BRASIL.- “PARCIALIDAD TREMENDA DE LOS JUECES”. Ecos de la
manifestación del domingo.
El
sacerdote y teólogo brasileño Leonardo
Boff consideró que la acusación judicial contra el ex presidente Luiz
Inácio Lula da Silva es “extremandamente frágil” y tiene la finalidad de
“destruir un tipo de política social que rescató a millones de personas del
hambre y la pobreza”. En diálogo con el programa Café las palabras, que se
emite por Radio El Mundo de Buenos Aires, el intelectual admitió por otra parte
una fuerte caída en la popularidad de la presidenta Dilma Rousseff, jaqueada
por intentos de destitución de la oposición, pero aclaró que esto se debe “a
que ella es una gran administradora, pero sin el carisma necesario” para
superar la situación. “Los jueces no actúan como tales, hay una parcialidad
tremenda” en los fallos, lamentó Boff, para quien las acusaciones judiciales
tienen finalidad política.
Consideró
además que sería positivo para el gobierno brasileño que Lula asuma en un
ministerio, porque podría darle más manejo político a la gestión. “Dilma es una
gran administradora, tiene una capacidad de gestión extraordinaria, pero le
falta el manejo de la política que tiene Lula”, abundó. Cientos de miles de
brasileños se movilizaron ayer en varias ciudades del país para pedir la
renuncia o la destitución de la presidenta, cuestionada en los últimos meses por
escándalos de corrupción y dificultades en la marcha de la economía.
Boff prefiere creer que “va a
dominar el sentido del equilibrio, porque a la democracia hay que mantenerla,
por más frágil que sea. Los jóvenes no tienen ni idea lo que fue la dictadura,
las torturas”.
“Todo lo que están haciendo
conmigo va a hacer que cambie de opinión. Estoy viejito, estaba queriendo
descansar, (pero) voy a ser candidato a la Presidencia en 2018 porque creo que
mucha gente me está provocando, van a aguantar provocación de aquí hacia
delante”, recalcó el ex jefe de Estado Inácio Lula de Silva, según el
testimonio filtrado ayer cuando declaró el de marzo ante la Policía Federal.
El presidente del gobernante Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil,
Rui Falcao, defendió ayer que el ex mandatario ocupe un ministerio en el
Ejecutivo de su sucesora, Dilma Rousseff, una hipótesis que fue planteada en
las últimas semanas por la agrupación política. “Sigo defendiendo que él vaya
al gobierno, independientemente de la manifestación. Es una decisión difícil
que tiene que ser pensada”, dijo Falcao a medios locales tras visitar al ex
presidente en la sede del instituto Lula, en San Pablo. Diversos sectores del
PT han presionado al ex mandatario para que asuma una cartera en el Gobierno de
la presidenta Rousseff y aumente así su blindaje a través del fuero
privilegiado que gozan los ministros, lo que impediría que sea juzgado en un tribunal común, pero
Lula ha rechazado esta propuesta.
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Los golpistas en las calles, mientras la derecha política conservadora dentro del Parlamento se desesperan, "gritan" y con la ayuda de los jueces, intentan el golpe blanco y en las calles el golpismo pro-militarista es cada vez más radical y violento.
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GOLPE BLANCO EN BRASIL.
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Emir Sader.
Página /12 martes 15 de marzo
del 2016.
El
último intento de golpe militar en América latina no resultó. Fue contra Hugo
Chávez, en 2002. El fue secuestrado por mandos militares, llevado a una isla,
aislado, mientras el entonces presidente de la asociación de empresarios asumía
la presidencia, al lado de los propietarios de los medios venezolanos, en una
fiesta típica de las oligarquías golpistas latinoamericanas.
Pero
la fiesta duró poco. Cuando el pueblo supo lo que ocurría, tomó el palacio y
expulsó al presidente de la asociación de empresarios, así como a los dueños de
los medios. El más breve presidente de Venezuela tuvo que abandonar el palacio
y el país, mientras que Chávez volvía a la presidencia en los brazos del
pueblo.
A
partir de aquel momento la derecha latinoamericana adhirió a formas de golpes
blancos. Y fue desarrollando procesos políticos incipientes, con algunas
medidas anti-neoliberales, pero todavía sin una configuración plenamente
definida, sin apoyo parlamentario, para derrumbar a sus líderes. Sucedió así
con Manuel Zelaya en Honduras y con Fernando Lugo en Paraguay.
Con
acusaciones sin fundamento, pero intensamente difundidas por los medios, habían
generado un clima favorable a la votación del impeachment de los presidentes.
En el caso de Zelaya, con su secuestro y traslado hacia Costa Rica. En ninguno
de los dos casos las acusaciones fueron comprobadas, pero la operación ya
estaba en marcha y aprobada por el aparato judicial de los dos países. Los
golpes blancos estaban dados.
Estos
golpes blancos fueron condenados ampliamente, llegando incluso a que los
gobiernos instalados tras el derrocamiento de Zelaya y Lugo fueran suspendidos
de los organismos internacionales a que pertenecían – OEA, MERCOSUR, UNASUR–,
hasta que la legalidad institucional fuera restablecida, con nuevas elecciones.
Sucedió así porque hay un entendimiento consensual en el continente de no
reconocer a gobiernos que asuman rompiendo la legalidad por medio de golpes de
Estado, aun los considerados blancos. Las elecciones se realizaron en esos
países, pero los candidatos apoyados por los líderes depuestos no lograron
triunfar, incluso por elecciones con fraude, en el caso de Honduras. En el caso
de Paraguay, la división de las fuerzas que habían apoyado a Lugo dificultó
también un triunfo electoral. No hay así condiciones para que golpes blancos
sean aceptados en el consenso político democrático en América latina.
Brasil
es un caso típico de derrota de la oposición en elecciones plenamente
reconocidas pese a lo cual la oposición insiste en buscar pretextos para un
impeachment de la presidenta Dilma Rousseff. No han encontrado ningún argumento
real, pero insisten en el intento, como forma de sangrar al gobierno y de
prolongar la inestabilidad política en el país.
Asimismo,
no bastaría a la oposición eventualmente derrumbar a la presidenta con un
impeachment, porque en nuevas elecciones el favorito es Lula. De ahí que parte
del golpe blanco sea buscar sacar a Lula de la disputa electoral, mediante
acusaciones igualmente sin fundamento, pero contando con sectores del sistema
judicial que maniobran para forjar pruebas, con medios al servicio del golpe y
con una Policía Federal que se presta a operaciones brutales de forma
arbitraria.
Por ello la defensa de Lula se ha vuelto no sólo la defensa del más
grande líder popular y democrático que Brasil jamás tuvo, sino también la lucha
en contra del golpe blanco y la defensa de la democracia en el país. Atacar a
Lula es parte de los intentos de golpe blanco. Ellos necesitan ser derrotados
en todos los planos, porque la democracia brasileña no sobrevivirá con estos
agentes de las nuevas dictaduras. Brasil necesita de líderes legitimados por el
apoyo popular, cuya presencia en la vida política cotidiana fortalece a la
democracia y hace renacer la esperanza de que Brasil pueda retomar la vía del desarrollo
económico con distribución de la renta, que tanto bien hizo al país y a los
brasileños.
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