LA
ÉTICA Y LA POLÍTICA. GRAMSCI Y GUEVARA.-
“No debemos
crear asalariados dóciles al pensamiento oficial
ni
"becarios" que vivan al amparo del presupuesto,
ejerciendo
una libertad entre comillas”
Ernesto Guevara
“En 1927, encerrado en una mazmorra fascista por aquello de “debemos
impedir que este cerebro funcione” –lo alegado por el fiscal en el juicio-, Antonio Gramsci, corso, intelectual
comunista y revolucionario de tiempo completo, se pregunta las razones de
la derrota y casi en la más rigurosa soledad elabora un conjunto de ideas que
dejarían en ridículo la pretensión de acabar con su producción intelectual.
Luego de varios intentos, decide articular sus reflexiones alrededor de un
personaje muy popular en Italia, que había vivido cuatro siglos antes: Nicolás Maquiavelo. En “El Príncipe”
había desplegado un conjunto de reglas y consejos para que el “populacho”, los que no nacieron para
la política y desconocían casi todo de ella, pueda actuar con una “voluntad colectiva” y conquistar los
objetivos anhelados. Para ello distingue entre la ética y la política. No descarta ni descalifica la ética, como
la vulgata ha pretendido durante siglos y aún intenta, con aquella
invención de que “el fin justifica los medios”, afirmación que él nunca
suscribió y que por el contrario, es opuesta a su pensamiento. Lo que sí explicó Maquiavelo es que no
alcanzaba con la ética, que hacía falta eficacia en la lucha política. Gramsci va
a partir de allí; contextualiza el concepto diciendo que en 1527 solo había una ética que era la religiosa, dictada desde Roma
por el Papa y que las acciones políticas no solo tenían que ser “éticas” (en el sentido religioso
predominante) sino eficaces. La acción política debe alcanzar los objetivos
proclamados y para ello propone constituir al pueblo en un “nuevo príncipe”, otro modo de nombrar (todo lo que escribía era
revisado por la censura) a la fuerza organizada para la lucha política que en 1927 tenía como principal exponente al Partido Bolchevique, modelado por Lenin en
la Rusia de principios del siglo XX. Y que la ética debía contextualizarse
en las tareas históricas que marcaba la vigencia de la lucha por el triunfo de la
revolución socialista iniciada en noviembre del 17; es decir, no
pensar la ética en función del “plan divino” que supuestamente daría a
cada hombre un lugar en la historia, su destino, sino desde la perspectiva que el
hombre forja la historia con conciencia, organización y disciplina. Luchar por el cambio social desde proyectos colectivos
inspirados en el bien común representaba para Gramsci la ética de su época
y no el estricto cumplimiento de las bulas y encíclicas papales. Algunos años
más tarde, Julius Fucik, periodista
checo antifascista, afirmaría que héroe
era aquel que hacía lo que había que hacer en aras de la revolución,
no importa las circunstancias. Desde
entonces, para los revolucionarios y los humanistas en general, ético es hacer lo que hay que
hacer en aras de defender y potenciar la humanidad de los seres. O
sea, construir el hombre nuevo”. Fuente José Ernesto Shulman. Rebelión. 2013.
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LA ÉTICA EN LA POLÍTICA.
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Carlos
Ayala Ramírez.
ALAI
martes 17 de octubre del 2017.
El tema viene de lejos y tiene que
ver con lo que le da legitimidad al Estado, a la política. De forma genérica
podemos hablar de dos perspectivas contrapuestas: los que argumentan que la
política debe enfocarse al logro de propósitos éticos como la justicia, la
igualdad, la libertad (moralismo político), y los que sostienen que la
legitimación del Estado no depende de consideraciones éticas, sino de la
habilidad para conquistar, mantener y aumentar el poder. En este sentido se
recomienda no apartarse del bien, cuando se puede y conviene, y saber entrar en
el mal cuando hay necesidad: ¿realismo o cinismo político? En todo caso,
estamos ante los problemas y desafíos que se derivan del modo hacer política.
Más todavía, nos situamos ante la dimensión ética de la política que reclama la
unificación de justicia, honradez y transformación social.
En uno de sus cursos universitarios,
Ignacio Ellacuría afirmaba que, el carácter ambiguo de la política parece
exigir y contradecir a la vez la presencia de la ética. Explicaba, que, por un
lado, ética y política parecen dos esferas ajenas en cuanto no se ve cómo
alguien que respete normas éticas pueda triunfar políticamente en un mundo
donde cualquier acción parece justificable para conseguir el poder y
conservarlo. Por otro lado, la política parece ser el campo más adecuado para
el desarrollo total de la persona y para el servicio más acabado a la
comunidad, por lo que parecería ser la instancia de mayores posibilidades
éticas. En esta línea puntualizaba algunos rasgos: [la política] “es un lugar
aptísimo de dedicación a los otros, en cuanto tiene como propósito el bien de
todo el país; tiene en sus manos la posibilidad de incidir en algo directamente
relacionado con las estructuras que condicionan y posibilitan la humanización.
[En consecuencia] requiere una serie de virtudes personales de máximo rango”.
Para Ellacuría, la superación de
esta ambigüedad pasa por entender el horizonte de la acción política (de la
“política ética”), como el bien común y el establecimiento de aquellos
elementos estructurales que de por sí lleven a una humanización de la historia
y, consecuentemente, a posibilitar la humanización de los individuos. Pasa por
comprender al “político ético” como aquel que se dedica plena y adecuadamente a
la realización de una política ética. En definitiva, según Ellacuría, la
política ética como configuradora del político ético, es el principio adecuado
para superar la ambigüedad.
Esta necesidad de la ética en la
política ha sido relanzada recientemente por el papa Francisco, durante su
visita pastoral a Cesena y Bolonia. Ahí, el obispo de Roma habló de la “buena
política”, del “buen político”, y de “buena ciudadanía”.
La primera es definida desde el
contraste y proponiendo con firmeza que la política no debe ser cautiva de las
ambiciones individuales o de la prepotencia de grupos o centros de poder:
[Buena política] es la que no sea ni
sierva ni patrona, sino amiga y colaboradora; no temerosa o imprudente, sino
responsable y, por lo tanto, valiente y prudente; que aumente la participación
de las personas, su inclusión y participación progresiva; que no deje al margen
a determinadas categorías, que no saquee ni contamine los recursos naturales
[…] Una política que pueda armonizar las aspiraciones legítimas de individuos y
grupos manteniendo el timón firme en el interés de toda la ciudadanía.
La segunda tiene como destinatarios
primeros a los jóvenes, a quienes se les exhorta a involucrarse para que la
política retome las aspiraciones ciudadanas más urgentes e importantes. Es
decir, poner en práctica lo que se ha dado en llamar debida repolitización que
aquí queda formulada en los siguientes términos:
[Buen político] es el que asume
desde el principio la perspectiva del bien común y rechaza cualquier forma, por
mínima que sea, de corrupción. […] El buen político lleva su propia cruz cuando
debe dejar tantas veces sus ideas personales para tomar las iniciativas de los
demás y armonizarlas, acomunarlas, para que efectivamente sea el bien común el
que salga adelante.
Ahora bien, la presencia de la ética
en la política no puede lograrse sin la participación ciudadana. Y para que
esta sea cualificada y tenga incidencia social, requiere de ciudadanos y
ciudadanas que no sólo estén atentos a las cuestiones públicas, sino también
dispuestos a participar en los distintos ámbitos de la sociedad civil de forma
crítica, consciente y comprometida. En esta línea Francisco hace los siguientes
llamados a quienes podríamos considerar como “buena ciudadanía”:
[De ella se espera] que exijan de
los protagonistas de la vida pública coherencia de compromiso, preparación,
rectitud moral, iniciativa, longanimidad, paciencia y fortaleza para afrontar
los desafíos de hoy […] Y cuando el político se equivoca, que tenga la grandeza
de ánimo para decir: ´Me he equivocado´...
Y frente a lo que algunos han
llamado la paralización de la política, expresada en el hecho de que esta ha
dejado de ser una instancia de configuración del cambio para pasar a ser un
lugar en el que se administra el estancamiento, Francisco hace la siguiente
reflexión acompañada de sus respectivos retos:
En los últimos años, la política parece
retroceder frente a la agresión y la omnipresencia de otras formas de poder,
como la financiera y la mediática. Es necesario relanzar los derechos de la
buena política, su independencia, su capacidad específica de servir al bien
público, de actuar de tal manera que disminuya las desigualdades, promueva el
bienestar de las familias con medidas concretas, de proporcionar un marco
sólido de derechos y deberes –equilibrar unos y otros— y de hacerlos eficaces
para todos.
Todo
ello apunta a fortalecer la dimensión ética de la política. A entenderla como servicio humanizador de la persona y la
sociedad.
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Carlos Ayala Ramírez
Profesor
de la Escuela de Liderazgo Hispano de la Arquidiócesis de San Francisco, EE.UU.
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