5O ANIVERSARIO DEL HEROICO COMANDANTE. La Promoción
1967-2017 BODAS DE ORO "GLORIOSO
COMANDANTE ERNESTO CHE GUEVARA " de la Facultad de Educación de la
Universidad Nacional San Agustín, Región Arequipa-Perú. Se suma a todos los
Actos Celebra torios en homenaje al Heroico Comandante, hoy Día 8 de Octubre, en especial en las Ciudades de Bolivia y
Cuba. Nosotros Celebramos el día 11 de diciembre Día de la Facultad y Día de la
Promoción. MAESTROS que marcaron
historia en la Educación Peruana. HASTA
SIEMPRE HEROICO COMANDANTE. "El Deber de todo Revolucionario es hacer
la Revolución". NACIMOS PARA VENCER Y NO PARA SER VENCIDOS. Saludos
para todas las Generaciones de la HEROICA
REVOLUCIÓN CUBANA.
ERNESTO
CHE GUEVARA –MENSAJE – AL INICIO DE SU CAMPAÑA GUERRILERA EN BOLIVIA.- He aquí,
algunos fragmentos de lo que el Che escribiera al mundo en su “Mensaje
a la Tricontinental”, antes de iniciar su campaña guerrillera en
Bolivia:
(…) “La
lucha en América adquirirá, en su momento, dimensiones continentales.
Será escenario de muchas grandes batallas dadas por la humanidad para su
liberación”.
(…) “Muchos
morirán víctimas de sus errores, otros caerán en el duro combate que
se avecina; nuevos luchadores y nuevos dirigentes surgirán al calor de la lucha
revolucionaria”.
(…) “En
definitiva, hay que tener en cuenta que el imperialismo es un sistema mundial,
última etapa del capitalismo, y que hay que batirlo en una gran confrontación
mundial. La finalidad estratégica de esa lucha debe ser la destrucción del
imperialismo”.
(…) “El
elemento fundamental de esa finalidad estratégica será, entonces,
la liberación real de los pueblos; liberación que se
producirá, a través de lucha armada, en la mayoría de los casos, y que tendrá,
en América, casi indefectiblemente, la propiedad de convertirse en una
revolución socialista”.
(…) “Pero
este pequeño esquema de victorias encierra dentro de sí sacrificios
inmensos de los pueblos, sacrificios que debe exigirse desde hoy, a la luz del
día, y que quizás sean menos dolorosos que los que debieron soportar si
rehuyéramos constantemente el combate, para tratar de que otros sean
los que nos saquen las castañas del fuego”.
(…) “Es
absolutamente justo evitar todo sacrificio inútil. Por eso es tan
importante el esclarecimiento de las posibilidades efectivas que tiene la
América dependiente de liberarse en formas pacíficas. Para nosotros
está clara la solución de este interrogante; podrá ser o no el momento
actual el indicado para iniciar la lucha, pero no podemos hacernos ninguna
ilusión, ni tenemos derecho a ello de lograr la libertad sin combatir”.
(…) “Y
que se desarrolle un verdadero internacionalismo proletario; con
ejércitos proletarios internacionales, donde la bandera bajo la que se luche
sea la causa sagrada de la redención de la humanidad, de tal modo que morir
bajo las enseñas deVietnam, de Venezuela, de Guatemala, de Laos, de Guinea,
de Colombia, de Bolivia, de Brasil, para citar sólo los escenarios
actuales de la lucha armada sea igualmente glorioso y apetecible para un
americano, un asiático, un africano y, aun, un europeo”.
“Cada
gota de sangre derramada en un territorio bajo cuya bandera no se ha nacido, es
experiencia que recoge quien sobrevive para aplicarla luego en la lucha por la
liberación de su lugar de origen. Y cada pueblo que se libere, es una fase de
la batalla por la liberación del propio pueblo que se ha ganado”.
(…) “Y
si todos fuéramos capaces de unirnos, para que nuestros golpes fueran más
sólidos y certeros, para que la ayuda de todo tipo a los pueblos en lucha fuera
aún más efectiva, ¡qué grande sería el futuro, y qué cercano!”
“Si a
nosotros, los que en un pequeño punto del mapa del mundo cumplimos el deber que
preconizamos y ponemos a disposición de la lucha este poco que nos
es permitido dar: nuestras vidas, nuestro sacrificio, nos toca alguno de estos
días lanzar el último suspiro sobre cualquier tierra, ya nuestra, regada con
nuestra sangre, sépase que hemos medido el alcance de nuestros actos y que no
nos consideramos nada más que elementos en el gran ejército del proletariado,
pero nos sentimos orgullosos de haber aprendido de la Revolución cubana y de su
gran dirigente máximo la gran lección que emana de su actitud en esta parte del
mundo: «qué importan los peligros o sacrificios de un hombre o de un
pueblo, cuando está en juego el destino de la humanidad.»
Toda
nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un
clamor por la unidad de los pueblos contra el gran enemigo del género humano:
los Estados Unidos de Norteamérica. En cualquier lugar que nos sorprenda la
muerte, bienvenida sea, siempre que ése, nuestro grito de guerra, haya llegado
hasta un oído receptivo y otra mano se tienda para empuñar nuestras
armas, y otros hombres se apresten a entonar
los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y
de victoria”.
/////
DR. ATILIO BORON: EL CHE MEDIO SIGLO
DESPUÉS.
HOMENAJE AL GUERRILLERO .
HOMENAJE AL GUERRILLERO .
*****
Dr. Atilio A. Boron.
Rebelión sábado7 de octubre del 2017.
“Por la noche di una pequeña charla sobre el
significado del 26 de Julio; rebelión contra las oligarquías y contra los
dogmas revolucionarios.”
“El socialismo económico sin moral comunista no me
interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la
alienación.”
Las dos citas del epígrafe que preceden este
trabajo resumen admirablemente el pensamiento del Che. La primera está
contenida en su célebre Diario redactado durante la
campaña guerrillera en Bolivia. La segunda en una entrevista que le hiciera
Jean Daniel en Argelia. Ambas delimitan los contornos de su proyecto político
integral, irreductible a las estériles fórmulas del marxismo soviético
imperante en aquellos tiempos y a la redefinición en clave economicista de la
gigantesca empresa de construir un hombre y una mujer nuevos. Es necesario
recordar estos planteamientos en vísperas del quincuagésimo aniversario del
asesinato del Che en Bolivia. Las circunstancias del crimen son archiconocidas
y no tiene sentido reiterar aquí lo que es por todos sabido. Nomás basta con
recordar que caído en combate, el día anterior, las heridas del Che no ponían
en riesgo su vida. Pero la orden emanada de la CIA fue terminante: “mátenlo y
desaparézcanlo.” Que no haya un santuario donde descansen sus restos y se
convierta en un lugar de peregrinación para sus seguidores de todo el mundo. “Que siga la suerte de Patrice Lumumba”, habrán pensado sus asesinos. El
asesinato del comunista congoleño fue aún más vil y canallesco que el del Che.
A éste lo mataron de un balazo, uno sólo, disparado a quemarropa. Al africano
lo acribillaron a balazos, lo enterraron en un lugar secreto y, poco después,
dos oficiales de la policía belga, expertos en esta clase de crímenes,
exhumaron el cadáver, lo cortaron en trozos y lo sumergieron en ácido sulfúrico
para disolver sus restos y eliminar cualquier posibilidad de encontrarlos. La
obsesión del imperio y sus aliados, en el caso de Lumumba los británicos y los
belgas, era no sólo matar sino hacer olvidar. La misma obcecación perturbaba el
sueño de los estadounidenses cuando capturaron al guerrillero heroico. El plan
funcionó con el congoleño, pero fracasó por completo con el Che. Aún
desaparecido su presencia se tornó cada día más gravitante y el guerrillero
heroico se convirtió en un ícono revolucionario mundial, una bandera de todas
las luchas en cualquier lugar del planeta. Allí donde un explotado o un
oprimido se levanta contra una injusticia la imagen del Che -inmortalizada en
aquella fenomenal fotografía captada por Alberto Díaz (Korda)- se convierte de
inmediato en el símbolo universal de la lucha, en bandera de combate contra
toda forma de opresión. Treinta años después de su asesinato los restos del Che
aparecieron en una fosa común en Valle Grande de donde fueron enviados de
regreso a Cuba y hoy descansan para siempre en Santa Clara, la ciudad en donde
libró y ganó la decisiva batalla que abriría de par en par las puertas para el
triunfo de la Revolución Cubana.
Decíamos que los trazos principales de su biografía
son de sobra conocidos. Baste con decir que si bien el Che
provenía de una familia y un ambiente social progresista, claramente
identificado con los republicanos durante la Guerra Civil española y por ello
netamente antifascista, su proceso de formación ideológica tuvo un vuelco decisivo
con la constatación in situ de la lacerante situación de las
clases populares durante sus dos viajes por América Latina en los cuales
Bolivia fue una necesaria estación de su odisea continental. Dueño de una
curiosidad inagotable y de una inmensa capacidad de trabajo, sus numerosas
lecturas fueron dando forma a una cosmovisión revolucionaria que la asumiría
íntegramente (y la profundizaría) el resto de su vida.
El Che: teórico de la práctica, práctico de la
teoría
Cabe preguntarse, en tiempos dominados por el
eclecticismo posmoderno y la desilusión con la política y la democracia
burguesas, ¿qué es lo que queda del mensaje del Che para las actuales
generaciones? Muchas cosas, por supuesto. Por algo sigue siendo fuente de
inspiración para los luchadores sociales de todo el mundo. Queda su
inquebrantable coherencia, la inescindible unidad entre teoría, pensamiento y
práctica que rigió toda su vida; su absoluta convicción de que este mundo es
inviable y que sólo una revolución a escala planetaria podrá salvarlo de la
némesis que lo lleva a su autodestrucción. Suficiente para comprobar la
excepcional actualidad del Che y la vigencia de sus enseñanzas, de sus
escritos, sus discursos, su ejemplo.
En esta ocasión quisiera adentrarme un poco más en su legado teórico forjado, como decíamos más arriba, por su práctica política que arranca con sus dos viajes por Latinoamérica donde establece su primer contacto orgánico con el marxismo a través de un médico sanitarista peruano, el doctor Hugo Pesce Pescetto, especialista en el tratamiento de la lepra. Pesce había sido, junto a José Carlos Mariátegui, co-fundador del Partido Socialista Peruano y a la sazón era uno de los máximos dirigentes del Partido Comunista del Perú. El Che lo conoce en su primer viaje cuando arriba a Lima, en Mayo de 1952, y es a partir de ese diálogo que se profundiza su conocimiento del marxismo. Esto lo reconoce el Che quien, años después, al enviarle de obsequio un ejemplar de “La Guerra de Guerrillas.” escribe en su dedicatoria lo siguiente:
«Al
Doctor Hugo Pesce, que provocara, sin saberlo quizás, un gran cambio en mi
actitud frente a la vida y la sociedad, con el entusiasmo aventurero de siempre
pero encaminado a fines más armoniosos con la necesidades de América.» Y firma,
“Faternalmente, Che Guevara.”
Su vínculo con Hilda
Gadea, peruana radicada por entonces (año 1953) en Guatemala
profundiza su familiarización con los clásicos del marxismo. Los dramáticos
acontecimientos que tienen lugar en 1954 en ese país: la invasión
organizada por la CIA al mando del coronel Castillo Armas y el
derrocamiento de Jacobo Arbenz habrían de completar con las duras lecciones
de la praxis el proceso formativo del joven médico argentino. La continuación
de su viaje hacia la Ciudad de México, luego del afortunado encuentro en
Guatemala con el “moncadista” cubano Antonio “Ñico” López (que sería
quien rebautizaría a Guevara con el “Che” que lo haría célebre) lo pone
en contacto primero con Raúl Castro Ruz y luego con su hermano, Fidel.
Tal como lo cuenta el mismo Guevara, bastó una noche de conversación con el
Comandante para que se convirtiera el médico de los expedicionarios del Granma
y sin atisbarlo, iniciara el camino que lo transformaría en el más famoso
guerrillero del mundo. En sus propias palabras, según una confesión que le
hiciera a Jorge Masetti y que la reprodujera en una carta que enviara a
sus padres desde México:
“Charlé con Fidel toda una noche. Y al amanecer ya era el médico de la futura
expedición”. La admiración que se prodigaban recíprocamente era extraordinaria,
y se hizo patente en esa larga conversación de diez horas a mediados de Julio
de 1955 en Ciudad de México. El Che percibió rápidamente que Castro era “un
hombre extraordinario. … Tenía una fe excepcional en que una vez que saliera
hacia Cuba, iba a llegar. Que una vez llegado iba a pelear. Y que peleando, iba
a ganar. Compartí su optimismo. Había que hacer, que luchar, que concretar. Que
dejar de llorar, y pelear”.
En las páginas que siguen
echaremos un vistazo a una de las facetas menos conocidas -o, tal vez, la más
olvidada- de este personaje extraordinario. Su condición de recreador del
pensamiento marxista en clave latinoamericana. Desconocimiento u olvido
explicable por la celebridad adquirida como “el guerrillero heroico”, por la productividad de su praxis
histórica que, lógicamente, eclipsa todas las demás. Valiente hasta el punto de
llegar a la temeridad, como lo reconocería Fidel,
y a la vez noble y generoso como pocos con sus vencidos, el Che guerrillero ejerce tal fascinación
que desplaza hacia las sombras al fecundo teórico marxista. Este extraño
combatiente, este hombre de acción, luchaba con las armas en la mano mientras
cargaba en su mochila las poesías de León
Felipe y Pablo Neruda. En sus campamentos en la selva boliviana había más
de un centenar de libros, muchos de los cuales eran verdaderas joyas del
pensamiento social universal. No fue entonces casualidad su capacidad para
recibir críticamente algunas de las categorías del marxismo soviético y para
someter a implacable crítica la grotesca deformación que éste había sufrido a
manos de la Academia de Ciencias de la
URSS y sus insoportables manuales de “marxismo-leninismo”. Hay
un sugestivo paralelo entre Gramsci y el
Che:
ambos repudiaron las codificaciones
“escolásticas” del marxismo, sean
éstas de la Segunda o la Tercera
Internacional. Gramsci,
burlándose de la interpretación canónica de El Capital instaurada por la Segunda Internacional. Lo hace
en su breve escrito a propósito del estallido de la Revolución Rusa, “La revolución contra El Capital”. El Che, haciendo lo propio con los
manuales soviéticos que también decretaban la imposibilidad de la revolución en
los países atrasados.
Tanto uno como el otro
libraron una batalla sin cuartel contra el “economicismo”
décadas antes de que algunos intelectuales, arrepentidos de sus pecados
juveniles, renacieran como infecundos posmarxistas y “descubrieran” el
determinismo economicista que, según ellos, condenaba irremisiblemente la
teoría marxista al cementerio de las ideas. Carentes del talento y la audacia
intelectual que les sobraban a Gramsci y
el Che, se rindieron ante las caricaturas del marxismo y en lugar de
repensarlo creativamente arriaron sus banderas, borraron su propia historia y
su identidad y optaron por adherir a la ideología del nuevo bloque dominante o,
en el mejor de los casos, por un estéril eclecticismo.
Heredero
de una noble tradición, de la cual José Carlos Mariátegui fue el gran precursor, el Che concebía al marxismo en sintonía
con la Tesis Onceava de Marx: en vez de
interpretar el mundo, de lo que se trata es de cambiarlo. Como Lenin, creía
que “el marxismo no era un dogma sino una guía para la acción”. Por eso, si la
teoría se daba de bruces con la realidad aquélla debía ser meticulosamente
revisada. Si el eurocentrismo del marxismo originario no le hacía lugar a la
revolución socialista en la periferia había que liberarlo de esos
condicionamientos y, sin tirar al niño junto con el agua sucia de la bañera,
recrear la teoría para dar cuenta del inédito desafío práctico que no había
sido previsto por los padres fundadores. Y si los “manuales” soviéticos postulaban una visión etapista y mecanicista
según la cual no podía haber revolución socialista sin que antes hubiera una
revolución democrático-burguesa liderada por la burguesía nacional, lo que
había que hacer era arrojar esos textos por la borda y repensar todo de nuevo.
En esta operación el Che demostró,
al igual que los grandes clásicos del pensamiento marxista, que la teoría no es
un edificio acabado sino una obra en construcción y, por lo tanto, en
permanente revisión y reconstrucción. Demostró también que el abandono de
ciertas proposiciones (y sus correlatos político-prácticos) y su reemplazo por
otras puede hacerse sin necesariamente menoscabar el argumento central del
marxismo; la teoría de la plusvalía como la viga maestra que revela el carácter
insanablemente injusto, explotador y
predatorio del capitalismo. Y que el proyecto socialista trasciende el
marco económico o el productivismo: que de lo que se trata es de crear un
hombre y una mujer nuevos, una nueva cultura, una democracia participativa
integral, una nueva economía, un internacionalismo concreto y eficaz, basado en
la solidaridad efectiva y el altruismo. Todo esto requiere de un sustento
material; pero si en este todavía sobreviven los elementos constitutivos del
capitalismo el proyecto socialista habrá muerto antes de nacer.
El
legado teórico del Che es
inmenso y la tarea de recuperarlo está lejos de haber sido realizada. Sus
pesimistas apreciaciones sobre la escena internacional de su tiempo, dominada
por la doctrina de la “coexistencia
pacífica” proclamada por la URSS,
fueron proféticas. La “guerra de las
galaxias” de Reagan y la ofensiva final de George Bush (padre) terminaron destruyendo a la Unión Soviética y evidenciando el yerro
de aquella doctrina; su visión de que no se puede construir el socialismo “con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo”
es irrebatible a la luz de la experiencia. Su premonición de que la URSS ya había iniciado el retorno hacia
el capitalismo, formulada a mediados de los sesentas, revela el incisivo
carácter de su mirada. Además, sus análisis sobre la naturaleza incorregible y
brutal del imperialismo fueron corroborados sin solución de continuidad. Así lo
prueban las atrocidades perpetradas en Hiroshima
y Nagasaki pasando por los horrores perpetrados durante once años en la Guerra de Vietnam, los
“bombardeos humanitarios” de Bill
Clinton en los Balcanes, el criminal
bloqueo primero y la destrucción después de Irak, el posterior saqueo y
destrucción de Libia -con
linchamiento de Muammar el Gadafi
incluido- el brutal ataque a Siria, la
“invención” del ISIS y, entre nosotros, su no menos criminal ofensiva
lanzada contra la Revolución Cubana desde
sus inicios y, posteriormente, contra cuanto gobierno haya tenido la pretensión
de luchar por la autodeterminación nacional y la justicia social. La brutal
escalada violenta lanzada contra la
Revolución Bolivariana en Venezuela es apenas el último eslabón de una
siniestra cadena de crímenes. Por esto, y por muchas otras razones, a cincuenta
años de su asesinato el Che es
nuestro contemporáneo y sigue siendo permanente fuente de inspiración.
Crítica de la Economía
Política del capitalismo y del socialismo
El
Che fue un implacable crítico del capitalismo como sistema, y de
los diversos proyectos que en Nuestra
América trataron de presentarlo con un rostro amable y progresista. En ese
sentido sobresalen las reflexiones volcadas en el brillante discurso que
pronunciara el 8 de Agosto de 1961
en la Conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA celebrada en Punta del Este. La
reunión había sido impulsada por la Administración Kennedy con dos objetivos: organizar el “cordón sanitario” para aislar a Cuba y lanzar con bombos y platillos la Alianza para el Progreso (ALPRO), como alternativa a los ya
inocultables éxitos de la Revolución Cubana. En el tramposo marco de esa conferencia
el Che no sólo refutó las calumnias
lanzadas por el representante de Washington, Douglas Dillon y sus lenguaraces
latinoamericanos, sino que también hizo gala de su notable ironía para dejar en
ridículo a quienes proponían como panacea universal para América Latina a la ALPRO, la “mal nacida”, como la fulminara en su
obra el inolvidable Gregorio Selser. Anticipándose
a una crítica que posteriormente adquiriría generalizada aceptación el Che dirigió sus dardos en contra de los
proyectos de desarrollo pergeñados por la tecnocracia internacional del Banco
Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial o el FMI, obra de “técnicos muy sesudos” -decía, mientras
su rostro se iluminaba con una sarcástica sonrisa- para los cuales mejorar las
condiciones sanitarias de la región no solo era un fin en sí mismo sino un
requisito previo de cualquier programa de desarrollo. Guevara observó que, en línea con esa premisa, de 120 millones de
dólares en préstamos desembolsados por el BID la tercera parte correspondía a
acueductos y alcantarillados.
Y
añadía que
“Me da la impresión de que se está pensando en hacer de la letrina una cosa
fundamental. Eso mejora las condiciones sociales del pobre indio, del pobre
negro, del pobre individuo que yace en una condición subhumana; ‘vamos a
hacerle letrinas y entonces, después que le hagamos letrinas, y después que su
educación le haya permitido mantenerla limpia, entonces podrá gozar de los
beneficios de la producción.’ Porque es de hacer notar, señores delegados, que el tema de la industrialización no
figura en el análisis de los señores técnicos (entre los cuales figuraba con
prominencia Felipe Pazos, economista
cubano que había buscado “refugio” en Estados Unidos ni bien triunfara la
revolución). Para los señores técnicos, planificar es planificar la letrina. Lo
demás, ¡quién sabe cuándo se hará!” Y
remataba su ironía diciendo que “lamentaré profundamente, en nombre de la
delegación cubana, haber perdido los servicios de un técnico tan eficiente como
el que dirigió este primer grupo, el doctor
Felipe Pazos. Con su inteligencia y su capacidad de trabajo, y nuestra
actividad revolucionaria, en dos años Cuba sería el paraíso de la letrina, aun
cuando no tuviéramos ni una de las 250 fábricas que estamos empezando a
construir, aun cuando no hubiéramos hecho
Reforma Agraria.”
Al exponer las falacias de
la ALPRO, mismas que con diferentes
imágenes hoy sostienen los ideólogos del neoliberalismo y del libre cambio, el Che atacó también la pretensión de los
economistas que presentan sus planteamientos políticos como si fueran meras
opciones técnicas. La economía y la
política, decía, “siempre van juntas.
Por eso no puede haber técnicos que hablen de técnicas, cuando está de por
medio el destino de los pueblos.” Al insistir en la inherente politicidad
de la vida económica el Che
subrayaba una verdad que la ideología dominante ha ocultado desde siempre,
haciendo que las opciones de política económica que deciden quién gana y quién
pierde, quién se empobrece y quién se enriquece, aparezcan como meros
resultados de inexorables ecuaciones matemáticas, “objetivas”, incontaminadas por el barro de la política. Si hoy en
la Argentina o Brasil, como en Estados Unidos o Europa, crecientes sectores de
la población son arrojados al desempleo o por debajo de la línea de la pobreza
mientras que la rentabilidad de las grandes empresas y los salarios de sus
máximos ejecutivos se miden en millones de dólares esto no puede ser adjudicado
a ningún factor político sino que es el gélido corolario de un juicio
estrictamente técnico. Si el ajuste
neoliberal empobrece a los pobres y enriquece a los ricos no es porque se
haya tomado una decisión política en contra de los primeros sino porque así lo
dicta un argumento técnico, optimizador de los equilibrios macroeconómicos
requeridos para el crecimiento de la economía. Sólo un espíritu estrecho podría
pensar que una tal decisión refleja las prioridades de una clase dominante
interesada en promover ese resultado y para la cual es preferible salvar a los
bancos antes que salvar a los pobres. Guevara
destruyó implacablemente estos argumentos, predecesores de los actuales que hoy
resurgen con fuerza en la Argentina de Mauricio
Macri y en el Brasil de Michel Temer en donde las ideas que el Che combatió con enjundia en Punta del Este reviven bajo nuevos
ropajes pero con las mismas intenciones.
Pero más allá de su
crítica a estos proyectos ensayados en Nuestra América el Che sometió al escalpelo de su incisiva inteligencia la burda
codificación de la teoría económica de Marx realizada por la Academia de
Ciencias de la Unión Soviética y que se plasmó en un “Manual” que, como
observara el economista cubano Osvaldo
Martínez, se convirtió en los años sesenta en una especie de “Biblia económica” que en la práctica,
sustituía a El Capital . Ese “ladrillo soviético” planteaba lo que según sus autores era nada
menos que la economía política de la transición al socialismo y perfilaba, en
grandes rasgos, los contornos del socialismo desarrollado. Huelga decir que dicho texto no era
otra cosa que la exaltación del proceso único e irrepetible seguido por la
experiencia de la Unión Soviética durante el estalinismo, elevado a la
categoría de “modelo” de ineludible
implementación por todos los países que iniciaran el escabroso sendero de la
revolución socialista. El Che se
impuso la tarea de examinar los problemas, falencias y desviaciones de la
experiencia soviética –que pasaban inadvertidos para la mayoría de los
observadores y militantes- con el “mayor
rigor científico posible” y con “la
máxima honestidad”. Agregaríamos que, también, con la máxima discreción.
Sus críticas a la Unión Soviética,
sobre todo a su modelo económico y a la teoría de la “coexistencia pacífica”, eran bien conocidas y compartidas in
pectore por Fidel y buena parte de la dirigencia del Partido. Pero Fidel, en cuanto Jefe de Estado,
no podía decir lo que, una vez desvinculado de sus cargos formales en Cuba –en
el Partido, en las fuerzas armadas revolucionarias, en el aparato estatal- el Che podía ya decir sin impedimentos. La Cuba bloqueada y agredida, sometida
a atentados permanentes y a una ofensiva diplomática, política y mediática
brutal tenía demasiados enemigos y no podía darse el lujo de criticar
abiertamente a los pocos amigos con los que contaba en este mundo. La URSS lo era, más por razones de
conveniencia geopolítica para Moscú que por una genuina identificación con la Revolución Cubana,
y hubiera sido un gesto de enorme irresponsabilidad que Fidel, como Jefe de Estado, diera a conocer públicamente su concordancia
con las críticas del Che.
Es preciso reconocer la coherencia de la
actitud del Che y la responsabilidad
con que manejó sus críticas porque para ese entonces la URSS era la aliada estratégica –casi diríamos que única- de Cuba y lo último que quería era
deteriorar con sus críticas las relaciones de cooperación económica que existía
entre ambos países. Además, tampoco quería llevar agua al molino del
imperialismo con sus críticas al modelo soviético, a diferencia de tantos “izquierdistas de cafetín”, como dice Álvaro García Linera, que en su afán de
criticar los procesos emancipatorios en curso en América Latina no dudan un instante en asumir como propias las
críticas del imperialismo a aquellas experiencias. Un ejemplo: la absoluta
irresponsabilidad con que “infanto-izquierdistas” como los
trotskistas, autonomistas y anarquistas cantan a coro que “Maduro es una dictadura”, para
beneplácito de “la embajada” y la prensa
canalla de Argentina y toda América Latina.
Con
certera mirada el Che
dice algo que es válido, según mi parecer, al día de hoy, a saber: que “la
investigación marxista en el campo de la economía está marchando por peligrosos
derroteros. Al dogmatismo intransigente de la época de Stalin ha sucedido un pragmatismo inconsistente.” En
línea con esta capacidad de análisis el Che
pronostica, precozmente, “que los cambios producidos a raíz de la Nueva Política Económica (NEP) han
calado tan hondo en la vida de la URSS
que han marcado con su signo toda esta etapa … (por lo cual) se está regresando
al capitalismo”. Tal como ocurriera en otros ámbitos de la vida social y
política de la URSS lo que al principio
surgió como una imperiosa necesidad, la NEP, poco después se convirtió en
virtud y en modelo a emular. Como observa con razón Osvaldo Martínez, de la reflexión guevariana “se desprende la
falsedad del mito manualesco sobre la irreversibilidad del socialismo una vez
establecido, y la suprema lección de que es en la conciencia y no en el
estímulo material de los
humanos donde el socialismo puede
hacerse irreversible, si esa conciencia se educa y se alimenta con valores de solidaridad.” Tal como
él lo estableciera en numerosas ocasiones, la divulgación de esta cosmovisión
socialista choca contra cinco siglos en los cuales el capitalismo socializó a
la población en sus propios valores individualistas, egoístas, consumistas, y
cambiar esa conciencia no es tarea sencilla. “El capitalismo recurre a la fuerza” -dice el Che- pero además educa a la gente en el sistema” ¡y lo viene
haciendo desde hace quinientos años!
Producto del economicismo
que inficionaba al modelo soviético esa tarea refundacional en materia
educativa y cultural, esa “batalla de ideas”, no
se pudo hacer en la URSS y, más
cercana a nuestra experiencia, tampoco se llevó a cabo en las experiencias emancipatorias o “progresistas” de
América Latina a partir de finales del siglo pasado. Frei Betto lo sintetizó magistralmente cuando dijo que por más que
aquellas hubieran obtenido significativos logros en la reducción de la pobreza
y en otras materias –derechos humanos, democratización
de los medios de comunicación, igualdad de género, etcétera- se fracasó en la
tarea de crear una nueva cultura y construir ciudadanos. Lo que se construyó
fueron consumistas, y ese es uno de los talones
de Aquiles de todos estos procesos, sin excepción. Consumistas que, en el
plano político, se fueron inclinando progresivamente hacia la derecha en las
recientes elecciones. Porque, la historia lo enseña una y otra vez, la otra
cara de la ideología del consumismo es el conservadurismo político.
El imperialismo y las contradicciones del
sistema internacional
Medio
siglo después, los análisis del Che lo pintan como un
personaje dotado de una clarividencia fuera de lo común. Imposible enumerar en
estas pocas líneas tanta sabiduría condensada. En su “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”
el Che realiza un par de significativos aportes para la comprensión del
mundo actual. Entre otras brillantes iluminaciones esa que sostiene
que en Nuestra América la sumisión de las clases dominantes a los dictados del
imperialismo nos impide hablar de “burguesías
nacionales”. En Latinoamérica, esas clases carecen por completo de
capacidad (o voluntad) de oponerse a los designios de Estados Unidos y están
resignadas a funcionar como “su furgón
de cola” de los imperialistas. Por eso propone hablar más bien de “burguesías autóctonas” porque eso de
“nacionales” les queda grande y no se ajusta a su insignificante capacidad de
librar una lucha por la autodeterminación nacional.
Según
su análisis
“América constituye un conjunto más o menos homogéneo y en la casi totalidad de
su territorio los capitales monopolistas norteamericanos mantienen una primacía
absoluta. Los gobiernos títeres o, en el mejor de los casos, débiles y
medrosos, no pueden imponerse a las órdenes del amo yanqui.” Es obvio que medio
siglo más tarde esta caracterización debería matizarse porque otros capitales –europeos, chinos, japoneses, coreanos,
canadienses, etcétera- han penetrado en algunos casos muy profundamente en
las economías de la región. Pero pocas dudas caben de que la voz cantante la
llevan los norteamericanos, y esto por una simple razón: porque cuentan detrás
suyo con el respaldo del único “gendarme
mundial” del capitalismo. Tal como lo demuestran Leo Panitch y Sam Gindin en numerosos trabajos, en el complejo
entramado del condominio imperialista global hay un “primus inter pares”
y este es precisamente Estados Unidos. Su formidable capacidad
militar (aproximadamente la mitad del total del gasto bélico mundial), sus mil
y tantas bases militares establecidas en todos los rincones del planeta, sus
múltiples instituciones “interamericanas”
de carácter militar, político, económico o cultural que amarran con fuerza a
los países de la región le otorgan un peso decisivo, sobre todo en
Latinoamérica que, a ojos de Fidel y el
Che, constituye la reserva estratégica del imperio.
Y es por eso que en esta
parte del mundo el Che no ve
demasiadas alternativas. En sus propias palabras: “No hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de
revolución.” El paso del tiempo permite apreciar con más elementos esta
disyuntiva radical del guerrillero heroico. Por cierto que no hubo ninguna
revolución socialista después de la cubana. Pero sería injusto caracterizar a
los acontecimientos en curso en Venezuela, Bolivia y Ecuador como meras “caricaturas de revolución”. Son
procesos que bregan contra un conjunto de fuerzas retardatarias de enorme
poder, desde las oligarquías locales,
las burguesías “autóctonas”, la canalla mediática que envenena el alma de
nuestros pueblos y, por supuesto, detrás de todo ello, “la embajada” que trabaja incansablemente para desbarrancar esos
procesos. El voluntarismo se
estrella contra la dura realidad de una formidable constelación de fuerzas
conservadoras que libran batalla en todos los frentes. A diferencia del caso
cubano, donde el triunfo militar y político de la Revolución produjo el
desplome del estado burgués, en los procesos en curso en Venezuela, Bolivia y Ecuador las fuerzas dirigentes tropiezan
contra aquella muralla defensora del orden, inexistente cuando Fidel, el Che, Raúl
y Camilo entraron a La Habana. Cuando lo hicieron el
Ejército estaba derrotado y sus jefes habían huido al exterior, lo mismo que
buena parte de los miembros del Poder Judicial, los grandes empresarios, la
prensa reaccionaria, la clase política tradicional y, en general, la clase
dominante en su conjunto. A medida que el Movimiento 26 de Julio avanzaba sobre La
Habana los bastiones del viejo orden se derrumbaban, dispersaban y
buscaban refugio en Miami; en el caso de los procesos que arrancan con el
triunfo de Chávez en 1998 los
enemigos de la revolución se atrincheraron y dispusieron a dar batalla, cosa
que siguen haciendo hasta el día de hoy. Por eso sería injusto caracterizar a
estos procesos como “caricaturas de
revolución”, pues tuvieron que vérselas con una resistencia interna que en Cuba no existió, aunque luego vendría “desde afuera” una vez que el
imperialismo reagrupara los fragmentos dispersos del viejo bloque neocolonial e
intentara recapturar Cuba apelando
al terrorismo, la guerra, las sanciones económicas y el bloqueo. Por otra
parte, la revolución jamás estuvo en la agenda de las fuerzas dirigentes de
procesos como los que se vivieron en Argentina,
Brasil, Chile y Uruguay. En estos casos el objetivo era la inverosímil
construcción de “un capitalismo serio”,
supuestamente amigable con la equidad social que, como era de esperar, jamás
llegó a consumarse.
Como decíamos más arriba,
en este y otros escritos el Che fue
muy crítico de la política de
“coexistencia pacífica” propuesta por la Unión Soviética, a la que condenó
duramente. En el trasfondo de esta actitud se encontraba la heroica lucha del
pueblo de Vietnam que, según Guevara,
se debatía en una “trágica soledad”
en su lucha contra la mayor superpotencia de la historia. Hay una frase que
sintetiza magistralmente su pensamiento:
“La solidaridad del mundo
progresista para con el pueblo de Vietnam semeja a la amarga ironía que
significaba para los gladiadores del circo romano el estímulo de la plebe. No
se trata de desear éxitos al agredido, sino de correr su misma suerte;
acompañarlo a la muerte o la victoria.” Y los efectos perniciosos de la
“coexistencia pacífica” se hacen sentir cuando la agresión del imperialismo no
encuentra una solidaridad efectiva en otros países presuntamente socialistas
que, “en el momento de definición vacilaron en hacer de Vietnam parte
inviolable del territorio socialista.” Culpabilidad que principalmente les cabe
a la Unión Soviética y China que
mientras “mantienen una guerra de denuestos” permiten que el imperialismo
yankee haga sus estragos en Vietnam.
Concluye premonitoriamente Guevara que “el imperialismo se empantana” en
Vietnam, pero que una derrota definitiva requiere de la solidaridad activa de
los pueblos, comenzando por las naciones que se autoproclaman socialistas y
sobre todo la URSS que gracias a la política de la “coexistencia pacífica”
pergeñada para evitar una conflagración mundial y una guerra termonuclear con
Estados Unidos deja al Vietnam
indefenso. Y los pueblos explotados del mundo, continúa el Che, deben aprender la lección que se
escenifica en Vietnam y “atacar dura e ininterrumpidamente en cada punto de
confrontación” al enemigo imperialista. Esa, dice Guevara, “debe ser la táctica general de
los pueblos” resumida en la frase “ crear dos, tres...
muchos Vietnam, es la consigna.”
La Carta finaliza con una
reflexión final sobre nuestra región, en donde según su autor Washington tiene
tropas “dispuestas a intervenir en
cualquier lugar de América Latina” en donde sus intereses se vean
amenazados. Y agrega, con palabras que conservan una vibrante actualidad, que
esa política
“cuenta
con una impunidad casi absoluta;
la OEA es una máscara cómoda, por desprestigiada que esté; la ONU es de una indiferencia rayana en lo ridículo o en lo
trágico.” Y traza una sugestiva comparación entre América Latina y Asia cuando dice que
si en ésta Estados Unidos tiene poco
que perder y mucho que ganar en Nuestra
América la situación es exactamente la inversa. Aquí Washington tiene mucho
que perder y poco que ganar, habida cuenta de su exitoso proceso de
recolonización lanzado con fuerza desde fines de la Segunda Guerra Mundial.
Conclusión.
Estas observaciones sobre
los legados teóricos del Comandante
Guevara pretenden estimular el estudio sobre su obra, honrar la
integralidad de sus contribuciones a la construcción de una sociedad socialista
teniendo en cuenta no sólo su heroico
ejemplo como guerrillero sino también sus aportes al desarrollo del pensamiento
marxista. En su carta dirigida a don Carlos
Quijano, director de la revista
uruguaya Marcha, el Che anotaba con razón que
“la
mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán
sentir en la organización de la producción y, por ende, en la
conciencia.” La superación del capitalismo, una impostergable
necesidad histórica, no podrá consumarse tan sólo como producto de sus
contradicciones objetivas. Estas son un prerrequisito indispensable, pero para
que fructifiquen en la construcción de una nueva sociedad se requiere “la acción consciente” de las masas. De
ahí que la pretensión de “realizar el socialismo con la ayuda de las armas
melladas” del capitalismo termina en un callejón sin salida. “Para construir el comunismo” –concluye
con razón el Che- “simultáneamente
con la base material hay que hacer al hombre nuevo”. Sin ello, sin esta
gigantesca batalla cultural, la inalterada perpetuación de la mercancía y la
consecuente mercantilización de la vida social harán que la empresa de
construir una sociedad poscapitalista se vea acosada por innumerables
obstáculos y termine en un callejón sin salida. La China y el Vietnam de hoy pueden ser los bancos de prueba en
donde se verifique la certeza, o el error, de los diagnósticos y los
pronósticos del Che.
Elegimos, para terminar,
una sentencia más válida hoy que cuando fuera originalmente expresada: “una
nueva etapa comienza en las relaciones de los pueblos de América. Nada
más que esa nueva etapa comienza bajo el signo de Cuba, Territorio Libre de
América.” Y ante los cantos de sirena que hoy como ayer pregonan la
armonía de intereses entre Washington y las naciones sometidas a su imperio nos
advertía que “(E)l imperialismo necesita
asegurar su retaguardia.” Una retaguardia, recordemos, pletórica
en recursos naturales (petróleo, gas, agua, energía, biodiversidad, minerales
estratégicos, alimentos, selvas y bosques) que según informes de los estrategas
norteamericanos constituyen insumos esenciales para el mantenimiento no sólo
del “modo de vida americano” sino también de la seguridad nacional
estadounidense. Y, el Che
ya lo advertía en Punta del Este, la preservación de esa retaguardia era (y es)
un objetivo no negociable del imperio. Los hechos confirmaron plenamente sus
pronósticos, y hoy estamos asistiendo a esta avasalladora contraofensiva (la “restauración conservadora” denunciada
por el ex presidente Rafael Correa) tendiente a regresar a nuestros países
a la condición existente en vísperas de la Revolución
Cubana. “Golpes blandos” en Honduras,
Paraguay y Brasil; acoso interminable contra los gobiernos de izquierda (Venezuela y El Salvador,
principalmente, aunque este caso sea el menos conocido); articulación
continental de la prensa (gráfica, TV, radio) para satanizar a dirigentes y
procesos contestatarios; organización y financiamiento de la oposición en
países “hostiles” a Washington,
incluyendo tentativas de “invención” de líderes opositores; programas
interamericanos de “buenas prácticas”
para formatear el cerebro de jueces, fiscales, periodistas, legisladores,
académicos y líderes políticos y sociales, actores fundamentales del “golpe
blando” que reemplaza al anacrónico golpe militar de antaño; el ominoso rosario
de bases militares con las cuales Estados
Unidos ha cercado nuestra región (ochenta oficialmente reconocidas hasta
ahora, más otras tres en ciernes negociadas en absoluto secreto por el gobierno
de Mauricio Macri con la Casa Blanca), y la reactivación de la IVª Flota para
patrullar nuestros mares y ríos interiores, confirman que, una vez más, el Che
tenía razón. No olvidemos su consejo y actuemos en consecuencia. Y no olvidemos ni
por un instante cuando decía que “al imperialismo no se
le puede creer ni un tantito así, ¡nada!” Eso fue cierto en su tiempo y es aún
más cierto en el nuestro.
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