FRANCIA: EL NEOLIBERALISMO Y
LA LUCHA DE CLASES.- Maciek Wisniewski, La Jornada.- El neoliberalismo nació como un proyecto de clase (D. Harvey dixit).
Un proyecto de clases altas que ante la
caída de los niveles de ganancia desde las décadas de los 60 y 70 querían
suprimir a los trabajadores y revertir esta tendencia desmantelando todo lo colectivo
y social organizado. Desde sus inicios fue una guerra de clases desde arriba. Para tapar su verdadera naturaleza se ideó
toda una campaña de simulaciones ideológicas. Los neoliberales, como los
nuevos conquistadores del mercado de los que escribía alguna vez John Berger
–que son básicamente los mismos–, invertían los signos y falseaban las direcciones para confundir a la gente (Hold
everything dear, 2008, p. 122).
Las divisiones de clases y su lucha
ya son cosas del pasado, decían; “las únicas divisiones que importan ahora son
las ‘identitarias’”.
Así –secundados intelectualmente por algunos post-marxistas– buscaban
despolitizar lo público y dejar a los trabajadores confundidos y aferrados a
las únicas identidades disponibles: étnica, nacional y religiosa.
Una cosa bastante astuta en
medio de una guerra de clases, ¿no?
En Francia, como en otros países, fue una narrativa que abrazó no solo la derecha –y de la que en la misma medida que de sus raíces protofascistas se nutre la xenofobia del Frente Nacional (FN)–, sino también los socialistas (PS) e incluso la izquierda radical (PG). Lo mismo pasó con el trabajo. El trabajo ya es cosa del pasado, decían los neoliberales –secundados intelectualmente por algunos post-marxistas– y ya no importa tanto, cuando en realidad estaban obsesionados con él y con la idea de flexibilizar su rígido marco legislativo (“factory legislation”, de la que hablaba Marx en El capital). Una cosa bastante astuta en medio del despliegue de un brutal rollback hacia los trabajadores, ¿no?
En Francia, como en otros países, fue una narrativa que abrazó no solo la derecha –y de la que en la misma medida que de sus raíces protofascistas se nutre la xenofobia del Frente Nacional (FN)–, sino también los socialistas (PS) e incluso la izquierda radical (PG). Lo mismo pasó con el trabajo. El trabajo ya es cosa del pasado, decían los neoliberales –secundados intelectualmente por algunos post-marxistas– y ya no importa tanto, cuando en realidad estaban obsesionados con él y con la idea de flexibilizar su rígido marco legislativo (“factory legislation”, de la que hablaba Marx en El capital). Una cosa bastante astuta en medio del despliegue de un brutal rollback hacia los trabajadores, ¿no?
Una
vez consumado el golpe en Chile
–un paradigmático caso de la diseminación del neoliberalismo mediante el
shock–, Pinochet impuso a los trabajadores chilenos un represivo Código de
Trabajo que –entre otros– daba prioridad a los acuerdos laborales y salariales
por empresa sobre los tradicionales, por sectores. Más de 40 años después en Francia, Hollande –en una maniobra
digna de volverse otro paradigma neoliberal– acaba de hacer lo mismo. Los
acuerdos por empresa y la nueva primacía del contrato particular por encima de
la vieja ley general son puntos
centrales de la ya aprobada (Libération, 21/7/16) reforma de Loi
Travail (la ley El Khomri).
Sus críticos –con razón– hablan de la inversión de la jerarquía de normas.
Sus críticos –con razón– hablan de la inversión de la jerarquía de normas.
Hasta
ahora eran los trabajadores los que –gracias a los acuerdos paritarios que
establecían estándares mínimos
en cada sector productivo– tenían una ligera ventaja en la relación laboral. La
reforma del gobierno socialista cambia este balance a favor de los empresarios.
Siguiendo
la vieja ideología neoliberal de que “la causa de los problemas en la economía
(‘falta de competitividad’, desempleo) es la ‘sobreprotección’ de los
trabajadores, que ‘distorsiona’ el funcionamiento ‘natural’ del mercado”, le da más poder
al capital.
El
poder de individualizar las relaciones laborales y a atomizar a los
trabajadores. El
poder de realizar su sueño principal: que no haya nada más frente a él que
entes desnudos, sujetos a una competencia voraz y una profunda inseguridad. Contra sus supuestos fines, la reforma no
viene a combatir al desempleo. Viene a asentarse en él. Es pieza clave en
un modelo de control social que, haciéndose de la existencia de un vasto
ejército industrial de reserva, domestica a los trabajadores mediante su
precarización y sustituye la solidaridad gremial por el miedo individual (al
despido arbitrario, a la rebaja salarial, al aumento de horas de trabajo).
Francia hasta ahora era un
caso atípico en la constelación neoliberal.
Si bien desde los 80 sus tecnócratas –los socialistas (¡sic!) como Delors o Chavranski– eran los principales arquitectos detrás del desmantelamiento del modelo social de la UE, las mismas reformas en Francia avanzaban con menos vigor (pero avanzaban).Aun así, a ojos de algunos –sobre todo a raíz de la crisis– el país, en comparación con sus vecinos, destacaba como un (mal) ejemplo de conservación de privilegios sociales retrógrados y/o “un peligroso caso de falta de ‘ajuste a la globalización’ que ya ocasionaba en un caos” –¡sic!– (The Guardian, 27/5/16).
Si bien desde los 80 sus tecnócratas –los socialistas (¡sic!) como Delors o Chavranski– eran los principales arquitectos detrás del desmantelamiento del modelo social de la UE, las mismas reformas en Francia avanzaban con menos vigor (pero avanzaban).Aun así, a ojos de algunos –sobre todo a raíz de la crisis– el país, en comparación con sus vecinos, destacaba como un (mal) ejemplo de conservación de privilegios sociales retrógrados y/o “un peligroso caso de falta de ‘ajuste a la globalización’ que ya ocasionaba en un caos” –¡sic!– (The Guardian, 27/5/16).
Las
élites europeas y francesas decidieron que ya no había de otra: reformar o
reformar la Loi
Travail, apremiando al dúo Hollande/Valls a mantenerse firmes hasta el
final. Así, de manera tardía, pero con estilo, Francia –y en particular su
gobierno socialista– llegó a merecer su propio capítulo en La doctrina del
shock (2007), el clásico de Naomi Klein, junto con casos como los de Chile
o Polonia:
•
Por retomar de Sarkozy el giro securitario que desde hace
unos años marca la creciente “despotización de la política” y
“autoritarización del neoliberalismo” (S. Kouvelakis dixit) y plasmarlo en
estado de emergencia que a lo largo de los meses no sirvió para prevenir
ataques terroristas (Niza, Rouen, etcétera), sino para proteger al gobierno y
sus políticas criminalizando a los oponentes a la ley El Khomri.
•
Por un impecable, creativo y combinado uso de violencia, miedo y shock para
empujar la reforma: desde
la brutal represión policial, uso de la amenaza terrorista para desmovilizar
protestas, hasta mandarla a la Asamblea Nacional para su aprobación final...
cuatro días después de la masacre en Niza (¡sic!).
•
Por confirmar por enésima vez que el neoliberalismo no necesita de la
democracia y hará
todo para saltársela: allí está el triple (sic) uso del artículo 49.3 de la
Constitución que –al no contar con una mayoría necesaria– le permitió al
gobierno aprobar la reforma por decreto (¡sic!), sin debate ni voto
parlamentario. ¿Y la lucha de clases?
Sólo dos mensajes. Uno para la izquierda: allí está. ¡Articularla! (por si
se olvidaron). Otro para los neoliberales disgustados hoy con el auge del FN,
pero que ayer la silenciaban, confundiendo a los trabajadores, precarizándolos,
empobreciendo y durmiendo
con cuentos identitarios, hasta el grado de que muchos ya solo saben
identificarse con el lenguaje neo-fascista: cosechan lo que sembraron. La
Jornada. Julio del 2016.
/////
LA FALACIA DEL FUTURO SIN TRABAJO Y DE LA REVOLUCIÓN DIGITAL COMO
CAUSA DEL PRECARIADO.
*****
Vicenç
Navarro.
Público
jueves 14 de julio del 2016.
Existe una percepción bastante
generalizada de que las nuevas tecnologías de automatización, biotecnología,
digitalización e inteligencia artificial están revolucionando los puestos de
trabajo, con enormes implicaciones en el número de trabajos disponibles, pues
todas estas innovaciones permiten, a través de un enorme crecimiento de la productividad,
realizar las mismas tareas con un número mucho más reducido de trabajadores. Se
supone que la sustitución de trabajadores por máquinas y robots es un fenómeno
generalizado hoy en los países del capitalismo avanzado, atribuyéndose la
disminución de la población que trabaja, así como los cambios que están
experimentando aquellos que continúan trabajando, a la introducción de todos
esos cambios que componen lo que se conoce como la revolución digital.
Tal revolución no solo ha eliminado puestos de trabajo, sino que ha configurado
los que permanecen, al permitir una gran flexibilidad del mercado laboral,
sustituyendo trabajos estables por otros inestables. En esta percepción de lo
que está ocurriendo en los modernos mercados de trabajo, se asume que de la
misma manera que la cadena de montaje (propia del fordismo -que caracterizó la
revolución industrial-) produjo a la clase trabajadora, la robótica y la
inteligencia artificial propia de la llamada revolución digital están
creando el precariado (mezcla de los términos “precario” y “proletariado”).
En esta lectura de la realidad, la
clase trabajadora industrial está siendo sustituida por el precariado,
trabajadores que tienen unas condiciones de trabajo muy precarias, con trabajos
poco estables y muy flexibles, con bajos salarios y contratos muy cortos. En
esta situación se asume que el mercado de trabajo estará compuesto por una minoría
con trabajos estables y salarios altos, poseedores de elevado conocimiento
especializado, que dirigirán las empresas digitalizadas, un número mayor de
trabajadores poco especializados y con bajos salarios, y una gran
mayoría que no tendrá trabajo, pues la revolución digital irá haciendo
innecesario el trabajo que requiere una intervención humana. De ahí la imagen
de que nos encontraremos en un futuro muy próximo con que casi la mitad de
puestos de trabajo habrá desaparecido.
Esta interpretación de los cambios
que supuestamente están ocurriendo en el mercado laboral ha generado un gran
debate sobre muchas de las supuestas consecuencias que este futuro sin trabajo
tendrá para la mayoría de la población. El autor que ha introducido el concepto
de precariado, Guy Standing, en su libro The Precariat. The New Dangerous
Class, ha llegado a sostener que este precariado es, en realidad, una nueva
clase social distinta a la clase trabajadora, con intereses en ocasiones
contrapuestos. El trabajador con contrato fijo, estable y que trabaja siempre
para el mismo empresario está dejando de existir, según Standing. En su lugar,
el tipo de trabajor más frecuente será –como consecuencia de la revolución
digital- el trabajador con contrato precario, corto, inestable, variable, en
una rotación continua, trabajando a lo largo de su vida profesional en muchos
lugares y puestos de trabajo, dependiendo de varios empleadores con los cuales
firma el contrato a nivel individual y no colectivo. Serán trabajadores con
escasos poderes y pocos derechos sociales, laborales y políticos. Esta nueva
clase social incluye gran parte de la población inmigrante, y en dicha clase
las mujeres están claramente sobrerrepresentadas (para una crítica de este
libro, leer el artículo "Politics Lost", John Schmitt, Dissent, Summer 2016).
¿Hay una revolución digital?
Y, si la hay, ¿nos conducirá a un mundo sin trabajo?-
La cifra frecuentemente citada de
que la revolución digital eliminará casi el 50% de los puestos de trabajo (en
el capitalismo avanzado) procede del artículo de los profesores Carl Benedikt
Frey y Michael A. Osborne (ambos de la Universidad de Oxford, Reino Unido),
publicado el 17 de septiembre de 2013, y titulado "The Future of Employment: How suceptible are jobs to computerisation?". En
este artículo los autores indican que, según su estudio, el 47% de los puestos
de trabajo en EEUU están en riesgo de desaparecer como consecuencia de la
introducción de las nuevas técnicas digitales, como la computarización de los
puestos de trabajo, incluyendo su robotización, indicando además que los
puestos con mayor riesgo de desaparecer son los que requieren menos educación y
reciben salarios más bajos. Los autores analizan tal riesgo en 702 tipos distintos
de ocupaciones. Este estudio tuvo un enorme impacto y originó esta percepción
de que la revolución tecnológica que estamos viendo ahora –la revolución
digital- es una de las revoluciones más importantes que ha habido
históricamente en la evolución del capitalismo avanzado y que tendrá mayor
impacto en sus mercados de trabajo.
Problemas graves con el
determinismo tecnológico que existe en estas teorías del fin del trabajo.
Desde que el artículo de Carl
Benedikt Frey y Michael A. Osborne se escribió en 2013, muchos trabajos
académicos han cuestionado sus tesis. Por desgracia, tal material parece ser
desconocido en los medios de mayor difusión de España, lo cual explica la
repetición en tales medios de las tesis del fin del trabajo debido a la
revolución digital, a pesar de la enorme evidencia científica que las
cuestiona. Una de las mentes económicas más perspicaces en EEUU, Dean Baker,
codirector del conocido Center for Economic and Policy Research (CEPR) de
Washington D.C., por ejemplo, ha cuestionado que la revolución digital –en la
medida en que exista tal revolución- haya sido una mayor causa de la
destrucción de empleo en EEUU. Como él señala, si, como tales autores postulan,
la revolución tecnológica, tal como la robótica, hubiera sido una de las causas
más importantes de la destrucción de empleo en EEUU, tendríamos que haber visto
también un crecimiento muy notable de la productividad en ese país, lo cual no
es cierto. En realidad, el crecimiento de la productividad en EEUU en los
últimos diez años ha sido muy bajo (solo un 1,4% al año), comparado con un 3%
en el periodo 1947-1973 (durante “la época dorada del capitalismo”), cuando,
como Dean Baker acentúa, aquel gran crecimiento de la productividad estuvo
asociado con un desempleo muy bajo y unos salarios muy altos. Comparar lo que
ocurrió entonces, en el periodo 1947-1973, en el que hubo un gran crecimiento
de la productividad (junto con un desempleo muy bajo, una tasa de ocupación
alta y unos salarios altos), con lo que ha ocurrido en los últimos diez años,
cuando el crecimiento de la productividad ha sido muy bajo (junto con un
desempleo alto, una tasa de ocupación baja y unos salarios muy bajos) nos
fuerza a hacernos la siguiente pregunta: ¿por qué el gran crecimiento de la
productividad en aquel periodo generó altos salarios y gran número de puestos
de trabajo, y en cambio ahora un aumento de la productividad (que es mucho
menor que entonces) estaría destruyendo muchos puestos de trabajo y produciendo
salarios mucho más bajos? Es más, también según Dean Baker, desde el año 2000
la demanda de trabajadores poco cualificados y con salarios bajos (que
representan el 30% de la parte de renta baja de la fuerza laboral) ha sido
mucho mayor que la demanda de trabajadores especializados y con salarios altos.
A la luz de estos datos es difícil
concluir que los robots y la inteligencia artificial, así como otros elementos
de la revolución digital, sean responsables del enorme aumento de la
precarización de la clase trabajadora. En realidad, Dean Baker señala que la
atención a la revolución digital como causa de la pérdida de puestos de trabajo
estables bien pagados se está utilizando para evitar que se analicen las causas
reales de la precarización, que no son tecnológicas, sino políticas,
concretamente la gran debilidad del mundo del trabajo en EEUU, que claramente
aparece en el tipo de intervenciones públicas que realiza el Estado (muy
influenciado por el mundo empresarial), las cuales se están imponiendo a la
población. Entre ellas están las políticas públicas encaminadas a debilitar a
los sindicatos, medidas aplicadas desde los años ochenta que han afectado muy
negativamente la calidad del mercado de trabajo, su estabilidad y sus salarios
(Dean Baker, "The job-killing-robot myth" 06.05.15). No es la revolución digital,
sino la contrarrevolución neoliberal, lo que está causando la destrucción de
puestos de trabajo y la precariedad del trabajo existente.
Las causas políticas del
deterioro del mercado de trabajo.
Trabajos realizados por el ya citado
Center for Economic and Policy Research de Washington D.C., EEUU, han
mostrado claramente que la tecnología sustituyó a los trabajadores a finales
del siglo XIX y principios del siglo XX, creando problemas graves, pues ello
determinó una enorme bajada de los salarios y una crisis de demanda enorme que
contribuyó a la Gran Depresión. Ahora bien, la causa de esta situación no fue
la introducción de la tecnología, sino la inexistencia de instrumentos en
defensa del mundo del trabajo. Y fue esta debilidad del mundo del trabajo lo
que permitió la introducción de la tecnología que causó el deterioro del mundo
del trabajo. En cambio, después de la II Guerra Mundial, en el período conocido
como “la época dorada del capitalismo” (1947-1973), cuando el mundo del trabajo
tenía tales instrumentos, como los sindicatos y los partidos políticos
enraizados (como los partidos socialistas) o próximos (como el Partido
Demócrata) al mundo del trabajo, fue cuando la introducción de la tecnología no
significó la bajada de salarios, sino al contrario, permitió la subida de
salarios y también la creación de puestos de trabajo. Y, por cierto, la
productividad creció mucho más que en los periodos anteriores. Fue precisamente
esta expansión del poder del mundo del trabajo en el mundo capitalista
desarrollado lo que creó la respuesta del mundo del capital, con el
neoliberalismo iniciado por el Presidente Reagan en EEUU, y por la Sra.
Thatcher y por la Tercera Vía fundada por el Sr. Blair en Europa. A partir de
entonces la tecnología sirvió para reforzar al mundo del capital, de manera que
el aumento de la productividad benefició particularmente a este a costa del
mundo del trabajo. Así apareció el precariado. Y es ahí donde la
digitalización ha contribuido al enorme crecimiento de las rentas del capital a
costa de las rentas del trabajo, situación bien documentada en la gran mayoría
de países de la OCDE, lo cual no debe atribuirse a la digitalización, sino a la
victoria diaria del mundo del capital sobre el mundo del trabajo.
¿Qué está, pues, ocurriendo
en el mercado de trabajo en el capitalismo avanzado? ¿Habrá reducción de
puestos de trabajo?
Hoy en EUUU, según el profesor Dani
Rodrik, de la Harvard University (“Innovation Is Not Enough”, 09.06.16), los
sectores que están experimentando mayor demanda de trabajadores no son los
sectores donde tales cambios tecnológicos son más utilizados (áreas
informáticas y comunicación, que representan unos porcentajes de la economía
bastante menores –el 10% del PIB-), sino las áreas como servicios sanitarios y
áreas de salud, educación, vivienda y otras grandes áreas del Estado del
Bienestar, así como transportes y comercio, donde las innovaciones tecnológicas
no se han aplicado masivamente, y que representan más del 60% del PIB. Solo los
servicios sanitarios y sociales representan ya el 25% del PIB, y en tales
servicios, la dependencia de la tecnología robótica es mucho menor que en los
primeros sectores. Y la difusión de tal tecnología, aunque notable, no ha sido
tan importante como en las industrias informáticas y de comunicación. Es más,
es en estos sectores mayoritarios en los que se centra la ocupación, donde ha
habido un gran crecimiento del empleo, no solo de personal especializado, sino
(incluso más) de personal de escasa cualificación.
En base a estos datos, Dani Rodrik
concluye que, en contra de lo que se está diciendo, la tecnología digital tiene
menos impacto en el mercado de trabajo que otras tecnologías introducidas en
periodos anteriores, como la introducción de la electricidad, del automóvil, el
aire acondicionado, el avión y otras muchas. En los sectores como en los
servicios públicos del Estado del Bienestar, que son los que emplean mayor
número de trabajadores, la naturaleza del trabajo los hace menos receptivos que
otros sectores a la utilización de esta revolución digital como manera de
ahorrar trabajadores. En realidad, los sectores que están demandando más empleo
son los de las áreas sociales y las áreas de economía verde, muy poco
desarrolladas, por cierto, en España.
Los últimos datos sobre la
creación de empleo en EEUU no confirman las tesis del futuro sin trabajo.
Confirmando lo sostenido en este
artículo, acaban de publicarse los datos del Council of Economic Advisers,
sobre el impacto de la revolución digital en el mercado de trabajo. Su
presidente, Jason Furman, presentó los datos el 7 de julio de este año (The
Social and Economic Implications of Artificial Intelligence Technologies in the
Near-Term), enfatizando que si bien la robótica permite la sustitución de
trabajadores por nuevas tecnologías, esta introducción no ha sido determinante
en los cambios que están ocurriendo en la fuerza laboral estadounidense. Las
nuevas tecnologías destruyen, pero también crean puestos de trabajo. Es más, el
elemento clave que configura lo uno y lo otro no son las tecnologías per se,
sino cómo se diseñan, para qué y con qué objetivos.
Comprensiblemente, al tratarse de un
alto oficial del gobierno federal, el Sr. Furman no analiza en este informe la
importancia del contexto político para entender el diseño e introducción de las
tecnologías, pues es un área muy sensible, por lo general evitada en las altas
esferas del gobierno federal, aunque sí señala la importancia del Estado
federal para configurar el desarrollo y aplicación de un gran número de
tecnologías, indicando que las influencias políticas sobre el Estado tienen
mucho que ver con el tipo de tecnologías utilizadas en el mercado de trabajo.
Por ejemplo, la aprobación de patentes, permitiendo comportamientos
monopolistas, juegan un papel clave en la configuración de las nuevas
tecnologías. Dean Baker, menos inhibido por su cargo, habla sin tapujos,
subrayando lo que muchos de nosotros hemos estado enfatizando durante mucho
tiempo: los mal llamados problemas económicos son, en realidad, problemas
políticos. Como siempre ha ocurrido en todos los periodos anteriores, las
variables más importantes que explican que una nueva tecnología pueda dañar o
beneficiar a las clases populares son las variables políticas, es decir, quién
la controla y diseña, con qué objetivo la diseña, cómo y cuándo se aplica,
dependen en gran medida del Estado y de qué fuerzas configuran e influencian su
creación y difusión.
La gran precariedad existente hoy
tiene poquísimo que ver con la introducción de nuevas tecnologías, y mucho con
el enorme poder que tiene el mundo del capital frente al mundo del trabajo,
hecho que, como he dicho anteriormente, ha estado ocurriendo desde el inicio,
no de la revolución digital, sino de la contrarrevolución neoliberal en los
años ochenta. La enorme influencia del primero sobre el Estado explica esta
situación. Las fuerzas progresistas no deberían aceptar el determinismo
tecnológico que oculta las causas políticas responsables de la precariedad.
Como señalé en el párrafo anterior, gran parte de la revolución digital fue
originada en el sector público y luego puesta a disposición del gran capital,
que lo utilizó, como era predecible, para optimizar su objetivo de incrementar
sus beneficios a costa del bienestar y calidad de vida de la mayoría de la
población (ver “Los mitos neoliberales sobre la superioridad de lo privado
sobre lo público”, Público, 07.07.16).
Última nota: la importancia
de utilizar la revolución digital a favor y no en contra de las clases
populares.
Es interesante acentuar que los
puestos de trabajo que se están mecanizando son los puestos de trabajo de baja
cualificación, y ello se debe en parte a que la clase trabajadora tiene menos
poder y, por lo tanto, menos capacidad de oponerse a la destrucción de sus
puestos de trabajo, al contrario que los puestos de trabajo más especializados,
aun cuando estos puestos podrían también ser sustituidos, lo cual ocurre porque
tienen mayor poder de resistencia. Pero podría ocurrir también, y en parte esto
está también sucediendo.
Ahora bien, el problema no es la
sustitución de trabajadores por robots, pues debería ser considerado positivo
que todo tipo de trabajo repetitivo fuera sustituido. El problema es cómo se
está haciendo, y con qué consecuencias. Hay una enorme necesidad y urgencia de
disminuir el tiempo del trabajo, así como de crear puestos de trabajo, e
incrementar su contenido estimulante e intelectual, en áreas de gran
importancia y necesidad, hoy claramente desatendidas, como son las áreas de
atención a las personas y a los grupos más vulnerables, como los infantes y
ancianos, o bien el reciclaje de toda la economía hacia fuentes de energía
sostenibles. Decir que no habrá trabajo es asumir que todas las necesidades
humanas estarán ya cubiertas, lo cual es obviamente falso. Y ahí radica el
punto más débil de la tesis de que habrá un futuro sin trabajo. Por otra parte,
el que haya mayor o menor precariedad en un país depende del poder de las
instituciones que defienden a la clase trabajadora, tales como sindicatos y
partidos laboristas (llámense estos como se llamen). El hecho de que la
precariedad sea menos extendida en el norte que en el sur de Europa se debe
precisamente a que en el sur la clase trabajadora es débil y está dividida, y en el norte los
partidos que tienen su raíz en la clase trabajadora son fuertes. La evidencia
científica de ello es abrumadora.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario