La histórica revolución cubana es el principal resultado del movimiento
revolucionario cubano
de izquierda que provocó la
caída del régimen del dictador Fulgencio
Batista, y la llegada al poder del líder del Ejército Guerrillero y
Revolucionario: Fidel Castro.
Como los revolucionarios continúan en el poder desde entonces, se considera
a la revolución como el período comprendido entre el alzamiento contra Batista
y la actualidad. La revolución cubana ha
representado un hito importante en la historia de América
al ser la primera y con más éxito de varias revoluciones de izquierdas que
sucedieron en diversos países del continente. El régimen resultante de la
revolución, es el Socialista, ha
mantenido el gobierno en el país a pesar de la enorme cantidad de adversidades,
manteniéndose a flote aun luego de la
caída del bloque socialista. Si bien en términos
generales ha resultado exitosa en muchas de las reformas revolucionarias que
han realizado, principalmente en el sistema de salud y el sistema educativo público y gratuito,
el sistema del deporte, los tres
grandes éxitos de la Revolución. Estados
Unidos mantiene un duro embargo económico a la isla desde
principios de los años 60 del siglo XX.
Esta política es considerada como bloqueo económico en el
marco de las Naciones Unidas y rechazada cada año por la Asamblea General
de esa instancia internacional que vota a favor de una resolución denominada Necesidad
de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los
Estados Unidos contra Cuba. A pesar de la presión internacional y del daño
que causa al pueblo cubano, Estados Unidos sigue justificando su política
anteponiendo la existencia de numerosas denuncias de violaciones de los
derechos humanos en la isla. Tanto la persistencia norteamericana en las
sanciones unilaterales contra Cuba como los efectos que esto trae a su
población quedan reflejados en múltiples resoluciones
de las Naciones
Unidas desde el año 1992. Desde finales
del 2014, con la intermediación Política de su santidad el papa Francisco, Estados
Unidos ha reconocido su fracaso absoluto
de sus políticas de bloqueo y aislamiento de La Isla, pero no han podido
derrotar a la Revolución del Pueblo,
hoy dos años después se ha producido, después del restablecimiento de las Relaciones Diplomáticas, el viaje del Presidente Obama a La Habana
después de 90 años, pero dice que el bloqueo terminará algún día, pero cuando y
debía pronunciarse sobre la devolución de la
Bahía de Guantánamo a Cuba su legítimo propietario, no hubo respuesta, pero el mundo
camina en esa dirección política del Multilateralismo global y el reconocimiento
de los Derechos de los Pueblos.
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“Poseemos un verdadero
museo rodante. No hay que olvidar que son autos de y para la familia”, señala
Fernando Barral.
CUBA: MANTENER LA REVOLUCIÓN SOBRE
CUATRO RUEDAS.
Fernando Barral, Hijo repara autos en La
Habana, esos modelos fabricados por el “enemigo” entre los años 20 y 50.
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La historia de la resistencia al embargo y a las
maniobras de Washington es también una historia de autos, de motores y de
mecánica.
Eduardo Febbro
Desde
La Habana domingo 27 de marzo del 2016.
En la familia cuentan
que cuando el nieto le preguntó a su abuelo “qué es ser ateo”, el doctor
Fernando Barral le respondió: “alguien como yo”. El nieto lo miró incrédulo y
le dijo “cómo vas a ser ateo si tienes tu altar con el Che Guevara”. Un fusil
de los años ‘60, espléndidas fotos del Che y recortes de diarios configuran eso
que el nieto llama “un altar”. Pero en la familia Barral, que llegó a Cuba
cuando el abuelo era joven porque lo llamó el Che, hay más de una religión. La
del abuelo es el Che, la del hijo, también llamado Fernando, son los autos.
Fernando Barral hijo ha mantenido como pocos la Revolución sobre cuatro ruedas.
Porque la historia de la Revolución Cubana, su persistencia y su resistencia a
los embistes del embargo y de las maniobras de Washington para derrocarla, es
también una historia de autos, de motores y de mecánica. Esos coches Mercury,
Ford, Chevrolet, Dodge, Buick Super Dinaflow, Pontiac, Plymouth o Cadillac
fabricados en Estados Unidos mucho antes de que entrara en vigor el embargo
decretado en los años ‘60, todavía funcionan a fuerza de imaginación, de
torneros que fabricaron piezas que ya no existen, de mecánicos como Barral que
les dan vida con tratamientos inéditos, o de obsecuentes cirujanos de motor
abierto que allí donde faltaba una pieza y no podía fabricarse pusieron piezas
sacadas de heladeras y lavarropas.
Cuba plasmó un doble
milagro de cuya dinastía Fernando Barral hijo forma parte: de un mal, de un
objeto fabricado por el “enemigo” entre los años 20 y 50, hizo un emblema
nacional que todo el mundo conoce con el apodo de “almendrón”. “Lo hemos
llamado almendrón porque a veces parece un carro y a veces no lo parece, pero
el nombre popular de esos autos se refiere a los almendros cuando se secan y la
superficie queda irregular. Cuando los carros están muy golpeados dan la
sensación de que es una almendra”, cuenta Fernando Barral. El Almendrón es un
museo rodante que cuenta todo la historia más reciente de Cuba. En la isla hay
unos 75.000 en circulación, 10.000 de los cuales circulan por la capital. Por
un dólar por persona si se los toma con otros pasajeros, por unos 6 si se va
sólo y según la distancia, esos autos hacen las delicias de los turistas. Pero
sus motores roncos y potentes cuentan una historia más íntima y gloriosa. Cuba
posee sin dudas la colección de coches más importante del mundo, pero no son
para nada un museo sino para el uso diario, como taxi o desplazamiento
familiar. Son una suerte de monstruo anacrónico que resistió a todos las
inclemencias de la vida. “Su permanencia en el tiempo es una consecuencia de la
situación a la que hemos estado sometidos. Ante las dificultades nos crecimos y
logramos mantener el parque automotor. Poseemos un verdadero museo rodante. No
hay que olvidar que son autos de y para la familia, no están guardados así como
objetos de colección”, señala Fernando Barral.
Cuando Cuba se convirtió
en el patio trasero de los banquetes de Estados Unidos, la Isla ya era, en los
años 20 del Siglo pasado, el primer importador de autos en América Latina. El
famoso Ford T llegó a convertirse en un signo nacional al cual los cubanos
apodaron “fotingo” porque la publicidad decía “Foot it and go”. De los 143.000
autos que circulaban en Cuba a principios de los años 50, la mitad sigue
funcionando hoy. Las anécdotas fluyen en la boca de cada chofer que los maneja,
desde el secuestro de Fangio en 1958 por el movimiento castrista del 26 de
julio, hasta la célebre Macorina, la prostituta y primera mujer que fue
propietaria de un auto en la Isla. La victoria de la Revolución, el embargo
norteamericano, la Guerra Fría, el derrumbe del comunismo, los huracanes o las
penurias por las cuales atravesó Cuba, nada pudo con estos autos de colores
vivos y andar desvencijado. “Pienso que el almendrón es un sello de la identidad
cubana. No nos ha quedado más remedio que el de conservar estos autos durante
el tiempo. Han pasado generaciones y generaciones y los hemos mantenido. Por
pura necesidad se recrearon y se mantuvieron en funcionamiento esos autos.
Fíjese, en el año 59 entraron a Cuba los últimos automóviles norteamericanos.
Después vinieron modelos de Polonia, de la Unión Soviética, de Argentina, de
Gran Bretaña pero estos persisten. A hay de todas las marcas norteamericanas”,
cuenta Fernando Barral.
Cuando en el año 59
dejaron de ingresar suministros, el mantenimiento de los autos se volvió un
asunto crítico. Barral se acuerda de que una de las primeras cosas que faltaron
fueron “las zapatillas para los frenos”. Pero uno mecánicos ingeniosos
convirtieron las viejas gomas de camiones y tractores en zapatillas para los
frenos. “Esa gente copiaba la forma del freno original en una goma y te
entregaban un freno nuevo, reinventado”, dice Fernando Barral. Así como hay
gente que copia cuadros o hace joyas falsas, los torneros cubanos “copiaron las
piezas faltantes. Fue como un arte mecánico para tratar de resolver estos
problemas. Los aros de los autos y otros elementos claves fueron reproducidos
así. Nosotros las llamamos piezas criollas. No tienen la calidad del original, pero
solucionan el asunto por un tiempo”. Barral salta sin dudar a la lectura
política de este “arte mecánico” nacido de la privación:”al no tener consumo
capitalista teníamos que crear un consumo socialista, para llamarlo de alguna
manera. Y la forma de suplir la escasez de repuestos consistió en crear toda
esa serie de artistas, inventores o artesanos capaces de recrear muchas de las
piezas que nos hacían falta. Aquí se fabrican las juntas de los motores, los
pistones, las bielas y hasta los cigüeñales. Cuando los cigüeñales no sirvieron
más, apareció una persona a la que se le ocurrió rellenarlos y volverlos a
metalizar. En Cuba tenemos mecánicos que son capaces de coser los motores
cuando se rajan. En una situación normal, esos motores hubiesen sido desechados”.
Mucho más que una mera
atracción turística, los almendrones son una prueba de ingenio, de resistencia
y hasta de cómo una sociedad se puede apropiar y transformar aquello con la que
se la quiere castigar. Sin las innumerables privaciones, los almendrones no
existirían. Hoy los hay de todo tipo, con los motores originales, o cambiados.
Algunos llevan motores soviéticos o motores reconfigurados por torneros en un
80%. Estos autos tienen, además, la historia de sus propios dueños. Jesús, un
mecánico que sólo repara Chrysler, posee un modelo de los años 50 que, antes de
que lo arreglara, pasó “5 años bajo el agua”. Aunque estos autos cuestan entre
5 y 10. 000 dólares, Jesús dice que “no lo vendería ni por todo el oro del
mundo”. Cuando lo enciende, tiembla la tierra, la carrocería se sacude como si
la atravesara un terremoto hasta que se estabiliza, con un ronroneo potente y
masculino.
Los almendrones
respiran, cantan, hablan, son como las leyendas, no tienen fin. Fernando Barral
confiesa que para él “es un orgullo haber podido restaurar esos autos. Siempre
trato de que las piezas sean las originales de esos autos, pero bueno, a veces
hay que reconstruir el carburados, el alternador. Trato de que por lo menos el
90 por ciento del auto tenga piezas originales”. La paulatina apertura de la
isla puede llevar a que esos autos desaparezcan poco a poco. Barral mira ya con
nostalgia ese horizonte: “llagará un momento en que eso suceda. La gente se
cansará de tener carros viejos y querrá uno nuevo. Pero yo espero que aquí
todavía pase un tiempo antes de que esto suceda. Vamos a seguir luchando
durante largo tiempo por nuestros almendrones. Aún no es viable venderle a cada
familia un auto nuevo. Yo siempre trataré de tener un almendrón en mi casa”.
Fidel Castro supo tener un Oldsmobile con fusiles en el asiento de atrás. El
Che Guevara circulaba al volante de un Studebaker con un enorme habano entre
los labios. Poco a poco, las autoridades dejaron esos puros productos del
capitalismo por autos más acordes con la Revolución, como el ya famoso
todoterreno ruso GAZ 69. Entre los años 60 y 70, con los Skoda checos, los Lada
soviéticos o los Peugeot 404 fabricados en la Argentina, Cuba quiso renovar su
parque automotriz. Luego, entre la década de los 90 y el año 2000, llegaron
nuevos Peugeot y autor chinos. Nada, sin embargo, venció a los antiguos
Mercury, Ford, Chevrolet, Dodge, Pontiac, Plymouth o Cadillac fabricados en
Estados Unidos y mantenidos con vida por los cubanos gracias a un trabajo único
de mecánica artística.
Al
prolongarles la vida, Cuba les cambió la identidad a esos autos productos del
capitalismo. Fueron los autos en los que se podía y se puede circular en el
castigado país de la Revolución. Fernando Barral hijo está en el corazón de esa
dinastía. Su padre tiene otra historia, es médico y no mecánico, se escapó de
la España franquista, llegó a Cuba gracias al Che y aún cuenta como si fuera el
inmediato ayer aquella epopeya. La huida de España, la llegada a la Argentina,
su encuentro con el Che, su expulsión a Hungría decidida por Perón, otra vez el
Che y su viaje a Cuba. Pero esta es otra historia. A veces, cuando algún almendrón pasa por su
calle rugiendo como un dinosaurio enojado, los retratos del Che tiemblan en las
paredes. Su hijo les alargó la vida.
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