Nuestra discrepancia Ideológico-Política
con el contenido es muy amplia, sin embargo, reconocemos que durante la
vigencia política de los “Gobiernos de
la Izquierda” Latinoamericanos se cometieron errores políticos de primer
nivel, en relación al futuro de la propia
“izquierda democrática” y en lo principal al futuro del Proceso de Integración Continental Política:
el MERCOSUR, UNASUR Y CELAC. Concentraron toda su política económica en “éxito mundial de los precios de los Commodities”
y centralizan todo su trabajo “reformista, economicista” en las Políticas Sociales
y la lucha contra la Pobreza - que
realmente fue un éxito reconocido mundialmente- pero, si seguimos caminando en
el escenario político, el error de errores – si podemos llamar así, fue –mantener
incólume, el viejo modelo extractivo
exportador de materias primas”,
herencia colonial. No avanzar políticamente en relación al PODER y la urgencia de la “reforma estructural del ESTADO”, así como lograr la Unidad y centralización POLÍTICA del proceso progresista, con el
objetivo de avanzar políticamente con las “Reformas
y Cambios Estructurales” que el mismo proceso exigía y la Ciudadanía – desde los Movimientos Sociales – participó activamente en el
proceso político, y las grandes reivindicaciones no se cumplieron, por lo general,
desde la propia estructura (in)surgió un veneno que rápidamente ante la falta de Visión Política y deslinde Ideológico con
las “voceros de la Derecha - no se durmieron siempre estuvieron a la expectativa,
con la finalidad de contaminar desde dentro el proceso, y lo mejor fue la CORRUPCIÓN que invadió, copando y
capturando las Instituciones y los
propios Líderes, fueron atrapados
con las cientos de formas visibles e invisibles de los millones de la
corrupción.
El final de finales es muy conocido, sin embargo,
estamos plenamente convencidos, mientras
en nuestros continente – hoy el más desigual del mundo y con la población más
joven – haya miseria, hambre, extrema pobreza, explotación del hombre por el
hombre – hoy con cientos de formas y modelos de contratos – la IZQUIERDA DEMOCRÁTICA Y REVOLUCIONARIA
estará presente en defensa – primero a junto a los trabajadores y los Pueblos –
de sus DERECHOS SOCIALES –
Educación, Salud, Trabajo, Salarios, Vivienda, Servicios Públicos y hoy cultura
y medio ambiente. Pero nuestra coincidencia política está presente, en el
trabajo político que hoy han asumido las MUJERES no solo en Nuestra América, como histórica
responsabilidad y compromiso político, sino a nivel mundial donde hoy se comprueba
un LIDERAZGO nuevo, más amplio,
moderno y principalmente con un mural de resistencia frente a la CORRUPCIÓN. Pero este nuevo rol y
trabajo político nos debe conducir a todos quienes nos Ubicamos, nos
Consideramos MILITANTES de IZQUIERDA
DEMOCRÁTICA a forjar la UNIDAD – superando aquella
– disculpen – maldita herencia de la División y el caudillismo – desde dentro y UNIDOS si seremos grandes y
triunfadores, porque Nosotros como nos dice el Histórico Guerrillero El Che Guevara, NACIMOS
PARA VENCER, NO PARA SER VENCIDOS”.
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CÓMO REINVENTAR LA IZQUIERDA LATINOAMERICANA.
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Javier Lafuente.
El País domingo 4 de noviembre del 2018.
El giro
conservador en la región y la deriva autoritaria de Venezuela y Nicaragua
obligan a las fuerzas progresistas, exitosas a principios de siglo, a buscar
nuevas fórmulas
La orgía de poder de la izquierda latinoamericana en el
arranque de siglo XXI se terminó. El rojo con el que se perfilaba el mapa del
continente hasta hace poco ha cobrado una tonalidad azul. El último latigazo ha
sido la victoria de
Jair Bolsonaro hace una semana en Brasil. El país más grande de
América Latina estará gobernado desde el 1 de enero por un político nostálgico
de la dictadura militar, que una semana antes de su triunfo prometió “barrer
del mapa a los rojos”, a los que ofreció dos salidas: la cárcel o el exilio.
En menos
de un año, Chile ha vuelto a virar a la derecha,
e Iván Duque, en Colombia, logró frenar el ascenso de la
izquierda. Solo la victoria de Andrés Manuel López Obrador en
las últimas elecciones de México ofreció un atisbo de esperanza a la izquierda.
Pero el nulo interés del nuevo presidente mexicano —que asumirá el cargo en
diciembre— por mirar más al sur de su país la ha socavado. Entretanto, la deriva autoritaria de los gobiernos de
izquierda en Venezuela y Nicaragua se agudiza. El reto para
evitar que el camino de vuelta al poder se convierta en una travesía en el
desierto es mayúsculo.
El
octogenario ex presidente uruguayo, gran referente de la izquierda
latinoamericana, José Mujica lanzó una
suerte de SOS tras la victoria de Bolsonaro a quien le quisiera escuchar:
“Hay que aprender de los
errores cometidos y volver a empezar. Tampoco creer que cuando vencemos tocamos
el cielo con la mano y hemos llegado a un mundo maravilloso. Apenas hemos
subido un escalón. No hay derrota definitiva ni triunfo definitivo”.
La izquierda que llegó a gobernar en casi
toda la región en la última década era diversa. El péndulo oscilaba desde el centro-izquierda de la Concertación chilena
y el Frente Amplio de Uruguay
hasta el extremo más autoritario del militar Hugo Chávez en Venezuela, apoyado por la Cuba de Fidel Castro. Entremedias, Néstor y Cristina Kirchner reformularon
el populismo de
izquierda en Argentina, y Lula da Silva en Brasil y Evo Morales en
Bolivia —ambos sindicalistas,
provenientes de los movimientos sociales anti-neoliberales— desarrollaron,
al menos en sus primeros mandatos, una política macroeconómica estable y una
política exterior pragmática, sobre todo en el caso brasileño, y más difuminada
en el caso del presidente boliviano.
A
diferencia de los actuales Gobiernos conservadores, que no actúan como un
bloque, aquella izquierda se aglutinó en organismos de integración como la
Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR),
la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) o la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra
América (ALBA), hoy todos en ruinas.
“En la segunda mitad del siglo XX las
élites y muchos votantes trasladaron durante años la imagen de que la izquierda
no podía gobernar por ser violenta o revolucionaria, o que cuando lo hizo, como
con Allende en Chile, había
fracasado. Su reto en el siglo XXI era demostrar que podían gobernar, y en
buena medida lo hicieron”, asegura Steven
Levitsky, profesor de Harvard y coautor de Cómo
mueren las democracias.
La fortaleza de la izquierda en el continente fue
alimentada —cuando no engordada— por la bonanza
petrolera y los altos precios de las materias primas, que permitieron
desarrollar ambiciosos proyectos de redistribución de la riqueza. Los Gobiernos
redujeron la pobreza, la desigualdad. También —salvo en casos como
los de Brasil, Uruguay o Chile—
intensificaron el control sobre los medios
de comunicación, y los dirigentes buscaban, siguiendo la estela del
omnipresente Chávez, ser reelegidos
o perpetuarse en el poder.
La caída
del precio del petróleo frenó drásticamente el crecimiento de muchos países,
pero no parece ser el único motivo del colapso de la izquierda. “En el proceso de reconstrucción de las
élites económicas, la corrupción se desató”, opina el historiador cubano Rafael Rojas, quien apunta a la trama de Odebrecht, el gigantesco caso de sobornos
y adjudicación de obras públicas que estalló en Brasil y salpicó a la clase
política de casi todo el continente, como paradigma regional.
La fortaleza de la izquierda en el
continente fue alimentada por la bonanza petrolera y los altos precios de las
materias primas
De
alguna manera, la izquierda no supo administrar el éxito, consolidarlo. El
discurso antiestablishment con el que se desmarcaban
de las clases políticas tradicionales, que les sirvió para llegar al poder y de
la oligarquía, se volteó.
“Millones de personas que no
necesariamente compartían una idea positiva de lo que hacía la izquierda en el
Gobierno se han activado políticamente”, opina Sandra Borda, politóloga de la Universidad
de los Andes en Colombia. “El gran error fue no construir instituciones
sólidas. En muchos casos se lograron los objetivos que se plantearon, pero no
cambiaron las formas, y las formas son importantísimas. La gente terminó por
olvidar los fines, porque los medios parar alcanzarlos eran los mismos. Y la derecha sabía que eso se lo iban a
cobrar más duro a la izquierda, y se encargaría de que lo pagaran”, añade.
El
péndulo comenzaba a oscilar de nuevo al mismo tiempo que Venezuela, destacado exponente del socialismo del siglo XXI, agudizaba su deriva autoritaria y con
ello la crisis de la izquierda en América Latina. Caracas se sitúa como el epicentro de este colapso.
Chávez, como hiciera en su momento Castro, desarrolló un trabajo político
y dialéctico que lo colocó en el centro de todo. La máxima de que nadie podía
ser de izquierdas sin querer a Chávez caló
en el imaginario de millones de personas, no solo latinoamericanas. Pese a la
heterogeneidad de los Gobiernos progresistas, la Venezuela petrolífera de Chávez, con el apoyo de la Cuba
castrista, se convirtió en líder regional. Solo el carismático Lula logró erigirse en contrapeso del
líder venezolano hasta finales de su segundo mandato. Pero para entonces, la
subordinación a Caracas era mayoritaria.
“La crisis actual de la izquierda está directamente
relacionada con la muerte de Hugo Chávez
y de Fidel Castro y con el colapso de Venezuela. La mayor evidencia ha sido
el giro abiertamente dictatorial que han dado en los últimos años Nicolás Maduro en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua”, opina en
este sentido el historiador Rafael
Rojas. No obstante, mientras la represión emprendida por el otrora
esperanzador líder sandinista ha sido criticada, sin ápice
de condescendencia, por la izquierda a nivel global, cierta ambigüedad sigue
planeando sobre Venezuela.
La
crítica sin ambages es uno de los principales retos para la nueva generación de
dirigentes.
“Cualquier construcción de un liderazgo de
izquierda en América Latina pasa por el acto de desmarcarse de la Venezuela de
Maduro. Con él, el chavismo se ha visto reducido a una mera máquina para
perpetuarse en el poder”, considera Humberto
Beck, profesor del Colegio de
México. “Esto no debe confundirse, sin embargo, con una condena categórica
de todas las experiencias bolivarianas, muy diversas y complejas, incluyendo la
propia historia, ya casi de dos décadas, del chavismo”, añade.
En esta
línea, Manuel Canelas, viceministro
de Planificación de Bolivia, de 36 años,
uno de los nuevos dirigentes con más proyección, opina que los que llegan ahora
“no tienen por qué comprar el ciclo anterior por
completo, pero lo que hay que evitar es que la derecha imponga que eres heredero del Gobierno de Maduro o de los últimos años de Cristina Fernández. Debes poder
criticar y evitar que la derecha caracterice todo lo anterior. Y la primera
oleada de dirigentes no tiene que exigir en ningún caso continuidad”, añade.
“El principal reto de la izquierda es
reinventarse más allá de los dos modelos predominantes en las últimas décadas: el modelo bolivariano y el modelo socialdemócrata”, ahonda Beck. “Por diversos motivos, ambos modelos están agotados y se requiere algo
más”. Con los Gobiernos conservadores los avances en la conquista de
derechos individuales han sido bloqueados. Macri en Argentina rechazó apoyar la
legalización del aborto; los líderes sociales caen como chinches
en la Colombia posterior a la firma
del acuerdo de paz; y la victoria de Bolsonaro
ha alarmado a mujeres, negros y
activistas LGTB, y ha puesto en evidencia el poder de la Iglesia evangélica y
su agenda conservadora. Además, la xenofobia
camina de la mano de los migrantes
que siguen huyendo de Centroamérica y Venezuela. Porque la última contribución del chavismo a la crisis de la
izquierda ha sido forzar un éxodo masivo de venezolanos que ha dado alas a
los conservadores más recalcitrantes de la región.
El
rechazo a las minorías es, sin embargo, un fenómeno que no solo incumbe a América Latina. “Nadie esperaba este tipo de reacción ante el progresismo mundial. La
aversión se ha internacionalizado más de lo que esperábamos”, admite el profesor de Harvard Steven Levitsky.
Otro
de los retos que se plantean hoy es que ningún
dirigente de izquierda puede asumir el liderazgo
que en su día tuvo Chávez o, en menor
medida, Lula. Gustavo Petro en Colombia, y Fernando Haddad en Brasil no lo lograron, en buena medida
por el silencio de otros líderes progresistas que prefirieron no darles un
apoyo explícito, a costa de que la derecha y la ultraderecha lograsen la
victoria. El pasado julio, las elecciones en México dejaron un sabor agridulce para las fuerzas progresistas. La
victoria de López
Obrador aupó a la izquierda al poder por primera vez, no tanto quizá
por su credo como por la de los equipos que lo rodean. Todos los líderes al sur de México consideraron
su triunfo como una suerte de renacer de la izquierda, pero las declaraciones
del presidente electo —“la mejor política exterior es una buena
política interna”— auguran que no tiene la menor intención de aunar
fuerzas.
La esperanza para la izquierda quizá resida en mujeres, como Verónika Mendoza en Perú, Beatriz Sánchez en Chile o Manuela D’Ávila (candidata a
vicepresidenta con Haddad), a las que se les augura un larga carrera política.
Y muchas miradas se centran en la gestión como alcaldesa de Claudia Sheinbaum en la capital de México,
la ciudad de habla hispana más grande del mundo, como antesala de mayores
aventuras.
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