"El
futuro. Permanece en
suspense la opinión de los autores respecto la posible trayectoria de China.
Sigue siendo posible una progresión en la dirección del socialismo, aunque no
se pueda excluir una restauración del capitalismo. La lucha de clases será
quien determine la cuestión. En la China actual los equilibrios de clase son
complejos. Por una parte, está el Partido Comunista que se apoya sobre todo en
las clases medias y en los empresarios privados, dos grupos a los que en las
últimas décadas les ha interesado fomentar una economía con un alto
crecimiento. Por otra parte, están las masas obreras y campesinas "que
siguen creyendo en la posibilidad de constituirse como sujetos de su historia y
que siguen proyectando sus esperanzas en un futuro socialista". Ahora la
cuestión es saber si el partido logrará perpetuar sus éxitos sin desequilibrar
la relación de fuerzas a beneficio de las personas trabajadoras y campesinas.
Si el partido toma el camino del capitalismo corre peligro de trastornar este
frágil equilibrio. Eso podría provocar grandes confrontaciones políticas e
incluso provocar a una pérdida de control de las oposiciones sobre las que
reposa el sistema, lo que supondría un fracaso en lo que concierne a las
estrategias de desarrollo a largo plazo.
El desenlace
es incierto, pero para los autores se pueden observar muchos aspectos que
marcan claramente la diferencia con el capitalismo.
Más allá de
esto, también están los objetivos a largo plazo del socialismo y hay potencial
para reactivar el proyecto.
Otro factor
de incertidumbre que es determinante para el futuro es el capitalismo de los
monopolios financieros sostenidos por la hegemonía de Estados Unidos, que cada
vez busca más la confrontación con China a pesar del denso tejido económico que
existe entre ambos países. Herrera y Long advierten de que en Occidente debemos
ser conscientes de que el capitalismo mundial está en un callejón sin salida y "que
la agonía de este sistema solo aportará a los pueblos del mundo devastaciones
sociales en el Norte y guerras militares contra el Sur". Hay que
añadir que sólo podemos esperar que la lógica capitalista se pueda mantener
bajo control en China. De lo contrario, nos encontraríamos en una situación
comparable a la que caracterizó la víspera de la Primera Guerra Mundial, cuando
los bloques imperialistas emprendieron un pulso a fin de ampliar su zona de
influencia o mantenerla.
Los autores
no esbozan una historia triunfante. El "socialismo con características
chinas" no constituye en modo alguno un "ideal logrado del proyecto
comunista. Sus desequilibrios son demasiado patentes". En este sentido
señalan que China sigue siendo un país en vías de desarrollo y que precisamente
por ello "este proceso será largo, difícil, lleno de contradicciones y de
riesgos", lo que no debería sorprendernos porque "¿acaso el
capitalismo no necesitó siglos para imponerse?". Los muchos desequilibrios
y contradicciones deberían frenar a las personas simpatizantes o al menos
impedirles caer en la tentación de exportar demasiado rápido la receta china".
/////
CHINA
Y EL DESTINO DEL MUNDO.
*****
Marc Vandepitte.
Investig’Action
Rebelión jueves 23 de enero del 2020.
Traducido del francés para rebelión por Beatriz Morales Bastos.
De creer lo
que se escribe a derecha e izquierda sobre China, ¡no habría nada más que hablar! Se dice que el país
ha capitulado y se ha vuelto capitalista, al margen de lo que pueda
pretender el propio régimen chino. Es precisamente contra esta
opinión casi unánime contra lo que luchan enérgicamente los economistas
Rémy Herrera y Zhiming Long en su libro La Chine est-elle
capitaliste?* [¿Es
capitalista China?].
Intereses
Es una
cuestión fundamental para la izquierda. En primer lugar, porque se trata de
casi una cuarta parte de la población mundial y de uno de los raros y últimos
países surgidos de una revolución socialista, de modo que la dirección que
adopte China será determinante para el futuro del planeta.
Más aún, es
un reto importante para la batalla de las ideas en nuestros países. El
desarrollo económico de China es un éxito impresionante. En el momento en el
que el capitalismo ofrece signos evidentes de declive hay un interés
extraordinario en reivindicar como "capitalista" el éxito de China.
De este modo sigue siendo posible atribuirse cierto crédito ideológico e
incluso desanimar un poco a las fuerzas adversas. Por medio del pensamiento
único neoliberal se hace lo imposible para convencer a la gente de que el
socialismo no tienen futuro. Una China socialista rompería los esquemas.
Todo
es cuestión de punto de vista
Por
supuesto, hay una serie de fenómenos evidentes que abogan a favor de reconocer
a China como un ejemplo de capitalismo: la cantidad cada vez más importante de
personas multimillonarias, el consumismo de amplios sectores de la población,
la introducción de muchos mecanismos de mercado después de 1978, la
implantación de casi todas las grandes empresas occidentales que por medio de
salarios muy bajos tratan de convertir al país en una gran plataforma
capitalista, la presencia de los mayores bancos capitalistas en suelo chino y
la omnipresencia de empresas privadas en los mercados internacionales.
Pero, según
argumentan Herrera y Long, si Francia o cualquier otro país occidental
colectivizara toda la propiedad de la tierra y del subsuelo, nacionalizara las
infraestructuras del país, pusiera en manos del gobierno la responsabilidad de
las industrias clave, estableciera una rigurosa planificación central; si el
gobierno ejerciera un control estricto sobre la moneda, sobre todos los grandes
bancos e instituciones financieras; si el gobierno vigilara de cerca el
comportamiento de todas las empresas nacionales e internacionales; y, por si
aún no fuera suficiente, si en la cima de la pirámide política estuviera un
partido comunista que supervisara el conjunto... ¿se podría entonces seguir
hablando de un país "capitalista" sin caer en el ridículo? A todas
luces, no. Evidentemente lo calificaríamos de socialista e incluso de
comunista. Sin embargo, curiosamente hay una obstinada reticencia a calificar
así al sistema político-económico vigente en China.
En opinión
de los autores, para entender bien el sistema chino y no enredarse en
observaciones superficiales hay que tener en cuenta varios factores
excepcionales que caracterizan al país, empezando por la cantidad enorme de
personas que compone su población así como la extensión y diversidad de su
territorio.
También es
indispensable mantener en perspectiva los diferentes periodos, cada uno de
ellos de siglos de duración, a lo largo de los cuales fueron tomando forma la
nación y la cultura.
Así, durante
dos mil años el Estado se apropió de la plusvalía de las personas campesinas y
también reprimió duramente toda iniciativa privada y transformó las grandes
unidades de producción en monopolios del Estado. A lo largo de esos siglos
nunca se habló de capitalismo.
Finalmente
conviene tener en cuenta la humillaciones coloniales de la segunda parte del
siglo XIX y de una primera mitad del siglo XX particularmente convulsa, con
tres revoluciones y otras tantas guerras civiles. Así, durante una guerra civil
que duró treinta años el Partido Comunista llevó a cabo en los
"territorios liberados" muchas experiencias en las que el sector
privado se dejó en gran medida intacto con el fin de que compitiera con las
nuevas formas de producción colectiva.
Más
allá de los clichés
Antes de
analizar las especificidades del sistema Herrera y Long saldan cuentas con dos
clichés arraigados sobre el éxito de China. El primero, muy extendido, mantiene
que el crecimiento económico rápido llega después de las reformas de Deng
Xiaoping de 1978 y gracias a ellas, lo cual es totalmente falso. En los diez
años anteriores a este periodo la economía ya había conocido un crecimiento del
6,8 %, es decir, el doble del que tuvo Estados Unidos en el mismo periodo.
Teniendo en cuenta las inversiones en medios de producción (capital fijo) y en
conocimientos y experiencia (recursos educativos), se aprecia un crecimiento
casi equivalente para los mismos periodos e incluso un crecimiento más
importante investigación y desarrollo en el caso del primer periodo.
La política
agrícola es un elemento esencial para explicar el éxito de China, que es uno de
los pocos países del mundo que garantizó a sus poblaciones campesinas un acceso
a las tierras agrícolas. Después de la revolución la gestión de las tierras
agrícolas dependía del gobierno, que asignaba a cada campesino una porción de
tierras agrícolas. Esta regla continúa vigente hoy en día. La cuestión agrícola
es fundamental en una China que debe alimentar a casi el 20 % de la población
mundial con solo un 7 % de tierras agrícolas fértiles. Hay que tener en cuenta
que en China se habla de un cuarto de hectárea de tierra agrícola por
habitante, en India del doble y en Estados Unidos de cien veces más.
A pesar de
los errores del Gran Salto Adelante China iba a lograr alimentar a su población
bastante rápidamente, tanto más cuanto que las plusvalías generadas por la agricultura
se invirtieron en la industria, con lo que se establecieron las condiciones de
un desarrollo industrial rápido. El crecimiento espectacular del 9,9 % en el
periodo que siguió a las reformas solo fue posible gracias a los esfuerzos y a
los logros de los treinta primeros años posteriores a la revolución. Bien
mirado, bajo Mao el país ya había conocido un crecimiento impresionante. Bajo
su dirección se triplicaron los ingreso por habitante mientras que la población
se duplicaba. Y los autores destacan también que en su fase inicial la economía
china ni era una "autarquía" ni tenía voluntad de replegarse sobre sí
misma sino que el país sufría un embargo de Occidente.
Según un
segundo cliché muy extendido este crecimiento espectacular es el resultado natural
y lógico de la apertura de la economía y de la integración en el mercado
mundial capitalista y, más particularmente, de la entrada en la en Organización
Mundial de Comercio (OMC) en el 2001. Pero esto tampoco se sostiene. Mucho antes
de dicha entrada China conocía ya un fuerte crecimiento económico: entre 1961 y
2001 se habla de un crecimiento anual del 8 %. Es indudable que esta apertura
fue un éxito, pero el aumento del crecimiento no fue en absoluto espectacular.
En los cinco primeros años después de la entrada [en la OMC] el crecimiento
económico apenas aumentó poco más del 2 %.
La apertura
económica a países extranjeros (comercio, inversiones y flujo de capitales
financieros) tuvo unas consecuencias desastrosas para muchos países del tercer
mundo. En China esta apertura fue un éxito porque se sometió a las necesidades
y objetivos del país, y porque estaba totalmente integrada en una sólida
estrategia de desarrollo. Según Herrera y Long, la coherencia de la estrategia
de desarrollo en China no tiene equivalentes entre los países del Sur.
Ni
comunismo ni capitalismo
Por
consiguiente, ¿qué se oculta detrás del "socialismo con características
chinas"? Para los autores, sin lugar a dudas no se trata de comunismo en
el sentido clásico del término. Marx y Engels entendía por comunismo la
abolición del trabajo asalariado, la desaparición del Estado y la autogestión
de la producción. No es el caso de la China actual, como tampoco fue nunca el
caso en los países del "socialismo real". En China no fue tanto la
consecuencia de una opción ideológica como de las extremadamente difíciles
circunstancias en las que nació y se tuvo que realizar la revolución. En 1949,
tras una guerra civil interminable, se instala un Estado que se denomina
"comunista" y que a medida que avanzaba se fue distanciando del
modelo soviético.
Después de
la apertura y las reformas bajo Deng Xiaoping "el socialismo retrocedió
enormemente en China. Hoy estamos lejos del ideal igualitario comunista".
Los autores señalan en este sentido una serie de parámetros como el
individualismo, el consumismo, el afán por los negocios lucrativos, el
arribismo, el gusto por el lujo y la apariencia, la corrupción, etc. Es
indudable que estos aspectos son preocupantes, aunque el gobierno chino hace
todo para restablecer la "moral socialista".
Aunque es
indudable que no es comunismo, tampoco es capitalismo. Para Marx el capitalismo
supone "una separación muy fuerte entre el trabajo y la propiedad de los
principales medios de producción". Los propietarios del capital tienen
tendencia a formar colectivos (accionistas) que ya no gestionan directamente el
proceso de producción sino que lo dejan en manos de los gestores. A menudo el
beneficio adopta la forma de dividendos sobre las acciones.
La mayor
parte de las muchas empresas (en general pequeñas empresas familiares
artesanales) no responde a este criterio, ni tampoco las muchas empresas
"colectivas" en las que las personas obreras son propietarias del
aparato de producción y tienen derecho a voto en el nivel directivo, y menos
aún en el caso de las cooperativas.
Ni siquiera
en las empresas estatales está tan clara la separación entre trabajo y
propiedad porque incluso ahí existe una forma de cogestión por parte de las
personas obreras y empleadas, aunque sea limitada. En resumen, a menudo es muy
relativa la separación entre trabajo y propiedad.
Otro
criterio para definir el capitalismo es "la maximización del beneficio
individual". Esto no es en absoluto relevante en las grandes empresas
estatales donde se concentran los medios de producción más importantes.
Por
consiguiente, no se trata de capitalismo pero, entonces, ¿quizá es
"capitalismo de Estado" (1)?. Según los autores del libro, el término
se acerca más aunque sigue siendo demasiado difuso, demasiado vago al tiempo
que encierra demasiados sobreentendidos.
Entonces,
¿de qué se trata?
Los
principales dirigentes chinos no niegan la presencia de elementos capitalistas
en su economía, pero los consideran uno de los componentes de su sistema
híbrido cuyos sectores claves están en manos del gobierno. Para ellos China
navega todavía por "la primera fase del socialismo, esto es, una etapa que
se considera imprescindible para desarrollar las fuerzas productivas". El
objetivo histórico es y sigue siendo un socialismo avanzado. Como
Marx y Lenin, se niegan a considerar el comunismo "un reparto de la
miseria" y, por consiguiente, afirman "su voluntad de proseguir una
transición socialista durante la cual una muy amplia mayoría de la población
podrá acceder a la prosperidad. ¿No se demostraría a la vez que el socialismo
puede y debe superar al capitalismo?", se preguntan los autores.
Describen el
sistema político-económico de China como "socialismo
de mercado o con mercado". Dicho sistema se basa en diez pilares,
muy ajenos al capitalismo:
1- La perennidad de una planificación fuerte y
modernizada, que ya no es el sistema rígido y extremadamente
centralizado de los primeros tiempos.
2- Una forma de democracia política, claramente
perfeccionable, pero que hace posible las opciones colectivas que están en la
base de dicha planificación.
3- La existencia de unos servicios públicos muy
amplios que en su mayor parte siguen estando al margen del mercado.
4- Una propiedad de la tierra y de los recursos
naturales que siguen siendo de dominio público.
5- Unas formas diversificadas de propiedad, adecuadas
a la socialización de las fuerzas productivas: empresas públicas, pequeña
propiedad privada individual o propiedad socializada. Durante una larga
transición socialista se mantiene, incluso se fomenta, la propiedad capitalista
a fin de dinamizar el conjunto de la actividad económica y de incitar a las
demás formas de propiedades a ser eficaces.
6- Una política general que consiste en aumentar
relativamente más rápidamente las remuneraciones del trabajo respecto a otras
fuentes de ingresos.
7- La voluntad declarada de justicia social promovida
por los poderes públicos, según una perspectiva igualitaria frente a una
tendencia de varias décadas al empeoramiento de las desigualdades sociales.
8- Se da prioridad a preservar el medioambiente.
9- Una concepción de las relaciones económicas entre
los Estados basadas en el principio de que todos ganan.
10- Unas relaciones políticas entre Estados basadas en
la búsqueda sistemática de la paz y de unas relaciones más equilibradas entre
los pueblos.
Algunos de
estos pilares se abordan con más detalle. Aquí distinguiremos dos de ellos: el
papel clave de las empresas estatales y de la planificación modernizada. El
libro también trata un asunto importante: la relación entre el poder político y
el económico.
Las empresas
estatales desempeñan un papel estratégico en el conjunto de la economía. Operan
de un modo que no va en detrimento de las muchas pequeñas empresas privadas ni
del tejido industrial nacional. Sus objetivos se orientan a las inversiones
productivas y pueden proporcionar fácilmente servicios baratos tanto a otras
empresas como a proyectos colectivos. Dentro de estas empresas el propio Estado
puede determinar qué gestión sería la más adecuada. En todo caso, el papel que desempeñan
las empresas estatales es una de las explicaciones esenciales de los buenos
resultados de la economía china. Y también desempeñan su papel en ámbito
social. Las empresas estatales pueden remunerar mejor a sus empleados y
ofrecerles una cobertura de seguridad social mejor. En este sector es más
posible salvar la brecha entre ricos y pobres.
El proyecto
de una economía es "el verdadero espacio donde una nación elige un destino
común y el medio para que un pueblo soberano se convierta en su dueño". Según
Herrera y Long, en el caso de China se trata de una "planificación"
fuerte cuyas técnicas se han suavizado, modernizado y adaptado a las exigencias
del presente. En la antigua "planificación excesivamente
centralizada" una empresa debía aceptar los productos a
pesar del coste real al que se habían fabricado.
Este
mecanismo limitaba enormemente las posibilidades de iniciativa de las empresas
así como la propia eficacia del sector productivo en su conjunto. La calidad y
el costo se consideraban problemas "administrativos" o
"tecnocráticos" y perdían su posibilidad de estimular la economía.
Los imperativos y limitaciones de la producción se manifestaron en una
recurrencia de las crisis de disponibilidad de los recursos materiales.
Por
consiguiente, desde finales de la década de 1990 interviene una planificación
más flexible, monetarizada y descentralizada. Esta nueva planificación seguía
estando bajo la dirección de una autoridad central macroeconómica. Se dio a las
empresas más autonomía para gestionar las divisas y comprar mercancías. Esta
flexibilización llenó varias lagunas de la antigua planificación y llevó a un
desarrollo económico más intensivo (2) y respetuoso con el medio ambiente.
¿Para una
transición al socialismo es necesario que coincidan perfectamente los
poderes económico y político? Los autores
creen que no. En cambio, es necesario que quienes poseen el poder económico
(los capitalistas) estén bajo la tutela estrecha del poder político. A este
respecto los autores remiten a una discusión que tuvo lugar en 1958 entre Mao
Zedong y el gobierno soviético de entonces. Según Mao Zedong, la revolución
china podía seguir caminando sin problemas, aunque China todavía contara con
capitalistas. Su argumento era que la clase capitalista ya no controlaba al Estado,
sino que este control lo ejercía entonces el Partido Comunista (3). Según los
autores, actualmente la alta proporción de propiedad pública en los sectores
estratégicos limita eficazmente las ambiciones de los propietarios del capital
nacional privado. Además, el Partido Comunista sigue estando en posición de
impedir que la burguesía se vuelva a convertir en una clase dominante.
El
futuro
Permanece en
suspense la opinión de los autores respecto la posible trayectoria de China.
Sigue siendo posible una progresión en la dirección del socialismo, aunque no
se pueda excluir una restauración del capitalismo. La lucha de clases será
quien determine la cuestión. En la China actual los equilibrios de clase son
complejos. Por una parte, está el Partido Comunista que se apoya sobre todo en
las clases medias y en los empresarios privados, dos grupos a los que en las
últimas décadas les ha interesado fomentar una economía con un alto
crecimiento. Por otra parte, están las masas obreras y campesinas "que
siguen creyendo en la posibilidad de constituirse como sujetos de su historia y
que siguen proyectando sus esperanzas en un futuro socialista".
Ahora la
cuestión es saber si el partido logrará perpetuar sus éxitos sin desequilibrar
la relación de fuerzas a beneficio de las personas trabajadoras y campesinas.
Si el partido toma el camino del capitalismo corre peligro de trastornar este
frágil equilibrio. Eso podría provocar grandes confrontaciones políticas e
incluso provocar a una pérdida de control de las oposiciones sobre las que
reposa el sistema, lo que supondría un fracaso en lo que concierne a las
estrategias de desarrollo a largo plazo.
El desenlace
es incierto, pero para los autores se pueden observar muchos aspectos que
marcan claramente la diferencia con el capitalismo.
Más allá de
esto, también están los objetivos a largo plazo del socialismo y hay potencial
para reactivar el proyecto.
Otro factor
de incertidumbre que es determinante para el futuro es el capitalismo de los
monopolios financieros sostenidos por la hegemonía de Estados Unidos, que cada
vez busca más la confrontación con China a pesar del denso tejido económico que
existe entre ambos países. Herrera y Long advierten de que en Occidente debemos
ser conscientes de que el capitalismo mundial está en un callejón sin salida y "que
la agonía de este sistema solo aportará a los pueblos del mundo devastaciones
sociales en el Norte y guerras militares contra el Sur".
Hay que
añadir que sólo podemos esperar que la lógica capitalista se pueda mantener
bajo control en China. De lo contrario, nos encontraríamos en una situación
comparable a la que caracterizó la víspera de la Primera Guerra Mundial, cuando
los bloques imperialistas emprendieron un pulso a fin de ampliar su zona de
influencia o mantenerla.
Los autores
no esbozan una historia triunfante. El "socialismo con características
chinas" no constituye en modo alguno un "ideal logrado del proyecto
comunista. Sus desequilibrios son demasiado patentes". En este sentido
señalan que China sigue siendo un país en vías de desarrollo y que precisamente
por ello "este proceso será largo, difícil, lleno de contradicciones y de
riesgos", lo que no debería sorprendernos porque "¿acaso el
capitalismo no necesitó siglos para imponerse?". Los muchos desequilibrios
y contradicciones deberían frenar a las personas simpatizantes o al menos
impedirles caer en la tentación de exportar demasiado rápido la receta china.
Algunas
notas al margen…
Aunque
Herrera y Long son profesores universitarios saben cómo exponer sus argumentos
de forma ligera, legible y convincente. El libro contiene información sólida,
con cifras y muchos gráficos útiles. En el anexo se incluye una cronología muy
interesante que traza la historia de China desde el comienzo de la humanidad.
Un punto débil del libro es que no todos los argumentos son tan exhaustivos,
además de ser demasiado conciso para ello.
El punto de
vista elegido es económico, lo que tiene la ventaja de ser más materialista que
"fluctuante" y la desventaja de subestimar a veces el papel de la
lucha ideológica. Herrera y Long señalan algunos aspectos negativos en este
sentido, pero subestiman el hecho de que toda la sociedad está literalmente
impregnada de la propaganda capitalista, incluso dentro del propio Partido
Comunista. En este sentido son esclarecedores los acontecimientos de Tiananmen
ya que, en efecto, faltó muy poco para que China tomara el mismo camino que la
Unión Soviética. Si se quiere mantener el rumbo en dirección del socialismo
será crucial frenar la ideología capitalista.
En su
argumentación sobre si el sistema es capitalista o no se centran en la cuestión
de las relaciones de propiedad, lo cual es correcto, pero sólo en parte porque
las relaciones de propiedad no dicen todo respecto al control que ejerce el
gobierno sobre la economía. Al dar o no acceso a los contratos de adjudicación,
a los beneficios fiscales, al acceso a los fondos de inversión del gobierno, a
las instituciones financieras y a los subsidios, etc., el gobierno central
dirige de hecho grandes sectores, incluidas empresas privadas, sin tener un
control directo sobre estas empresas como tales ni poseer acciones en ellas
(4).
Por
múltiples razones China es uno de los países peor comprendidos del mundo, por
lo que el libro de Herrera y Long es más que bienvenido. De forma valiente va a
contracorriente de los prejuicios y señala algunos clichés arraigados. A la
luz del relativo descenso a los infiernos del capitalismo, tanto económica como
políticamente, los autores provocan la discusión ideológica. Esta es la segunda razón por la que es un libro muy
recomendable
* Rémy
Herrera y Zhiming Long, La Chine est-elle capitaliste ?,
París, Éditions Critiques, 2019, 199 p.
*****
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