DOS MIRADAS SOBRE EL PRIMER
TRAMO DEL GOBIERNO DE CAMBIEMOS
Los cien días de Macri.
He
visto. (1).
Opinión
Por
Liliana Herrero *
He visto despidos a
mansalva sin ningún tipo de investigación sobre las tareas que se desarrollaban
en las instituciones del Estado, con métodos policíacos, persecutorios y
espionajes de redes sociales particulares.
He visto una
descalificación profunda de la palabra militante como si ella significara
vagancia y aprovechamiento.
He visto despidos en
empresas privadas.
He visto desesperación en
los pequeños comerciantes.
He visto tensar la cuerda
hacia los más débiles y soltarla para los que más tienen.
He visto tarifazos.
He visto destruir
lentamente los teatros, cerrarlos, hacer fiestas privadas en ellos y
acogotarlos con boletas impagables de luz para la formas culturales
independientes.
He visto decretazos.
He visto a la Gendarmería
atacar a niños de murgas con balas de goma.
He visto balear locales
partidarios.
He visto a la justicia
rendida a sus pies y atacar a los jueces que persisten en la independencia de
su actividad.
He visto cuestionar a los
organismos de derechos humanos, desde impedir el ingreso a las Madres a la
plaza, hasta reducir a números a los desaparecidos, como si la cantidad anulase
el horror.
He visto decidir represión
para manifestaciones de cualquier orden.
He visto cerrar infinidad
de centros culturales, privatizar otros, anular planes sociales.
He visto un perro prestado
en el sillón presidencial.
He visto a este gobierno
someterse y pactar con los poderes económicos, aquellos que nos han llevado a
la pobreza y que han intervenido en acciones que atentan contra nuestra
soberanía e independencia.
He visto a los medios
retirarse de toda crítica y reflexión.
He visto justificar estos
planes de gobierno estigmatizando al pasado inmediato anterior.
He visto apresar a una
mujer llamada Milagro Sala sin juicio ni causa que lo justifique.
He visto como nunca antes
un discurso sin ninguna densidad histórica ni reflexión sobre los infinitos
pliegues culturales y políticos bajo los cuales un país se constituye como tal.
He aquí los cien días del
gobierno de Macri!!!!.
Y todos sabemos que esta enumeración es absolutamente incompleta
Salud!!!
*
Cantante.
/////
En menos de una semana de asumir, el gobierno anunció en tono épico
“el fin del cepo” como si se tratara de una conquista de más libertad para
todos los argentinos. No obstante, en su anuncio, Prat-Gay omitió mencionar un
pequeño detalle: el llamado “cepo” se abría con una devaluación del 40 por
ciento lo que llevó el tipo de cambio oficial a $13,50 desatando de inmediato,
como no podía ser de otra manera, una estampida inflacionaria.
***
FRACASO DE MACRI ARRASTRA A ARGENTINA A
LAS FAUCES DE LOS BUITRES.
*****
Axel Kicillof
Página /12 domingo 20 de marzo del 2016.
No suena a extorsión. Es una extorsión, y a gran escala. Extorsión al
Congreso para que vote el pago a los buitres; extorsión a la sociedad en su
conjunto para que no se queje y lo acepte con resignación. Dijo Prat-Gay en la
Cámara de Diputados: “Con este acuerdo podemos evitar un ajuste brutal [...] es
una gestión poco agradable pero que hay que hacer porque sin esto no volvemos a
crecer”. El jefe de Gabinete, por su parte, sostuvo: “El acuerdo con los
holdouts tiene que salir; no hay plan B”. Y Macri remató: “Sin acuerdo con los
holdouts habrá ajuste o hiperinflación”. A decir verdad, no es la primera vez
que se presenta ante la sociedad un “dilema” de este tipo, ni es tampoco el
primer gobierno que utiliza este recurso. Más aun, algunas de las peores leyes
y decisiones que se tomaron en nuestra historia reciente, como el Megacanje, el
Blindaje, el Déficit Cero, la flexibilización laboral conocida como Ley
Banelco, estuvieron acompañadas por una campaña de chantaje de este mismo tenor.
Siempre el mismo argumento: si la medida no se toma, viene el desastre. Si, en
cambio, la medida se toma, prometen el paraíso.
En esta línea, según Macri, el destino de la Argentina depende hoy
íntegramente del pago a los fondos buitre. Si no se paga a los buitres, habrá
un “ajuste bestial”, desempleo, recesión, “¡hiperinflación!” (sic). Si, en
cambio, los buitres reciben su gigantesca tajada, lloverán inversiones
nacionales y extranjeras, crédito barato en pesos y dólares, y tendremos el
crecimiento asegurado.
¿Cómo fue que los argentinos llegamos a esta encrucijada de vida o
muerte, cuando durante la campaña el propio Macri prometía una revolución de la
alegría? Cristina Kirchner entregó, por primera vez en democracia, un país sin
crisis, con bajo desempleo y, aun para las consultoras privadas, en
crecimiento. Así que esta sensación de zozobra y urgencia se instaló después.
Repasemos, pues, brevemente el desarrollo del plan económico de Macri y sus
resultados. Ahí está la clave para entender la desesperación de Macri por, como
dicen en los canales de venta por cable, pagarle a los buitres ¡ya, ya, ya!
A menos de una semana de asumir, el gobierno anunció en tono épico “el
fin del cepo” como si se tratara de una conquista de más libertad para todos
los argentinos. No obstante, en su anuncio, Prat-Gay omitió mencionar un
pequeño detalle: el llamado “cepo” se abría con una devaluación del 40 por
ciento lo que llevó el tipo de cambio oficial a $13,50 desatando de inmediato,
como no podía ser de otra manera, una estampida inflacionaria. También se
olvidó de decir que al mismo tiempo el Banco Central estaba levantando todos
los controles a la fuga de capitales y que la Secretaría de Comercio estaba
abriendo la economía al ingreso de importaciones en todos los rubros. Era un
programa de liberalización total de la economía: libre flujo de capitales y
libre comercio acompañaban a la nueva “libertad cambiaria”.
En la misma conferencia de prensa conocimos las condiciones que el gobierno de Macri necesitaba para devaluar. El ministro Prat-Gay los explicó extensamente:
En la misma conferencia de prensa conocimos las condiciones que el gobierno de Macri necesitaba para devaluar. El ministro Prat-Gay los explicó extensamente:
“Entre
nosotros decíamos que necesitábamos un ingreso adicional de 10 mil millones de
dólares para tener la confianza de que podíamos efectivamente levantar las
restricciones cambiarias [...]. Estamos hablando con bancos extranjeros,
estamos hablando con las cerealeras, hemos llegado a acuerdos en muchos casos,
estamos hablando con empresarios argentinos, más allá de las cerealeras, que
están dispuestos a adelantar algunos fondos que tenían planeado para la
inversión [...] podemos decir que esos 10 mil millones de dólares con los
cuales nos sentíamos cómodos, estamos hablando de un rango de entre 15 mil y 25
mil millones de dólares de ingreso de divisas en los próximos cuatro semanas en
Argentina. Con esa tranquilidad es que hoy, como dijimos antes, nos animamos a
levantar esas restricciones, sin esa tranquilidad por supuesto no hubiéramos
podido hacerlo. [...] tenemos un acuerdo con todo el sector de empresas
cerealeras que se han comprometido a partir de mañana a liquidar 400 millones
de dólares por día, durante las próximas tres semanas. Para que se entienda
bien, esto implica un flujo de 2000 millones de dólares por semana”.
Macri se tiró a una pileta sin agua, confiando en las promesas que le
hicieron las empresas y bancos, de aportar entre 15 mil y 25 mil millones de
dólares en un mes. La verdad es que todos estos sectores, uno por uno, le
fueron dando la espalda. Empecemos por las cerealeras: a pesar de la inmensa
transferencia de ingresos que recibió el sector con la devaluación del 40 por
ciento y la reducción de retenciones, la liquidación quedó muy por debajo del
anuncio del ministro. En lugar de los 8000 liquidaron en las siguientes cuatro
semanas 481, 756, 752 y 870, es decir, menos de 2900 millones. Los bancos
extranjeros no se portaron mucho mejor con su presidente. Hubo gestiones,
trascendidos, idas y vueltas, pero lo cierto es que recién el 21 de enero los
bancos HSBC, JP Morgan y Santander anunciaron que aportarían 1000 millones de
dólares cada uno, y el Deutsche, BBVA, Citi y UBS, 500 millones. Se trató de un
préstamo al Banco Central otorgado en las peores condiciones imaginables: por
11 meses, con una tasa de casi 7 por ciento y con una garantía en títulos de
¡10.000 millones! Hubo que poner 10.000 millones para conseguir 5000. De
los bancos y empresas nacionales, no llegó nada de nada.
El temprano fracaso del plan de Macri lo
empujó a las fauces de los buitres.
Hace unos días Marcos Peña dijo que no había Plan
B. Pero, como veremos, el problema es más grave: tampoco hay plan A. Macri
“pagó” todos los apoyos de campaña, les habló con su corazón y le contestaron
no “con”, sino “sin”, el bolsillo.
De los “entre 15 mil y 25 mil millones de dólares
de ingreso de divisas en los próximos cuatro semanas en Argentina” de Prat-Gay,
entraron a lo sumo 7500 millones. A un mes de devaluar, el plan de Macri ya
había fracasado. Y entonces comenzaron los problemas. El BCRA se había
comprometido a no intervenir en el mercado cambiario, dejando “flotar” el
dólar. Pero el 1 de febrero el tipo de cambio superó la barrera de los 14
pesos. Recién en ese momento entraron a las reservas los 5000 millones del
crédito de los bancos al Central. Lejos de calmarse, el “mercado” produce una
nueva devaluación que lleva el dólar a 15 pesos. El BCRA seguía sin intervenir.
Pero entonces, algún teléfono debe haber sonado en la oficina de Sturzenegger y el Banco Central empezó a vender dólares, sacrificando más de 750 millones de las reservas para contener el dólar cerca de los 15 pesos. Así y todo, hacia fines de febrero se produce la tercera devaluación de la era Macri y el 1 de marzo el dólar toca los 16 pesos. Lo que ocurrió tiene un solo nombre: a Macri no le dieron los dólares y además le hicieron una corrida cambiaria, bien tapada y disimulada por la prensa “independiente” oficialista. La reacción del Banco Central fue la clásica: además de vender dólares para bajarlo, elevó la tasa de interés para que los inversores se queden en pesos y no se vayan al dólar. El resultado de estas operaciones está a la vista: las reservas terminaron a 23.124 millones (si se descuentan los 5000 millones). Se perdieron 2.600 millones de dólares de fuga de capitales. Mientras tanto, la devaluación pasó de un 40 por ciento a un 60. Y la tasa de interés que el Central (Lebac) le paga a los bancos es de 38 por ciento. Por eso no hay Plan A: Macri quería un dólar a 13 pesos con 50.000 millones de reservas y terminó su primer trimestre con un dólar a 15,5 y con 23.000. Lo dejaron pagando.
Pero entonces, algún teléfono debe haber sonado en la oficina de Sturzenegger y el Banco Central empezó a vender dólares, sacrificando más de 750 millones de las reservas para contener el dólar cerca de los 15 pesos. Así y todo, hacia fines de febrero se produce la tercera devaluación de la era Macri y el 1 de marzo el dólar toca los 16 pesos. Lo que ocurrió tiene un solo nombre: a Macri no le dieron los dólares y además le hicieron una corrida cambiaria, bien tapada y disimulada por la prensa “independiente” oficialista. La reacción del Banco Central fue la clásica: además de vender dólares para bajarlo, elevó la tasa de interés para que los inversores se queden en pesos y no se vayan al dólar. El resultado de estas operaciones está a la vista: las reservas terminaron a 23.124 millones (si se descuentan los 5000 millones). Se perdieron 2.600 millones de dólares de fuga de capitales. Mientras tanto, la devaluación pasó de un 40 por ciento a un 60. Y la tasa de interés que el Central (Lebac) le paga a los bancos es de 38 por ciento. Por eso no hay Plan A: Macri quería un dólar a 13 pesos con 50.000 millones de reservas y terminó su primer trimestre con un dólar a 15,5 y con 23.000. Lo dejaron pagando.
El costo de este temprano fiasco financiero fue muy
alto, por sus “efectos secundarios”. La violenta devaluación produjo una
aceleración de los precios que llevó la inflación a más de 4 por ciento
mensual. Macri mientras tanto seguía avanzando en el ajuste despidiendo
estatales, contribuyendo a la caída de los ingresos con un tarifazo eléctrico,
con el aumento de naftas, los peajes y los impuestos. Y también seguía pagando
los apoyos de campaña: baja de retenciones para cerealeras, mineras,
petroleras, grandes exportadores industriales y aumento tarifario del 600 por
ciento para engrosar el balance de las empresas eléctricas. Todo esto afectó
fuertemente la actividad: la caída del poder adquisitivo de los ingresos redujo
a su vez a la demanda agregada y el mercado interno. A eso se agrega el
encarecimiento del crédito. Es así que la economía de la era de Macri empieza
con aceleración inflacionaria, caída del salario real, más de 100.000 despidos
y represión.
Estos son los factores que explican la urgencia de
pagarle a los buitres. Macri sigue buscando los 15.000 o 25.000 millones de
dólares que necesitaba en enero para su devaluación. El tema es que estamos en
marzo y en la búsqueda de ese flujo se le va el gobierno. Los recursos los van
a traer los bancos extranjeros y los bancos le impusieron una condición:
rendirse incondicionalmente ante los fondos buitre. Recién después llegará la
plata para Argentina.
Ahora bien, si se le paga a los buitres “lo que
Griesa dijo”, ¿bajará la tasa de interés como promete Macri? ¿Llegará la
esperada “lluvia de dólares”? ¿Se aplicará la deuda externa que se contraiga a
inversiones productivas, infraestructura y a los más necesitados? Hay más dudas
que certezas. Empecemos por los montos. Entre lo que el gobierno va a pedir
prestado para pagar a los buitres y lo que pidieron desde el Central, ya nos
habrán endeudado en casi 20.000 millones en tres meses. No parece que nos vayan
a prestar mucha más plata, cuando en el marco de la crisis mundial los
capitales están huyendo de países más “apetecibles” de América Latina. En
cuanto al costo del financiamiento, si arreglar con los fondos buitre implicara
directamente una reducción de la tasa, ¿cómo puede ser que para conseguir los
12.000 millones que prestan los bancos para justamente cerrar este asunto la
tasa sea, según dicen, de 7 o 7,5 por ciento? No parece muy factible que entren
muchos fondos y baratos, y menos todavía que vayan al venturoso destino que
promete Macri, cuando para atender la presión cambiaria dicen necesitar una
fortuna, dada la absoluta libertad para la fuga de capitales. Además,
reconozcamos que si la deuda externa fuera a utilizarse para el desarrollo y la
inclusión social, sería la primera vez en la historia Argentina (¿y mundial?)
que esto pasa.
La historia, por otra parte, no se termina acá.
Pagarle rapidito y sin chistar a los buitres no es otra cosa que una condición
impuesta por los bancos extranjeros para prestarle a Macri la plata que
necesita. Es la primera de las condiciones. Después aparecerá, seguramente, la
“sugerencia” de aplicar un programa de ajuste del FMI. Los bancos reclaman
siempre la intervención del Fondo cuando realizan préstamos porque es la
garantía más firme que tienen de que van a conseguir el repago. Porque el Fondo
Monetario se ocupa de que los recursos del país no se utilicen para el
bienestar social (como la salud, la educación, la cultura) y de que, además, se
vendan todos los activos para pagar a los acreedores.
Es por eso que, claramente, no es cierto que la
disyuntiva de Argentina sea deuda o ajuste. Como ocurrió tantas veces en el
país, para tomar deuda externa probablemente sea necesario aplicar un ajuste
supervisado por el FMI: el único plan que tiene Macri por delante es el de
deuda y ajuste.
*****
La derecha político empresarial,
"exitosa" hasta ahora en los cien días del gobierno de Macri,
destrozando - sin consulta a nadie, omitió al Parlamento, a los gobiernos Federales,
gremios, sindicatos, Centrales Sindicales, etc. - imposición vertical de
políticas contra todo los que se construyó económica, social, cultural,
política e institucional en los gobiernos Kirchneristas, gobiernos progresistas
en Argentina.
LOS
CIEN DÍAS DEL GOBIERNO DE MACRI.
Agenda social y
agenda oficial. (2).
*****
Opinión
Por Washington Uranga
En torno del número casi
mágico de los primeros cien días de gobierno quedan también en evidencia las
reales preocupaciones del macrismo, cuál es su agenda de temas prioritarios y,
con ello, la distancia cada vez más grande que tiene con las preocupaciones y
las urgencias de los actores populares. El abismo entre las prioridades de unos
y otros es cada día más grande y nada indica que exista voluntad política del
oficialismo para salvar esta distancia, algo para lo que sin duda no alcanzan
las promesas de “pobreza cero”, bienestar sin precisiones y alegría sin
motivos.
El macrismo y sus aliados
insisten en que la prioridad para la Argentina consiste en la “reinserción” en
el mundo, aunque por el momento esto se traduzca apenas en acordar con los
fondos buitres porque de este modo –dicen– se abriría la catarata de
inversiones que terminaría, a la larga, favoreciendo a todos los argentinos. Muchos
economistas –y no solo los que se alinean en los sectores más duros de la
oposición– descreen de estos presagios oficiales y advierten sobre el riesgo
contrario: los posibles nuevos litigios de quienes quedaron al margen del
acuerdo y también otras repercusiones económicas nefastas que apuntarían en el
sentido exactamente contrario a los anuncios hechos por el oficialismo.
La agenda también establece
prioridad sobre los actores. El macrismo no tiene dificultades para sentarse a
dialogar con los grandes productores agropecuarios, con los grupos financieros
y con empresarios poderosos. Todos son viejos conocidos de los funcionarios y
hablan el mismo lenguaje. No hay diálogo con los movimientos sociales, con los
representantes de las pymes y con los asalariados salvo, en este último caso,
que se planteen situaciones de conflicto. En general se admite que todos estos
sectores están siendo perjudicados por las medidas, pero como no hay
posibilidades de dar respuestas inmediatas, los encuentros se postergan. El ministro
Ricardo Buryaile lo explica diciendo que “había que pegar un volantazo, se pegó
y había que pagar algún costo que es lo que está pasando hoy”. Una traducción
posible de esta afirmación, que es similar a la que esgrimen otros actores del
Gobierno, sería que “los pobres tienen que esperar”. ¿Hasta cuándo? Ahora se
fija el horizonte del segundo semestre, donde “el derrame” comenzaría a surtir
sus efectos según el relato oficial. Cambiemos sigue insistiendo en la “teoría
del derrame”, desestimando las innumerables evidencias que demuestran su
falacia. Mientras tanto la agenda social se sobrecarga de temas y demandas que
siguen sin respuesta. Algunos son deudas pendientes o tareas inacabadas de la
gestión anterior. Un ejemplo de ello es el déficit habitacional. Pero la
mayoría son nuevas cuestiones y preocupaciones que surgen como resultado de las
medidas adoptadas por el nuevo gobierno.
Hay, al margen de la agenda
oficial una agenda social, entendiendo por ello las cuestiones que están
presentes en los encuentros de las organizaciones sociales, de movimientos de
base, de grupos formales e informales en los barrios y, en general, en aquello
que los antropólogos y otros científicos sociales llaman “el territorio” para
expresar la complejidad de relaciones que se establece entre ciudadanos, sus
condiciones de vida, el hábitat y el tejido social. Esa agenda social está
centrando miradas y preocupaciones en el deterioro paulatino de la calidad de
vida y en la pérdida de conquistas de los sectores asalariados y de menores
recursos.
En ese contexto un tema que
asoma casi como un fantasma en cada encuentro es la desocupación. La memoria
social es muy sensible a esta cuestión, aún para los más jóvenes que no lo han
padecido de manera tan directa, pero que reciben los relatos de sus mayores. No
existen todavía estadísticas actualizadas sobre el impacto de las decisiones
económicas en el empleo, pero se palpa en la cotidianidad. En primer lugar por
las consecuencias directas de los despidos tanto en el sector público como en
el privado. Uno de las cuestiones más graves es la paralización de la obra
pública, con todos los efectos negativos directos que ello tiene
particularmente en provincias y municipios alejados de la capital. Pero también
por sus derivaciones secundarias: la caída de la actividad económica disminuye
las posibilidades de los trabajadores informales, de aquellos que hacen changas
y trabajos ocasionales. Aquellos que transitan los barrios advierten sobre el
regreso al cirujeo de quienes había abandonado este tipo de actividades y ahora
no encuentran otra alternativa de subsistencia.
Más allá de que el discurso
oficial afirma que no se han dado de baja planes sociales, lo cierto es que la
gran mayoría de ellos están paralizados y su futuro es incierto. Ocurre en el
campo de la economía social, pero también de la educación, de la salud y de las
iniciativas en materia de trabajo. Son múltiples las razones que se aducen:
revisión, adecuación, auditoría, reducción presupuestaria. Al margen de los
motivos la paralización de las prestaciones impacta de manera directa en la
calidad de vida de los sectores más pobres.
El aumento de las tarifas
de los servicios públicos también empeora las condiciones de vida de los pobres
y de los asalariados que, por efecto de la inflación, ven con preocupación que
no pueden hacer frente a sus obligaciones. La inflación se “come” los salarios
sin recomponer mientras el Gobierno y su Ministro de Hacienda y Finanzas piden
“prudencia” a los trabajadores que se sentarán en la mesa de las negociaciones
paritarias.
Los comedores populares,
que pulularon después del 2001 y que en su gran mayoría habían desaparecido o
se habían reconvertido en los años subsiguientes, se están reinstalando ahora
en muchos barrios, especialmente en el conurbano bonaerense. Es parte de la
estrategia de sobrevivencia.
Con el comienzo de las
clases se comenzó a visibilizar también el impacto en los más pequeños:
dificultades de alimentación, falta de útiles y deterioro de la vestimenta. Lo
cuentan las maestras y los maestros.
Además de la agenda
oficial, de la discusión de los grandes temas y de los debates en el Congreso,
hay también una agenda social más oculta, muchas veces invisible, que
protagonizan los más pobres. Una agenda que tiene que ver con la calidad de
vida de estos actores e integrada por cuestiones que no alcanzan a ganar la
primera plana de los medios de comunicación de llegada masiva. Agenda que
expresa necesidades, preocupaciones y angustias, aunque todo ello no logre aún
traducirse aún en propuestas organizativas de reivindicación que den
visibilidad a los reclamos. Con el kirchnerismo la acción del Estado desarmó
parte de la capacidad de movilización social de estos actores, en unos casos
por satisfacción de las demandas y en otros por cooptación política. Hoy un
número importante de organizaciones de base comparten la confusión política y
la desarticulación que atraviesa a los sectores de la oposición.
Por el momento, la agenda
oficial va por otro lado y el Gobierno “mira otro canal” aunque varios de sus
principales responsables son conscientes de que el tiempo de gracia en estas
cuestiones está llegando a su fin y que habrá que pensar en respuestas que vayan más allá del
relato en torno a la “pobreza cero”.
*****
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