En las
últimas tres décadas del siglo se quiso imponer la teoría de “los dos demonios” según la cual se
trató de equiparar los actos de violencia, genocidio y terrorismo
perpetrados por las dictaduras y los gobierno cívico-militares con las acciones
de las organizaciones guerrilleras
que luchaban contra ellos. Más de cuatro décadas después escuchamos de boca de supuestos intelectuales la teoría de
que no existieron
gobiernos progresistas en nuestra región
y que la lucha se dirime hoy entre
dos derechas, una modernizante o
desarrollista (del siglo 21) y
la otra oligárquica (del siglo 20).
Y siguiendo estos libretos que hablan de un “neoliberalismo transgénico”,
propagados desde ámbitos académicos
progres y socialdemócratas –con apoyo, generalmente, de fundaciones y ONG europeas–, es bien
triste ver a indígenas y trabajadores inducidos a votar para la oligarquía,
para que desde la “resistencia” se
puedan refundar los movimientos de la izquierda y buscar transiciones.
Existe una enorme frustración, tensiones y
cansancio provocados por personalidades pedantes y autoritarias (políticos,
intelectuales) que lanzan consignas en verborragias sin ideas, muestran su
incoherencia disfrazada de idealismo y hasta esbozan un macartismo estúpido y perverso contra algunos movimientos sociales. Hay quienes buscan
caminos para acceder al poder: su meta. descarrilar para siempre
las ideas de democracias participativas, dignidad e inclusión social, soberanía e
integración regional.
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La crisis política de la Izquierda de Nuestra América, hoy analizado - crítica y auto-crítica - en el Foro Mundial del Pensamiento Crítico. Nuevas Propuestas y alternativas políticas - también un nuevo relato comunicacional desde dentro del propio pensamiento Critica de la Izquierda de Nuestra América La Patria Grande.
***
PENSAMIENTO CRÍTICO, FIN DE DERECHA E
IZQUIERDA, NOSTALGIA Y FALTA DE PROYECTOS.
*****
Aram Aharonian.
Rebelión sábado 24 de noviembre del 2018.
Cuando en la región retornan el neofascismo,
la xenofobia, la misoginia, la homofobia, el racismo, de la mano de gobiernos
de ultraderecha, las fuerzas populares (¿progresistas, de izquierda?)
debaten sobre el pensamiento crítico y el fin
de la antinomia izquierda-derecha, apelando a una nostalgia inmovilizadora
y acrítica, mostrando la falta de unidad y también de proyectos.
Varias personalidades políticas e intelectuales
participaron en la puesta en escena del Foro
Mundial del Pensamiento Crítico en Buenos Aires, convocado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias
Sociales (CLACSO) y en vísperas a la Cumbre del G20.
La nostalgia es un permanente latiguillo de
aquellos que añoran las épocas pasadas, por creerlas mejor que las actuales,
cargado de una importante subjetividad y
un llamado al inmovilismo. El texto original de Jorge Manrique (siglo XV) en "Coplas sobre la muerte de mi
padre", decía “Cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Bastante después, Harold Pinter, el
escritor y activista político inglés
ganador del Nobel de Literatura en 2005,
señalaba que
“El pasado es lo que recuerdas, lo que imaginas
recordar, lo que te convences en recordar, o lo que pretendes recordar”.
Algo así le pasó al doctor Juvenal Urbino,
personaje de “El amor en los tiempos
del cólera”, de Gabriel García Márquez:
“Era todavía demasiado joven para saber que la memoria del corazón
elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese
artificio logramos sobrellevar el pasado, pero cuando volvió a ver desde la baranda
del barco el promontorio blanco del barrio colonial, los gallinazos inmóviles
sobre los tejados, las ropas de pobres tendidas a secar en los balcones, sólo
entonces comprendió hasta qué punto había sido una víctima fácil de las trampas
caritativas de la nostalgia”.
Dos ex presidentas.
Las ex
presidentas Cristina Fernández de Kirchner, de Argentina, y Dilma Rousseff, de
Brasil, inauguraron el Foro Mundial del Pensamiento Crítico en Buenos Aires.
“Como espacio progresista debemos acostumbrarnos a no presentarnos como
la contra, sino como el espacio político y social que excede la categoría de
izquierdas y derechas para ingresar decididamente en una nueva categoría de
pensamiento, que es la de pueblo”, dijo
la argentina, quien resaltó que el
“neoliberalismo es una construcción política del capitalismo… exacerba el
individualismo y la meritocracia. Si tienes trabajo es porque te lo ganaste, y
si no, es porque no tienes la capacidad. Ya no es un problema de Estado, es un
problema tuyo”, afirmó Cristina Fernández.
Rousseff recordó que
la extrema derecha estaba latente en la sociedad brasileña, lo que hizo posible
la victoria de Bolsonaro, y admitió
que en la transición democrática de Brasil no se juzgó el proceso de terrorismo
de Estado, lo que dejó grandes secuelas sociales, como 300 años de esclavitud. Agregó que la dictadura
siempre utilizó la violencia como método de control en Brasil.
Tiene razón el argentino Atilio Borón cuando señala que las amenazas de la ultraderecha conducen inexorablemente a un holocausto social y ecológico de
inéditas proporciones y es necesario construir una alternativa política, que
requiere el aporte imprescindible del pensamiento
crítico que permita trazar una hoja de ruta para evitar el derrumbe catastrófico de la vida civilizada. De un nuevo pensamiento crítico,
agregaríamos, anclado en las realidades de un mundo y una región de pleno siglo 21.
Hoy, el
primer deber del (llamémosle) progresismo,
es hacer un análisis concreto no solo de sus dolorosas realidades sino también
de los avances –que no fructificaron en la construcción de alternativa sólidas-
y un profundo trabajo de organización en el fragmentado y atomizado campo
popular, donde seguimos entusiasmados en ser cabezas de ratón (cada cual por su
lado) y no estar en la cola del león, lo que permitiría a enfrentar a la derecha
hiperorganizada (en Davos, en el Grupo de Bildelberg, en el G-7) y también
guionizada por la internacional capitalista de la Red Atlas.
A principios de este siglo y milenio, fueron los intelectuales y dirigentes de
movimientos sociales los que se alzaron contra el enemigo común, el capitalismo depredador, y lograron
imponer el imaginario
colectivo de que otro mundo era posible y necesario. Así nació el Foro Social
Mundial, una respuesta al fin de las ideologías y de la historia que
nos contaban los think tanks de la banda de Davos.
Organización,
unidad en la lucha, concientización y una estrategia de construcción de poder
popular que no debe reducirse al sólo momento electoral, propusieron los
oradores en el foro. No estoy seguro de que el foro no fuera una nueva catarsis
colectiva al estilo socialdemócrata, ni que los panelistas hayan registrado los
profundos cambios registrados en la subjetividad de las clases y capas
populares que empuja a algunos de sus sectores a votar por sus verdugos.
La nostalgia
y el fervor de la platea hizo que Cristina Fernández recomendara
“no
gritemos ni insultemos porque perdemos tiempo para pensar lo importante”.
¿Será retornar al gobierno o elaborar un proyecto de cambios estructurales de
la sociedad?
¿No hay derecha ni izquierda?
La supuesta extinción de la diferencia entre
izquierda y derecha fue planteada casi tres décadas atrás cuando Francis Fukuyama insistía en que la
historia había llegado a su fin, lo que conllevaba el fin de las ideologías, de
la lucha de clases y todos los proyectos de izquierda. La ex presidenta argentina Cristina Fernández también señaló que
la distinción entre izquierda y derecha
era un anacronismo. En junio de 2015, aún en el gobierno, había distinguido
que “no
hay ideologías, se trata (solo) de intereses contrapuestos”.
La ideología es un conjunto de valores sociales, ideas, creencias, sentimientos,
representaciones e instituciones mediante el que la gente, de forma colectiva,
da sentido al mundo en el que vive.
El pensador (y
vicepresidente) boliviano Álvaro García Linera expresó que la vigencia de la dicotomía derecha-izquierda se
certifica cuando se observa que mientras los gobiernos progresistas y de izquierda del siglo veintiuno sacaron
de la pobreza a 72 millones de personas
en América Latina los de la derecha
sumieron en ella a 22 millones; y
que mientras los primeros reducían la
desigualdad, los segundos lo aumentaban.
En lo
práctico las izquierdas tienen que hacer otras combinaciones de gestión económica y en lo político tienen que
construir otro relato, otra manera orgánica de concentrar expectativas
distintas a las que han prevalecido en las últimas décadas. Necesitamos una profunda renovación de los lenguajes que nos
permita generar nuevas preguntas donde las antiguas no son suficientes para
proponer algo en el mundo.
Ahora hay un gran desorden, un caos de sentido y
para sobrepasar este momento necesitamos una gran dosis de creatividad, señaló García
Linera, quien se animó a hablar de las redes sociales. Lo que es
interpelado con las redes es un conjunto de componentes del sentido común
neoliberal: el miedo, el individualismo, la competencia, el gregarismo, el racismo
y la salvación externa, que está latente desde hace mucho tiempo y el
momento progresista no lo pudo anular, simplemente los fracturó temporalmente,
señaló.
No se puede olvidar, tampoco,
que los gobiernos progresistas de la
región impulsaron el empoderamiento de vastos sectores sociales anteriormente privados de los derechos más
elementales y la reafirmación de la soberanía económica, política y militar,
por contraposición a la profundización de la subordinación económica, política
y militar impulsada por los regímenes derechistas.
El español
Juan Carlos Monedero preguntó “¿si
la izquierda está muerta, dónde están los cadáveres de sus sujetos: los
obreros, los campesinos, los originarios, las mujeres, los jóvenes, los
explotados? ¿Es que han desaparecido? Mientras
sobreviva el capitalismo y sus víctimas sigan creciendo en proporción
geométrica la
izquierda estará más viva y será más
necesaria que nunca.(…) la distinción entre derecha e izquierda es más válida
hoy que en tiempos de la Revolución
Francesa”, añadió.
Algunas reflexiones.
Llevamos 526
años en resistencia, hemos resistido a todo, nos hemos acostumbrado a
su lógica y, cuando tuvimos gobiernos progresistas no cambiamos la agenda y nos
olvidamos de la construcción. La construcción de nuevo pensamiento
crítico, de nuevos cuadros políticos, económicos, administrativos, la construcción de una nueva comunicación
popular. Quedamos anclados en el pasado, en la mera resistencia
inmovilizadora.
Ante todo, debemos provocar el análisis de lo
sucedido en nuestros países en los últimos tres lustros, donde gobiernos
surgidos de las movilizaciones populares trataron de poner a los más humildes
como sujetos de política, para poder entender esta Argentina y esta América Latina que debemos rediseñar en medio de
una ofensiva fuerte, a fondo, de la derecha más reaccionaria y dependiente.
En las
últimas tres décadas del siglo se quiso imponer la teoría de “los dos demonios” según la cual se
trató de equiparar los actos de violencia, genocidio y terrorismo
perpetrados por las dictaduras y los gobierno cívico-militares con las acciones
de las organizaciones guerrilleras
que luchaban contra ellos. Más de cuatro décadas después escuchamos de boca de supuestos intelectuales la teoría de
que no existieron
gobiernos progresistas en nuestra región
y que la lucha se dirime hoy entre
dos derechas, una modernizante o
desarrollista (del siglo 21) y
la otra oligárquica (del siglo 20).
Y siguiendo estos libretos que hablan de un “neoliberalismo transgénico”,
propagados desde ámbitos académicos
progres y socialdemócratas –con apoyo, generalmente, de fundaciones y ONG europeas–, es bien
triste ver a indígenas y trabajadores inducidos a votar para la oligarquía,
para que desde la “resistencia” se
puedan refundar los movimientos de la izquierda y buscar transiciones.
Existe una enorme frustración, tensiones y
cansancio provocados por personalidades pedantes y autoritarias (políticos,
intelectuales) que lanzan consignas en verborragias sin ideas, muestran su
incoherencia disfrazada de idealismo y hasta esbozan un macartismo estúpido y perverso contra algunos movimientos sociales. Hay quienes buscan
caminos para acceder al poder: su meta. descarrilar para siempre
las ideas de democracias participativas, dignidad e inclusión social, soberanía e
integración regional.
Otro dilema que surge al debate es si nuestros
países debieran ir por un fortalecimiento republicano o ayudar a su derrumbe. La
democracia representativa, la
propiedad privada, la cultura eurocentrista, el sufragismo y los partidos
políticos son algunos de las “verdades
reveladas” que organizan nuestra vida institucional, nuestra democracia
declamativa, que venimos arrastrando desde las constituciones del siglo 19.
La
profundidad de la crisis actual cuestiona a la modernidad y al capitalismo, matrices
sobre las cuales se han construido los valores que sustentan esta civilización.
Ya no se trata de reformarlas sino de cambiar los paradigmas que hacen a su
vigencia, existencia, constitución y organización
Muchos dirigentes populares, ilusionados por el
espacio institucional, emigraron de los movimientos –o fueron
cooptados– para ocupar espacios en el parlamento
y en el gobierno, lo que quitó experiencia acumulada a los movimientos y
llevó a su práctica desaparición de las calles. En esa relación gobierno-Estado-movimientos populares, el error principal, quizá, fue de los movimientos. La realidad es
que el Estado siguió siendo burgués y los gobiernos atados en sus programas
sociales y de distribución (no de redistribución) de renta.
Hoy se sucede una dinámica de cambios impensable
hace apenas dos décadas, ya en lo
tecnológico, ya en lo cultural.
No queremos perdernos nada, pero carecemos de un
relato capaz de articular los hechos, lo que nos produce la sensación de
aceleración es que la realidad se
fragmenta en continuos presentes sin pasado ni futuro, donde nada es
importante porque no hay posibilidad de comparar, ni contexto. Las realidades tecnológicas, políticas,
económicas, sociales, culturales son muy diferentes a las de dos décadas
atrás, pero los desafíos siguen siendo los mismos.
Hoy, mientras los europeos se nutren del
pensamiento –la experiencia y el accionar– latinoamericanos para intentar salir
de su crisis capitalista, a nuestros países siguen llegando “expertos” y “pensadores”. Parece el
retorno de las carabelas y los espejitos de colores, para convencernos de
que no debemos soñar con utopías, para encarrilarnos en la teoría de “lo posible” (como hace 40 años), para
que no nos veamos con nuestros propios ojos, sino que lo hagamos con la visión
colonizadora.
Súmele los pregonantes
“nativos” del discurso del posmarxismo,
que pareciera una vulgar reducción europea de nuestros ricos y profundos
procesos políticos emancipatorios
La derecha
no escatima esfuerzos para derrotar a su enemigo de clase. Miente, manipula, tergiversa
los hechos. Usa todo el arsenal de herramientas disponibles: medios masivos de comunicación cartelizados, manipulación en el
uso de datos y perfiles recolectados por las llamadas redes digitales en manos
de seis grandes megaempresas, (convertidas en megaintermediarios privados de
una “democracia global de mercado ”los
venden al mejor postor, en especial a los Estados); especialistas en imagen
y manejo de masas, psicología publicitaria, iglesias fundamentalistas de corte
neoevangélico, en una guerra de quinta generación, de redes, dirigida a las
percepciones y no al raciocinio, cuya blanco es la psiquis y los nódulos
neurálgicos del ciudadano.
Junto a esta avanzada
ideológica de la derecha, la izquierda parece estar sin rumbo. La represión
sufrida en décadas pasadas paralizó grandemente al campo popular y la “pedagogía del
terror” de la época de las dictaduras
cívico-militares hizo bien su trabajo. Hoy, con una desaforada oligarquía
financiera y guerrerista, el capitalismo cambia, ofrece nuevas mercancías, usa
las posibilidades tecnológicas de la inteligencia artificial, del big data,
de los algoritmos, para imponer imaginarios colectivos.
Temor a aggiornarse.
Quizá la
peor atadura que pueda tener el progresismo es su propio temor a autocriticarse, a quedarse en un conformismo intelectual y político,
a seguir anclada a escenarios y
discursos ya perimidos por la realidad. Y no interpelar permanentemente a la derecha. De una vez por todas,
hay que abandonar la denunciología y el
lloriqueo, y adelantar propuestas sobre
los temas actuales.
Más allá del tema
de género, las propuestas deben incluir la Reforma constitucional y la
reestructuración del Estado, la problemática de seguridad y defensa, la fase actual transnacional, global, virtual,
concentrada del capitalismo, la integración regional soberana y las
herramientas de la nueva gobernanza global, el neocolonialismo y la dependencia
que propone el FMI. Insistir en Latinoamérica
y el Caribe como territorio de paz, las nuevas forma de trabajo esclavo, la
mercantilización del conocimiento y la educación.
De proyectar un cambio de las estructuras sociales.
Y de pensar otra comunicación y otra democracia, participativa, acorde a las
necesidad de una mayor organización popular.
Esto
significa dos cosas: construir una agenda propia y no quedar atrapado en ser
reactivos a la agenda del enemigo. Para eso, debemos comenzar por vernos
con nuestros propios ojos y no con los ojos del enemigo, de los
neocolonizadores, de nuestros verdugos, para poder dar la batalla por los
sentidos.
Es mucho más difícil construir que resistir: hay
que juntarse, poner hombro con hombro,
levantar paredes ladrillo a ladrillo (a veces se caen y hay que volver a
levantarlas). Sí, claro, la construcción se hace desde abajo, porque lo único
que se construye desde arriba, es un pozo.
Colofón: Chávez y Venezuela, malas palabras.
No es de extrañar la desvenezolanización que ejerce la socialdemocracia regional en el
encuentro de CLACSO sobre el pensamiento crítico. Cuadros e
intelectuales de gobiernos progresistas que nunca combatieron
estructuralmente al capitalismo y sucumbieron a pactos frontales con la derecha
intentan erigirse como faros modélicos de una izquierda que
necesita resurgir ante el avance del fascismo, el conservadurismo,
el neoliberalismo.
Pareciera que no se trata de cerrar filas, unirse,
sino de marcar las aguas. Oficialmente, la dirigencia socialdemócrata de CLACSO trató de evitar cualquier
referencia –aún crítica- a Hugo Chávez y
a la Revolución Bolivariana. Las “recomendaciones” de los intelectuales
europeos y la estigmatización mediático-hegemónica hicieron su trabajo,
convirtiendo a Venezuela (tal como
lo quiere Washington y la OEA) en los parias de la región.
Ya los
intelectuales de CLACSO no se pasean con remeras (franelas, chombas) con la figura de Chávez. Ya alguien creará
un logotipo para este nuevo pensamiento transgénico, tan parecido en sus formas
al de la derecha.
ARAM AHARONIAN: Periodista y comunicólogo
uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de TELESUR. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro
Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE,
www.estrategia.la
)
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