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¿Qué es el humanismo? Doctrina o actitud vital basada en una concepción integradora de los valores humanos. el humanismo es un movimiento de espíritu, a la vez estético, filosófico, científico y religioso, que comenzó en Italia en el siglo XIV, vivió con vida desigualmente brillante desde el siglo XV en Francia, España, Países Bajos, Alemania, Inglaterra, y en otras regiones de Europa. El humanismo es una corriente filosófica, cultural y artística que se basa en la valoración de los valores humanos. Se caracteriza por el antropocentrismo, es decir, por colocar al ser humano como el centro de las preocupaciones y motivaciones. Entendido así, el humanismo trata de exponer y difundir con mayor claridad el patrimonio cultural. El individuo, correctamente instruido, permanece libre y plenamente responsable de sus actos en la creencia de su capacidad de elección. Las nociones de libertad o de libre albedrío, de tolerancia, de independencia, de apertura y de curiosidad son indisociables de la teoría humanista clásica.
Realidad inhumana de millones de Niños y Niñas en el Mundo. Aquí en esta realidad de Desigualdad Social Absoluta, de Extrema Pobreza, es donde debe estar presente el verdadero HUMANISMO.
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Por extensión, se llama «humanista» a
todo pensamiento que pone en el primer plano de sus preocupaciones el desarrollo de las cualidades esenciales del ser
humano. El término, asociado en el pasado con el Renacimiento, en tiempos
recientes ha venido a ser causa de mucha
confusión filosófica e histórica. En el discurso de hoy día, casi
cualquier clase de interés por los
valores humanos recibe el calificativo de «humanista» y, en consecuencia,
una enorme variedad de pensadores —religiosos
o antirreligiosos, científicos o anticientíficos— se siente con derecho
a lo que se ha vuelto un marbete de alabo bastante vago. Con relación a esta dificultad inherente
a la definición de humanismo se ha
dicho: El término humanismo es un concepto huidizo, algo que, paradójicamente, probablemente se
deba al hecho de disponer de una
infinidad de “asideros” por los cuales tomarlo. En definitiva, es un
término con una gran diversidad y nebulosidad semántica.
Una
extensa categoría de doctrinas filosóficas en torno a la ética afirman
la dignidad y
el valor de todos los individuos, basándose en su capacidad para discernir lo
bueno de lo malo, el bien y el mal, haciendo únicamente uso de cualidades
humanas universales, en particular la racionalidad.
El humanismo implica un compromiso con la búsqueda
de la verdad y de la moralidad por medios humanos, en particular las ciencias, solidariamente con toda la
humanidad. Al poner el acento en la capacidad de autodeterminarse del
individuo, el humanismo rechaza la validez de las justificaciones trascendentales,
por considerarlas dependientes de lo
sobrenatural y de las creencias, tales algunos textos presentados como de origen divino. Los humanistas
desarrollan una moral universal
basada en la identidad de la condición humana.
El humanismo es, en resumen, un componente de una gran variedad de sistemas filosóficos más específicos y de varias escuelas de pensamiento religioso. Mucho antes de ser ampliamente empleado en términos políticos, el humanismo es un concepto propio de la historia de la filosofía, renovada con el Renacimiento, asociado en particular con el movimiento representado por Erasmo, Michel de Montaigne o incluso por Guillaume Budé, a quienes corresponde el honor de haberse interesado a la vez por la literatura de la antigüedad grecolatina y la reflexión personal. Fuente. Wikipedia y otras.
¿Qué es el
humanismo actual? El humanismo, es una actitud consciente alimentada por las humanidades, lo cual le otorga un
carácter libre de fanatismos, prácticas
discriminatorias, racistas y de otros
prejuicios que impiden la sana
convivencia entre los hombres.
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POR UN NUEVO HUMANISMO.
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Por Frei Betto.
Fuente. Prensa Latina miércoles 5 de marzo del
2025.
Fuente. Firmas Selectas.
¿Qué se entiende por “humanismo”? Se trata de una
corriente intelectual de los siglos
XIV al XVI que enfatizaba la dignidad del ser humano, inspirada en el
Discurso sobre la dignidad del hombre (1496), de Giovanni Pico della Mirandola. Esa corriente produjo una mejor
comprensión sobre las diferencias entre los seres humanos y el valor de la
existencia individual, y despertó la necesidad de imponer límites a los poderes
político y religioso.
Toda la historia de la humanidad está signada por la
coexistencia de la paja y el trigo, el humanismo y la barbarie, la razón y la
pulsión. La cultura y la conciencia
de que el otro es también un ser de derechos y exige cuidados son condiciones
esenciales de la subsistencia que impiden que los seres humanos peleen entre sí
como las fieras.
Eso surge de nuestra espiritualidad intrínseca, ese
movimiento de volcarse a uno mismo para descentralizarse en el Otro, como
trascendente, y en los otros, como alteridad. De ahí la perennidad de la Biblia, los Evangelios, el Corán, el Tao,
el Bhagavad Gita y tantos libros sagrados aún tan actuales y que
suscitan tanto interés.
A pesar del optimismo generado por
el advenimiento de la modernidad, no es posible afirmar que haya prevalecido el humanismo. En los últimos 500 años hemos sido testigos
de la masacre de millones de indígenas en la América Latina y del tráfico de esclavos africanos a nuestro
continente. ¡En Brasil, el
régimen esclavista se prolongó durante 350 años!
Junto a los avances de la ciencia, como
el estudio a profundidad de la génesis
de la especie humana y la apertura de la Caja de Pandora llamada mente humana
gracias a las investigaciones de Freud,
hemos construido artefactos bélicos como las bombas nucleares, capaces de destruir innumerables veces
toda la vida en nuestro planeta.
El neoliberalismo, centrado en
la acumulación privada de la riqueza,
propagó una ideología antihumanista que intenta naturalizar las desigualdades sociales, las diferencias
étnicas, en fin, la lucha de clases. Eso, junto a la pobreza y la miseria, genera una
patología social, la depresión
resultante del desenraiza miento
comunitario, de la pérdida del sentido de lo colectivo.
Las críticas del papa Francisco al capitalismo no se derivan propiamente de una
perspectiva ideológica, sino de su visión predominantemente eco-humanista. El proyecto civilizatorio
iniciado en Europa en los siglos XV y XVI ya superó los límites
tolerables. Las dos hijas dilectas de la modernidad-
la ciencia y la tecnología- dejaron de centrar sus objetivos en el bienestar del ser humano para ansiar más
y más ganancias, más y más dominio de unos sobre otros.
El mito de la inmaculada concepción de
la neutralidad científica cayó por tierra cuando los Estados Unidos lanzaron dos bombas atómicas sobre las poblaciones
de Hiroshima y Nagasaki en 1945. La ciencia y la tecnología se pusieron
al servicio de la muerte, lo que
resulta agravado por la devastación de la naturaleza.
La bancarrota del actual modelo civilizatorio, hegemonizado por el capitalismo, se
evidencia con mayor nitidez en dos hechos: la destrucción de los ecosistemas y la exclusión de más de mil millones de seres humanos, condenados a la pobreza y la miseria,
de condiciones dignas de vida.
En ese sentido, la búsqueda de un nuevo proyecto civilizatorio y oponerse al capitalismo es
una cuestión ética. La progresiva deshumanización del ser humano
es resultado de una visión
reduccionista que refuerza el individualismo ajeno a la trascendencia e
indiferente a la preservación ambiental, según los parámetros de los
pilares de la racionalidad moderna.
De ahí la importancia de un nuevo humanismo dotado de una espiritualidad posreligiosa, laica,
profundamente centrada en la alteridad
con respecto al prójimo y a la naturaleza.
Dos buenos ejemplos de esa nueva
visión humanista son el buen vivir de los indígenas andinos y la ecología
integral.
El Renacimiento- con Erasmo y los iluministas
Diderot, Voltaire y Rousseau, la irreverencia del Marqués de Sade y la psicología de Freud- exaltó la libertad de hombres y mujeres
para rebelarse contra dogmas y
opresiones; someter a discusión toda certeza, mandamiento o valor, y proclamar la libertad de emancipar
espíritus y cuerpos. ¿Pero se preservaron o se subvirtieron los
principios éticos que regían la convivencia social cuando el “nosotros” aún
no había cedido su lugar al “yo”?
En esta realidad, debe estar el nuevo Humanismo.
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Creo que, en el centro
de la emancipación humana liberada de dioses, papas y reyes, la afirmación
del individuo dio por resultado el individualismo más exacerbado. El deseo suplantó a la razón, y hoy la humanidad
corre el peligro de ser rehén de otro
poder que se presenta de forma más sutil y corrosiva de nuestros valores:
la automatización. Las nuevas tecnologías digitales son
las colleras virtuales que nos
secuestran del colectivo y nos mantienen
confinados en nichos en los que la diversidad se enfrenta con odio y la unanimidad de los asociados se celebra como la posverdad.
Hay que rescatar el humanismo de Francisco de Asís, que buscaba “no tanto ser comprendido, sino
comprender”, “no tanto ser
amado, sino amar”.
En su Divina comedia, Dante Alighieri fundó una teología al demostrar que el humanismo
existe cuando trascendemos el lenguaje
mediante la invención de nuevos lenguajes, como hizo él mismo al
escribir con un nuevo estilo en la lengua
italiana corriente e inventar neologismos. “Trascender lo humano en lo
humano”, dijo Dante, será el camino a la verdad. Amarrar- en el sentido de “unir”-
lo divino con lo humano. Algo
parecido a lo que hizo nuestro
Guimarães Rosa en Gran sertón, veredas.
Después del Holocausto y el Gulag, y de los 350 años de esclavitud y la masacre de 70 millones de indígenas
(Bartolomé de las Casas), el humanismo tiene el deber de recordar a hombres y mujeres que padecieran como meras
víctimas
Reproduzco el texto que escribí en homenaje a Walter Benjamin en A arte de
semear estrelas (Rocco). Benjamin
nos alertó sobre la importancia de no olvidar nunca a las víctimas:
Tu ángel insiste en mirar hacia atrás. Y ve lo que no
vemos, a no ser por sus ojos: el vasto
campo de los cuerpos anónimos, de los carpinteros de los navíos de Alejandro
Magno, los ceramistas de
las catedrales medievales, los siervos
de todos los reinos, majestades y potestades. Es ahí que la historia encuentra su cuna, su texto, su precio. Es en esos cuerpos olvidados, oprimidos, descuartizados, vencidos y
barridos que tu memoria, como el milagro
descrito por Ezequiel, reúne
los fragmentos y rehace el cuerpo, el
cuerpo de la historia, el corpus denso e imposible de eliminar de la verdad.
Bien sabes que se necesita la
fuerza de la embriaguez para llevar a cabo una revolución, porque tu
ángel es lúcido e impotente. Imposible regresar al pasado, pero trata de rescatarlo en el presente,
aunque las víctimas sigan sin
redención, excepto la de la memoria
reverenciadora. Muchos dirán
que son coyunturas, sacrificios
inevitables, pequeños asesinatos que justifican
grandes causas. Pero tú,
centinela a la puerta del Edén, no permitas que nos dejemos seducir por las manzanas rojas
que nos extienden, perfumadas, quienes, en nombre del progreso, prefieren cultivar
cementerios.
Tú eres la luz de nuestra
razón en este tiempo de tanta estulticia e irracionalidad. En
él, tu obra nos hace querubines, serafines, benjamines.
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