DANI RODRIK.- ECONOMISTAS EXAGERARON BENEFICIOS DE COMERCIO LIBRE. WASHINGTON
(AP) — Muchos
economistas dicen estar desconcertados por las amenazas de Donald Trump de anular acuerdos de comercio libre y eliminar
impuestos a las importaciones en un esfuerzo por combatir el enorme déficit
comercial de Estados Unidos. Sin embargo, los propios economistas son
parcialmente responsables por el
malestar de algunos sectores en relación con el comercio libre y la
globalización, que ayudó a llevar a Trump
a la Casa Blanca y a que Gran
Bretaña decidiese salirse de la Unión
Europea.
Eso
es lo que dice Dani Rodrik,
economista de Harvard, en un provocativo libro que acaba de ser publicado. En “Straight Talk on Trade: Ideas for a
Sane World Economy” (Hablando claro sobre el comercio: Ideas para una
economía mundial sana), Rodrik afirma
que la mayoría de los economistas ignoraron algo que ya se sabía: Que el comercio mundial libre, con todos sus
beneficios, inevitablemente termina perjudicando algunas industrias y algunas
comunidades. Los economistas no
hablaron de eso, según Rodrik,
porque temían que cualquier crítica al comercio libre alentaría medidas
proteccionistas impulsadas por sectores contrarios a toda forma de comercio
abierto.
Para
Rodrik, el tiro les salió por la culata: Al escaparle a un debate honesto de los pros y los
contras del comercio libre, sostiene, los economistas “dieron bríos a los bárbaros” e hicieron que “extremistas y demagogos” lograsen el apoyo del público. “La
teoría económica nos dice que la
globalización y la apertura al comercio generan una redistribución de ingresos”,
expresó Rodrik. “Pero por otro lado, hay gente, comunidades y partes del país que
terminan peor. Eso no era ningún misterio. Es lo que los economistas vienen diciendo
desde hace tiempo”.
Rodrik, un profesor de economía
internacional de la Kennedy School of Government de Harvard, de 60 años y nacido en Turquía, lleva años
cuestionando la globalización. La Associated Press habló con él
recientemente sobre su último libro, Trump, sus políticas y la respuesta que
están dando los economistas al descontento en torno a la globalización y sus
consecuencias. Rodrik dice que está a favor del comercio libre.
Pero cuestiona lo que describe como la “hoperglobalización”,
un fenómeno en el que se quita el control
del comercio a los gobiernos individuales y se lo deja en manos de instituciones mundiales para alentar
el intercambio de productos y la inversión. Planteó que cuando muchas naciones
europeas abandonaron sus divisas y adoptaron el euro, por ejemplo, de hecho
entregaron al manejo de su política económica al banco central europeo.
Los países deberían tener sus
propias políticas económicas, según Rodrik, que tomen en cuenta su impacto en los
trabajadores y en la comunidad. Si los países europeos temen las
consecuencias de los alimentos modificados genéticamente, por ejemplo, deberían
poder prohibirlos, por más que esto implique menos opciones alimenticias y
precios más altos. Algunos colegas
rechazan el argumento de Rodrik. Uno de ellos, C. Fred Bergsten, director emérito del Instituto Peterson de
Economía Internacional, tienen otra visión de las consecuencias de la
globalización. Afirma que, si bien
algunos economistas no tomaron en cuenta el impacto total del comercio libre,
otros, incluido Peterson, apoyaron
programas para ayudar a los trabajadores que salen perdiendo por la
competencia extranjera y para capacitarlos en otros campos.
Más responsables de los problemas
del comercio libre, aduce, son los
empresarios y los defensores del comercio libre en el Congreso que promovieron
esos acuerdos pero se negaron a pagar por programas que ayudasen a los
trabajadores desplazados. Los propulsores del comercio libre, indicó Bergsten, “a menudo son la misma gente que
más se resiste a los programas (de asistencia) más modestos”.
Para Rodrik, sin embargo,
los programas de comercio libre más
recientes dejaron de ser esfuerzos sencillos por abrir mercados cerrados y
pasaron a ser acuerdos complejos que premian a las grandes corporaciones, a
menudo a costa de los trabajadores cuyos empleos van a parar a países de mano
de obra más barata, con pocas regulaciones para el medio ambiente y pocas
protecciones para el trabajador. Rodrik
pone como ejemplo al Acuerdo Transpacífico entre
Estados Unidos, México, Chile, Perú y otras ocho naciones de la cuenca del Pacífico, que Trump abandonó
en enero, antes de que entrase en vigor. El pacto beneficiaba a las empresas
farmacéuticas, aumentando las protecciones de sus patentes y
demorando al mismo tiempo el acceso de las naciones más pobres a versiones
genéricas más baratas. Los acuerdos comerciales tienen “miles y miles de páginas que detallan las reglas” que hay que cumplir,
dijo Rodrik. “¿Estamos protegiendo a los trabajadores y a las comunidades afectadas,
o protegemos a las firmas farmacéutica, las grandes multinacionales y el mundo
de las finanzas?”.
Rodrik afirma que comprende el malestar
que allanó el camino para la elección de Trump. Coincide con el presidente en que,
por ejemplo, el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte entre Estados Unidos, México y Canadá hizo
desaparecer muchos empleos en Estados Unidos al facilitar la llegada de
importaciones más baratas y alentar a las firmas estadounidenses a que
trasladasen sus operaciones para aprovechar menores costos. Pero rechaza el
planteo de Trump de que su gobierno
podrá traer de vuelta esos empleos al renegociar o abandonar el TLCAN.
“Anular
un acuerdo provoca nuevas dislocaciones en otros sitios”, manifestó, “como en
la cadena de abastecimiento de la industria automotriz”.
Rodrik
opina que los economistas están aprendiendo de sus errores.
“Las
cosas cambian cuando surge evidencia incontrastable”, declaró. “La economía es una disciplina capaz de adaptarse. Pero eso
no sucede con rapidez”. Fuente. Paul Wiseman.
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Dani Rodrik es
también presidente de International Economic Association. MARTHA STEWART
“HEMOS IDO MUY LEJOS EN MUCHAS
ÁREAS DE LA GLOBALIZACIÓN”.
DANI
RODRIK, ECONOMISTA Y PROFESOR DE POLÍTICA ECONÓMICA INTERNACIONAL EN HARVARD
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Rodrik lleva años alertando de los riesgos de
internacionalizar la economía sin reservar espacio para las políticas locales
de desarrollo.
Francisco de
Zárate.
Twitter.
El País, Viernes
1 de noviembre del 2018.
La economía
es la ciencia de las soluciones intermedias, los extremos no sirven; ni la
autarquía ni la integración económica total son económica o políticamente
viables”, dice Dani Rodrik, el
prestigioso economista de Harvard
que, desde su libro ¿Ha ido la globalización demasiado lejos?’(1997),
viene alertando de los riesgos de internacionalizar la economía sin reservar
espacio para políticas locales de desarrollo ni compensar a los perdedores de
la globalización. Rodrik ha
publicado recientemente Straight Talk on Trade, en el que repasa los incentivos
de los políticos para hacer las cosas bien; fundamenta la imposibilidad
de trasplantar modelos económicos exitosos a
países y épocas diferentes; y arremete contra los economistas que defendieron
la globalización ignorando sus inconvenientes por el temor de que, si hablaban
sobre ellos, provocarían una reacción proteccionista.
Pregunta. ¿Estamos al borde de una guerra comercial?
Respuesta. Trump ha sido más agresivo en
su política comercial de lo que yo esperaba, pero China ha respondido de una
forma muy mesurada: tenían que hacer algo pero no creo que hayan empeorado el
problema. Mantengo mi optimismo sobre que China y Estados Unidos encuentren una
solución. No creo que se vaya a convertir en un evento catastrófico para la
economía mundial.
P. Al margen del efecto global que generen en la economía, ¿los aranceles
de Donald Trump servirán para
recuperar empleos en la industria estadounidense?
R. Todo es un gran truco de
ilusionista. Trump ha armado la alianza
contra China junto a empresas preocupadas por perder la
supremacía tecnológica, con militares y funcionarios de Asuntos Exteriores que
ven a China como un competidor estratégico. Y también, claro, junto a empresas
y sindicatos preocupados por los puestos de trabajo. Pero yo no creo que estas
políticas vayan a suponer una ganancia neta de empleos para Estados Unidos.
P. Ha defendido la necesidad de
incorporar el dumping social como
una cláusula a invocar cuando los productos se fabrican sin respetar derechos
laborales que los trabajadores en los países importadores sí tienen, ¿cómo se
implementaría?
R. Tendría que formar parte de un
convenio internacional, como el antidumping tradicional,
que se rige por las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). En
política comercial siempre existen dos riesgos: uno es que los proteccionistas
abusen del sistema. Pero el otro es el de tener a los puristas de la
globalización firmando acuerdos políticamente insostenibles. En mi opinión, ese
es el período que estamos transitando ahora, por no haber puesto suficientes
salvaguardas en el régimen del comercio internacional. Y las consecuencias
terminan siendo peores porque Trump y otros populistas construyen su discurso
demagógico a partir de las reclamaciones y preocupaciones legítimas que genera
este sistema de comercio.
P. ¿Ha cambiado tanto el clima para introducir el dumping social en las
reglas de la OMC?
R. Desgraciadamente, me parece
que estamos muy lejos del espíritu multilateral necesario para una reforma de
las reglas de la OMC. Llevamos 30 años queriendo ir demasiado lejos con la
globalización y ahora nos encontramos con que el régimen de comercio internacional
se ha convertido en una palabrota en boca de los populistas. Ahora son los
unilateralistas y proteccionistas como Trump los que se anotan los tantos. Así
que desde un punto de vista práctico, no creo que mi propuesta vaya a pasar
mañana por la OMC. Pero sí creo que tenemos que estar preparados y generar
soluciones.
P. ¿Cómo habría que reaccionar?
P. “No alcanza con unos retoques en la desigualdad y unas
compensaciones para los perdedores de la
globalización, hace falta un nuevo Bretton Woods”, escribió…
R. Sí, pero no un Bretton Woods
global. El que yo pienso es 80%
doméstico y 20% internacional. Creo que lo más urgente ahora mismo es una nueva
forma de comprender el mundo. En muchas áreas de la globalización hemos ido
demasiado lejos y un poco de retirada sería lo más sensato. La globalización
financiera es un ejemplo claro. Pero el verdadero desafío es doméstico, todo lo
que los países pueden hacer por su cuenta sin necesidad de un acuerdo global.
Terminar con esa brecha económica y social entre las élites y el resto de la
sociedad es, en mi opinión, un desafío doméstico que puede lograrse sin
acuerdos globales.
P. ¿Recuperar la soberanía en política económica?
R. No se trata de recuperarla
porque los países nunca dejaron de tenerla. Lo que pasa es que no la usaron en
beneficio de las mayorías. La élite
tecnocrática hiper-globalizadora se apropió de esa soberanía convenciendo a
grandes franjas de la intelectualidad liberal de que sólo había un camino para
el desarrollo, el de este programa de la ultra globalización. En algún momento
llegarían todos los beneficios y, si no ocurría así, de todos modos había que
hacerlo porque no quedaba otra alternativa. Ese relato se ha estrellado.
Recuperar la soberanía no es otra cosa que reubicarla para ponerla al servicio
de las mayorías.
P. Avanzar en la unión política o retroceder en la integración económica,
escribió, es la respuesta para el dilema europeo, ¿está inclinándose la balanza
hacia la desintegración?
R. Eso parece y es algo que me
preocupa y me hace ser muy pesimista por el futuro de la Unión. Ojalá que los partidos de centro izquierda y de centro
derecha puedan decidirse y decir de forma inequívoca cuáles son sus objetivos. Emmanuel Macron ya lo ha hecho, al
decir que quiere seguir avanzando en la integración fiscal y política. Pero los
otros no son tan claros sobre la necesidad de crear instituciones
representativas a nivel europeo, a las que ceder soberanía para mantener la
integración económica. Por eso los populistas son atractivos. Al menos ellos
son honestos cuando dicen que no quieren ceder soberanía y que están dispuestos
a renunciar a Bruselas y a la
integración económica europea. Pero incluso si un retroceso en la integración
económica termina siendo el escenario, hay formas de hacerlo para que sea lo
más inclusivo posible.
P. ¿Cómo sería un retroceso inclusivo de la integración económica de
Europa?
R. Atacando el problema de la
desigualdad económica y social, llevando el proceso político más cerca de la
gente y usando la soberanía económica para lograr la integración doméstica. Quitar el foco de
la integración económica internacional y ponerlo en la integración económica y
social dentro de cada país.
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