“Cierto
que desde que las sociedades más desarrolladas se transforman en sociedades de
consumo de masas las relaciones entre el arte como distinción y el
arte como entretenimiento más próximas se han ido aflojando y las fronteras
entre ambos mundos se han ido difuminando. Y es ahora, cuando la visión del mundo propia de la clase burguesa – eres lo
que compras, eres lo que vendes- abandona las viejas legitimidades heredadas de
las élites aristocráticas e ilustradas y sus valores artísticos se hacen más
evidentes: los nuevos héroes positivos del social-capitalismo ya no necesitan
contener contradicciones humanistas: con adiestramiento militar y tecnologías
punta de combate, Rambo o el Agente 007,
son los nuevos Cid del Capital; Disneylandia es el verdadero Versalles de
este mundo, Benidorm el verdadero paraíso
al alcance de todo los proletarios del mundo; los eventos deportivos permiten
renovar semanalmente la esperanza de que vamos a ganar, series de televisión como
Los Soprano o Breakingbad legitiman
que la rapiña y el daño son meros accidentes en la construcción de la libertad
individual mientras que primitivas o quinielas nos hacen soportable el tiempo
de espera hasta la llegada final al paraíso prometido : la jubilación. El
realismo social-capitalista es hoy la estética que domina nuestras vidas,
nuestros horizontes, nuestras miradas. Y sin embargo pocas veces somos
conscientes de como esa tendencia artística construye y conforma nuestro
imaginar, nuestros desagrados y esperanzas, nuestros sentimientos e
indiferencias. Seguimos menospreciando cualquier
otra pretensión que quiera reclamársele al arte. Tenemos tanto miedo de que
nos tomen por defensores del realismo socialista que anatemizamos a esté sin ni
siquiera conocerlo. Y no hay peor ciego que el que no quiere mirar. A veces es
necesario una mirada crecida en otra cosmovisión del mundo, más allá o más acá
del capitalismo, para dejar de ver la viga en el ojo nuestro”.
/////
Realismo religioso. (de archivo).
HABLEMOS DE REALISMO SOCIAL-CAPITALISTA.
*****
Colectivo
Todoazen.
Rebelión
miércoles 16 de marzo del 2016.
Del realismo socialista se ha hablado y habla mucho
y mal, muy mal. Del realismo social-capitalista se habla poco o nada y si se
habla casi nunca se habla mal. El realismo socialista, si nos asomamos a las
pantallas de la Wikipedia -esa instancia que representa y refleja el “sentido
común semántico” del neoliberalismo- es definido como una corriente
artístico-literaria cuyo propósito es expandir el conocimiento de los problemas
sociales y las vivencias de las personas por medio del arte. Su característica
principal sería la exaltación del héroe positivo y de la clase trabajadora
común al presentar su vida, trabajo y recreación como algo admirable . Para sus
críticos, que hoy son mayoría en el mundo cultura el realismo socialista
aparece como un rango estrecho, burdo y predecible de producción intelectual y
es considerado un no-arte, una mera herramienta de propaganda sin ningún valor
estético.
El “realismo social-capitalista” lo podríamos
definir como aquella corriente estética, inserta en la gran corriente cultural
del humanismo, cuyo esencial objetivo es reflejar, producir y expandir el
conocimiento de las ventajas del sistema capitalista mediante las herramientas
propias de lo que conocemos como arte exaltando aquellas acciones, personajes o
sucesos que legitimen y glorifiquen los valores que el capitalismo representa:
individualismo, competitividad, ambición, éxito, pragmatismo, ganancia y
libertad de contratación. Una estética mediante la cual el capitalismo impone
lo que quiere que “veamos y sintamos” al codificar, enjuiciar y sentenciar
tanto nuestros pensamientos, gustos y sentimientos como el marco de acción en
que vivimos al modular y moldear las subjetividades individuales y colectivas.
El realismo social-capitalismo acompaña al capitalismo a todo lo largo de su historia. A lo largo de la Edad Media las artes eran actividades integradas casi de manera total en la esfera de la religiosidad cristiana encontrando en iglesias y monasterios sus espacios de creación y exposición o consumo. A su lado apenas cobraban existencia artes y literaturas caballerescas a su vez sometidas a los valores morales del cristianismo. Como bien conocemos será en el seno de las sociedades feudales donde tenga lugar el incipiente nacimiento de una burguesía urbana y mercantil que al transcurrir de los siglos va a dar a la aparición del sistema capitalista bajo el que todavía hoy se establecen nuestras vidas.
El realismo social-capitalismo acompaña al capitalismo a todo lo largo de su historia. A lo largo de la Edad Media las artes eran actividades integradas casi de manera total en la esfera de la religiosidad cristiana encontrando en iglesias y monasterios sus espacios de creación y exposición o consumo. A su lado apenas cobraban existencia artes y literaturas caballerescas a su vez sometidas a los valores morales del cristianismo. Como bien conocemos será en el seno de las sociedades feudales donde tenga lugar el incipiente nacimiento de una burguesía urbana y mercantil que al transcurrir de los siglos va a dar a la aparición del sistema capitalista bajo el que todavía hoy se establecen nuestras vidas.
En el camino desde las sociedades feudales a un
mundo urbano y mercantil las artes tardarían en perder su impronta religiosa
y no será hasta el asentamiento del emergente poder mercantil que las artes se
reconfiguran como espejo de valores más laicos y civiles. Llegue con recordar
la pintura flamenca que encuentra en la vivienda familiar o en los espacios de
negocio su inspiración y objetivos. En marcha hacia la toma del poder que la
Revolución Francesa va a representar, la nueva burguesía parece descubrir el
gusto, el buen gusto, por lo útil y cercano huyendo de las grandiosidades-
Versalles, el Louvre, el Palacio de Oriente, El Hermitage,- propias de las
Monarquías absolutas. Pero conviene no olvidar que la salida histórica de las
revoluciones burgueses se van a resolver en clave de Restauración, de pacto
implícito o expreso entre la obsoleta aristocracia y un nuevo poder burgués que
va a encontrar en los viejos valores aristocráticos algunas claves estéticas
que le permitan presentarse ante sí misma y ante el conjunto social- un
conjunto en el que está emergiendo el proletariado – como paradigma universal
necesitando ostentación para confirmar su triunfo económico, social y cultural
. Es por entonces cuando nace lo que venimos llamando el realismo social-capitalista
con sus héroes individualistas, sus hazañas económicas, sus vidas de “santos”
(burgueses), su épica guerrera y sus fábulas de conquista.
Realismo artístico.
Si echamos la vista atrás veremos con claridad ese
paisaje estético que la clase burguesa ha ido dibujando mediante la producción,
promoción y consumo de aquellos objetos artísticos que dan testimonio de su
dominación. Miramos lejos y nos encontramos el canto a la industriosidad
burguesa en las páginas del Robinsón Crusoe. Miramos más cerca y en la La
Comedia Human a de Balzac comprobamos la epopeya de la clase comercial y
financiera; la torre Eiffel nos avisa sobre sus logros tecnológicos, las
estatuas de Rodin certifican su alto entendimiento de la condición humana, el
canal de Suez los logros de su espíritu de empresa, la música de Wagner la
altura de su ambición. Pero quizá su mayor conquista haya sido algo poco
evidente y tangible: el control sobre concepto arte pues es la propia burguesía
la que por mediación de sus agentes culturales establece y jerarquiza aduanas,
definiciones y fronteras artísticas.
Cierto que desde que las sociedades más
desarrolladas se transforman en sociedades de consumo de masas las relaciones
entre el arte como distinción y el arte como entretenimiento más próximas se
han ido aflojando y las fronteras entre ambos mundos se han ido difuminando. Y
es ahora, cuando la visión del mundo propia de la clase burguesa – eres lo que
compras, eres lo que vendes- abandona las viejas legitimidades heredadas de las
élites aristocráticas e ilustradas y sus valores artísticos se hacen más
evidentes: los nuevos héroes positivos del social-capitalismo ya no necesitan
contener contradicciones humanistas: con adiestramiento militar y tecnologías
punta de combate, Rambo o el Agente 007, son los nuevos Cid del Capital; Disneylandia
es el verdadero Versalles de este mundo, Benidorm el verdadero paraíso al
alcance de todo los proletarios del mundo; los eventos deportivos permiten
renovar semanalmente la esperanza de que vamos a ganar, series de televisión como
Los Soprano o Breakingbad legitiman que la rapiña y el daño son meros
accidentes en la construcción de la libertad individual mientras que primitivas
o quinielas nos hacen soportable el tiempo de espera hasta la llegada final al
paraíso prometido : la jubilación.
El realismo social-capitalista es hoy la estética
que domina nuestras vidas, nuestros horizontes, nuestras miradas. Y sin embargo
pocas veces somos conscientes de como esa tendencia artística construye y
conforma nuestro imaginar, nuestros desagrados y esperanzas, nuestros
sentimientos e indiferencias. Seguimos menospreciando cualquier otra pretensión
que quiera reclamársele al arte. Tenemos tanto miedo de que nos tomen por
defensores del realismo socialista que anatemizamos a esté sin ni siquiera
conocerlo. Y no hay peor ciego que el que no quiere mirar. A veces es necesario
una mirada crecida en otra cosmovisión del mundo, más allá o más acá del
capitalismo, para dejar de ver la viga en el ojo nuestro. Dubravka Ugresic es
una escritora nacida en la antigua Yugoslavia y sus libros se han traducido a
más de veinte lenguas. En su ensayo Gracias por no leer. La Fábrica
Editorial, Madrid 2004 se puede leer esta afilada y certera reflexión:
“El
realismo socialista era un arte optimista y jovial. En ningún lugar ha habido
tanta fe en un futuro luminoso y en el triunfo definitivo del bien sobre el
mal. En ningún lugar, salvo en la cultura de mercado(...) La
literatura de mercado contemporánea es realista, optimista, jovial, sexy,
explícita e implícitamente didáctica y concebida para las amplias masas
lectoras. En este sentido, también modela y educa ideológicamente a la clase
trabajadora en el espíritu de la victoria personal, la victoria de cierto bien
sobre el mal. Es social-realista.” Curiosa mirada la de una escritora
que vivió bajo “el peso” del socialismo y que hoy vive “la libertad” que el
capitalismo le ofrece. No se trata de nostalgia sino de hechos.
No seríamos honestos si no admitiéramos que no
todas las literaturas bajo el capitalismo responden a este porte más cercano a
las fantasías de salvación que a la inteligencia. La propia resistencia al feliz
relato del capitalismo ha dado lugar a otros relatos aunque sea del realismo
social-capitalista el que rentabiliza lecturas e imaginaciones. Existe una
literatura crítica que cuestiona las ideologías que se edifican sobre
concepciones de tradición humanista que apoyan una visión individualista de la
vida en sociedad. Y existe otra literatura y otro realismo, el realismo
socialdemócrata de singular importancia por el lugar que ocupa en nuestra
cultura literaria. Un realismo socialdemócrata que por un lado se siente
heredero del entendimiento elitista del arte como actividad superior, mientras
que por otro pretende reflejar la “inevitable” conflictividad que toda vida
humana supone. El realismo socialdemócrata como esa corriente estética al
servicio de un entendimiento de la vida social como un espacio de contradicción
irresoluble entre el yo y los otros, entre el yo y sus circunstancias y en la
que el héroe ya no se presenta como héroe positivo si no como actor escéptico o
atormentada víctima de un acontecer histórico frente al que solo cabe aceptar
la inteligencia como adaptación. Un realismo entre dos aguas, entre la dura
realidad social y la ilusión ideológica de que todo lo real es necesario y que
no hay que por bien no venga. Un realismo socialdemócrata al servicio de unos
valores, en los que se mezcla el cinismo con las buenas intenciones, propios de
esas psicologías y subjetividades de clase media donde todo destino personal
consiste en nadar y guardar la ropa y sobre el que en mejor ocasión habrá que
detenerse a fin
de analizar sus perfiles con mayor atención y más espacio dada la relevancia y
acogida que nuestras élites culturales le conceden.
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