BOLIVIA
LA LUCHA REVOLUCIONARIA DESDE LA DESCOLONIZACIÓN.- Siempre en
esta historia oficial, también de izquierda, hubo una historia paralela, la de
las organizaciones y movimientos sociales, principalmente
indígena originaria campesina, que dibujaba paso a paso su propio proyecto
político, diferenciado de esas izquierdas que los usaban o bien las ignoraban. El movimiento indianista de los 60 y el
Katarista de los 70, dieron lugar a pensamiento propio y organizaciones
políticas con protagonistas aymaras y
quechuas que interpelaban y eran rechazados por izquierdas y derechas.
Junto a ellos, la naciente identidad política de los migrantes que habían
llegado como colonizadores a las zonas
cocaleras como el Chapare, y que paso a paso hicieron curso político de su
reivindicación económica y cultural, junto a un estatismo antiimperialista que
los reprimía cotidianamente en su actividad. Estos movimientos sociales, junto a los
barriales y urbanos que desde la conciencia de
la defensa de sus recursos fundamentales como el agua, y luego en una visión de país el gas; son los que dieron
plataforma real a un nuevo sentido político, que no podía apoyarse en los
partidos del neoliberalismo, de izquierda o de derecha; y optaron por la construcción de un instrumento político propio que
convoque a las organizaciones para hacerlo suyo desde la horizontalidad de las
decisiones y frente a la jerarquización partidaria; que politice las demandas
de las organizaciones sociales sin tener que negociar con los partidos
existentes; y en definitiva que liderice la
lucha por el Socialismo como horizonte político. Ese fue la base histórica e ideológica para el
surgimiento del Movimiento al Socialismo – Instrumento Político por la
Soberanía de los Pueblos.
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PENSAR LA IZQUIERDA DESDE LA
DESCOLONIZACIÓN.
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Juan Carlos Pinto Quintanilla.
Rebelión jueves 12 de mayo del 2016.
Pensar la izquierda desde la experiencia boliviana,
es plantearse como tema fundamental de su transformación, el de su
descolonización junto al conjunto de la sociedad latinoamericana.
No podemos negar que junto a los procesos de
transformación ocurridos a lo largo de la historia republicana de nuestros países,
hubo intelectuales y organizaciones de izquierda que ayudaron a que exista un
curso en los acontecimientos y las transformaciones sociales inscritas en leyes
o bien en las propias constituciones. También fueron esas izquierdas las que
ocuparon el papel del pueblo en diversos momentos y circunstancias, confirmando
que la colonialidad también era parte del discurso de los “salvadores
libertarios”.
En definitiva encontramos que quienes escribían la
historia de vencedores y aún de vencidos, eran los mismos colonizadores que se
atribuyeron el mandato de construir a nuestros países; bajo los mismos
parámetros con los que podemos juzgar nuestra historia hoy. Desde una mirada
colonial, de derecha o de izquierda, se reproducía esa perspectiva de que los
pueblos indígena originario campesino, o bien eran seres sin alma o bien eran
ovejas que debían ser arrastradas por la oleada revolucionaria del
proletariado, o en su defecto por el partido de izquierda y sus dirigentes.
No olvidarnos que hasta la nomenclatura de izquierdas
y derechas es parte de la colonialidad de la política, el que existan
parámetros de medición o de representación que fueron propios de la experiencia
burguesa revolucionaria francesa; que en definitiva desde nuestra realidad
simplemente sirvió para un reacomodo de sectores dominantes y subalternos, sin
dejar de mencionar que en medio de ello, las vidas, los ideales y las luchas
que transcurrieron le dieron sentido corpóreo a una identidad política en
muchos países latinoamericanos. En realidad son precisamente esas señales
testimoniales las que han permitido hablar de una herencia latinoamericana de
izquierda, junto a los procesos de mayor democratización en la transformación
formal de nuestras sociedades.
Sin embargo hemos tenido izquierdas para todo gusto
en nuestro continente, desde aquellas que nunca lo fueron pero que en el calor
de las transformaciones de un mundo señorial absolutamente cerrado a cualquier
tipo de democratización, se hicieron revolucionarios y por tanto de izquierda.
También la izquierda histórica y formal, la que importó las lecturas marxistas
y creó organicidad, la que se agotó en su papel nacionalista y desarrollista
que apostaba todo a la modernización capitalista como etapa necesaria de la
revolución socialista, tanto que tuvo demasiados deslices con los grupos de
poder locales; en casos esas alianzas individuales u orgánicas son las que
permitieron al sistema en sus versiones nacionales o neoliberales, dulcificarlo
generando mayor inclusión ciudadana a través de políticas sociales.
También existieron las radicales, que convencidas
del proyecto revolucionario, se involucraron con diversos sectores y actores
sociales para hacerlos parte del proceso revolucionario definido por ellos
mismos como el camino del desarrollo de nuestros países. Hubo presencias
heroicas e importantes, en muchos lugares la izquierda logró carta de
ciudadanía en la sangre derramada de sus militantes que se mezclaba o era una
con la del pueblo movilizado. Experiencias que no sólo estaban basadas en el testimonio
ético y político de quienes luchaban, sino en la desesperación de las mayorías
que tomaron la violencia como un instrumento transformador frente a la
violencia cotidiana que los atropellaba sin sentido y sin final.
Sin embargo a pesar de los dolores históricos
compartidos, esa izquierda revolucionaria junto a la que se había negado y se
había hecho oficialista, no terminaron de delinear una construcción colectiva
con las organizaciones sociales y los movimientos sociales que siempre se
hacían presentes en las luchas, definiendo su propio horizonte político y no el
de los partidos.
No pudieron o no lograron entender que más allá de
las recetas se encontraba el pueblo real, y en el caso boliviano, la mayoría
indígena originaria campesina que tenía un proyecto estratégico basada en su
propia memoria histórica y que buscaba un interlocutor que le permita
entroncarse con el proceso revolucionario del hoy.
De alguna manera la colonialidad se hacía
manifiesta en la forma en la que las direcciones revolucionarias existían,
sectores intelectuales y de clase media reproducían de forma amable una vez más
la señorialización de nuestras sociedades; no sólo en la etnitización sino
también en la mirada paternal con la que se asumía a las organizaciones
sociales.
Bolivia ha resumido muchas de nuestras historias
continentales. La perspectiva de Estado Nacional con la que se crearon nuestros
países, basados en fronteras territoriales que tenían que ver más bien con los
intereses de las oligarquías locales; generaron una superposición territorial
sobre pueblos indígenas y originarios que ya existían y que habían sido
sometidos, aunque la idea misma de Estado siguiera existiendo como identidad y
como autoridad, este fue el caso de Bolivia. Otros países que no contaban con
esa identidad política tan fuerte en su territorio, optaron por su exterminio o
la “reservización” aislando a los pueblos indígenas, mientras miles de
migrantes europeos se trasladaban a realizar una ocupación territorial.
En nuestro país con una extraordinaria presencia
aymara-quechua, los poderes locales optaron por la explotación de la fuerza de
trabajo, y una gradual expropiación territorial; no siendo su preocupación
central el de construir una identidad nacional, que permita la inclusión de
esas mayorías indígenas. Ello se hizo manifiesto en la Primera Constitución y
en las otras 17 que siguieron que relegaba la ciudadanía a quienes tuvieran
patrimonio y supieran leer y escribir, es decir entre el 3 y el 5%. Situación
que se hizo extensiva hasta la revolución nacionalista del 52.
No está demás decir que la historia oficial, no
habla de los cientos de levantamientos indígenas en todo el territorio por
territorios y reconocimiento. Sin embargo la figura estatal cada vez más
definida fue la del Estado de ocupación y represión a través del ejército, que
imponía decisiones estatales y recogía impuestos.
Este proceso económico de explotación desde la
colonia, se enganchaba con la república a través de la minería y la tierra.
Miles de comunarios indígenas obligados a ser mineros como servicio heredado de
la mita colonial, se convirtieron en una nueva institucionalidad estatal, y
también los indios-mineros en el naciente proletariado que organizado empezó
sus propias batallas. Es en las primeras décadas del siglo XX que cierta
intelectualidad tiene acceso a las primeras lecturas marxistas, y crea partidos
como el PIR y el POR que serán quienes politizarán las luchas sindicales
mineras, dándoles armas teóricas para convertirse en vanguardia del proceso
revolucionario durante gran parte del siglo XX.
Sin embargo, y a pesar de la acumulación de la
memoria histórica de clase, el proletariado y su entidad matriz, la COB, fueron
vencidas finalmente en silencio por el neoliberalismo. La izquierda en todo ese
tiempo o era una minúscula opinión, o era clandestina o finalmente hizo grandes
alianzas electorales que carecían de proyecto alternativo frente al capital y
el mercado. Finalmente en tiempos neoliberales, se autoexilió o bien practicó
una suerte de “entrismo” al Estado para mejorar los planes sociales.
Siempre en esta historia oficial, también de
izquierda, hubo una historia paralela, la de las organizaciones y movimientos
sociales, principalmente indígena originaria campesina, que dibujaba paso a
paso su propio proyecto político, diferenciado de esas izquierdas que los
usaban o bien las ignoraban. El movimiento indianista de los 60 y el Katarista
de los 70, dieron lugar a pensamiento propio y organizaciones políticas con
protagonistas aymaras y quechuas que interpelaban y eran rechazados por
izquierdas y derechas. Junto a ellos, la naciente identidad política de los
migrantes que habían llegado como colonizadores a las zonas cocaleras como el
Chapare, y que paso a paso hicieron curso político de su reivindicación
económica y cultural, junto a un estatismo antiimperialista que los reprimía
cotidianamente en su actividad.
Estos movimientos sociales, junto a los barriales y
urbanos que desde la conciencia de la defensa de sus recursos fundamentales
como el agua, y luego en una visión de país el gas; son los que dieron
plataforma real a un nuevo sentido político, que no podía apoyarse en los
partidos del neoliberalismo, de izquierda o de derecha; y optaron por la
construcción de un instrumento político propio que convoque a las
organizaciones para hacerlo suyo desde la horizontalidad de las decisiones y
frente a la jerarquización partidaria; que politice las demandas de las
organizaciones sociales sin tener que negociar con los partidos existentes; y
en definitiva que liderice la lucha por el Socialismo como horizonte político.
Ese fue la base histórica e ideológica para el surgimiento del Movimiento al
Socialismo – Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos.
Han pasado muchos años desde ese inicio fundador y
10 años de gobierno que han transcurrido en un baño de realidades con sueños
que aún persisten y que debemos recuperar todos los días para que la revolución
siga siendo. En particular reflexionar el posicionamiento político de la
izquierda frente a la proeza de los movimientos sociales que levantaron desde
la mayoría excluida un proceso organizativo propio con un liderazgo que lo hizo
posible, pues desde el inicio son esas izquierdas las que se sumaron de manera
entusiasta al proceso de cambio que iniciaba el país. Algunos de sus militantes
ocuparon importantes espacios en la naciente estructura estatal, otros fueron
constituyentes cuando se necesitaban propuestas académicas que dieran sustento
constitucional a la revolución que iniciábamos. En fin creo que esa izquierda
que había ignorado en cierta forma el protagonismo indígena originario
campesino se sentía su acompañante privilegiado, pero además sin dejar de
borrar las huellas del pasado, como el fiel interpretador de la revolución en
marcha. Sin embargo, no dejaron de interpelar la estructura horizontal y sin
mandos políticos visibles más allá del liderazgo, y asumieron la histórica
tarea, según ellos de darle un norte a la revolución, pues “ los IOCs no
podrían hacerlo”.
No pasó mucho tiempo antes de que se sucedieran
consecuencias importantes en el acontecer político del proceso de cambio. Unos
izquierdistas convencidos y ¨puros¨ optaron por salir golpeando la puerta
denunciando la traición a la revolución, en realidad a la revolución que ellos
querían o pretendían soñar y no la que se desplegaba como realidad en el
proceso que vivimos. Estos inquietos revolucionarios en realidad se
convirtieron en poco tiempo en quienes ayudaron a argumentar y darle un
discurso más eficiente a la oposición, y en casos incluso a armar sus campañas
asesorando sobre donde sería más eficiente golpear al gobierno y al liderazgo.
Otros organizaron sus propias redes políticas internas y optaron por ganar
espacios políticos propios en la estructura estatal para terminar imponiendo
determinadas maneras o modelos de entender la revolución o su negación en
determinados espacios. Dicha acción política en el marco de la
plurinacionalidad no fueran problema si es que se diera en el proceso abierto
al debate revolucionario sobre la construcción del horizonte político pero se
da dentro estructuras pequeñas que juegan un peligroso ajedrez político.
Aún es el tiempo de recuperar el horizonte
revolucionario y repolitizar la estructura de los movimientos sociales que
crearon el proceso de cambio que vivimos. Que se recupere el protagonismo
politizado y revolucionario con propuestas de país que acompañen y complementen
al Estado Plurinacional y al liderazgo. Que el sujeto histórico IOC sea capaz
de ponerse a la vanguardia de la formación política y de un proceso de
autocrítica revolucionaria para seguir avanzando en lo que nos falta por
construir camino al Socialismo Comunitario. Finalmente que las izquierdas
reconozcan plenamente el protagonismo IOC y refuercen el proceso organizativo y de formación política
de quienes son el fundamento de la revolución que soñamos y que seguimos
construyendo.
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