Por
lo general el progresismo califica a sus derrotas o amenazas de derrotas como
victorias o peligros de regreso del pasado neoliberal, también suele
utilizarse el término “restauración conservadora”, pero ocurre que esos
fenómenos son sumamente innovadores, tienen muy poco de “conservadores”. Cuando
evaluamos a personajes como Aecio Neves,
Mauricio Macri o Henrique Capriles no encontramos a jefes autoritarios de elites oligárquicas estables sino a
personajes completamente inescrupulosos, sumamente ignorantes de las
tradiciones burguesas de sus países (incluso en ciertos casos con miradas
despreciativas hacia las mismas), aparecen
como una suerte de mafiosos entre primitivos y posmodernos encabezando
políticamente a grupos de negocios cuya norma principal es la de no respetar
ninguna norma (en la medida de lo posible).
Otro aspecto
importante de la coyuntura es el de la irrupción de movilizaciones
ultra-reaccionarias de gran dimensión donde las clases medias ocupan un
lugar central. Los
gobiernos progresistas suponían que la bonanza económica facilitaría la
captura política de esos sectores sociales pero ocurrió lo contrario: las capas
medias se derechizaban mientras ascendían económicamente, miraban con desprecio
a los de abajo y asumían como propios los delirios neofascistas de los de
arriba. El fenómeno sincroniza con
tendencias neofascistas ascendentes en Occidente, desde Ucrania hasta los Estados Unidos pasando por Alemania, Francia,
Hungría, etc., expresión cultural del neoliberalismo decadente,
pesimista, de un capitalismo nihilista ingresando en su etapa de reproducción ampliada negativa donde
el apartheid aparece como la tabla de salvación.
/////
ILUSIONES PROGRESISTAS DEVORADAS POR LA
CRISIS.
AMÉRICA LATINA A LA HORA DEL
LUMPENCAPITALISMO.
*****
Jorge Beimstein.
ALAINET. Rebelión miércoles 23 de marzo del 2016.
La coyuntura global está marcada por una crisis deflacionaria
motorizada por las grandes potencias. La caída de los precios de las
commodities, cuyo aspecto más llamativo fue, desde mediados del 2014, la de las
cotizaciones del petróleo, descubre el desinfle de la demanda internacional
mientras tanto se estanca la ola financiera, muleta estratégica del sistema
durante las últimas cuatro décadas. La crisis de la financierización de la
economía mundial va ingresando de manera zigzageante en una zona de depresión,
las principales economías capitalistas tradicionales crecen poco o nada [1] y China se desacelera rápidamente.
Frente a ello Occidente despliega su último recurso: el aparato de intervención
militar integrando componentes armadas profesionales y mercenarias, mediáticas
y mafiosas articuladas como “Guerra de Cuarta Generación” destinada a destruir
sociedades periféricas para convertirlas en zonas de saqueos. Es la
radicalización de un fenómeno de larga duración de decadencia sistémica donde
el parasitismo financiero y militar se fue convirtiendo en el centro hegemónico
de Occidente.
No presenciamos la “recomposición”
política-económica-militar del sistema como lo fue la reconversión keynesiana
(militarizada) de los años 1940 y 1950 sino su degradación general. La mutación
parasitaria del capitalismo lo convierte en un sistema de destrucción de
fuerzas productivas, del medio ambiente, y de estructuras institucionales donde
las viejas burguesías se van transformando en círculos de bandidos, novedoso
encumbramiento planetario de lumpenburguesías centrales y periféricas.
La declinación del progresismo.
Inmersa en este mundo se despliega la coyuntura
latinoamericana donde convergen dos hechos notables: la declinación de las
experiencias progresistas y la prolongada degradación del neoliberalismo que
las precedió y las acompañó desde países que no entraron en esa corriente de la
que ahora ese neoliberalismo degradado aparece como el sucesor.
Los progresismos latinoamericanos se instalaron
sobre la base de los desgastes y en ciertos casos de las crisis de los
regímenes neoliberales y cuando llegaron al gobierno los buenos precios
internacionales de las materias primas sumados a políticas de expansión de los
mercados internos les permitieron recomponer la gobernabilidad.
El ascenso progresista se apoyó en dos impotencias;
la de la derechas que no podían asegurar la gobernabilidad, colapsadas en
algunos casos (Bolivia en 2005, Argentina en 2001-2002, Ecuador en 2006,
Venezuela en 1998) o sumamente deterioradas en otros (Brasil, Uruguay,
Paraguay) y la impotencia de las bases populares que derrocaron gobiernos,
desgastaron regímenes pero que incluso en los procesos más radicalizados no
pudieron imponer revoluciones, transformaciones que fueran más allá de la
reproducción de las estructuras de dominación existentes.
En los casos de Bolivia y Venezuela los discursos
revolucionarios acompañaron prácticas reformistas plagadas de contradicciones,
se anunciaban grandes transformaciones pero las iniciativas se embrollaban en
infinitas idas y venidas, amagos, desaceleraciones “realistas” y otras astucias
que expresaban el temor profundo a saltar las vallas del capitalismo. Ello no
solo posibilitó la recomposición de las derechas sino también la proliferación
a nivel estatal de podredumbres de todo tipo, grandes corrupciones y pequeñas
corruptelas.
Venezuela aparece como el caso más evidente de
mezcla de discursos revolucionarios, desorden operativo, transformaciones a
medio camino y autobloqueos ideológicos conservadores. No se consiguió
encaminar la transición revolucionaria proclamada (más bien todo lo contrario)
aunque si se logró caotizar el funcionamiento de un capitalismo estigmatizado
pero de pie, obviamente los Estados Unidos promueven y aprovechan esa situación
para avanzar en su estrategia de reconquista del país. El resultado es una
recesión cada vez más grave, una inflación descontrolada, importaciones
fraudulentas masivas que agravan la escasez de productos y la evasión de
divisas que marcan a una economía en crisis aguda [2].
En Brasil el zigzagueo entre un neoliberalismo
“social” y un keynesianismo light casi irreconocible fue reduciendo el espacio
de poder de un progresismo que desbordaba fanfarronería “realista” (incluida su
astuta aceptación de la hegemonía de los grupos económicos dominantes). La
dependencia de las exportaciones de commodities y el sometimiento a un sistema
financiero local transnacionalizado terminaron por bloquear la expansión
económica, finalmente la combinación de la caída de los precios internacionales
de las materias primas y la exacerbación del pillaje financiero precipitaron
una recesión que fue generando una crisis política sobre la que empezaron a
cabalgar los promotores de un “golpe blando” ejecutado por la derecha local y
monitoreado por los Estados Unidos.
En Argentina el “golpe blando” se produjo protegido
por una máscara electoral forjada por una manipulación mediática desmesurada,
el progresismo kirchnerista en su última etapa había conseguido evitar la
recesión aunque con un crecimiento económico anémico sostenido por un fomento
del mercado interno respetuoso del poder económico. También fue respetada la
mafia judicial que junto a la mafia mediática lo acosaron hasta desplazarlo
políticamente en medio de una ola de histeria reaccionaria de las clases altas
y del grueso de las clases medias.
En Bolivia Evo Morales sufrió su primera derrota
política significativa en el referéndum sobre reelección presidencial, su
llegada al gobierno marcó el ascenso de las bases sociales sumergidas por el
viejo sistema racista colonial. Pero la mezcla híbrida de proclamas
antiimperialistas, postcapitalistas e indigenistas con la persistencia del
modelo minero-extractivista de deterioro ambiental y de comunidades rurales y
del burocratismo estatal generador de corrupción y autoritarismo terminaron por
diluir el discurso del “socialismo comunitario”. Quedó así abierto el espacio
para la recomposición de las elites económicas y la movilización revanchista de
las clases altas y su séquito de clases medias penetrando en un vasto abanico
social desconcertado.
Ahora las derechas latinoamericanas van ocupando
las posiciones perdidas y consolidan las preservadas, pero ya no son aquellas
viejas camarillas neoliberales optimistas de los años 1990, han ido mutando a
través de un complejo proceso económico, social y cultural que las ha
convertido en componentes de lumpenburguesías nihilistas embarcadas en la ola
global del capitalismo parasitario.
Grupos industriales o de agrobusiness fueron
combinando sus inversiones tradicionales con otras más rentables pero también
más volátiles: aventuras especulativas, negocios ilegales de todo tipo (desde
el narco hasta operaciones inmobiliarias opacas pasando por fraudes comerciales
y fiscales y otros emprendimientos turbios) convergiendo con “inversiones”
saqueadoras provenientes del exterior como la megaminería o las rapiñas
financieras.
Dicha mutación tiene lejanos antecedentes locales y
globales, variantes nacionales y dinámicas específicas, pero todas tienden
hacia una configuración basada en el predominio de elites económicas sesgadas
por la “cultura financiera-depredadora” (cortoplacismo, desarraigo territorial,
eliminación de fronteras entre legalidad e ilegalidad, manipulación de redes de
negocios con una visión más próxima al videojuego que a la gestión productiva y
otras características propias del globalismo mafioso) que disponen del control
mediático como instrumento esencial de dominación rodeándose de satélites
políticos, judiciales, sindicales, policiales-militares, etc.
¿Restauraciones conservadoras o instauraciones de neofascismos
coloniales?.
Por lo general el progresismo califica a sus
derrotas o amenazas de derrotas como victorias o peligros de regreso del pasado
neoliberal, también suele utilizarse el término “restauración conservadora”,
pero ocurre que esos fenómenos son sumamente innovadores, tienen muy poco de
“conservadores”. Cuando evaluamos a personajes como Aecio Neves, Mauricio Macri
o Henrique Capriles no encontramos a jefes autoritarios de elites oligárquicas
estables sino a personajes completamente inescrupulosos, sumamente ignorantes
de las tradiciones burguesas de sus países (incluso en ciertos casos con
miradas despreciativas hacia las mismas), aparecen como una suerte de mafiosos
entre primitivos y posmodernos encabezando políticamente a grupos de negocios
cuya norma principal es la de no respetar ninguna norma (en la medida de lo
posible).
Otro aspecto importante de la coyuntura es el de la
irrupción de movilizaciones ultra-reaccionarias de gran dimensión donde las
clases medias ocupan un lugar central. Los gobiernos progresistas suponían que
la bonanza económica facilitaría la captura política de esos sectores sociales
pero ocurrió lo contrario: las capas medias se derechizaban mientras ascendían
económicamente, miraban con desprecio a los de abajo y asumían como propios los
delirios neofascistas de los de arriba. El fenómeno sincroniza con tendencias
neofascistas ascendentes en Occidente, desde Ucrania hasta los Estados Unidos
pasando por Alemania, Francia, Hungría, etc., expresión cultural del
neoliberalismo decadente, pesimista, de un capitalismo nihilista ingresando en
su etapa de reproducción ampliada negativa donde el apartheid aparece como la
tabla de salvación.
Pero este neofascismo latinoamericano incluye
también la reaparición de viejas raíces racistas y segregacionistas que habían
quedado tapadas por las crisis de gobernabilidad de los gobiernos neoliberales,
la irrupción de protestas populares y las primaveras progresistas.
Sobrevivieron a la tempestad y en varios casos resurgieron incluso antes del
comienzo de la declinación del progresismo como en Argentina el egoísmo social
de la época de Menem o el gorilismo racista anterior, en Bolivia el desprecio
al indio y en casi todos los casos recuperando restos del anticomunismo de la
época de la Guerra Fría. Supervivencias del pasado, latencias siniestras ahora
mezcladas con las nuevas modas.
Una observación importante es que el fenómeno asume
características de tipo “contrarrevolucionario”, apuntando hacia una
política de tierra arrasada, de extirpación del enemigo progresista, es lo que
se ve actualmente en Argentina o lo que promete la derecha en Venezuela o
Brasil, la blandura del contrincante, sus miedos y vacilaciones excitan la
ferocidad reaccionaria. Refiriéndose a la victoria del fascismo en Italia
Ignazio Silone la definía como una contrarrevolución que había operado de
manera preventiva contra una amenaza revolucionaria inexistente [3]. Esa no
existencia real de amenaza o de proceso revolucionario en marcha, de avalancha
popular contra estructuras decisivas del sistema desmoronándose o quebradas,
envalentona (otorga sensación de impunidad) a las elites y su base social.
La marea contrarrevolucionaria es uno de los
resultados posibles de la descomposición del sistema imponiendo de manera
exitosa en algunos casos del pasado proyectos de recomposición elitista, en el
caso latinoamericano expresa descomposición capitalista sin recomposición a la
vista.
Si el progresismo fue la superación fracasada del
fracaso neoliberal, este neofascismo subdesarrollado exacerba ambos fracasos
inaugurando una era de duración incierta de contracción económica y
desintegración social. Basta ver lo ocurrido en Argentina con la llegada de
Macri a la presidencia: en unas pocas semanas el país pasó de un crecimiento
débil a una recesión que se va agravando rápidamente producto de un gigantesco
pillaje, no es difícil imaginar lo que puede ocurrir en Brasil o en Venezuela
que ya están en recesión si la derecha conquista el poder político.
La caída de los precios de las commodities y su
creciente volatilidad, que la prolongación de la crisis global seguramente
agravará, han sido causas importantes del fracaso progresista y aparecen como
bloqueos irreversibles de los proyectos de reconversión elitista-exportadora
medianamente estables. Las victorias derechistas tienden a instaurar economías
funcionando a baja intensidad, con mercados internos contraídos e inestables,
eso significa que la supervivencia de esos sistemas de poder dependerá de
factores que las mafias gobernantes pretenderán controlar. En primer término el
descontento de la mayor parte de la población aplicando dosis variables de
represión, legal e ilegal, embrutecimiento mediático, corrupción de dirigentes
y degradación moral de las clases bajas. Se trata de instrumentos que la propia
crisis y la combatividad popular pueden inutilizar, en ese caso el fantasma de
la revuelta social puede convertirse en amenaza real.
La estrategia imperial.
Los Estados Unidos desarrollan una estrategia de
reconquista de América Latina aplicándola de manera sistemática y flexible. El
golpe blando en Honduras fue el puntapié inicial al que le siguió el golpe en
Paraguay y un conjunto de acciones desestabilizadoras, algunas muy agresivas,
de variado éxito que fueron avanzando al ritmo de las urgencias imperiales y
del desgaste de los gobiernos progresistas. En varios casos las agresiones más
o menos abiertas o intensas se combinaron con buenos modales que intentaban
vencer sin violencias militar o económica o sumando dosis menores de las mismas
con operaciones domesticadoras. Donde no funcionaba eficazmente la agresión
empezó a ser practicado el ablande moral, se implementaron paquetes persuasivos
de configuración variable combinando penetración, cooptación, presión, premios
y otras formas retorcidas de ataque psicológico-político.
El resultado de ese despliegue complejo es una
situación paradojal: mientras los Estados Unidos retroceden a nivel global en
términos económicos y geopolíticos, van reconquistando paso a paso su patio
trasero latinoamericano. La caída de Argentina ha sido para el Imperio una
victoria de gran importancia trabajada durante mucho tiempo a lo que es
necesario agregar tres maniobras decisivas de su juego regional: el
sometimiento de Brasil, el fin del gobierno chavista en Venezuela y la
rendición negociada de la insurgencia colombiana. Cada uno de estos objetivos
tiene un significado especial:
La victoria imperialista en Brasil cambiaría
dramáticamente el escenario regional y produciría un impacto negativo de gran
envergadura al bloque BRICS afectando a sus dos enemigos estratégicos globales:
China y Rusia. La victoria en Venezuela no solo le otorgaría el control del 20
% de las reservas petrolíferas del planeta (la mayor reserva mundial) sino que
tendría un efecto dominó sobre otros gobiernos de la región como los de
Bolivia, Ecuador y Nicaragua y perjudicaría a Cuba sobre la que los Estados
Unidos están desplegando una suerte de abrazo de oso.
Finalmente la extinción de la insurgencia
colombiana además de despejar el principal obstáculo al saqueo de ese país le
dejaría las manos libres a sus fuerzas armadas para eventuales intervenciones
en Venezuela. Desde el punto de vista estratégico regional el fin de la
guerrilla colombiana sacaría del escenario a una poderosa fuerza combatiente
que podría llegar a operar como un mega-multiplicador de insurgencias en una
región en crisis donde la generalización de gobiernos mafioso-derechistas
agravará la descomposición de sus sociedades. Se trata tal vez de la mayor
amenaza estratégica a la dominación imperial, de un enorme peligro
revolucionario continental, es precisamente esa dimensión latinoamericana del
tema lo que ocultan los medios de comunicación dominantes.
Decadencia sistémica y perspectivas populares.
Más allá de la curiosa paradoja de un imperio
decadente reconquistando su retaguardia territorial, desde el punto de vista de
la coyuntura global, de la decadencia sistémica del capitalismo, la
generalización de gobiernos pro-norteamericanos en América Latina puede ser
interpretada superficialmente como una gran victoria geopolítica de los Estados
Unidos aunque si profundizamos el análisis e introducimos por ejemplo el tema
del agravamiento de la crisis impulsada por esos gobiernos tenderíamos a
interpretar al fenómeno como expresión específica regional de la decadencia del
sistema global.
El alejamiento del estorbo progresista puede llegar
a generar problemas mayores a la dominación imperial, si bien las inclusiones
sociales y los cambios económicos realizados por el progresismo fueron
insuficientes, embrollados, estuvieron impregnados de limitaciones burguesas y
si su autonomía en materia de política internacional tuvo una audacia
restringida; lo cierto es que su recorrido ha dejado huellas, experiencias
sociales , dignificaciones (suprimidas por la derecha) que serán muy difícil
extirpar y que en consecuencia pueden llegar a convertirse en aportes
significativos a futuros (y no tan lejanos) desbordes populares radicalizados.
La ilusión progresista de humanización del sistema,
de realización de reformas “sensatas” dentro de los marcos institucionales
existentes, puede pasar de la decepción inicial a una reflexión social
profunda, crítica de la institucionalidad mafiosa, de la opresión mediática y
de los grupos de negocios parasitarios. Ello incluye a la farsa democrática que
los legitima. En ese caso la molestia progresista podría convertirse tarde o
temprano en huracán revolucionario no porque el progresismo como tal evolucione
hacia la radicalidad anti-sistema sino porque emergería una cultura popular
superadora, desarrollada en la pelea contra regímenes condenados a degradarse
cada vez más.
En ese sentido podríamos entender uno de los
significados de la revolución cubana, que luego se extendió como ola
anticapitalista en América Latina, como superación crítica de los reformismos
nacionalistas democratizantes fracasados (como el varguismo en Brasil, el
nacionalismo revolucionario en Bolivia, el primer peronismo en Argentina o el
gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala). La memoria popular no puede ser
extirpada, puede llegar a hundirse en una suerte de clandestinidad cultural, en
una latencia subterránea digerida misteriosamente, pensada por los de abajo, subestimada por los
de arriba, para reaparecer como presente, cuando las circunstancias lo
requieran, renovada, implacable.
*****
Notas:
[1] Si
consideramos el último lustro (2010-2014) el crecimiento promedio real de la
economía de Japón ha sido del orden del 1,5 %, la de Estados Unidos 2,2 % y la
de Alemania 2 % (Fuente: Banco Mundial).
[2] Un buen
ejemplo es el de la “importación” de fármacos donde empresas multinacionales
como Pfizer, Merck y P&G hacen fabulosos negocios ilegales ante un gobierno
“socialista” que les suministra dólares a precios preferenciales. Con un juego
de sobrefacturaciones, sobreprecios e importaciones inexistentes las empresas
farmacéuticas habían importado en 2003 unas 222 mil toneladas de productos por
los que pagaron 434 millones de dólares (unos 2 mil dólares por tonelada), en
2010 las importaciones bajaron a 56 mil toneladas y se pagaron 3410 millones de
dólares (60 mil dólares la tonelada) y en 2014 las importaciones descendieron aún
más a 28 mil toneladas y se pagaron 2400 millones de dólares (un poco menos de
87 mil dólares la tonelada). Como bien lo señala Manuel Sutherland de cuyo
estudio extraigo esa información: “lejos de plantearse la creación de una
gran empresa estatal de producción de fármacos, el gobierno prefiere darles
divisas preferenciales a importadores fraudulentos, o confiar en burócratas que
realizan importaciones bajo la mayor opacidad”. Manuel Sutherland, “2016:
La peor de las crisis económicas, causas, medidas y crónica de una ruina
anunciada”, CIFO, Caracas 2016.
[3] Ignazio
Silone, “L'École des dictateurs”, Collection Du monde entier, Gallimard, París
1964.
Jorge Beinstein es economista argentino, docente de la Universidad
de Buenos Aires.
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