” o dosis de
redistribución. De fondo, lo que se ha perseguido, por la derecha y por la
seudo-izquierda, ha sido la legitimación del patrón neoliberal.
2.- El gasto social.
El
llamado gasto social es variado y multiforme. De él, deben restarse el gasto
que se aplica en educación y salud públicas. Significativamente, este tipo de
gastos, vis a vis las necesidades de la población, se han des-privilegiado
cediéndole espacio al sector privado. O sea, hay un proceso de mercantilización
acelerada de la educación y de la salud. En estos rubros, empieza a imperar el
lucro capitalista y, por lo mismo, si el dinero no alcanza, la gente se queda
sin salud y sin educación.
Los
gastos que ahora nos preocupan, son de tipo diferente. Primero, son gastos que
buscan apoyar a los segmentos más pobres de la población. Segundo, como regla
no implican crear u ofrecer empleos productivos a esos segmentos. Tercero, no
exigen contrapartida, vg. en términos de un trabajo equivalente.
Algunos
gastos operan como ayuda monetaria directa a personas y familias. En otras, el
apoyo se da en términos que favorecen a la llamada “micro-empresa”: semillas,
fertilizantes, créditos de costo casi nulo, etc. El impacto que estos apoyos
tienen en términos de producción es prácticamente nulo y lo que sí consiguen es
ayudar a la subsistencia de los grupos que reciben su apoyo.
Una
segunda línea de acción apunta al manejo de precios subsidiados. Es decir, se
fijan precios que están incluso debajo de los costos de operación. En México,
un ejemplo muy conocido es el precio del transporte por el metro de la ciudad.
Aquí, el precio ha girado entre la mitad o cuarta parte del costo de operación
por pasajero.
En otros
rubros como electricidad, agua y otros servicios básicos, se dan situaciones
parecidas. Los problemas que acarrean estas políticas son mayores: al no cubrir
los costos de operación, estas empresas deben endeudarse y pasar a pagar los
intereses del caso. Además, si tratan de expandirse, sólo lo pueden hacer con
cargo a nuevos endeudamientos. Con todo lo cual, se va avanzando a una carga
financiera que, a la larga, resulta imposible de solventar.
En este
marco, surge la obvia pregunta: ¿no sería más racional generar ocupaciones
productivas bien remuneradas, y aplicar una política de salarios reales
crecientes que le permitan a la población trabajadora pagar los costos reales
de los correspondientes servicios? En realidad, no hay que ser muy avisado para
percatarse que esas políticas a la larga no se pueden mantener y sólo buscan
ocultar los males que va generando una estructura económica que, por lo visto,
no se puede o no se quiere modificar.
Al final
de cuentas, lo que tenemos es una gran limosna estatal. En la cual se gastan
fondos que no son menores y que, al final de cuentas, nada importante
resuelven. Para mejor dimensionar el problema no se debe olvidar el telón que
es estructural y de fondo: el estilo neoliberal no genera empleos productivos y
lo que se observa es el incesante crecimiento de la población desplazada y
marginal: cesantes abiertos, precarios, ambulantes, ilegales, sectas
criminales, narcotraficantes, etc. Lo que antes pudo ser una mancha, ahora es
un océano gigantesco que ya abarca a más de la mitad de la población
económicamente activa (PEA).
El gasto
estatal de marras genera otras consecuencias que se deben subrayar: a) en el
personal que administra la distribución de los fondos tienden a irrumpir
prácticas corruptas y clientelares. Al parecer, una parte nada despreciable de
esos fondos no llega a las familias de destino sino que va a parar a los
bolsillos de los funcionarios que administran la ayuda estatal; b) en los que
reciben esos fondos, claramente se genera una mentalidad servil, propia de los
que viven de limosnas.
En otros
tiempos, el espectáculo era más visible: los domingos, al salir de misa, las
señoras más empingorotadas y esposas de hacendados, lanzaban al aire una buena
cantidad de monedas. Los pobres y lazaretos, arrodillados, peleaban por esas
monedas y con la cabeza agachada gritaban el “dios se lo pague, buena y santa señora”. En breve, se asume la
mentalidad del pordiosero y se pasa a depender de la voluntad de otros. Los
cuales, además, son los mismos causantes de esa miseria de pordiosero.
La
pregunta obvia es: ¿no será mejor, más eficaz y más digno, financiar
desarrollos industriales que generen empleos productivos, calificados y bien
pagados? Pero, ¿es posible esa reorientación del desarrollo sin alterar
profundamente los parámetros centrales del estilo neoliberal? Ciertamente no se
puede y el que no se siga ese camino es la confesión más prístina de que no se
busca sepultar al neoliberalismo sino respetarlo y, dentro de lo poco que se
puede, embellecerlo con una pequeña “manita de gato”.
En lo
anotado también se expresa un error teórico mayor: pensar que se puede dar una
transformación sustantiva en la distribución sin alterar el espacio de la
producción. Es lo que pasamos a discutir.
Cuando el progresismo democrático en Nuestra América, llega realmente a ser una alternativa política de de gobiernos post-neoliberales.
***
3.- Un alcance teórico sobre una antigua controversia.
La ignorancia
esgrime frases que, a veces, tienen un eco malsano. Por ejemplo, cuando se
dice, con gran desprecio, que “eso es pura teoría”. De fondo, se manifiesta
aquí un rechazo por la teoría (por ende del pensamiento y la razón), que es
propio de la más crasa estupidez. La discusión no va por ahí sino por el
enfrentamiento entre las teorías correctas (verdaderas, profundas, verificadas
empíricamente) y las teorías erróneas (lógicamente incongruentes y/o
empíricamente falsas). Además, ese aserto es también reaccionario pues ninguna
transformación medianamente importante puede darse sin el auxilio de una buena
teoría. ¿Habrá que recordar, una vez más, eso de que sin una teoría profunda no
hay revolución posible?.
En el
caso que nos viene preocupando, resulta útil efectuar un breve recordatorio
teórico. Concentremos la atención en el sistema económico, el que es parte del
sistema social. En el sistema económico se pueden distinguir cuatro grandes
subsistemas: a) la producción; b) la distribución; c) el cambio; d) el consumo
personal. Entre estos cuatro grandes espacios o subsistemas, tienen lugar: i)
relaciones de influencia mutua: un aspecto influye sobre los otros y viceversa;
ii) tales relaciones son asimétricas: la influencia de un subsistema sobre los
otros suele ser más potente que el que opera en sentido inverso. O sea, hay
espacios económicos que son más importantes (poseen un poder regulador mayor)
que otros; iii) en el caso que nos preocupa, que es el del sistema económico:
la hipótesis más plausible y comprobable es la que sindica al espacio de la
producción como el más importante y decisivo.
O sea, es
el que tienen mayor poder causal. Por ejemplo, al revés de lo que sostiene la
teoría neoliberal, no es el consumidor individual el que determina qué tipo de
bienes se va a producir sino que, muy al contrario, son las grandes empresas de
producción, las que definen qué se va a producir y luego, qué se va a consumir.
La Coca-Cola, por ejemplo, se consume no por una decisión primaria de los
consumidores sino por la presión de las grandes corporaciones que producen esa
bebida y por la vía de una propaganda que atosiga, terminan por convencer (u
“obligar”) al consumo de tal refresco.
Entre
producción y distribución también existen relaciones asimétricas. Y que van, en
el sentido del poder causal (o “poder de determinación”), desde el espacio de
la producción al espacio de la distribución. Como bien apuntaba Marx, ““es equivocado en general, tomar
como esencial la llamada distribución y hacer hincapié en ella, como si fuera
lo más importante.”
Precisemos
los conceptos. Por esfera de la producción entendemos el conjunto de relaciones
sociales que organizan y regulan la actividad de los hombres en el proceso de
producción. Por distribución se entiende la forma y proporción en que se
reparten los resultados de la producción, ente los diversos grupos sociales.
Más precisamente, entre las diferentes clases sociales. Por ejemplo, entre
asalariados y capitalistas. Marx, en este respecto, escribía que “por
relaciones de distribución se entiende aquí los distintos títulos que autorizan
a percibir la parte del producto destinado al consumo individual”. Contemporáneamente,
se habla de distribución del Ingreso Nacional.
Sobre las
relaciones de causalidad entre producción y distribución, valga insistir sobre
el punto, Marx es muy terminante. En su célebre comentario al programa de los
socialistas alemanes, escribía “la distribución de los medios de consumo es, en
todo momento, un corolario de la distribución de las propias condiciones de
producción. Y esta distribución es una característica del modo mismo de
producción.
Por
ejemplo, el modo capitalista de producción descansa en el hecho de que las
condiciones materiales de producción le son adjudicadas a los que no trabajan
bajo la forma de propiedad del capital y propiedad del suelo, mientras la masa
es solo propietaria de la condición personal de producción, la fuerza de
trabajo. Distribuidos de este modo los elementos de producción, la actual
distribución de los medios de consumo es una consecuencia natural.
La grandeza del mensaje del Comandante Ernesto Che Guevara, para nuestra América, la Patria Grande.
***
Si las
condiciones materiales de producción fuesen propiedad colectiva de los propios
obreros, esto determinaría, por sí solo, una distribución de los medios de
consumo distinta de la actual. El socialismo vulgar (y por intermedio suyo una
parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar
y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por
tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en
torno a la distribución.”
El
espejismo de la distribución ha contaminado a procesos de corte más radical. En
el Chile de Allende, por ejemplo, se empezó (fines de 1970 y a lo largo de
1971) con un fuerte impulso a la participación salarial (salarios sobre Ingreso
Nacional) y ya hacia 1972, surgieron presiones inflacionarias y sobre el
balance de pagos muy difíciles de controlar. La razón era muy clara: la oferta
no respondió en la medida necesaria.
Es decir,
la variable producción no se acomodó a la variable distribución y se generaron
desequilibrios inmanejables. Se desató la inflación y un fuerte déficit en el
balance de pagos. En este contexto, el gobierno de Allende, que en plano
político no fue más allá de la ocupación del aparato estatal tradicional, no
fue capaz de controlar algunos centros de producción vitales y buscando
controlar la inflación, corto de cuajo la capacidad de acumulación del
incipiente sector productivo estatal.
La
moraleja que se pudo extraer parece nítida: la distribución se puede mover solo
en la medida que lo hace la producción. Esta es la que precede y regula. Si
este principio no se respeta, emerge algo parecido a un caos económico.
En otras
experiencias latinoamericanas, se han observado, en mayor o menor grado,
fenómenos parecidos. Señaladamente éste parece ser el caso de Venezuela, la que
en los últimos años (Chávez-Maduro) viene experimentando un fuerte proceso
inflacionario (que ya es hiper-inflación). En este país, las políticas de gasto
social fueron muy fuertes. Pero, a la vez, se observa un fracaso total en
materias de desarrollo productivo, industrial y agrario.
Al cabo,
tenemos que no hubo ninguna sustitución de importaciones (no se agilizó la
oferta interna), se despilfarró el excedente petrolero y hoy (mediados del
2016), el gobierno de Maduro aborda una situación económica gravísima y que lo
puede llevar a su revocación. Con un más o un menos, y con los matices del caso,
estos afanes se repiten en otros países y muestran a una izquierda muy
contaminada por el reformismo distributivo e, incluso, con el ideario
neoliberal.
En el
modelo neoliberal, los afanes de legitimación, se traducen en los conocidos
programas de “superación de la pobreza”. Estos afanes, pueden asumir alguna
importancia en tanto la capacidad para importar del país sea alta. Lo cual, va
muy asociado a un eventual boom en las exportaciones de bienes primarios.
Sea por
el lado de las cantidades (fuerte demanda internacional, vg. impulsada por
compras de China), o por el lado de los precios, lo que para Brasil sí tuvo
lugar durante el gobierno de Lula. En este caso, el sector exportador, al
generar las divisas que permiten importar los bienes de consumo que reclaman
trabajadores y capas medias beneficiadas por los aumentos salariales, pasa a
operar como si fuera un sector productor de bienes de consumo. ¿Cuánto puede
durar el auge exportador? Como ya lo expusiera la antigua y clásica Cepal
(Prebisch, Pinto, etc.), el que se especializa en productos primarios, más
tarde o más temprano se hunde en el subdesarrollo y la dependencia estructural
que lo acompaña.
Esto, es
algo que Dilma, la sucesora de Lula, ha empezado a pagar con creces. Y es
también importante subrayar: en el Brasil de Lula, mejoró la situación de
algunos grupos en extrema pobreza, pero la distribución del ingreso no se
alteró. En Chile, sucede algo parecido.
Conviene
subrayar: cuando se elevan sustancialmente los salarios (y en general, el
ingreso de los segmentos populares), no sólo se eleva la demanda en términos
inusitados. También, se altera fuertemente su composición. Luego, tenemos que
la respuesta de la oferta no sólo debe apuntar a fuertes y rápidos incrementos
en la producción de bienes-salarios. También es necesario que opere un cambio
en la composición del producto, el que debe pasar a corresponderse con la nueva
composición de la demanda. Ninguna de estas exigencias es sencilla. Elevar la
producción difícilmente tiene lugar de un día para el otro: requiere elevar la
inversión y que esta madure, algo que es lento y difícil.
Cambiar
la composición exige fuertes traslados de recursos y también un fuerte esfuerzo
de acumulación. Nada que sea sencillo e inmediato.
Si la
capacidad para importar (disponibilidad de divisas) se expande (vg. se dispara
el precio del petróleo, suben precios de materias primas, etc.) el problema se
puede suavizar o, más bien, disimular. Pero éstos no son más que cortos
“veranitos de San Juan”. Las dificultades crecen si se piensa que en el marco
de un gobierno popular y con masas radicalizadas, el sector privado
difícilmente va a impulsar y ejecutar las inversiones adecuadas. Lo que en
realidad hacen los capitalistas es incurrir en una especie de huelga productiva.
O, si se quiere, paralizan la inversión.
Por lo
mismo, si la dinamización de la oferta no la hace el Estado, nadie la va a
hacer. Como sea, el punto a subrayar es: si la variable producción no se mueve
y transforma de cuajo, todo intento por mover la distribución con un mínimo de
vigor, estará fatalmente condenado al fracaso. Y claro está, los cambios
estructurales apuntados sólo pueden ser impulsados si existe un vigoroso y
amplio bloque popular, dirigido por la clase trabajadora. Es decir, lo que debe
realizar el Estado, también exige que éste sufra un reajuste de fondo, que sea
expulsado el actual bloque en el poder y que en su reemplazo, surja una nueva
clase hegemónica.
¿Qué
clases o fracciones de clase pueden asumir ese papel? ¿La burguesía industrial
nacional y no monopólica? ¿La clase trabajadora anclada en la gran industria?
¿Otros grupos? Como vemos, esto abre una problemática bastante compleja y que
aquí no vamos a abordar.
Pero hoy
(2016) la situación de países como Argentina, Brasil, Chile, Venezuela y otros,
pareciera que obliga a plantear una exigencia mayor: retomar el gran proyecto
histórico de avanzar más allá del capitalismo.
De
seguro, esto plantea otras interrogantes aún más complejas: ir más allá del
capitalismo, ¿qué significa en términos del modelo socioeconómico que lo debe
reemplazar? ¿Puede darse un proceso en términos “aislados”, a nivel de tal o
cual país particular? ¿Se puede avanzar en el tercer mundo sin que se mueva el
primero?
De
momento baste decir: la profundidad de la crisis del capitalismo contemporáneo,
obliga a pensar con mayor profundidad, rigor y radicalidad en los problemas de hoy y en las eventuales
rutas que se pudieran seguir.
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- José Valenzuela Feijóo, UAM-I.
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