En este
contexto, ¿cómo enfrentar la guerra económica? En primer
lugar, asumiendo la acepción amplia de confrontación con el capital. El cambio en la matriz económica desde
claves ecológicas, feministas y de clase, la defensa de los bienes comunes y la
disputa en torno a la 4RI —rompiendo el falso relato de la «economía colaborativa»— aparecen como prioridades estratégicas.
En segundo
término, no teniendo que elegir entre un
capitalismo u otro, uno multilateralista
u otro más unilateralista. Ambos nos conducen al abismo social y al colapso ecológico. Por supuesto, se trata de
frenar sin ambages el fascismo social y político, pero la alternativa nunca
habrá de pasar por un universalismo abstracto y mercantilizado que también nos
condena.
Romper esta
dicotomía a la que nos
empujan los mass media es un tercer eje prioritario, creando una
agenda económica y comercial ajena por completo a los relatos y prácticas
excluyentes y reaccionarias. Sin por ello denostar la disputa por las
soberanías, no solo la estatal sino también la local, regional y global. Y la energética, alimentaria, feminista y
popular, redefiniendo conceptos y perspectivas desde una mirada radical e
inclusiva. Pese
al ruido mediático, el antagonista es claro; el desafío es cómo hacerlo
descarrilar.
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La guerra comercial - hoy guerra económica mundial - los Tratados de Libre Comercio siguen camino hacia "su sepultura final". El Imperio está imponiendo hoy su nueva política global: El Proteccionismo - nacionalista, populista - y el "fin" de la globalización neoliberal o globalización de las élites mundiales.
***
DE LA “GUERRA COMERCIAL” A
LA GUERRA ECONÓMICA GLOBAL.
*****
Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate.
ALAI. América latina en Movimiento.
Miércoles 28 de noviembre del 2018.
Cuando
hablamos de guerra económica, lo primero que se nos viene a la cabeza es una disputa entre
bloques (EEUU, China y Unión Europea,
principalmente), pero la verdadera guerra
económica vigente es la que el capitalismo
en su conjunto está librando contra la
humanidad y el propio planeta.
El capitalismo nos conduce de manera acelerada al
colapso ecológico y a un abismo de mayor violencia, autoritarismo y
desigualdad. Para desmantelarlo,
se hacen necesarios diagnósticos certeros sobre su dinámica interna (principales apuestas, límites,
conflictos), que nos permitan poner palos en la rueda capitalista a la vez
que impulsamos alternativas que pongan la vida, el trabajo y el bien común en
el centro.
Pero no es
un ejercicio sencillo. Vivimos en un sistema incierto y sobre-complejizado,
en el que la velocidad, la escala y la interdependencia en la que se desarrollan relatos, procesos y acciones
dificultan la elaboración de radiografías
atinadas de lo que nos ocurre.
En el ámbito
económico, hasta el estallido financiero de 2008, imperaba un consenso multilateralista en la agenda hegemónica, que apostaba por acumular tratados comerciales, megaproyectos y
organismos internacionales en favor del mercado global. Hoy, en cambio, son
de actualidad conceptos como guerra comercial, proteccionismo, aranceles,
complejo industrial-militar, disputa energética, cuarta revolución industrial
(4RI), etc. Y estos definen la actual coyuntura, en el marco de una guerra
económica a escala global.
¿Asistimos a un giro en la agenda hegemónica? ¿Han
perdido los tratados su rol estratégico tras el congelamiento del TTIP y el
avance de gobiernos como el de Trump? ¿Se consolida un escenario
des-globalizador en el que prima el proteccionismo estatal? ¿Son los aranceles
el centro de la disputa entre bloques corporativo-regionales?
Para responder a estos interrogantes parece necesario
discernir lo relevante de lo mediático, complejizar el análisis de la realidad.
Con ese ánimo abordamos el reto de
definir guerra económica como un fenómeno innegable, pero que debemos
situar dentro de las señas de identidad del capitalismo actual.
Las finanzas
son el gran hegemón, imponiendo
al sistema en su conjunto su naturaleza cortoplacista, inestable y
auto-ultrarregulada en su favor a escala mundial.
Cuando hablamos de guerra económica, lo primero que se
nos viene a la cabeza es una disputa entre bloques (EEUU, China y Unión Europea, principalmente, de la mano de sus
transnacionales), atravesada además por conflictos entre diferentes tipologías
de capital (financiero, industrial-militar, digital, extractivo, etc.). Siendo
esta la acepción comúnmente aceptada, es solamente una parte de algo más
amplio: la verdadera guerra económica vigente es la que el capitalismo en su
conjunto está librando contra la clase trabajadora, la humanidad y el propio
planeta.
El
capitalismo atraviesa un momento especialmente crítico, en el que a las escasas expectativas de reproducción
de un enorme excedente financiero se le une la incuestionable merma de la base
física en la que opera el sistema. Cómo
sostener la acumulación de capital en un contexto de bajo crecimiento, cómo
hacerlo con menos recursos materiales y energéticos, y además en un contexto de
crisis climática, define su gran paradoja presente.
Para tratar
de salir de esta, lanza una
virulenta ofensiva en forma de capitalismo del siglo XXI. Su principal
objetivo es derribar cualquier barrera (geográfica, política, sectorial) a la
mercantilización capitalista a escala global. Todo, de este modo, debe convertirse
en espacio de acumulación capitalista. Nada, en sentido contrario, puede
impedir el flujo natural del comercio y la seguridad de las inversiones. Y como
esta apuesta tiene un alcance limitado, se pretende iniciar una nueva onda
económica expansiva de la mano de la 4RI (inteligencia
artificial, robotización, automatización, etc.), que permita ampliar
exponencialmente la productividad y los sectores de reproducción del capital de
la mano de las megaempresas digitales.
Este y no otro es el principal exponente de la guerra
económica en ciernes: el conflicto entre un capitalismo caníbal —que exacerba
su matriz dictatorial, desigual e insostenible— y la propia vida.
No obstante, la actual coyuntura también exacerba los
conflictos intracapitalistas. Quienes detentan el poder compiten por el
menguante pastel del crecimiento económico. Se trata de conflictos que no ponen
en cuestión la ofensiva capitalista —al menos por el momento, sin descartar
hipotéticas escaladas bélicas—, delimitando su disputa dentro del marco de
ciertos patrones estructurales vigentes. Destacamos tres, que definen el marco
de lo posible para la guerra económica intracapitalista.
En primer
lugar, las finanzas son el gran hegemón, imponiendo al sistema en su conjunto su naturaleza
cortoplacista, inestable y auto-ultrarregulada en su favor a escala mundial. No
hay agenda capitalista que no se adapte a este patrón, en mayor o menor medida.
En segundo
término, las cadenas económicas se estructuran en lógicas globales, a partir del control que ejercen las empresas
transnacionales. La interdependencia de agentes es muy significativa; toda
medida en un territorio (aranceles, intereses, tipos de cambio, etc.) tiene una
respuesta global y efectos secundarios cual
boomerang, lo que dificulta una guerra abierta y total donde todas
las partes tienen mucho que perder.
Y tercero:
los capitales en su conjunto son conscientes de la crisis ecológica y de
acumulación, por lo que
la verdadera confrontación se centra en los materiales y fuentes de energía,
por un lado, así como en tratar de tomar la delantera en sectores avanzados de
la 4RI (datos, inteligencia artificial, comercio digital), por otro.
Por tanto,
la guerra intracapitalista se inserta
en los límites de una economía globalizada y financiarizada, que centra sus
esfuerzos en superar la grave crisis de acumulación y el colapso ecológico,
aunque ello conlleve una guerra abierta entre capital y vida.
Wall Street
es “quien manda aquí”, no la industria clásica y agro-exportadora.
Esta es la
clave para caracterizar la actual guerra económica. Si analizamos la agenda de EEUU, principal percutor del estallido del consenso
multilateralista, veremos cómo lo mediático no corresponde con lo estratégico.
Así, frente a la supuesta primacía de la guerra arancelaria con China y la UE, y frente a la pretendida
apuesta proteccionista sustentada en el America First y el congelamiento
del TTIP, EEUU asume la guerra
económica en su integridad. Pero siempre dentro de los tres patrones
estructurales señalados, ofreciendo así una mirada diferente del concepto.
De esta
manera, Wall Street es “quien manda aquí”, no la industria clásica y agro-exportadora. La globalización se sigue
imponiendo, por tanto, a la necesidad de protección. Las finanzas han conseguido hacer saltar por los aires todo intento
de regulación financiera, rebajar los impuestos, elevar los tipos de interés y
mantener un dólar fuerte, generar ofensivas contra monedas más débiles y
sostener la firma de tratados comerciales como herramienta de blindaje
corporativo (como evidencia la actualización del TLCAN),
aunque aceptando la necesidad de negociar en mejores condiciones los acuerdos
multilaterales como el TTIP.
Esta es la
base de la agenda real, que se
completa con la competencia salvaje con China
por el control de los datos como materia prima —Europa se muestra bastante
ausente en este sector—, así como por el desarrollo de nuevos servicios
digitales como espacio de acumulación. Esta disputa, junto a la constatación
del enorme superávit comercial chino y su control sobre la deuda pública
estadounidense, convierten al gigante asiático y a su soberanía en el verdadero objetivo de la guerra
intracapitalista, con Europa como convidado de piedra y escenario
vulnerable por influenciar. El cuadro de la agenda mainstream concluye con el sostenimiento —también
militar, si es necesario— del complejo extractivo de energía y materiales, ante
el agotamiento global.
A partir de ahí se desarrollan otras medidas de rango
menor, que tratan de contentar al resto de capitales: escaladas verbales belicistas (Rusia, Venezuela, acuerdo atómico,
etc.) para favorecer al complejo industrial-militar e incremento limitado de
aranceles para la industria doméstica y
agro-exportadora, que al menos compense el dólar fuerte y sostenga apoyos
electorales. Pero todo ello sin la relevancia que le otorgan los medios, dada
la interdependencia global que impide una guerra abierta.
¿Cómo
enfrentar la guerra económica? En primer lugar, asumiendo la acepción amplia de
confrontación con el capital.
En
definitiva, EEUU como adalid de la guerra económica muestra que esta se libra fundamentalmente en el ámbito financiero, energético-material y en
torno a la 4RI, cuestiones que no parecen estar en el foco mediático. Las
finanzas son el eje sobre el que pivota el marco de lo posible, por lo que la
apuesta globalizadora y en favor de los tratados se mantiene, con matices. Los
aranceles y el proteccionismo estatal, en cambio, tienen un alcance limitado y
con un fuerte componente retórico; solo hay verdaderas restricciones al flujo
de personas, desde lógicas racistas. Mientras tanto, la guerra económica en sentido
amplio se silencia, siendo la mayor amenaza.
En este
contexto, ¿cómo enfrentar la guerra económica? En primer
lugar, asumiendo la acepción amplia de confrontación con el capital. El cambio en la matriz económica desde
claves ecológicas, feministas y de clase, la defensa de los bienes comunes y la
disputa en torno a la 4RI —rompiendo el falso relato de la «economía colaborativa»— aparecen como prioridades estratégicas.
En segundo
término, no teniendo que elegir entre un
capitalismo u otro, uno multilateralista
u otro más unilateralista. Ambos nos conducen al abismo social y al colapso ecológico. Por supuesto, se trata de
frenar sin ambages el fascismo social y político, pero la alternativa nunca
habrá de pasar por un universalismo abstracto y mercantilizado que también nos
condena.
Romper esta
dicotomía a la que nos
empujan los mass media es un tercer eje prioritario, creando una
agenda económica y comercial ajena por completo a los relatos y prácticas
excluyentes y reaccionarias. Sin por ello denostar la disputa por las
soberanías, no solo la estatal sino también la local, regional y global. Y la energética, alimentaria, feminista y
popular, redefiniendo conceptos y perspectivas desde una mirada radical e
inclusiva. Pese
al ruido mediático, el antagonista es claro; el desafío es cómo hacerlo
descarrilar.
Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate es autor del libro “Mercado o democracia. Los
tratados comerciales en el capitalismo del siglo XXI” (Icaria, 2018).
Observatorio
de Multinacionales en América Latina (OMAL) - Paz con Dignidad.
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