martes, 17 de octubre de 2017

LA FALACIA DEL FUTURO SIN TRABAJO Y DE LA REVOLUCIÓN DIGITAL COMO CAUSA DEL PRECARIADO.

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FRANCIA: EL NEOLIBERALISMO Y LA LUCHA DE CLASES.-  Maciek Wisniewski, La Jornada.-   El neoliberalismo nació como un proyecto de clase (D. Harvey dixit). Un proyecto de clases altas que ante la caída de los niveles de ganancia desde las décadas de los 60 y 70 querían suprimir a los trabajadores y revertir esta tendencia desmantelando todo lo colectivo y social organizado. Desde sus inicios fue una guerra de clases desde arriba. Para tapar su verdadera naturaleza se ideó toda una campaña de simulaciones ideológicas. Los neoliberales, como los nuevos conquistadores del mercado de los que escribía alguna vez John Berger –que son básicamente los mismos–, invertían los signos y falseaban las direcciones para confundir a la gente (Hold everything dear, 2008, p. 122).

Las divisiones de clases y su lucha ya son cosas del pasado, decían; “las únicas divisiones que importan ahora son las ‘identitarias’”. Así –secundados intelectualmente por algunos post-marxistas– buscaban despolitizar lo público y dejar a los trabajadores confundidos y aferrados a las únicas identidades disponibles: étnica, nacional y religiosa.

Una cosa bastante astuta en medio de una guerra de clases, ¿no?

En Francia, como en otros países, fue una narrativa que abrazó no solo la derecha –y de la que en la misma medida que de sus raíces protofascistas se nutre la xenofobia del Frente Nacional (FN)–, sino también los socialistas (PS) e incluso la izquierda radical (PG). Lo mismo pasó con el trabajo. El trabajo ya es cosa del pasado, decían los neoliberales –secundados intelectualmente por algunos post-marxistas– y ya no importa tanto, cuando en realidad estaban obsesionados con él y con la idea de flexibilizar su rígido marco legislativo (“factory legislation”, de la que hablaba Marx en El capital). Una cosa bastante astuta en medio del despliegue de un brutal rollback hacia los trabajadores, ¿no?

Una vez consumado el golpe en Chile –un paradigmático caso de la diseminación del neoliberalismo mediante el shock–, Pinochet impuso a los trabajadores chilenos un represivo Código de Trabajo que –entre otros– daba prioridad a los acuerdos laborales y salariales por empresa sobre los tradicionales, por sectores. Más de 40 años después en Francia, Hollande –en una maniobra digna de volverse otro paradigma neoliberal– acaba de hacer lo mismo. Los acuerdos por empresa y la nueva primacía del contrato particular por encima de la vieja ley general son puntos centrales de la ya aprobada (Libération, 21/7/16) reforma de Loi Travail (la ley El Khomri).

Sus críticos –con razón– hablan de la inversión de la jerarquía de normas.

Hasta ahora eran los trabajadores los que –gracias a los acuerdos paritarios que establecían estándares mínimos en cada sector productivo– tenían una ligera ventaja en la relación laboral. La reforma del gobierno socialista cambia este balance a favor de los empresarios. Siguiendo la vieja ideología neoliberal de que “la causa de los problemas en la economía (‘falta de competitividad’, desempleo) es la ‘sobreprotección’ de los trabajadores, que ‘distorsiona’ el funcionamiento ‘natural’ del mercado”, le da más poder al capital.

El poder de individualizar las relaciones laborales y a atomizar a los trabajadores. El poder de realizar su sueño principal: que no haya nada más frente a él que entes desnudos, sujetos a una competencia voraz y una profunda inseguridad. Contra sus supuestos fines, la reforma no viene a combatir al desempleo. Viene a asentarse en él. Es pieza clave en un modelo de control social que, haciéndose de la existencia de un vasto ejército industrial de reserva, domestica a los trabajadores mediante su precarización y sustituye la solidaridad gremial por el miedo individual (al despido arbitrario, a la rebaja salarial, al aumento de horas de trabajo).




Francia hasta ahora era un caso atípico en la constelación neoliberal.

Si bien desde los 80 sus tecnócratas –los socialistas (¡sic!) como Delors o Chavranski– eran los principales arquitectos detrás del desmantelamiento del modelo social de la UE, las mismas reformas en Francia avanzaban con menos vigor (pero avanzaban).Aun así, a ojos de algunos –sobre todo a raíz de la crisis– el país, en comparación con sus vecinos, destacaba como un (mal) ejemplo de conservación de privilegios sociales retrógrados y/o “un peligroso caso de falta de ‘ajuste a la globalización’ que ya ocasionaba en un caos” –¡sic!– (The Guardian, 27/5/16).

Las élites europeas y francesas decidieron que ya no había de otra: reformar o reformar la Loi Travail, apremiando al dúo Hollande/Valls a mantenerse firmes hasta el final. Así, de manera tardía, pero con estilo, Francia –y en particular su gobierno socialista– llegó a merecer su propio capítulo en La doctrina del shock (2007), el clásico de Naomi Klein, junto con casos como los de Chile o Polonia:

• Por retomar de Sarkozy el giro securitario que desde hace unos años marca la crecientedespotización de la política” y “autoritarización del neoliberalismo” (S. Kouvelakis dixit) y plasmarlo en estado de emergencia que a lo largo de los meses no sirvió para prevenir ataques terroristas (Niza, Rouen, etcétera), sino para proteger al gobierno y sus políticas criminalizando a los oponentes a la ley El Khomri.

• Por un impecable, creativo y combinado uso de violencia, miedo y shock para empujar la reforma: desde la brutal represión policial, uso de la amenaza terrorista para desmovilizar protestas, hasta mandarla a la Asamblea Nacional para su aprobación final... cuatro días después de la masacre en Niza (¡sic!).

• Por confirmar por enésima vez que el neoliberalismo no necesita de la democracia y hará todo para saltársela: allí está el triple (sic) uso del artículo 49.3 de la Constitución que –al no contar con una mayoría necesaria– le permitió al gobierno aprobar la reforma por decreto (¡sic!), sin debate ni voto parlamentario. ¿Y la lucha de clases? Sólo dos mensajes. Uno para la izquierda: allí está. ¡Articularla! (por si se olvidaron). Otro para los neoliberales disgustados hoy con el auge del FN, pero que ayer la silenciaban, confundiendo a los trabajadores, precarizándolos, empobreciendo y durmiendo con cuentos identitarios, hasta el grado de que muchos ya solo saben identificarse con el lenguaje neo-fascista: cosechan lo que sembraron. La Jornada. Julio del 2016.

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LA FALACIA DEL FUTURO SIN TRABAJO Y DE LA REVOLUCIÓN DIGITAL COMO CAUSA DEL PRECARIADO.

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Vicenç Navarro.

Público jueves 14 de julio del 2016.


Existe una percepción bastante generalizada de que las nuevas tecnologías de automatización, biotecnología, digitalización e inteligencia artificial están revolucionando los puestos de trabajo, con enormes implicaciones en el número de trabajos disponibles, pues todas estas innovaciones permiten, a través de un enorme crecimiento de la productividad, realizar las mismas tareas con un número mucho más reducido de trabajadores. Se supone que la sustitución de trabajadores por máquinas y robots es un fenómeno generalizado hoy en los países del capitalismo avanzado, atribuyéndose la disminución de la población que trabaja, así como los cambios que están experimentando aquellos que continúan trabajando, a la introducción de todos esos cambios que componen lo que se conoce como la revolución digital. Tal revolución no solo ha eliminado puestos de trabajo, sino que ha configurado los que permanecen, al permitir una gran flexibilidad del mercado laboral, sustituyendo trabajos estables por otros inestables. En esta percepción de lo que está ocurriendo en los modernos mercados de trabajo, se asume que de la misma manera que la cadena de montaje (propia del fordismo -que caracterizó la revolución industrial-) produjo a la clase trabajadora, la robótica y la inteligencia artificial propia de la llamada revolución digital están creando el precariado (mezcla de los términos “precario” y “proletariado”).

En esta lectura de la realidad, la clase trabajadora industrial está siendo sustituida por el precariado, trabajadores que tienen unas condiciones de trabajo muy precarias, con trabajos poco estables y muy flexibles, con bajos salarios y contratos muy cortos. En esta situación se asume que el mercado de trabajo estará compuesto por una minoría con trabajos estables y salarios altos, poseedores de elevado conocimiento especializado, que dirigirán las empresas digitalizadas, un número mayor de trabajadores poco especializados y con bajos salarios, y una gran mayoría que no tendrá trabajo, pues la revolución digital irá haciendo innecesario el trabajo que requiere una intervención humana. De ahí la imagen de que nos encontraremos en un futuro muy próximo con que casi la mitad de puestos de trabajo habrá desaparecido.

Esta interpretación de los cambios que supuestamente están ocurriendo en el mercado laboral ha generado un gran debate sobre muchas de las supuestas consecuencias que este futuro sin trabajo tendrá para la mayoría de la población. El autor que ha introducido el concepto de precariado, Guy Standing, en su libro The Precariat. The New Dangerous Class, ha llegado a sostener que este precariado es, en realidad, una nueva clase social distinta a la clase trabajadora, con intereses en ocasiones contrapuestos. El trabajador con contrato fijo, estable y que trabaja siempre para el mismo empresario está dejando de existir, según Standing. En su lugar, el tipo de trabajor más frecuente será –como consecuencia de la revolución digital- el trabajador con contrato precario, corto, inestable, variable, en una rotación continua, trabajando a lo largo de su vida profesional en muchos lugares y puestos de trabajo, dependiendo de varios empleadores con los cuales firma el contrato a nivel individual y no colectivo. Serán trabajadores con escasos poderes y pocos derechos sociales, laborales y políticos. Esta nueva clase social incluye gran parte de la población inmigrante, y en dicha clase las mujeres están claramente sobrerrepresentadas (para una crítica de este libro, leer el artículo "Politics Lost", John Schmitt, Dissent, Summer 2016).

¿Hay una revolución digital? Y, si la hay, ¿nos conducirá a un mundo sin trabajo?-

La cifra frecuentemente citada de que la revolución digital eliminará casi el 50% de los puestos de trabajo (en el capitalismo avanzado) procede del artículo de los profesores Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne (ambos de la Universidad de Oxford, Reino Unido), publicado el 17 de septiembre de 2013, y titulado "The Future of Employment: How suceptible are jobs to computerisation?".  En este artículo los autores indican que, según su estudio, el 47% de los puestos de trabajo en EEUU están en riesgo de desaparecer como consecuencia de la introducción de las nuevas técnicas digitales, como la computarización de los puestos de trabajo, incluyendo su robotización, indicando además que los puestos con mayor riesgo de desaparecer son los que requieren menos educación y reciben salarios más bajos. Los autores analizan tal riesgo en 702 tipos distintos de ocupaciones. Este estudio tuvo un enorme impacto y originó esta percepción de que la revolución tecnológica que estamos viendo ahora –la revolución digital- es una de las revoluciones más importantes que ha habido históricamente en la evolución del capitalismo avanzado y que tendrá mayor impacto en sus mercados de trabajo.

Problemas graves con el determinismo tecnológico que existe en estas teorías del fin del trabajo.


Desde que el artículo de Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne se escribió en 2013, muchos trabajos académicos han cuestionado sus tesis. Por desgracia, tal material parece ser desconocido en los medios de mayor difusión de España, lo cual explica la repetición en tales medios de las tesis del fin del trabajo debido a la revolución digital, a pesar de la enorme evidencia científica que las cuestiona. Una de las mentes económicas más perspicaces en EEUU, Dean Baker, codirector del conocido Center for Economic and Policy Research (CEPR) de Washington D.C., por ejemplo, ha cuestionado que la revolución digital –en la medida en que exista tal revolución- haya sido una mayor causa de la destrucción de empleo en EEUU. Como él señala, si, como tales autores postulan, la revolución tecnológica, tal como la robótica, hubiera sido una de las causas más importantes de la destrucción de empleo en EEUU, tendríamos que haber visto también un crecimiento muy notable de la productividad en ese país, lo cual no es cierto. En realidad, el crecimiento de la productividad en EEUU en los últimos diez años ha sido muy bajo (solo un 1,4% al año), comparado con un 3% en el periodo 1947-1973 (durante “la época dorada del capitalismo”), cuando, como Dean Baker acentúa, aquel gran crecimiento de la productividad estuvo asociado con un desempleo muy bajo y unos salarios muy altos. Comparar lo que ocurrió entonces, en el periodo 1947-1973, en el que hubo un gran crecimiento de la productividad (junto con un desempleo muy bajo, una tasa de ocupación alta y unos salarios altos), con lo que ha ocurrido en los últimos diez años, cuando el crecimiento de la productividad ha sido muy bajo (junto con un desempleo alto, una tasa de ocupación baja y unos salarios muy bajos) nos fuerza a hacernos la siguiente pregunta: ¿por qué el gran crecimiento de la productividad en aquel periodo generó altos salarios y gran número de puestos de trabajo, y en cambio ahora un aumento de la productividad (que es mucho menor que entonces) estaría destruyendo muchos puestos de trabajo y produciendo salarios mucho más bajos? Es más, también según Dean Baker, desde el año 2000 la demanda de trabajadores poco cualificados y con salarios bajos (que representan el 30% de la parte de renta baja de la fuerza laboral) ha sido mucho mayor que la demanda de trabajadores especializados y con salarios altos.

A la luz de estos datos es difícil concluir que los robots y la inteligencia artificial, así como otros elementos de la revolución digital, sean responsables del enorme aumento de la precarización de la clase trabajadora. En realidad, Dean Baker señala que la atención a la revolución digital como causa de la pérdida de puestos de trabajo estables bien pagados se está utilizando para evitar que se analicen las causas reales de la precarización, que no son tecnológicas, sino políticas, concretamente la gran debilidad del mundo del trabajo en EEUU, que claramente aparece en el tipo de intervenciones públicas que realiza el Estado (muy influenciado por el mundo empresarial), las cuales se están imponiendo a la población. Entre ellas están las políticas públicas encaminadas a debilitar a los sindicatos, medidas aplicadas desde los años ochenta que han afectado muy negativamente la calidad del mercado de trabajo, su estabilidad y sus salarios (Dean Baker, "The job-killing-robot myth" 06.05.15). No es la revolución digital, sino la contrarrevolución neoliberal, lo que está causando la destrucción de puestos de trabajo y la precariedad del trabajo existente.

Las causas políticas del deterioro del mercado de trabajo.

Trabajos realizados por el ya citado Center for Economic and Policy Research de Washington D.C., EEUU, han mostrado claramente que la tecnología sustituyó a los trabajadores a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, creando problemas graves, pues ello determinó una enorme bajada de los salarios y una crisis de demanda enorme que contribuyó a la Gran Depresión. Ahora bien, la causa de esta situación no fue la introducción de la tecnología, sino la inexistencia de instrumentos en defensa del mundo del trabajo. Y fue esta debilidad del mundo del trabajo lo que permitió la introducción de la tecnología que causó el deterioro del mundo del trabajo. En cambio, después de la II Guerra Mundial, en el período conocido como “la época dorada del capitalismo” (1947-1973), cuando el mundo del trabajo tenía tales instrumentos, como los sindicatos y los partidos políticos enraizados (como los partidos socialistas) o próximos (como el Partido Demócrata) al mundo del trabajo, fue cuando la introducción de la tecnología no significó la bajada de salarios, sino al contrario, permitió la subida de salarios y también la creación de puestos de trabajo. Y, por cierto, la productividad creció mucho más que en los periodos anteriores. Fue precisamente esta expansión del poder del mundo del trabajo en el mundo capitalista desarrollado lo que creó la respuesta del mundo del capital, con el neoliberalismo iniciado por el Presidente Reagan en EEUU, y por la Sra. Thatcher y por la Tercera Vía fundada por el Sr. Blair en Europa. A partir de entonces la tecnología sirvió para reforzar al mundo del capital, de manera que el aumento de la productividad benefició particularmente a este a costa del mundo del trabajo. Así apareció el precariado. Y es ahí donde la digitalización ha contribuido al enorme crecimiento de las rentas del capital a costa de las rentas del trabajo, situación bien documentada en la gran mayoría de países de la OCDE, lo cual no debe atribuirse a la digitalización, sino a la victoria diaria del mundo del capital sobre el mundo del trabajo.

¿Qué está, pues, ocurriendo en el mercado de trabajo en el capitalismo avanzado? ¿Habrá reducción de puestos de trabajo?

Hoy en EUUU, según el profesor Dani Rodrik, de la Harvard University (“Innovation Is Not Enough”, 09.06.16), los sectores que están experimentando mayor demanda de trabajadores no son los sectores donde tales cambios tecnológicos son más utilizados (áreas informáticas y comunicación, que representan unos porcentajes de la economía bastante menores –el 10% del PIB-), sino las áreas como servicios sanitarios y áreas de salud, educación, vivienda y otras grandes áreas del Estado del Bienestar, así como transportes y comercio, donde las innovaciones tecnológicas no se han aplicado masivamente, y que representan más del 60% del PIB. Solo los servicios sanitarios y sociales representan ya el 25% del PIB, y en tales servicios, la dependencia de la tecnología robótica es mucho menor que en los primeros sectores. Y la difusión de tal tecnología, aunque notable, no ha sido tan importante como en las industrias informáticas y de comunicación. Es más, es en estos sectores mayoritarios en los que se centra la ocupación, donde ha habido un gran crecimiento del empleo, no solo de personal especializado, sino (incluso más) de personal de escasa cualificación.

En base a estos datos, Dani Rodrik concluye que, en contra de lo que se está diciendo, la tecnología digital tiene menos impacto en el mercado de trabajo que otras tecnologías introducidas en periodos anteriores, como la introducción de la electricidad, del automóvil, el aire acondicionado, el avión y otras muchas. En los sectores como en los servicios públicos del Estado del Bienestar, que son los que emplean mayor número de trabajadores, la naturaleza del trabajo los hace menos receptivos que otros sectores a la utilización de esta revolución digital como manera de ahorrar trabajadores. En realidad, los sectores que están demandando más empleo son los de las áreas sociales y las áreas de economía verde, muy poco desarrolladas, por cierto, en España.

Los últimos datos sobre la creación de empleo en EEUU no confirman las tesis del futuro sin trabajo.

Confirmando lo sostenido en este artículo, acaban de publicarse los datos del Council of Economic Advisers, sobre el impacto de la revolución digital en el mercado de trabajo. Su presidente, Jason Furman, presentó los datos el 7 de julio de este año (The Social and Economic Implications of Artificial Intelligence Technologies in the Near-Term), enfatizando que si bien la robótica permite la sustitución de trabajadores por nuevas tecnologías, esta introducción no ha sido determinante en los cambios que están ocurriendo en la fuerza laboral estadounidense. Las nuevas tecnologías destruyen, pero también crean puestos de trabajo. Es más, el elemento clave que configura lo uno y lo otro no son las tecnologías per se, sino cómo se diseñan, para qué y con qué objetivos.

Comprensiblemente, al tratarse de un alto oficial del gobierno federal, el Sr. Furman no analiza en este informe la importancia del contexto político para entender el diseño e introducción de las tecnologías, pues es un área muy sensible, por lo general evitada en las altas esferas del gobierno federal, aunque sí señala la importancia del Estado federal para configurar el desarrollo y aplicación de un gran número de tecnologías, indicando que las influencias políticas sobre el Estado tienen mucho que ver con el tipo de tecnologías utilizadas en el mercado de trabajo. Por ejemplo, la aprobación de patentes, permitiendo comportamientos monopolistas, juegan un papel clave en la configuración de las nuevas tecnologías. Dean Baker, menos inhibido por su cargo, habla sin tapujos, subrayando lo que muchos de nosotros hemos estado enfatizando durante mucho tiempo: los mal llamados problemas económicos son, en realidad, problemas políticos. Como siempre ha ocurrido en todos los periodos anteriores, las variables más importantes que explican que una nueva tecnología pueda dañar o beneficiar a las clases populares son las variables políticas, es decir, quién la controla y diseña, con qué objetivo la diseña, cómo y cuándo se aplica, dependen en gran medida del Estado y de qué fuerzas configuran e influencian su creación y difusión.

La gran precariedad existente hoy tiene poquísimo que ver con la introducción de nuevas tecnologías, y mucho con el enorme poder que tiene el mundo del capital frente al mundo del trabajo, hecho que, como he dicho anteriormente, ha estado ocurriendo desde el inicio, no de la revolución digital, sino de la contrarrevolución neoliberal en los años ochenta. La enorme influencia del primero sobre el Estado explica esta situación. Las fuerzas progresistas no deberían aceptar el determinismo tecnológico que oculta las causas políticas responsables de la precariedad. Como señalé en el párrafo anterior, gran parte de la revolución digital fue originada en el sector público y luego puesta a disposición del gran capital, que lo utilizó, como era predecible, para optimizar su objetivo de incrementar sus beneficios a costa del bienestar y calidad de vida de la mayoría de la población (ver “Los mitos neoliberales sobre la superioridad de lo privado sobre lo público”, Público, 07.07.16).

Última nota: la importancia de utilizar la revolución digital a favor y no en contra de las clases populares.

Es interesante acentuar que los puestos de trabajo que se están mecanizando son los puestos de trabajo de baja cualificación, y ello se debe en parte a que la clase trabajadora tiene menos poder y, por lo tanto, menos capacidad de oponerse a la destrucción de sus puestos de trabajo, al contrario que los puestos de trabajo más especializados, aun cuando estos puestos podrían también ser sustituidos, lo cual ocurre porque tienen mayor poder de resistencia. Pero podría ocurrir también, y en parte esto está también sucediendo.

Ahora bien, el problema no es la sustitución de trabajadores por robots, pues debería ser considerado positivo que todo tipo de trabajo repetitivo fuera sustituido. El problema es cómo se está haciendo, y con qué consecuencias. Hay una enorme necesidad y urgencia de disminuir el tiempo del trabajo, así como de crear puestos de trabajo, e incrementar su contenido estimulante e intelectual, en áreas de gran importancia y necesidad, hoy claramente desatendidas, como son las áreas de atención a las personas y a los grupos más vulnerables, como los infantes y ancianos, o bien el reciclaje de toda la economía hacia fuentes de energía sostenibles. Decir que no habrá trabajo es asumir que todas las necesidades humanas estarán ya cubiertas, lo cual es obviamente falso. Y ahí radica el punto más débil de la tesis de que habrá un futuro sin trabajo. Por otra parte, el que haya mayor o menor precariedad en un país depende del poder de las instituciones que defienden a la clase trabajadora, tales como sindicatos y partidos laboristas (llámense estos como se llamen). El hecho de que la precariedad sea menos extendida en el norte que en el sur de Europa se debe precisamente a que en el sur la clase trabajadora es débil y está dividida, y en el norte los partidos que tienen su raíz en la clase trabajadora son fuertes. La evidencia científica de ello es abrumadora.


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