Ese objetivo aún está lejos de alcanzarse. En Bangladesh, el acuerdo ha conseguido
que las fábricas sean más seguras, pero los derechos a constituir y unirse a
sindicatos y a ponerse en huelga todavía se enfrentan con una represión brutal.
El
año pasado, miles de trabajadores salieron a las calles para exigir que se les
doblara el sueldo y poder así acercarse a un salario digno. Se encontraron con
que fueron detenidos y encausados, y miles de trabajadores acabaron en las
listas negras de la industria. Los
salarios de la industria textil de
Bangladesh siguen siendo demasiado bajos como para cubrir las necesidades
básicas y se sigue obligando habitualmente a los trabajadores, que aún no
tienen derecho a sindicarse, a hacer horas extraordinarias.
Los
trabajadores a los que afecta han respondido al reto de una forma innovadora. En los lugares
en que se les niega que constituyan un sindicato, los comités de empresa de
seguridad y salud laboral, introducidos por el Acuerdo de Bangladesh, se ha utilizado como punto de partida para
que los trabajadores empiecen a organizarse y como base para la constitución de
sindicatos.
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LA LUCHA DEL TEXTIL EN BANGLADESH CINCO AÑOS
DESPUÉS DE LA TRAGEDIA DE RANA PLAZA.
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Marienna Pope-Weldemann.
Red Pepper.
Rebelión jueves 24 de mayo del 2018.
El derrumbe del Rana Plaza se cobró más de mil vidas y
dejó al descubierto el desprecio de la gerencia por la seguridad de los
trabajadores. Marienna Pope-Weidemann informa de la lucha por conseguir mejores
condiciones para los trabajadores de la industria textil en Bangladesh.
Hace hoy cinco
años, Rosina Atker llegó a trabajar, como de costumbre, con su madre y
su hermana a las ocho de la mañana. Pero nunca volvió a casa. Rosina era
trabajadora textil en el edificio Rana Plaza. Estaba embarazada de cuatro meses
en ese momento. Cuando llegó al trabajo, su hermana le preguntó al encargado si
se podían ir a casa; el edificio no parecía seguro y todo el mundo veía las
grietas de los muros. Pero les dijeron que "no se preocuparan y siguieran
trabajando".
De hecho, las autoridades locales habían recomendado
el día anterior que se suspendieran todas las actividades de las fábricas. A
los empleados del banco y las tiendas de las plantas bajas se les dijo que se
quedaran en casa. Pero obligaron los trabajadores textiles a permanecer bajo
amenaza de despido. Solo unas horas más tarde, el edificio se derrumbó y
cientos de trabajadores quedaron atrapados en su interior. Los equipos de
rescate tardaron cinco días en encontrar el cuerpo sin vida de Rosina entre los
escombros. Ella fue una de las más de
1100 personas que murieron en el derrumbe del Rana Plaza.
La tragedia del
Rana Plaza descubrió al mundo el coste real del desprecio de la industria de la
moda por los derechos de los trabajadores. Pronto se supo que el derrumbe se
podía haber evitado, que el peso de la maquinaria y el personal superaba en más
de seis veces el peso que el edificio podía aguantar. Habían ignorado el
peligro deliberadamente, no solo los jefes de las fábricas, sino también las
marcas de moda que habían realizado auditorías del edificio.
Una ola de
indignación se extendió a lo largo y ancho del mundo. Más de un
millón de personas se manifestaron, protestaron y firmaron peticiones. War on Want [‘Guerra contra la Necesidad’, una
organización con sede en Londres] trabajó con los sindicatos sobre el terreno
para conseguir indemnizaciones para las familias de los heridos y muertos en el
derrumbe del Rana Plaza y para movilizar a la gente en el Reino Unido. Más de
150 grandes marcas y minoristas, fuertemente presionados por la opinión
pública, se adhirieron al llamado Acuerdo de Seguridad de Bangladesh, una
iniciativa liderada por los sindicatos.
El Acuerdo de
Bangladesh fue un acuerdo tripartito pionero entre el gobierno,
las empresas y los trabajadores. Ha sido la primera vez que las firmas y los
minoristas, que ganan miles de millones a costa de los trabajadores textiles,
han aceptado una negociación colectiva con ellos.
En febrero de
2014, el acuerdo cubría a 1600 fábricas.
Las fábricas estaban ya obligadas legalmente a someterse a inspecciones
independientes y transparentes, a financiar las reparaciones que fueran
obligatorias y el derecho de los trabajadores a negarse a trabajar bajo
condiciones no seguras, a tener acceso a un sindicato y a emprender acciones
colectivas cuando no se cumplieran los estándares de seguridad. Todos y cada
uno de los puntos del Acuerdo daban
un giro histórico a los pésimos antecedentes de la industria, conformados por acuerdos
voluntarios sin poder y autoevaluaciones herméticas
Pero la imagen
de la ropa desparramada sobre un cementerio de hormigón roto no bastó para
convencer a todo el mundo. Algunas marcas se negaron a aceptarlo. Las primeras fueron GAP y Walmart, empresa matriz de Asda. En su lugar, promovieron
su propia iniciativa para competir con este acuerdo: un plan basado en el anterior
enfoque voluntario que se centraba en la responsabilidad
corporativa, en lugar de en los derechos de los trabajadores; el sistema
que le había fallado a Rosina, a su
hijo nonato y a otras 3600 personas que habían muerto o habían resultado
heridas en el derrumbe del Rana Plaza. No estaban solos: el Gobierno del Reino
Unido lideró a los países de la Unión Europea que se oponían a un tratado
vinculante.
En enero de ese
año, los sindicatos, en representación de los trabajadores textiles de
Bangladesh, alcanzaron un pacto de 2,3 millones de dólares con una multinacional
de la industria de la moda, de la que no conocemos su identidad,
sobre los retrasos en las reparaciones de riesgos de seguridad en sus fábricas.
Cinco años después de que se introdujera el acuerdo, se ha demostrado que
merece la pena y el sindicato ha demostrado que es posible traducirlo en
acciones que salvan vidas.
Aún así,
conseguir aquel acuerdo les costó luchar durante dos años. Y además nos
muestra una importante verdad: los
acuerdos nunca serán suficiente si no van acompañados del derecho de los
trabajadores a organizarse y a utilizar esos acuerdos para luchar por defender
sus vidas y sustentos.
Ese objetivo aún está lejos de alcanzarse. En Bangladesh, el acuerdo ha conseguido
que las fábricas sean más seguras, pero los derechos a constituir y unirse a
sindicatos y a ponerse en huelga todavía se enfrentan con una represión brutal.
El
año pasado, miles de trabajadores salieron a las calles para exigir que se les
doblara el sueldo y poder así acercarse a un salario digno. Se encontraron con
que fueron detenidos y encausados, y miles de trabajadores acabaron en las
listas negras de la industria. Los
salarios de la industria textil de
Bangladesh siguen siendo demasiado bajos como para cubrir las necesidades
básicas y se sigue obligando habitualmente a los trabajadores, que aún no
tienen derecho a sindicarse, a hacer horas extraordinarias.
Los
trabajadores a los que afecta han respondido al reto de una forma innovadora. En los lugares
en que se les niega que constituyan un sindicato, los comités de empresa de
seguridad y salud laboral, introducidos por el Acuerdo de Bangladesh, se ha utilizado como punto de partida para
que los trabajadores empiecen a organizarse y como base para la constitución de
sindicatos.
En Sri Lanka,
por ejemplo, en donde trabajamos en colaboración con Free
Trade Zones and General Services Employees Union (sindicato de
empleados de zonas de libre comercio y servicios generales), el gobierno y las
empresas han contenido la formación de comités de seguridad y salud laboral,
pero los trabajadores del textil han seguido adelante con "comités en la sombra". Apoyamos esos grupos informales,
que participan en la formación en la fábrica no solo en lo relativo a la
seguridad y salud laboral, sino también en lo relativo a los derechos de los trabajadores y en el derecho a
constituir un sindicato. Y aunque no los reconozcan, los sindicatos están
comenzando a emerger.
Es una
vergüenza que la idea del respeto por los derechos humanos y laborales básicos sea opcional cuando las marcas de moda
obtienen miles de millones de beneficios anuales. El Acuerdo ha sido un paso importante y el pacto al que llegaron en
enero demuestra que se puede utilizar para obligar a las compañías a pagar por
poner en peligro las vidas de sus trabajadores. Pero cuando se trata de
anteponer las personas a los beneficios, ya sea en lo relativo a salud y seguridad o a un salario justo, estas empresas
siempre se esfuerzan en proteger sus rendimientos.
Por ese motivo, el acuerdo por sí solo no va a
proteger a los trabajadores. Es valioso siempre y cuando el trabajador de la fábrica lo
haga cumplir y tenga el derecho organizarse para conseguir dignidad y justicia.
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Marienna
Pope-Weidemann es la responsable de prensa de War on Want.
TEXTO
ORIGINAL PUBLICADO EN RED PEPPER.
Fuente: http://www.elsaltodiario.com/industria-textil/lucha-textil-bangladesh-cinco-la-tragedia-rana-plaza
Traducción: Isabel Pozas González
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