ERNESTO CHE GUEVARA –MENSAJE – AL INICIO DE
SU CAMPAÑA GUERRILERA EN BOLIVIA.- He aquí, algunos fragmentos de lo que
el Che escribiera al mundo en su “Mensaje
a la Tricontinental”, antes de iniciar su campaña guerrillera en Bolivia:
(…)
“La lucha en América adquirirá, en su momento, dimensiones continentales. Será
escenario de muchas grandes batallas dadas por la humanidad para su
liberación”.
(…)
“Muchos morirán víctimas de sus errores, otros caerán en el duro combate que se
avecina; nuevos luchadores y nuevos dirigentes surgirán al calor de la lucha
revolucionaria”.
(…)
“En definitiva, hay que tener en cuenta que el imperialismo es un sistema
mundial, última etapa del capitalismo, y que hay que batirlo en una gran
confrontación mundial. La finalidad estratégica de esa lucha debe ser la
destrucción del imperialismo”.
(…)
“El elemento fundamental de esa finalidad estratégica será, entonces, la
liberación real de los pueblos; liberación que se producirá, a través de lucha
armada, en la mayoría de los casos, y que tendrá, en América, casi
indefectiblemente, la propiedad de convertirse en una revolución socialista”.
(…)
“Pero este pequeño esquema de victorias encierra dentro de sí sacrificios
inmensos de los pueblos, sacrificios que debe exigirse desde hoy, a la luz del
día, y que quizás sean menos dolorosos que los que debieron soportar si
rehuyéramos constantemente el combate, para tratar de que otros sean los que
nos saquen las castañas del fuego”.
(…)
“Es absolutamente justo evitar todo sacrificio inútil. Por eso es tan
importante el esclarecimiento de las posibilidades efectivas que tiene la
América dependiente de liberarse en formas pacíficas. Para nosotros está clara
la solución de este interrogante; podrá ser o no el momento actual el indicado
para iniciar la lucha, pero no podemos hacernos ninguna ilusión, ni tenemos
derecho a ello de lograr la libertad sin combatir”.
(…)
“Y que se desarrolle un verdadero internacionalismo proletario; con ejércitos
proletarios internacionales, donde la bandera bajo la que se luche sea la causa
sagrada de la redención de la humanidad, de tal modo que morir bajo las enseñas
de Vietnam, de Venezuela, de Guatemala, de Laos, de Guinea, de Colombia, de
Bolivia, de Brasil, para citar sólo los escenarios actuales de la lucha armada
sea igualmente glorioso y apetecible para un americano, un asiático, un
africano y, aun, un europeo”.
“Cada gota de sangre derramada en un
territorio bajo cuya bandera no se ha nacido, es experiencia que recoge quien
sobrevive para aplicarla luego en la lucha por la liberación de su lugar de
origen. Y cada pueblo que se libere, es una fase de la batalla por la
liberación del propio pueblo que se ha ganado”.
(…)
“Y si todos fuéramos capaces de unirnos, para que nuestros golpes fueran más
sólidos y certeros, para que la ayuda de todo tipo a los pueblos en lucha fuera
aún más efectiva, ¡qué grande sería el futuro, y qué cercano!”
“Si a nosotros, los que en un pequeño
punto del mapa del mundo cumplimos el deber que preconizamos y ponemos a
disposición de la lucha este poco que nos es permitido dar: nuestras vidas, nuestro
sacrificio, nos toca alguno de estos días lanzar el último suspiro sobre
cualquier tierra, ya nuestra, regada con nuestra sangre, sépase que hemos
medido el alcance de nuestros actos y que no nos consideramos nada más que
elementos en el gran ejército del proletariado, pero nos sentimos orgullosos de
haber aprendido de la Revolución cubana y de su gran dirigente máximo la gran
lección que emana de su actitud en esta parte del mundo: «qué importan los
peligros o sacrificios de un hombre o de un pueblo, cuando está en juego el
destino de la humanidad.»
Toda nuestra acción es un grito de
guerra contra el imperialismo y un clamor por la unidad de los pueblos contra
el gran enemigo del género humano: los Estados Unidos de Norteamérica. En
cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ése,
nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo y otra mano se
tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos
con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria”.
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BOLIVIA. A 50 AÑOS DEL ASESINATO DEL CHE.
LA HIGUERA, un lugar en el Mundo.
*****
Lautaro
Actis.
Rebelión
sábado 30 de setiembre del 2017.
Existen lugares que por encontrarse en sitios remotos,
poseer climas inhóspitos o por no disfrutar de ciertos servicios públicos, no
son atractivos para muchas personas. La Higuera es uno de ellos. Lugar a donde
llega quién realmente tiene un interés auténtico en conocer.
Un camino largo, de tierra, entre montañas, en el cual
las curvas vienen una atrás de otra en un eslabón cuya pendiente es
pronunciada. Un clima seco que produce surcos tanto en la piel como en la
tierra, lluvias sólo en un mes del año, el mismo mes en el que se puede
conseguir alguna fruta. El sol parte el día en dos, toda actividad al aire
libre se debe hacer antes de las 11 de la mañana o después de las 4 de la
tarde. Agua, hasta apenas iniciada la tarde y luz eléctrica no hay. Internet,
wi-fi, señal de celulares no se conocen allí. Lugar donde se queda quien
realmente tiene un interés autentico en descubrir.
Un pueblo polvoriento más se esos perdidos en la nada,
a casi unos 2.000 m., al cual nadie hubiese conocido si no fuera porque allí,
en la escuela del pueblo, fue asesinado una de las personalidades más
trascendentes del siglo XX: Ernesto "Che" Guevara.
Desde la pequeña plaza, a simple vista se visualizan
tres bustos del guerrillero nacido en Rosario, Argentina. La nueva escuela primaria,
así como la mayoría de las casas y almacenes tienen murales o grafitis de
viajeros y militantes sociales de todo el mundo que han llegado a este pueblo
al cual la presencia de la muerte del Che los hace pasar varias horas en buses
destartalados por caminos de tierra que se dibujan en grandes sierras cubiertos
de vegetación de tierra seca -espinillos y arbustos- que secan la piel con tan
solo animarse a espiar por la ventanilla.
Es que por más que existen
reiteradas promesas de asfalto y mejoras en la carretera, el viaje entre Valle
Grande -la ciudad más cercana- y La Higuera son unas largas 3 horas donde el
sol es omnipresente, interrumpido por ciertos pueblitos, entre ellos Pucará,
autodenominada "la capital del cielo" que deja ver, tanto en su
escudo como en la comisaria, la mundialmente conocida fotografía del hombre de
la estrella que el fotógrafo cubano Alberto Korda capturó en la Plaza de la
Revolución de La Habana.
A 20 metros de la plaza
del pueblo se encuentra el Museo Comunal "La Higuera", construido
sobre la demolida escuelita donde el lunes 9 de octubre de 1967, luego de
recibir la orden desde La Paz y Washington, las balas del Sargento Mario Terán
atravesaron primero el antebrazo y el muslo de Guevara para luego, en una
segunda ejecución después que el mismo Che le ordene que "apunte
bien", perforar el cuello del líder guerrillero. El reloj marca que faltan
15 minutos para la 1 de la tarde, el Che se está desangrando cuando ingresa el
sargento Bernardino Huanca, quien le da un puntapié que lo coloca boca arriba
y, a menos de un metro de distancia, le dispara a quemarropa directo al
corazón. Una hora antes, lo habían sacado afuera del lugar para tomarle unas
fotos. Muchos vecinos del pueblo tienen aquel recuerdo. Allí, dentro de esa
habitación hoy no hay más espacio libre en las paredes. Como si se tratara de
un santuario de alguna deidad pagana, numerosos mensajes, agradecimientos,
fotos, banderas, palabras pululan en los muros como si se tratara del
reconocido bar habanero "La Bodeguita del Medio".
Nadie en el pueblo o en la
zona sabía quién era el Che Guevara. Un pueblo en donde aún hoy no hay
televisión, radio, diarios, ni internet, ni señal de celular, ni un transporte
interurbano. Las novedades del mundo no se desayunan en este extremo de Bolivia.
Con esto podemos imaginar cómo eran las noticias hace medio siglo. "Si
hubiera sabido quién era lo hubiese ayudado a escapar" se sincera don
Florencio ante mis preguntas, mientras bajamos a la Quebrada del Churo, lugar
donde Guevara fue capturado y hoy se encuentra una piedra con una estrella
roja. Uno de los dos caminos que bajan hacia aquel lugar atraviesa la hacienda
del abuelo que, junto con su hijo Santos, cobran 10 pesos bolivianos -un dólar
y medio- al que quiera caminar unos 40 minutos de bajada hasta el río. Don
Florencio tenía 27 años aquella tarde del domingo 8 de octubre cuando el
combate terminó con la captura de Guevara y comenzó la caravana hacia el pueblo
pasando por su chacra. "Parecía un indigente, barbudo, sucio, flaco, con la
ropa rota y con unos zapatos improvisados hechos de alguna tela". El Che
había escrito el 10 de septiembre en su diario: "yo crucé el río a nado
con la mula pero perdí los zapatos en el cruce y ahora estoy a abarca, cosa que
no me hace ninguna gracia."
La caravana de soldados,
los rehenes y los muertos en combate desde la Quebrada del Churo hasta la
escuela de La Higuera se demoró unas dos horas a pie. A la vista de los
entonces pobladores de esa tierra. Doña Hirma tenía 20 años cuando la caravana
pasó por la puerta de su casa. Ella trabajaba como ayudante de la tipografista
cuando el mundo posó sus ojos sobre su pequeño pueblo. ¿Empezaba un nuevo
Vietnam? se preguntaba el Che en su diario ante la confirmación de la
intervención norteamericana en el combate. "La gente del pueblo estaba
asustada, apenas se animaba a espiar a los barbudos extranjeros desde atrás de
las puertas de sus casas. Ya que apresaban y llevaban a Valle Grande a los
campesinos que ayudaban a los guerrilleros con comida o víveres" cuenta la
señora dueña del almacén "La Estrella" que esta frente a la plaza. Su
tienda ofrece panes cocinados en horno de barro, quesos hechos con la leche
ordeñada cada mañana por la señora de 70 años. Luego de fusilarlo, expusieron
el cuerpo del guerrillero cubano-argentino afuera de la escuela, momento en el
cual la gente del pueblo conoció por primera vez la imagen del peligroso
revolucionario del cual le hablaban. Doña Hirma con una amiga se acercaron de
curiosas a ver: "quedamos impresionadas por su mirada ya que tenía sus
ojos abiertos" recuerda.
"Si algo hizo bien el ejercito
es introducir la cultura del miedo en la zona" asegura Leo, responsable de
la oficina de turismo de Valle Grande y gran conocedor de la historia, mientras
va de una reunión a otra en plena organización para los eventos que se llevarán
a cabo en octubre y que esperan que atraiga a miles de personas. "La gente
del pueblo estaba asustada por la psicosis creada por el ejército y los
permanentes estados de sitio en los que se vivía" agrega Leo. Estrategia
que no se detuvo una vez muerto el líder guerrillero: "les van a
bombardear los aviones soviéticos y cubanos por haberlo matado" cuenta
doña Hirma que les decían los militares.
Son las 6 de la tarde y la
noche llega luego de un sensual atardecer en las montañas que tiñen de matices
violáceos, celestes y naranjas el horizonte más allá del Rio Grande. El cielo
es una brillantina, ante la ausencia absoluta de luz eléctrica, todas las
estrellas sirven de trasfondo de la estatua del Che. Me encuentro con Casiano,
un curioso niño de unos 12 años que se gana las monedas para los dulces y sodas
guiando a los visitantes a la Quebrada del Churo. Cuando le pregunto qué sabe
sobre el Che me cuenta una historia que le contó su abuelo: "cuando la
caravana de soldados y rehenes pasó por el pueblo, el Che tenía un reloj en su
muñeca y se lo quiso dar a un campesino que estaba mirando, pero los soldados
no lo dejaron. Por más que el Che insistió en que se lo quería dar al
trabajador". Al ver mi cámara fotográfica me pide que le saque una foto y
luego me saca una a mí. Es su primera foto con una cámara que no sea la de su
celular. Al otro día vendrá a invitarme a jugar al futbol en la canchita de la
escuela, bajo la luz de la luna llena. Ya soy su amigo, y él será el único en
el pueblo en aprender a llamarme por mi nombre y no "don" o
"gringo". Es el niño rebelde del pueblo.
A pesar de la presencia de
todo lo relacionado a la muerte del Che, La Higuera no vive del turismo -la
mayoría de los visitantes vienen un par de horas se sacan unas fotos y se van-.
Maizales, vacas lecheras, papas entre algunos otros pocos cultivos aseguran la
dieta de los locales. Sólo existe una escuela primaria, por lo tanto los
adolescentes se van a Valle Grande o Santa Cruz a estudiar y ya no vuelven.
"No hay gente para trabajar la tierra, esa la que todos los días nos da de
comer" lamenta doña Hirma. Es que hoy allí viven aproximadamente unas 50
personas, antes vivían 70. Sus dos hijos que aún viven en el pueblo se ganan la
vida ofreciendo transporte desde La Higuera a Valle Grande en sus taxis.
Consciente de cómo el turismo altera la identidad de los pueblos, la señora y
la mayoría de los vecinos están a favor de que se explote más el turismo. Lo
que generaría más clientes para su tienda y más comensales para sus almuerzos y
cenas caseras. Sabe que si se asfalta el camino y se coloca luz eléctrica una
mayor cantidad de turistas se animarán a venir a sacarse fotos con la estatua
del Che que tiene frente a su casa.
Frente a la plaza,
funciona la escuela primaria. Atrás tiene un espacio -una cancha de fútbol- que
hace las veces de alojamiento comunitario para aquellos que quieran ir al
pueblo y no tengan dinero para el alojamiento. En la puerta se me acerca Brian,
un niño de 6 años que está siempre sonriente, me cuenta que no le gusta ir a la
escuela, pero se oyen los gritos de su madre desde la puerta de su casa y no le
queda otra opción. "¿Sabes quién es el hombre de la estatua?" le
pregunto. "Si, me dice. Es un guerrillero que lo mató la policía"
responde antes de entrar a la escuela en la cual todas las paredes tienen
frases o murales del Che. Me muestra que lleva un huevo y una papa para que le
cocinen el almuerzo en el establecimiento educativo.
"A las 3 p.m. del 8
de octubre termina el Combate del Churo y el Che es capturado. A las 7 p.m.
llegan a La Higuera. El 9 de octubre al mediodía es fusilado. Luego lo llevan
en helicóptero a Valle Grande, donde lo exponen en "La Lavandería"
-lavandería que funcionaba en el hospital de la ciudad- y donde el fotógrafo
francés Marc Hutten saca las famosas fotografías del Che muerto con los ojos
abiertos. Allí el médico Ustary Arze toca el cuerpo del guerrillero y nota que
aún está caliente y que no tenía la rigidez de un muerto de más de un día. De
esta forma, se transforma en la primer persona en denunciar que el Che había
muerto ese mismo día y no el 8 de octubre en combate como afirmaba el ejército:
el Che fue asesinado" concluye Cristian, un historiador francés fanático
del Che que está radicado hace años en La Higuera y que, junto a su compañera,
son los dueños del hospedaje "Los Amigos", el alojamiento más
confortable del pueblo. Cristian va hacia su corpulenta biblioteca agarra dos
libros y me los alcanza. Se trata de "El combate del Churo y el asesinato
del Che" de Reginaldo Ustariz Arze y "El asesinato del Che en
Bolivia: Revelaciones" de Adys Cupull y Froilán González. En estos libros
se denuncia que la dictadura del general Barrientos ocultó y silenció muchas
voces y testigos para instalar la idea de que el Che había muerto en combate el
8 de octubre, de allí que durante tanto tiempo se recordó esa fecha y no el 9
de octubre como la fecha en que Guevara había muerto.
Luego de esa famosa foto
en "La Lavandería" al Che lo llevan a la morgue y le cortan las manos
antes de ser enterrado en una fosa común ubicada en los alrededores del
cementerio de Valle Grande junto a otros 6 guerrilleros, permaneciendo allí en
secreto por 30 años. Hasta que en el año 1997 alguno de los militares desmintió
la versión hasta ese momento sostenida por el ejército boliviano de que el
cuerpo del Che había muerto en combate el 8 de octubre, que sus restos habían
sido cremados y sus cenizas regadas por el Rio Grande. En la actualidad, en
donde estaba esa fosa común tiene lugar el "Mausoleo del Che" junto
con un interesante museo con fotos, replicas del diario del Che y de su
vestimenta, además de mucha información histórica.
Don Ismael, tenía 6 años
cuando anduvo la guerrilla por aquí. Recuerda que pasaron guerrilleros bajando
desde Abra del Picacho, pueblito más arriba de La Higuera. Por donde los
guerrilleros pasaron y hasta bailaron algunas músicas aprovechando que el
pueblo estaba de fiesta. "Eran varios hombres que pasaron tranquilos,
saludando como cualquier otro visitante. No recuerdo las armas, sólo sus
grandes mochilas" me comenta mientras con mi inocente ayuda mata un cerdo.
Trabajo que le encargó doña Gregoria, quién siguiendo su visión de negocios se
prepara para la próxima fiesta del pueblo, donde venderá chicharrón -grasa y
cuero de cerdo frito con papa y maíz- y asado de cerdo. "¿Usted le tiene
miedo a la muerte?" me sorprende y atino un "no". "Todos
decimos eso pero cuando se aparece ahí realmente nos damos cuenta lo que
sentimos frente a ella" continúa. "¿Y te gustaría ser un soldado de
Jesús?" me pregunta don Ismael, cuchillo en mano rasurando el cuero del
cerdo ya muerto. Es que él es evangelista y frecuenta un templo de la Iglesia
Universal que hay en Valle Grande. Me compara la guerrilla guevarista con los
soldados de Jesús: "como el Che, Jesús luchó contra el imperio, en su caso
el romano. Predicando el bien contra el mal de Satanás. El Che buscaba una vida
mejor para nosotros los campesinos, pero los ricachos no lo dejaron"
concluye, y ya es hora de carnear el cuchi -cerdo-.
La gente del pueblo se
comienza a alborotar, todos preparando alguna comida para vender. Es que se
aproxima la fiesta de la Virgen de Guadalupe, patrona del pueblo -si, la misma
Virgen de Guadalupe que el cura Hidalgo y Costilla levantó como bandera en la
lucha por la independencia de México-. La tradición consiste en hacer una
promesa a la virgen de bailar durante tres días seguidos. Por eso, todo 7, 8 y
9 de septiembre hay fiesta en La Higuera y en todos los pueblos de los
alrededores. Para esa fecha, los originarios de La Higuera que migraron para
buscar mejor suerte en otros pagos - generalmente a Valle Grande, Santa Cruz o
Argentina-, vuelven para reencontrarse con su tierra. Rondas de chicha -bebida
de maíz fermentado- y sucumbé -bebida caliente preparada con leche ordeñada por
la mañana, clavo de olor, canela y singani- giran de mano en mano al compas de
bandas que tocan música vallegrandina - especie de ranchera mexicana- con
sombreros tejanos y guitarrones al lado del altar de la Virgen, lleno de velas
de colores y flores que le ofrendan sus fieles. La gente baila y luego se
sienta para degustar el cerdo o picante de pollo.
Para esta fecha, las
noches tranquilas, oscuras y silenciosas que caracterizan al pueblo se ven
alteradas por la llegada de camionetas 4x4 polarizadas, generadores eléctricos,
altoparlantes y hasta fuegos artificiales. La mezcla de gente que se encuentra
es interesante. Se puede distinguir fácilmente entre aquellos que aún viven en
La Higuera: generalmente más retraídos, tímidos, con chanclas en sus pies, ropa
de campo con restos de alguna carneada o de la arriada de ganado; con los higuerenses
que hoy viven lejos de su tierra: ropa más citadina, jeans, zapatillas Nike,
cortes de cabellos que utilizan jugadores de fútbol, y buzos. Como también a
simple vista se divisa a las personalidades más pudientes, ya que ostentan ropa
de marcas europeas o norteamericanas, pieles y peinados cuidados, maquillajes,
zapatos de cuero fino y una presencia que detenta un aire de superioridad.
Todo ello a unos 200
metros de la escuela, hoy museo, donde aún retumban en las paredes como un eco
infinito las últimas palabras del "hombre
más completo del mundo" según Sartre:
“Póngase sereno, está usted por matar a un hombre”. Octubre será de fiesta. Se
cumplen 50 años de la muerte del revolucionario que hizo que La Higuera ya no fuera la misma. 10.000
personas se espera que lleguen -o consigan llegar- a este pueblo de 50 almas y se lleven un
poquito de esta tierra en el corazón, tal como le sucedió a quien escribe estas
líneas.
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