¿LA
INTELIGENCIA ARTIFICIAL LIQUIDARÁ AL CAPITALISMO?.- Si la
inteligencia artificial (IA) definirá el dominio geoestratégico en la próxima
generación, su ideología emergente marcará el
destino de la humanidad. Ya el zar Vlady
Putin había alertado de que quien domine la IA controlará al mundo. Detrás de las amenazas de guerra comercial de Estados
Unidos y China se encuentra el
“posicionamiento tecnológico que marcará el siglo XXI sobre la primacía de la
IA cuando Beijín ha proclamado que será el líder indiscutible en 2030.
Quedó atrás la caduca taxonomía de
derecha e izquierda que floreció durante la Guerra Fría en la etapa bipolar entre Estados
Unidos y la ex URSS, hoy la ideología en el
mundo se encuentra fracturada entre los globalistas
–encabezados por el megaespeculador George
Soros y la dupla británica de The
Economist/The Financial Times–, acoplados a los poderosos multimedia israelí-anglosajones de occidente –contra los nacionalistas donde prevalecen
Trump, el zar Vlady Putin y el mandarín Xi con sus respectivas idiosincrasias–
al unísono de sus puntuales resurrecciones en la Unión Europea.
Considera que si la IA
permanece bajo control de las fuerzas del mercado desembocará en forma inexorable en un mega-rico
oligopolio de datos de multimillonarios que cosecharán la riqueza creada
por los robots que desplazan la mano
de obra, dejando un masivo desempleo a su alrededor. Juzga que la economía de mercado socialista de China puede proveer una solución, si la IA “asigna en forma racional (sic) recursos
mediante los análisis de macrodatos (big data) y si las robustas asas de
retroalimentación (feedback loops)
pueden suplir las imperfecciones de la mano invisible, mientras se comparte en
forma equitativa la inmensa riqueza que crea en medio de una funcional economía
planificada.
El peligro de la IA, que
avanza en una tecnología de propósito general, es que permanezca en manos privadas
que sirven los intereses de unos cuantos. Aduce que la
inevitabilidad del desempleo masivo
y la demanda por el bienestar universal conducirán la idea de socializar (sic)
o nacionalizar (sic) la IA. El capitalismo digital fantaseó el bienestar social, como sucede con los multimillonarios de Google y Apple que esconden sus inmensas
ganancias en los paraísos fiscales para evadir impuestos, lo cual choca con su lema
hipócrita de responsabilidad social”.----- Quien controle la IA impondrá su modelo. Alfredo Jalife-Rahme, La Jornada .
(Continúa….)
/////
¿CAPITAL DIGITAL? MARX Y EL
FUTURO DIGITAL DEL CAPITALISMO.
*****
Michael
R. Krätke.
Son
Permiso. Lunes 1 de mayo del 2018.
¿Qué tiene aun que decirnos
Marx sobre el capitalismo actual? La pregunta es pertinente, porque la
principal obra económica de Marx, El capital, esto es, el volumen
primero de este ladrillo, apareció hace 150 años, en septiembre de 1867. El
primer volumen y, en parte, también importantes borradores del segundo y el
tercero de esta obra son de 1864 y 1865.
Sin embargo, El capital de Marx
no versa sobre el capitalismo del siglo xix, sino sobre la lógica del
desarrollo capitalista, quiere descifrar el nexo interno entre todos los
fenómenos de una economía capitalista. Quiere ser una “teoría general”, que
pueda explicar la dinámica que sigue el capitalismo, sus crisis y coyunturas,
transformaciones y revoluciones. Marx no construye ninguna teoría del “capitalismo puro”, sin consideración
de su historia. Se interesa por las tendencias a largo plazo del desarrollo
capitalista, lo estudia con la mirada puesta en el futuro: ¿qué aspecto tendrá
el mundo cuando el capitalismo pueda desarrollarse y extenderse sin bridas ni
frenos? Le interesa la Inglaterra de su tiempo, altamente industrializada;
después, los EEUU, como país donde la industrialización capitalista de todos
los ámbitos —en ese momento, de la agricultura— avanza más rápidamente, porque
muestra la imagen del futuro para todo el mundo capitalista.
Los estudios tecnológicos de Marx.
Aunque era filósofo y
jurista de formación, con 25 años se pasó al estudio de la economía política,
al que se dedicó cuarenta años, hasta su muerte, en marzo de 1883. Como
autodidacta y coetáneo del cénit de la primera revolución industrial en
Inglaterra, estaba entusiasmado por las revoluciones tecnológicas de la época.
Al ver desde el principio al capitalismo desarrollado como un modo de
producción altamente tecnologizado que transformaba el mundo de forma más
fundamental que todas las formas económicas anteriores, consideraba
indispensable el estudio de la tecnología y las ciencias experimentales
coetáneas, a diferencia de la mayor parte de economistas de su época. En varios
intentos, durante 1851-52, 1856-57,
1861-63 y, nuevamente, desde 1868
hasta 1878, realizó extensos estudios
sobre ciencias experimentales y tecnología. (1) Marx mostró especial interés por los descubrimientos en las ciencias
experimentales de su tiempo, p. ej., en química, física y fisiología,
y estaba fascinado por sus aplicaciones tecnológicas, p. ej., en la agricultura. Marx,
empero, era todo menos un admirador acrítico de la nueva agricultura industrial y de la gran industria fabril, cuyas consecuencias social y ecológicamente
devastadoras vio con exactitud. Conocía los escritos de autores ingleses
contemporáneos como Andrew Ure, el
propagandista del sistema fabril, o Charles Babbage, el inventor de la primera calculadora y teórico de la organización racional de la
empresa. Estudió los escritos del pionero de la agroeconomía Justus von Liebig, y compartió la creencia de este
coetáneo suyo en las posibilidades casi ilimitadas para el desarrollo de las fuerzas productivas sociales que se habían
abierto con las nuevas tecnologías y el sistema fabril. Pero no consideraba a
la técnica, la tecnología ni las ciencias
experimentales como las fuerzas motrices.
La fuerza motriz del tiempo
inesperado en que la productividad de la fuerza
de trabajo se había intensificado residía, a su juicio, en la dinámica específica del capitalismo
moderno.
Una sentencia del viejo Marx: la tecnología
no es economía política.
Para comprender la actitud
de Marx para con las revoluciones
técnicas de su tiempo es útil recordar una de sus frases clave dichas de paso:
“Sólo tecnología no es economía política”.(2) No son las tecnologías de
la producción, transporte o comunicación las que determinan la marcha del
desarrollo capitalista, sino al revés. Es el nuevo funcionamiento del sistema
fabril, específicamente capitalista, con el que comienza la “moderna ciencia de la tecnología”, la
aplicación sistemática en la producción de los resultados de las ciencias experimentales, la búsqueda
constante de innovaciones, la aceleración del progreso técnico, la larga
sucesión de nuevas revoluciones
tecnoindustriales.
¿Cómo se desarrollan las revoluciones técnicas en el
capitalismo? ¿Por qué se dan, en realidad? ¿Cómo se llevan a cabo? Marx lo estudió en detalle y tenía la
mirada puesta tanto en la primera como en los inicios de la segunda revolución
industrial, en los años siguientes a la gran depresión de 1873. La búsqueda
permanente de mejoras e innovaciones técnicas en el sistema fabril distingue al
capitalismo industrial. Marx las explica con la lógica de la “producción
de plusvalía relativa”: los empresarios
industriales ganan a la competencia incrementando constantemente la
productividad de sus empleados, mediante la introducción y perfeccionamiento de
innovaciones técnicas. Como todos hacen la apuesta, la base técnica de muchas
industrias (tendencialmente, de todas) se recicla continuamente y la capacidad
productiva aumenta constantemente. Así, cobra cada vez más fuerza la tendencia
a la sobreproducción y la sobreacumulación, que, periódicamente,
lleva a crisis, grandes y pequeñas.
En las crisis del capitalismo moderno se manifiestan las “revoluciones de valores”, que son las
consecuencias inevitables de las constantes innovaciones técnicas. Llevan a la
destrucción de capital, la obsolescencia de todas las tecnologías, la
desaparición de profesiones. Marx
estudió minuciosamente varias de las crisis de su tiempo: las de 1847-48,
1857-58 y 1873-79. Las revoluciones técnicas y transformaciones bruscas del
régimen industrial exigen crisis. La
desvalorización y destrucción de capital abren paso a la aplicación y
proliferación de nuevas técnicas. El progreso técnico y la innovación se
aceleran, así como la racionalización y reorganización por razones técnicas.
Pero las nuevas técnicas, especialmente las tecnologías, sólo dan la
posibilidad de transformaciones más o menos radicales de la empresa y la
circulación capitalistas. Se imponen cuando cooperan con ellas los actores
determinantes del capitalismo moderno: las empresas, los capitalistas, los
financieros, los trabajadores asalariados. Y sólo lo hacen cuando encuentran o,
mejor, cuando pueden abrir, mercados suficientemente grandes y estables para
los posibles productos de las nuevas tecnologías. El capitalismo industrial moderno de alta tecnología penetra en los
mercados mundiales o, más bien, crea y
expande mercados mundiales (como la
industria de comunicaciones de
entonces, con las industrias del ferrocarril
y los telégrafos, que Marx tenía ante sus ojos).
Marx y la digitalización.
La crítica marxiana de la economía política se ha
quedado inconclusa, Marx no
pudo tratar suficientemente muchos de los problemas centrales de su teoría. Por
ello, está justificada la pregunta de si su análisis del capitalismo industrial se adecúa a los fenómenos actuales. El
propio análisis marxiano de las mercancías tiene sus límites. No es adecuado
sin más con las mercancías ficticias o cuasimercancías, falla con los bienes
públicos o comunes. ¿Puede la economía
política marxiana, en la forma en que aseveran los marxistas de hoy, tratar el trabajo cognitivo y sus productos?
¿Puede explicarse con el Marx de los
marxistas qué valor añadido crea exactamente un trabajador cognitivo que,
p. ej., diseña programas? ¿Qué se
produce exactamente en y mediante Internet? ¿Qué se compra y se vende?
Ningún producto, sino derechos de uso (p. ej., a instalar Windows 10 en un PC). ¿Qué pasa, empero, si el acceso es libre y
gratuito (como al abrir una cuenta de Facebook
o al emplear software libre)? ¿El
“valor” de los productos de software, fabricados y distribuidos por
empresas privadas de evidente alta rentabilidad, lo determina la media, o la
cantidad marginal, de trabajo necesario para su producción? Como bien sabía y
subrayaba Marx, con la mirada puesta
en sus conocimientos científicos, no hay relación alguna entre el trabajo
necesario para un descubrimiento o invención científico o tecnológico y el
trabajo necesario para su reproducción. Es este último, a juicio de Marx, el que determina el valor de cada
mercancía. ¿Aun se puede, por tanto, aprehender la economía de la información o
de los bienes cognitivos en términos de valor?
El “Fragmento sobre las máquinas”.
Los profetas del poscapitalismo dicen poder descubrir en
los primeros manuscritos de Marx un
vaticinio genial de los desarrollos contemporáneos que señalan derechamente a
una superación del capitalismo. Se trata del denominado Fragmento sobre
las máquinas, un pasaje de los manuscritos económicos de 1857-58. (3) Ahí Marx se permite un experimento
intelectual: supóngase que el sistema fabril, según la lógica capitalista, es
crecientemente empujado hacia la “fábrica
automática”. Entonces, lo que él denomina trabajo inmediato será
cada vez más irrelevante respecto a la masa de capital empleado, y el carácter
del trabajo se transformará. El trabajo de cada individuo se convertirá,
directamente, en trabajo social, lo que se pague ya no será el trabajo
inmediato de cada individuo, sino el conjunto del proceso industrial encarnado
en la fábrica automática, en el sistema maquinal. Éste, empero, no dependerá
del conocimiento y experiencia de grupos de trabajadores singulares, sino del
conocimiento socialmente disponible, desarrollado durante generaciones. Marx habla de “fuerza productiva general” o
“intelecto general”, de las “potencias generales del cerebro humano” que,
en el futuro, existirán en cada trabajador individual como “individuo social”. (4) En el intento marxiano de
pensar el desarrollo del capitalismo hasta su fin lógico, una fábrica
automática y vacía, vigilada y controlada por escasos trabajadores cognitivos
de alta competencia, los filósofos marxistas leen todo tipo de afirmaciones
exorbitantes. (5) Ni el conocimiento
sustituirá al trabajo ni “la ciencia” ni
el “intelecto general” se convertirán en el principal agente del proceso
productivo. El conocimiento, el alto conocimiento, la ciencia, no son nunca “fuerza productiva inmediata”, como
escribe Marx en algún lugar, sino la
precondición para una productividad creciente del trabajo. El conocimiento, el
saber general y especializado, debe obtenerse mediante trabajo social,
desarrollarse y, sobre todo, transmitirse. El simple mantenimiento de un buen
nivel educativo cuesta considerables cantidades de trabajo social. Marx se imagina una fábrica del
futuro en que la masa de trabajadores fabriles de su tiempo habrá desaparecido,
ya que su “trabajo simple” habrá
devenido superfluo, el trabajo fabril que quede será trabajo de especialistas
de alta cualificación. No afirma que el trabajo manual vaya a desaparecer
completamente; aun menos que el trabajo intelectual (que se basa en y aporta
conocimiento) y el manual puedan, algún día, separarse totalmente. El simple
manejo o la vigilancia y comunicación mediante sistemas autómatas que utilizan
robots no se puede equiparar a pura tarea intelectual ni a trabajo de
investigación.
Marx y los mitos de la economía digital.
Una parte considerable de
la obra de Marx consiste en
críticas, de los Economistas del período clásico, pero también de “falsas críticas de la economía política”,
expuestas por otros socialistas. En las lecturas filosóficas actualmente de moda se oculta el tipo de crítica que es
especialmente importante para Marx.
La crítica de la confusión, la irreflexión, el dogmatismo de los economistas
que, a la sazón como hoy, descansaban sobre una montaña de problemas
irresueltos. Marx pretendía haber refutado sus dogmas y errores, deshecho sus
antinomias y planteado un tratamiento racional de sus problemas irresueltos ―y,
señaladamente, desde el “punto de vista
puramente económico”, que siempre adoptó. De ahí se sigue que difícilmente
habría aceptado los mitos sobre una economía o, mejor, un capitalismo digital, actualmente compartidos y difundidos por
tantos. Antes bien, como economista crítico, habría visto como tarea suya
criticar concienzudamente los exaltados sinsentidos y afirmaciones
insostenibles, precisamente cuando provienen de la “izquierda”. Para Marx, lo mismo que para los economistas políticos que todavía consideran fértil su teoría, esto
es, relevante para la investigación, la “digitalización”
ofrece más bien un melón por abrir que soluciones fijas y acabadas.
El mundo del capitalismo digital es muy distinto, pero, como antes, ningún software funciona sin hardware, como antes, es necesaria una infraestructura
de cables, antenas de telecomunicaciones, servidores, etc. Hay que poder
guardar y transmitir los datos, es necesario generar, mantener, reemplazar, es
decir, organizar y reorganizar, soportes de datos (libro, disco duro, Cloud,
etc.) y redes de comunicación.
Ningún “bien digital” o “informativo” puede
convertirse en mercancía (y, con
ello, interesar a los capitalistas) sin
derechos de propiedad privada, sin derechos de autor. Se trata de bienes “no rivales” (el uso por uno no merma
el uso por otro), pero cada consumidor potencial puede y debe poder ser
efectivamente excluido de su uso. (6) “Bienes libres” como
conocimientos puramente científicos, compartidos ilimitadamente en
una academic community, son, para los capitalistas privados, de
interés limitado; los pueden utilizar,
pero no pueden hacer negocio con ellos.
Las “técnicas” como tales, puras tecnologías, producen sólo
precondiciones para transformaciones sociales, no crean ni fuerzan nada. Ninguna tecnología ni ningún tipo de
mercancías hacen, “por sí mismos”,
imposible la propiedad privada, el
mercado o el capital. Históricamente,
los actores del capitalismo han demostrado siempre ser bastante hábiles.
Hasta ahora, la digitalización de la
economía parece haberse llevado bien
con el capitalismo. Con la transformación de la señal analógica en digital,
los datos o informaciones tampoco estarán ilimitadamente accesibles, aunque su
copia y difusión sean más fáciles y rápidas que nunca. A pesar de que
actualmente sea fácil técnicamente copiar
bienes digitales, descubrir y desarrollar productos semejantes es tan difícil e
igualmente costoso en trabajo (por su incertidumbre) como antes. Esta
particularidad de la producción
cognitiva no ha desaparecido con la digitalización. Como antes, la digitalización tiene también muchos
límites materiales y sociales, por ejemplo, el limitado número de
desarrolladores de software o de
especialistas en ITC, cuyo tiempo de trabajo también es limitado.
El viejo Marx no se habría tragado algunos de los mitos de la digitalización actualmente en
boga, p. ej., el de la economía de
costes marginales cero. Una reproductibilidad técnica de bienes alta o
(casi) a voluntad lleva a costes marginales (los costes de cada unidad
adicional producida) decrecientes y, con ello, a costes fijos decrecientes, en
total. En principio, sí. Pero los costos
marginales determinan sólo una parte de los costes totales, precisamente
cuando caen rápidamente. La técnica
digital (especialmente, el software) necesita vigilancia y mantenimiento,
esto es, trabajo constante, que
aumenta cuando el software debe
ampliarse, renovarse y adaptarse a menudo, que es siempre el caso en una
economía competitiva capitalista. Ni siquiera gigantes del software como Microsoft escapan a eso. Más allá de la esperanza de
vida de los equipos (físicos y sociales), los costes aumentan repentinamente y,
por ello, muchas empresas se aferran hasta hoy a equipos y software obsoletos;
capital fijo, para ellos. (7)
En el capitalismo, la
digitalización no es gratis, ni es un regalo de la naturaleza ni de la
sociedad. Los bienes digitales, los datos y las necesidades
necesitan, igual que antes, representación
física. Su generación, tratamiento, almacenamiento y difusión requieren
energía. De modo que la entropía aumenta. Los
medios de comunicación electrodigitales, tal y como los conocemos y
utilizamos actualmente, necesitan y generan una masa gigantesca de basura electrónica, y que crece
rápidamente, cuyo transporte, almacenamiento y tratamiento posterior tiene
enormes consecuencias para la economía
mundial. Necesitan materias primas,
de modo que alimentan a la activa industria minera mundial. Así que una
economía capitalista digital tampoco es ingrávida y también choca con límites
materiales.
A Marx, la denominada paradoja de la
productividad no le habría dejado frío. Como economista, era un friki
fanático y, evidentemente, habría tomado nota de que los países
capitalistas de vanguardia, durante las últimas décadas, no han logrado ningún
salto realmente impresionante en productividad ni crecimiento. Le habría
llamado la atención que, a pesar del uso
de tecnologías avanzadas de la información y la comunicación en casi todos
los campos, de incrementos exponenciales de la potencia de les ordenadores, de innovaciones constantes, no aumente
rápidamente de modo correspondiente la productividad y, con ello, la
rentabilidad. No obstante, para Marx
la ausencia de fuertes aumentos de la productividad del trabajo con toda la digitalización habría sido un problema,
porque, de una innovación técnica, esperaba que se extendiera sobre muchas
ramas de la industria, generara una ola de “revoluciones
de valor”, de destrucción y renovación de capital, con el ascenso de nuevas
ramas industriales y el declive de viejas industrias, esto es, una gran
transformación real del capitalismo. Hasta ahora ésta tan sólo se ha suplicado
elocuentemente, pero, en las estadísticas relevantes sobre producción y
productividad, no aparece.
Por ello, Marx se habría preguntado cómo emplean su capital
las empresas de alta tecnología actualmente líderes que dependen totalmente de tecnología digital. ¿Qué
producen, qué venden los “cuatro grandes de Silicon Valley”? ¿Cómo y con
qué obtienen dinero y ganancias? En primer lugar,
bloqueando el acceso general a Internet
o a plataformas especiales, abiertas a cambio de una cuota para usuarios de
pago, un negocio que tiene poco que ver con técnica digital, y mucho con poder
político y acceso de facto a
bienes semipúblicos (en parte, también comunes), esto es, con una
privatización de la infraestructura
digital políticamente autorizada y buscada. En
segundo lugar,
recopilando datos y revendiéndolos y haciendo propaganda de ellos (un producto
informativo híbrido, que combina servicio con representaciones físicas).
Entonces pueden, como Facebook y Google,
renunciar al cobro de tarifas para el acceso a sus plataformas. Sus clientes, habitualmente otras
empresas capitalistas de todas las ramas posibles, compran un sitio en la
plataforma y pagan por él una parte (anticipada) del beneficio extra que
obtienen gracias a su acción publicitaria. El
valor añadido real es sólo marginal, en algunas agencias de publicidad, que,
efectivamente, prestan un servicio o bien crean un producto.
Finalmente, Marx se habría
interesado por las consecuencias de la digitalización en la propia producción de
viejos bienes materiales. Ya vio las consecuencias para los trabajadores industriales de los
primeros comienzos del sistema fabril,
vio la racionalización y perfeccionamiento de los procesos productivos,
acompañados de vigilancia y controles intensivos. Vio la compresión del trabajo, el alargamiento de la jornada, el aumento de su
intensidad, la presión creciente y la ascendente inseguridad para los trabajadores
industriales. En el volumen primero
de El capital, Marx fue uno de los primeros economistas del siglo XIX que vio la posibilidad, incluso la inevitabilidad, del paro
tecnológico masivo. Argumentó largo y tendido contra los defensores de la
denominada teoría de la compensación, esto es, la temprana tesis de que por
cada trabajo que desapareciera gracias a los avances tecnológicos, surgiría
otro, o más, en otra industria, quizás totalmente nueva y, al final, todo se
equilibraría maravillosamente. Marx
tenía otra visión. Consideraba posible e inevitable el paro tecnológico masivo,
la desaparición
de profesiones y categorías laborales enteras en el capitalismo de alta
tecnología y, por ello, habría comprendido totalmente nuestras preocupaciones
actuales.
*****
Notas:
(1) Estos estudios están
documentados en incontables libretas y cuadernos de trabajo que Marx dejó tras de sí. Hasta ahora tan
sólo se ha publicado una parte de dichos libros y anotaciones, en la medida en
que se han conservado, en los volúmenes de la sección cuarta de la segunda MEGA
(obras completas de Marx y Engels).
(2) En la “Introducción”, rápidamente desechada, del verano de 1857 a sus
manuscritos económicos de 1857-1858 (en Karl Marx, Friedrich Engels, “Ökonomische Manuskripte 1857/1868”, Werke,
Berlín, vol. 42, 1983, p. 21).
(3) Este fragmento, de menos de
quince páginas impresas, es importante, p. ej., para el periodista británico Paul Mason, que, por lo demás, no
necesita mucho al Marx viejo (véase Paul Mason, Postkapitalismus. Grundrisse einer kommenden Ökonomie, Fráncfort, 2016).
(4) Véase Karl Marx, “Ökonomische Manuskripte
1857/1858”, en Karl Marx, Friedrich
Engels, Werke, vol. 42, Berlín, 1983, pp. 601, 602. Por cierto,
el desarrollo del sistema fabril hasta la fábrica automática también se
encuentra en el volumen primero de El capital.
(5) Tras ello se encuentra el
deseo de demostrar teóricamente, con citas de Marx, el inevitable final del capitalismo. Lo que Marx describe en el fragmento, como experimento
intelectual, es un futuro altamente tecnologizado del capitalismo, que no se
puede aprehender, tan ligeramente, con los conceptos facilones de valor.
Ciertamente no, si se soslayan los problemas irresueltos de la teoría marxiana,
como es mala costumbre entre filósofos y adeptos a las más nuevas lecturas de Marx.
(6) Para poder convertir la información en mercancía, hay que trabajarla. Quien tenga que comprar una información, debe
saber qué valor tiene, pero el vendedor no le puede revelar su contenido, es
decir, su valor de uso, antes de haberla vendido y de que ésta haya sido
totalmente pagada. De ahí que se den originales formas intermedias de venta,
esto es, de abandono parcial de los derechos de uso con el tiempo.
(7) Sobre esto, véase Rainer Fischbach, Die
schöne Utopie. Paul Mason, der Postkapitalismus und
der Traum vom grenzenlosen Überfluss, Colonia, 2017.
Miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, profesor de economía política en la Universidad de Lancaster, es uno de los
grandes conocedores vivos de la obra de Marx.
Acaba de publicar el libro "Kritik der politischen Ökonomie heute.
Zeitgenosse Marx" [Crítica de la
economía política hoy. Marx contemporáneo] (VSA Verlag 2017).
Fuente:
Spw. Zeitschrift für sozialistische Politik und
Wirtschaft, 224, 2018
Traducción:
Daniel Escribano.
*****
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