La globalización neoliberal – el capitalismo financiero especulativo
– producto de las revoluciones: de la
comunicación electrónica, las tecnologías y el transporte, así como el conjunto de leyes,
normas, disposiciones que se impusieron desde las potencias
capitalistas-imperialistas – países globalizadores – a inicios de la década de
los 80’ del siglo XX para universalizar el mercado único de la economía libre,
no sólo sustituyó históricamente al “viejo”
capitalismo industrial – que una de sus principales características era la
de utilizar mano de obra no especializada en miles de miles -; producto de las
grandes revoluciones, los bancos, las bolsas, las aseguradoras, corporaciones,
no utilizan mano de obra general, sino mano de obra especializada, tecnificada,
profesional, consecuencia de ello millones se van a la calle?, no entran en el
nuevo modelo del capitalismo.
Segundo – para desarrollar – la Caída del Muro de Berlín y el
socialismo NO existente, influenció en
todo el mundo de las ideologías y las políticas de la Izquierda “tradicional”, “conservadora”,
parlamentaria, reformista, social demócrata, que años después antes de
finalizar el milenio, prácticamente desapareció del mundo sindical. Pero además
uno de los grandes objetivos estratégicos del neoliberalismo en las
“aspiraciones” políticas de la señora Thatcher era que todo su “programa
político” disparaba contra el “Poder Sindical” que se había construido social y
políticamente durante los 30 años de oro del capitalismo, pero cuyo poder y
organizaciones no funcionaban en un “Estado agotado” el “Estado del Bienestar” y que no respondía a las condiciones de los
tiempos del neoliberalismo.
Tercero – también a desarrollar – la crisis de las ideologías y las
políticas – no sólo de la Izquierda Socialista, Comunista con la Caída del Muro
de Berlín
además es necesario
sumar la propia crisis interna de los Partidos Políticos de la Izquierda,
crisis que llevó al despeñadero social y político a todo el “mundo sindical”, situación de gravedad política que no fue
coyuntural, sino que se prolonga hasta hoy y con fuertes consecuencias en las
organizaciones de representación, en las formas de lucha, en los contenidos de
las Plataformas de Reivindicaciones y
Derechos, así como – en lo principal – no encuentran una salida al derrumbe
del mundo sindical y menos la forja y construcción de una propuesta para tratar
de conjugar, unir, relacionar directa y dialécticamente lo social y lo político hoy muy dividido, separado, cada uno camina
por su propio escenario, donde encontramos un conjunto más de elementos que hoy
están presente en la crisis global del sindicalismo que enfrenta también la “ausencia”
progresiva” de clase obrera en condiciones de sindicalizarse, pero sí tenemos millones
de trabajadores – 80% obreras jóvenes
– en el mundo de la globalización en especial en los países de economías
emergentes varios de ellos conformantes de las economías BRICS, donde de prohíbe – se liquidó o desde sus inicios o
nunca se permitió – el reconocimiento de derechos sindicales- laborales y hoy
tenemos millones de los “nuevos esclavos asalariados”, objetivo estratégico en
el sistema mundo actual, donde es urgente y obligatorio replantear seria y
objetivamente los nuevos intereses estratégicos del mundo sindical.
/////
SIN MOVIMIENTO OBRERO, ¿ADÓNDE QUIEREN
LLEVARNOS LAS NUEVAS IZQUIERDAS?.
*****
Armando B. Ginés.
Rebelión sábado 18 de julio del 2015.
Como tal, el movimiento obrero a la usanza del
siglo XX ha dejado de existir y de ser un actor político con señas de identidad
propias, habiéndose segmentado en multitud de movimientos sociales o mareas
puntuales donde sus energías se han disuelto de modo irremisible.
La precariedad laboral se configura como un amplio
territorio inconexo de trabajadores que solo buscan salvar los muebles de sus
necesidades básicas inmediatas. Nadie se reconoce en el otro porque todos son
competidores por salarios de miseria y empleos de baja calidad.
En ese ambiente gaseoso, los sindicatos
mayoritarios solo sirven como agencia jurídica para solventar casos concretos e
individuales. Hacer sindicalismo en ese mar de dudas laboral resulta poco menos
que una osadía de locos. Aquellos trabajadores que intenten un gesto
reivindicativo pueden dar con sus huesos en la calle de forma fulminante.
Así las cosas, observamos desde bastante tiempo
atrás que las candidaturas de la izquierda transformadora están huérfanas de
representantes auténticos del movimiento obrero en general. Los sindicatos con
mayor relevancia no tienen fuerza alguna en el terreno político para insertar
en las listas opciones particulares del mundo del trabajo. O no quieren o no
pueden, pero su irrelevancia es muy acusada.
A título de ejemplo significativo, Marcelino
Camacho es el último emblema de esa aportación genuina del viejo movimiento
obrero a la acción política parlamentaria. Después de él, el desierto absoluto.
Eso sí, las candidaturas del PP y el PSOE han sido copadas por empresarios y
profesionales liberales sin ningún rubor. En el caso actual de Podemos, las
expectativas parecen ser las mismas: gente profesional y activistas de nuevo
cuño que amanecen a la cosa pública desde movimientos sociales nacidos al calor
del 15M, sin una experiencia directa con el sindicalismo o lo laboral en
sentido estricto.
La infrarrepresentación política de los trabajadores (ligados al antiguo concepto de clase obrera) es clamorosamente evidente. Su escasa fuerza e influencia se corresponde con una corrosión de las ideas de izquierda clásicas y con la precariedad e inestabilidad laborales. El nuevo sujeto individual emergente “de izquierdas” se quiere “autónomo y libre”, habiendo cortado sus raíces con las luchas sociales y políticas precedentes de cuajo.
En la novedad primigenia y total, la “nueva izquierda” se siente muy a gusto sin referencias del pasado, pretendiendo inaugurar un horizonte original casi de la nada. Los elementos principales de su análisis descansan, sin expresarlo a la cara, en que el capitalismo puede reformarse en positivo solo con apuestas éticas: lo que quiere la gente es vivir en paz sin chocar con las contradicciones de clase sociales.
La infrarrepresentación política de los trabajadores (ligados al antiguo concepto de clase obrera) es clamorosamente evidente. Su escasa fuerza e influencia se corresponde con una corrosión de las ideas de izquierda clásicas y con la precariedad e inestabilidad laborales. El nuevo sujeto individual emergente “de izquierdas” se quiere “autónomo y libre”, habiendo cortado sus raíces con las luchas sociales y políticas precedentes de cuajo.
En la novedad primigenia y total, la “nueva izquierda” se siente muy a gusto sin referencias del pasado, pretendiendo inaugurar un horizonte original casi de la nada. Los elementos principales de su análisis descansan, sin expresarlo a la cara, en que el capitalismo puede reformarse en positivo solo con apuestas éticas: lo que quiere la gente es vivir en paz sin chocar con las contradicciones de clase sociales.
A simple vista, parece un bagaje ideológico
demasiado infantil. Como la gente no desea radicalismos excesivos, hay que
moderar la práctica política con posturas estéticas de mucho ruido mediático y
pocas nueces efectivas. Su estrategia es nula, todo lo fían a hoy mismo, a los
votos que otorguen una mayoría suficiente para gestionar los restos del Estado
del Bienestar. Todo ello destila un tradicional aroma a socialdemocracia de
corto recorrido.
Mientras tanto, la precariedad laboral aumenta sin cesar y lo público se desmorona día tras día. Lo que vemos ahora en Grecia, un querer sin poder frente a las estructuras de dominación internacional, no arredra a los exegetas de la “nueva izquierda”. Siguen impertérritos en su táctica de ganar las elecciones sin saber adónde nos dirigimos.
Mientras tanto, la precariedad laboral aumenta sin cesar y lo público se desmorona día tras día. Lo que vemos ahora en Grecia, un querer sin poder frente a las estructuras de dominación internacional, no arredra a los exegetas de la “nueva izquierda”. Siguen impertérritos en su táctica de ganar las elecciones sin saber adónde nos dirigimos.
Consideran que el mero hecho de una victoria
electoral obrará como un resorte mágico para conquistar una sociedad distinta,
se supone que más igualitaria y justa. Da la sensación de que estamos ante un
craso error de interpretación espontaneísta, ya recurrente en la historia de
las izquierdas renovadas de toda Europa. Los votos populares, sin más
aditamentos ideológicos de largo alcance, jamás han modificado sustancialmente
el régimen capitalista en Occidente.
La confluencia actual de diferentes movimientos
sociales en pos de una alternativa política se está realizando a botepronto,
más con voluntarismo que con debate interno. Y en esta coyuntura, el movimiento
obrero y los sindicatos están claramente ausentes, sin capacidad de expresión
propia.
De esa reunión heterogénea está surgiendo, paradójicamente, una camarilla o casta (vanguardia se decía no hace tanto) que impone sus criterios carismáticos rodeándose de mecanismo democráticos cibernéticos de dudosa aplicación en la realidad contingente. “Los de arriba alternativos” tienen un capital mediático casi imbatible por otras opciones partidarias o ciudadanas.
No hay debate real, solo profusa palabrería discursiva, impulsos descoordinados que buscan un objetivo electoral concreto: ganar los comicios generales con fórmulas ultramodernas de mercadotecnia agresiva pero sin saber hacia dónde dirigirse, sin puerto o destino que sirva de ilusión o referente político tangible.
De esa reunión heterogénea está surgiendo, paradójicamente, una camarilla o casta (vanguardia se decía no hace tanto) que impone sus criterios carismáticos rodeándose de mecanismo democráticos cibernéticos de dudosa aplicación en la realidad contingente. “Los de arriba alternativos” tienen un capital mediático casi imbatible por otras opciones partidarias o ciudadanas.
No hay debate real, solo profusa palabrería discursiva, impulsos descoordinados que buscan un objetivo electoral concreto: ganar los comicios generales con fórmulas ultramodernas de mercadotecnia agresiva pero sin saber hacia dónde dirigirse, sin puerto o destino que sirva de ilusión o referente político tangible.
Hoy en España solo quedan vestigios organizados del
movimiento obrero en los jornaleros de Andalucía y en el sector minero norteño.
El resto es un páramo desangelado de precariedad laboral posmoderna. Haría
falta que con urgencia Marcelino Camacho se reencarnara en nuevos líderes salidos
del conflicto laboral. Sin ellas y ellos, lo político, la izquierda
transformadora, presentará una inconsistencia más que notable.
Desde mayo del 68, todas las izquierdas nuevas han
acabado en el desencanto o en el posibilismo socialdemócrata sin que las
estructuras capitalistas se hayan visto en apuros o dificultades serias. Crisis
tras crisis, el sistema capitalista continúa fiel a sí mismo ante la impotencia
de soluciones de izquierda que vayan más allá de la huera retórica coyuntural.
Y la lucha de clases continúa ahí, impertérrita, lozana ella, escondida entre bastidores. Actualmente tienen más resonancia pública los manifiestos del veleidoso sector de la cultura que las reivindicaciones y propuestas genuinas de la clase trabajadora.
Y la lucha de clases continúa ahí, impertérrita, lozana ella, escondida entre bastidores. Actualmente tienen más resonancia pública los manifiestos del veleidoso sector de la cultura que las reivindicaciones y propuestas genuinas de la clase trabajadora.
Algo funciona mal en la izquierda cuando sus
presuntas ideas hay que representarlas y simbolizaras a través de figuras
mediáticas interclasistas de cierto renombre o prestigio profesional. El mundo
de la cultura jamás puede llenar el vacío político y social del movimiento
obrero. Pero eso es lo que está sucediendo ahora, un motivo más para reflexionar
críticamente acerca de las nuevas izquierdas y sus capacidades reales de
convertirse en alternativa al statu quo vigente.
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