“El gigante
asiático hace ya largos años que produjo cambios sustanciales en el ideario
socialista con
que llevó a cabo su revolución en 1949, con Mao Tse Tung a la
cabeza. Desde las reformas introducidas a fines de los 70 del siglo pasado
se comenzó a construir un engendro que para la izquierda tradicional de
Occidente nunca se terminó de entender: “socialismo
de mercado”. Lo cierto es que, apelando a la introducción de todo un
sector de propiedad privada, el país ha venido produciendo un avance económico
fabuloso, sin precedentes en ningún Estado capitalista. Atrayendo inversión
externa, permitiendo la propiedad privada de los medios de producción, siempre
bajo la atenta mirada del Partido Comunista, que es quien fija férreamente
las políticas, China pasó a ser una gran economía, disputándole el cetro
global a Estados Unidos, y con un superávit comercial impresionante que le
permite ser principal acreedor del país norteamericano”.
“¿Hay
realmente un “milagro” económico en China? Según como se lo quiera ver: sí y
no. No hay dudas que con la
incorporación de capitales externos, y tomando tecnologías provenientes del
desarrollo capitalista, el país asiático mantuvo -y mantiene todavía- un
vertiginoso ritmo de crecimiento económico que nunca se vio en Occidente (ni
durante la revolución industrial en la Inglaterra dieciochesca ni en Estados
Unidos entre fines del Siglo XIX y durante el XX). Ello permitió levantar
increíblemente el nivel de acceso a la riqueza de grandes masas, sacando de la
pobreza rural ancestral a millones de chinos. La dirección comunista impidió
que China fuera solo una “gran maquila”,
como suele presentársela (quizá maliciosamente), dejando de ser “ensambladora
de mercaderías de mala calidad”, de “juguetitos de segunda”, para ir
convirtiéndose en un país altamente industrializado,
con tecnologías de punta propias que ya comienzan a sorprender.
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SOCIALISMO CHINO Y LOS CAMBIOS DE LA REVOLUCIÓN.
*****
Marcelo
Colussi.
ALAI.
Sábado 11 de enero del 2020.
Hoy
día hablar de socialismo no es lo más común. El discurso dominante
-absolutamente pro libre mercado- lo tacha de “rémora del pasado”, “experimento
ya fenecido”, “objeto condenado al museo”. Pero ahí está la República Popular
China que, con un muy particular modelo de socialismo propio, ha conseguido
logros espectaculares.
Ese “particular modelo” (socialismo de mercado, o
socialismo con características chinas) abre preguntas. Para el capitalismo,
seguramente; y no solo preguntas, sino preocupaciones, porque un país -de
hecho, el más poblado del mundo- gobernado férreamente por un Partido
Comunista, está pasando a ser una superpotencia que desafía la supremacía de la
hoy principal potencia del libre mercado: Estados Unidos. Lo que lleva a
recordar que para la ideología capitalista -la dominante en todo el orbe hoy
por hoy- esas reformas introducidas en China con la apertura hacia mecanismos
de empresa privada alientan la esperanza que el gigante asiático termine
dejando la senda socialista para volverse un país capitalista más. Cosa que,
evidentemente, no sucede (las esperanzas de un retorno al camino del libre
mercado no se cumplen).
Y para quienes no creen que el socialismo sea un
“artefacto de museo”, la experiencia china inaugura un necesario y profundo
debate: ¿cómo se construyen las alternativas al capitalismo?
“Es mejor ser pobres bajo el socialismo que ricos
bajo el capitalismo”, había sentenciado Mao Tse Tung
durante la Revolución Cultural. Sin dudas, la revolución triunfante de 1949,
si bien había comenzado a obtener logros en el campo social, no pudo modificar
la situación económica estructural de base. Para 1976, año de la muerte de
Mao, China era aún un país muy pobre, atrasado tecnológicamente, con una
economía básicamente agraria, y con el 80% de su población bajo la línea de
pobreza, sobreviviendo con una precaria economía de mantenimiento (arroz y
papa).
En el año 1978 asume la dirección nacional Deng Xia Ping
quien, sin renunciar a los principios del socialismo,
comenzó a introducir importantes reformas en el ámbito económico: aparición de
mecanismos de libre mercado, aparición de empresas privadas extranjeras y
acumulación capitalista, con la aparición posterior de una clase empresarial
nacional con innumerables multimillonarios. “Ser rico es glorioso”,
pudo decir Deng años más tarde. Era proverbial su pragmatismo: “No importa si el
gato es blanco o negro; lo importante es que cace ratones.”
Años después, con el mantenimiento de ese enorme programa de transformaciones
económicas, la China cambió profundamente.
Las reformas se han mantenido y profundizado, pero el
espíritu socialista no varió. El Partido Comunista sigue conduciendo el país
con, aparentemente, un norte bien claro. De hecho, ya hay trazados planes para
el siglo XXII, cosa que, seguramente, solo una cultura milenaria como la china
-5,000 años- puede hacer, donde el tiempo se mide en ciclos inconmensurables (“¿Qué opina de la
Revolución Francesa de 1789?”, dicen que le preguntaron
a Lin Piao, dirigente maoísta. “Es muy prematuro para opinar todavía”).
Según datos del Banco Mundial, para nada sospechoso de
posiciones socialistas, entre 1980 y 2010 la tasa de pobreza (ajustada a
inflación y poder de compra) se redujo del 80% al 10%, una caída sin
precedentes en la historia. Esto significa que 500 millones de personas
salieron de la pobreza histórica. Entre 1990 y 2014 el PIB per cápita creció un
730%, mientras el PIB mundial aumentaba solo un 63%. Esto redujo notablemente
las diferencias entre China y el resto de países del globo. En 1990, el PIB
chino era un 83% más bajo que el PIB mundial (con un ingreso per capita
promedio de 1,500 dólares anuales frente a 8,800 dólares), pero en 2014 este
diferencial negativo se había reducido al 13% (12,600 dólares frente a 14,400
dólares). La economía china hoy día está vigorosa como ninguna, y sigue
creciendo, no al ritmo vertiginoso de años atrás (10% anual), pero sí
igualmente en forma muy abultada (6% interanual). De hecho, hoy los cuatro
bancos más grandes del mundo son chinos: Industrial and Commercial Bank of
China, China Construction Bank, Agricultural Bank of China y Bank of China,
tres de ellos de propiedad estatal.
Ese descomunal crecimiento económico de la República
Popular China plantea profundos interrogantes al ideario socialista. Contrario
a lo dicho por Mao y su casi entronización de la pobreza, Deng dijo que “la pobreza no es
socialismo”. Lo cual lleva a preguntarnos: ¿es la
empresa privada el motor del crecimiento económico?
Xulio Ríos, un agudo analista de todo el proceso chino,
nos informa que “el sector privado desempeña actualmente un importante rol en la segunda
economía del mundo. Según fuentes oficiales, responde por más del 50% de los
ingresos tributarios, el 60% del PIB, el 70% de la innovación tecnológica, el 80%
del empleo urbano y el 90% de los nuevos trabajos y nuevas empresas. Todo ello
con el 40% de los recursos. Desde 1980, la tasa de crecimiento anual del sector
privado ha oscilado entre el 20 y el 30%, mucho más elevada que el 5-10% de las
empresas de propiedad estatal.”
¿Por qué este apoyo a la empresa privada entonces que
realiza el Partido Comunista de China? ¿Rechazo del socialismo? Según los
ideólogos y autoridades que dirigen el país, no. Por el contrario, es el
“camino correcto” que traerá desarrollo y prosperidad para toda la población
china, y con su proyecto de Nueva Ruta de la Seda, podrá contribuir a un
desarrollo global. ¿Es así?
El gigante asiático hace ya largos años que produjo
cambios sustanciales en el ideario socialista con que llevó a cabo su
revolución en 1949, con Mao Tse Tung a la cabeza. Desde las reformas
introducidas a fines de los 70 del siglo pasado se comenzó a construir un
engendro que para la izquierda tradicional de Occidente nunca se terminó de
entender: “socialismo de mercado”. Lo cierto es que, apelando a la introducción
de todo un sector de propiedad privada, el país ha venido produciendo un avance
económico fabuloso, sin precedentes en ningún Estado capitalista. Atrayendo
inversión externa, permitiendo la propiedad privada de los medios de
producción, siempre bajo la atenta mirada del Partido Comunista, que es quien
fija férreamente las políticas, China pasó a ser una gran economía,
disputándole el cetro global a Estados Unidos, y con un superávit comercial
impresionante que le permite ser principal acreedor del país norteamericano.
¿Hay realmente un “milagro” económico en China? Según
como se lo quiera ver: sí y no. No hay dudas que con la incorporación de
capitales externos, y tomando tecnologías provenientes del desarrollo
capitalista, el país asiático mantuvo -y mantiene todavía- un vertiginoso ritmo
de crecimiento económico que nunca se vio en Occidente (ni durante la
revolución industrial en la Inglaterra dieciochesca ni en Estados Unidos entre
fines del Siglo XIX y durante el XX). Ello permitió levantar increíblemente el
nivel de acceso a la riqueza de grandes masas, sacando de la pobreza rural
ancestral a millones de chinos. La dirección comunista impidió que China fuera
solo una “gran maquila”, como suele presentársela (quizá maliciosamente),
dejando de ser “ensambladora de mercaderías de mala calidad”, de “juguetitos de
segunda”, para ir convirtiéndose en un país altamente industrializado, con
tecnologías de punta propias que ya comienzan a sorprender.
El Partido Comunista dirige efectivamente los destinos
del país, reservándose las decisiones básicas en el manejo de la economía,
exigiendo la real y constatable transferencia tecnológica a los capitales
externos que se invierten, y teniendo planes concretos de desarrollo nacional a
muy largo plazo (en China hablar de 50 o 100 años no es nada, obviamente,
después de 5,000 años de historia. “Siéntate al lado del río a ver pasar el cadáver de
tu enemigo”, enseñaba Sun Tzu… La paciencia china es
proverbial).
El desarrollo económico es real, y ello permitió un
avance científico-técnico portentoso, ubicándose ya hoy como líder en muchos
campos del quehacer humano, habiendo superado a las potencias capitalistas
(informática, inteligencia artificial, investigación aeroespacial,
biotecnologías, transportes). De hecho, su acumulación de reservas monetarias
es tan grande que, junto con Japón, es quien sostiene al Tesoro de Estados
Unidos. Hoy día China es vital para el mantenimiento del equilibrio económico
del planeta.
El costo de este fenomenal salto no es poco: retornó la
explotación capitalista más inmisericorde, con condiciones que ya no existen en
muchos países. La fabulosa acumulación originaria -que en Europa se hizo
masacrando indígenas americanos y población negra africana, mientras se robaban
con avidez los recursos naturales- en la China capi-socialista se llevó a cabo
a partir de la gran explotación de sectores campesinos que se reubicaron en los
grandes centros industriales de las urbes más desarrolladas, con salarios de
hambre y con extenuantes jornadas laborales. Condiciones que, sin dudas, rayan
la semi-esclavitud.
Eso no tiene secretos: la riqueza la producen siempre los
trabajadores con su esfuerzo personal (urbanos-rurales-manuales-intelectuales),
no importando el modelo económico en el que se desenvuelvan. La cuestión es
cómo se distribuye esa riqueza socialmente producida. En China, a partir de la
existencia de un sector de su economía basada en el modelo capitalista -aunque
sea dirigido por directivas que políticamente fija el Partido Comunista-, la
explotación está presente. Que esa riqueza no sea apropiada enteramente por los
inversionistas privados y que el Estado (socialista) se encargue de devolverlo
a la población a través de políticas sociales, es otra cosa. Pero la
explotación está. Por otro lado, contrariando los principios marxistas
clásicos, este nuevo modelo de desarrollo (“socialismo a la china”) estimula la
aparición de propietarios privados, premiando el “éxito” económico de quienes
se transforman en millonarios. El lujo ostentoso está presente en el país al
igual que en los más encumbrados centros capitalistas de Occidente. Todo lo
cual abre esa pregunta a la construcción socialista: ¿cómo?, ¿socialismo con
clases sociales diferenciadas? En todo caso, lo que en el milenario país
asiático se ve podría hacer pensar en un capitalismo socialdemócrata, con un
Estado keynesiano benefactor.
Desde fuera de China, y con planteos marxistas clásicos,
cuesta entender el proceso. ¿Es capitalismo o es socialismo? ¿Un paso atrás
para tomar impulso y seguir avanzando? Lo cierto es que el proyecto chino
actual, que se comporta como cualquier planteo capitalista, se está extendiendo
por el mundo. Y donde llega, su impronta es capitalista. Invierte capitales y
explota mano de obra. Claro que -fundamental es aclararlo- de momento no se ha
mostrado como potencia imperialista invasora apelando a la violencia militar.
Sin disparar un tiro, está haciendo algo que el rapaz capitalismo
estadounidense, o el europeo en su momento, hicieron a base de sanguinaria
entrada bélica. El ambicioso proyecto de la Nueva Ruta de la Seda es una
iniciativa que posicionará a China como principal potencia mundial, con
presencia en más de 100 países. Para algunos es una forma sutil de
imperialismo, colocando sus propias mercaderías en los cinco continentes; para
otros, los chinos fundamentalmente, una forma de llevar prosperidad a los
sectores más deprimidos del globo. ¿Planteo socialista? El debate está abierto.
Se podría pensar que el aliciente de la empresa privada
les ha servido. ¿Qué tiene la empresa privada que fomenta ese crecimiento, y
que el Estado socialista, con economía planificada, no consigue? ¿Habrá que
quedarse con la idea que “el ojo del amo engorda el ganado”?
¿Es inexorable esa verdad? Por eso decíamos que el fenómeno de la China debe
llevarnos a plantear estas cuestiones básicas de todo el andamiaje conceptual
socialista.
La idea de “productores libres asociados”,
como dijera Marx, estandarte de esa fase superior de desarrollo que sería el
comunismo donde regiría la fórmula “De cada quien, según su capacidad; a cada quien,
según su necesidad”, dista aún mucho de la realidad
actual. Lo que prima dentro de las relaciones capitalistas no es, precisamente,
la solidaridad, la fraternidad. El “sálvese quien pueda” individualista es la matriz
dominante.
La experiencia china muestra que el incentivo personal
cuenta, y cuenta mucho para la generación de riqueza (¿no era eso lo que
buscaba la Perestroika soviética?). ¿Puede ese elemento ser la guía para la
construcción de una sociedad nueva? A estar con lo que nos lega la actual
República Popular China, estaríamos tentados de responder que sí. Pero, ¿solo
el látigo del amo permite elevar la productividad? Lo cual lleva a plantearnos:
¿es posible construir el socialismo en países industrialmente no desarrollados?
Lo curioso es que las primeras experiencias socialistas vinieron de las zonas
menos industrializadas, con situaciones agrarias cuasi feudales (Rusia, China,
Cuba, Vietnam, Nicaragua).
Valga una vez más la cita de Deng Xia Ping: “la pobreza no es
socialismo”. ¿Se necesita inexorablemente una gran
acumulación de riqueza para construir el socialismo? Si es así, pareciera
imprescindible elevar la productividad para ello. ¿Sin el látigo patronal no se
puede lograr?
La promoción de incentivos individuales para aumentar la
producción no es nada nuevo: en la Unión Soviética, durante la década de 1930
tuvo lugar el movimiento stajanovista (impulsado por el minero Alekséi
Stajánov), consistente en el pago de bonos extras por el aumento de la
productividad. Eso mismo retomó Mijaíl Gorbachov con su intento de
reestructuración en la década de los 80, para lo que se introdujeron mecanismos
capitalistas. “Bajo
el capitalismo, esto es una tortura, o un engaño”,
dijo Lenin refiriéndose a los premios que otorgaba a sus trabajadores la
industria estadounidense. “Hay elementos de "tortura y engaño" en
los récords soviéticos también”, agregó León Sedov (hijo
mayor de Trotsky), analizando el stajanovismo, que no es sino una fórmula
capitalista de fomento del individualismo, del premio al voluntarismo personal.
Sigue siendo una agenda pendiente para el socialismo cómo
lograr un aumento de la riqueza a partir de economías planificadas. Eso remite
a la pregunta de si es posible establecer una moral socialista que funcione
autónomamente (hay que trabajar con excelencia porque esa es la ética humana,
podría decirse), o se necesita siempre del látigo para hacernos mover.
Disyuntiva que, sin dudas, no está resuelta. La empresa privada, que no se
detiene a filosofar sobre estos puntos, se limita a presentar el látigo. Para
los trabajadores, la amenaza de la desocupación es un tirano que asusta tanto o
más que la cámara de tortura. Y con eso acumula riqueza; lo demás le sale
sobrando. Pragmatismo puro, podría decirse. Deng Xia Ping y sus reformas son un
claro ejemplo de ello.
El modelo chino, ese raro y complejo “socialismo de
mercado”, permitió generar una acumulación de riqueza espectacular en poco
tiempo. El costo es que está basado en la explotación de los trabajadores. ¿Fue
necesario eso como “un paso atrás para tomar impulso”? Todo indicaría que el
Partido Comunista tiene puesto ahora sus ojos en la promoción de enormes planes
de beneficio social para las inconmensurables masas de población del país. La
riqueza acumulada probablemente lo permita.
Otros países socialistas como Cuba, Corea del Norte, o
Vietnam, que sufrió también un proceso de involución capitalista, están
preguntándose ahora sobre el modelo chino (dirección política de izquierda con
introducción de mecanismos capitalistas).
Se abre la pregunta entonces sobre si no hay otra forma
de incentivar la producción que no sea a través del premio material, el premio
al propio esfuerzo, la incentivación de la ganancia (“Ser rico es
glorioso”). Las empresas privadas en China sirvieron
para aumentar la productividad a un gran superlativo. Y ello, pareciera, es lo
que sirvió para generar un nivel de confort para toda su población que una
economía rural de subsistencia no podía lograr.
¿Cuál es la clave para fomentar la productividad entonces,
si entendemos que ese es el camino para el aumento de la riqueza? En la extinta
Unión Soviética los mecanismos de mercado sirvieron para la explosión del país
(se ha dicho que Gorbachov trabajaba para la CIA. Más allá de eso -posible
teoría paranoico-conspirativa-, es evidente que la introducción de elementos
capitalistas sirvió para destruir al primer Estado obrero-campesino de la
historia). En China, que siempre estudió muy meticulosamente el experimento
soviético, los resultados son otros. ¿Qué pasará en Cuba, por ejemplo, si se
permiten abiertamente los mecanismos capitalistas?
Todo esto no pretende tomar una posición definitiva sobre
la experiencia china sino aprender de ella, estudiarla y ampliar el debate,
útil en los países que no somos la China. Lo que nos
lleva a pensar: ¿qué es entonces el socialismo? ¿No era socialización de los
medios de producción y poder popular, democracia de base?
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