“En realidad, los gobiernos
europeos y las instituciones comunitarias no solo están eliminando y
suspendiendo derechos,
también están reconfigurando quiénes son sujetos de derecho y quienes quedan
fuera de la categoría de seres humanos. Y
eso provoca una nueva etapa en la desregulación del sistema internacional de
los derechos humanos. Todo ello tiene una profunda conexión con esa lógica
colonial y racista que promueve diferentes derechos para diferentes categorías
de personas. Como afirma Camps, “el Sáhara y el Mediterráneo son las auténticas cámaras de
gas del siglo XXI”. No obstante, conviene recordar que las normas internacionales de derechos humanos no
avalan bajo ningún concepto que organizaciones de la sociedad civil sean
procesadas por prestar ayuda a personas
refugiadas y migrantes a lo largo del continente europeo. Si la equidad es un valor vinculado a
las políticas públicas, la solidaridad
se une directamente con los núcleos esenciales de los derechos humanos, y las
personas y organizaciones sociales tienen todo el derecho y el deber de ponerla en práctica, ya que es una exigencia
ética ineludible. Es más, prestar ayuda a quien la necesita, más allá de su
situación administrativa, está perfectamente adecuado a la filosofía del Derecho Internacional de los Derechos
Humanos. Así lo reflejan las convenciones internacionales sobre refugiados,
la Declaración sobre los defensores de los derechos humanos en conexión con la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, el Convenio
Europeo de Derechos Humanos y el Derecho del Mar, junto a los diferentes informes presentados por
el Relator Especial de la ONU sobre la situación de los defensores de los
derechos humanos”.
/////
Miles de miles de Mujeres y Niños, llegaron a Europa, por el Mediterráneo, víctimas directas de la guerra, de la persecución étnico-religiosa del Estado Islámico, o de la lucha interna entre etnias, también de la extrema pobreza. Pero al llegar a la Unión Europea, por el Mediterráneo, hasta hoy no existe una Política Social Estatal de carácter humanitario, en unos casos devolución inmediata, víctimas de los "nuevos piratas del siglo XXI", verdaderos extorsionadores criminales del dolor humano. La Unión Europea es la segunda responsable- después de Estados Unidos - de la tragedia que hoy viven los pueblos de Oriente Medio, con el famoso cuento politiquero, de "defensa de la Democracia" desde, la fecha que invadieron Egipto, Túnez, Libia, Siria Irak, etc..
***
UNIÓN
EUROPEA: LA CRIMINALIZACIÓN DE LA SOLIDARIDAD EN EL MEDITERRÁNEO.
*****
Juan Hernández
Zubizarreta.
ALAI. América
latina en Movimiento.
Martes 8 de
mayo del 2018.
¿Por
qué las instituciones europeas no regulan, de manera expresa y precisa, que la
ayuda humanitaria y solidaria de quienes apoyen a las personas refugiadas y
migrantes no puede sancionarse en ningún caso y en ningún país de la UE?”.
“Los
defensores de las personas en movimiento se enfrentan a restricciones sin
precedentes, incluidas amenazas y agresiones, denuncias en el discurso público
y criminalización. En concreto, se ha detenido y acusado de contrabando de
personas a defensores que han salido al mar para rescatar a otras personas en
movimiento, y se les han embargado embarcaciones”. En su informe presentado al Consejo de Derechos
Humanos de la ONU el
pasado 23 de marzo, el Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la
situación de las y los defensores de derechos humanos, Michel Forst, apuntalaba
con estas palabras la preocupación que diferentes organizaciones sociales
tienen frente a la creciente criminalización de la solidaridad con las personas
migrantes y refugiadas en tierra europea.
Y
es que hoy las diferentes normas penales y administrativas lo mismo se aplican
a vecinos y vecinas del valle del Roya, situado en la frontera francoitaliana,
que a estudiantes, personas jubiladas, agricultores, bomberos o a misiones de
salvamento marítimo. Se extienden tanto a acciones de ayuda humanitaria y
sensibilización con ONG como Proactiva Open Arms, Salvamento Marítimo
Humanitario o Proem-Aid,
como a personas concretas como la activista española Helena Maleno, el sacerdote eritreo Mussie Zerai o el agricultor francés Cédric Herrou.
Ya
dice el Relator de la ONU en el
informe mencionado que “el simple acto de ofrecer té y galletas a un inmigrante
irregular ha sido motivo de enjuiciamiento penal”, y que varios países han
ordenado el cierre de comedores sociales, el embargo de embarcaciones de
rescate y la demolición de centros de alojamiento temporal. Medidas que van
acompañadas de profundas reformas de los marcos normativos, que conllevan la
criminalización de las organizaciones que trabajan en favor de las personas
migrantes. El aplastante triunfo de Orbán en Hungría va a dar paso a la aprobación
de una durísima ley en este sentido.
La directiva 2002/90
del Consejo de la Unión Europea,
destinada a definir la ayuda a la entrada, a la circulación y a la estancia
irregular, precisa que los Estados miembros deberán sancionar a cualquier
persona que ayude a entrar o transitar dentro de la UE a personas no nacionales de un Estado miembro. Y queda a
criterio de los Estados no penalizar a quienes actúen por motivos humanitarios.
Todo ello está provocando, por un lado, un desorden normativo que genera una
falta de seguridad jurídica según cuál sea el Estado en que se ayude a personas
migrantes y refugiadas; por otro, que los Estados no apliquen la cláusula
humanitaria y, por tanto, que continúe la criminalización en territorio
comunitario. ¿Por qué las instituciones europeas no regulan, de manera expresa
y precisa, que la ayuda humanitaria y solidaria de quienes apoyen a las
personas refugiadas y migrantes no puede sancionarse en ningún caso y en ningún
país de la UE?
Estos
hechos no son ajenos al contexto específico en que se desarrollan las políticas
migratorias, tanto de la UE como de países como Italia. El Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP), en su sesión del 18-20 de diciembre
de 2017 realizada en Palermo, ha reseñado una serie de sucesos
de máxima transcendencia para comprender toda la complejidad que envuelve la
criminalización de la solidaridad. Sin ir más lejos, en relación al el
procesamiento de los “buques
humanitarios” que actúan en las costas del Mediterráneo.
Los
Estados miembros están promoviendo políticas de externalización de fronteras
con el apoyo político y económico de la Unión
Europea. Son políticas dirigidas contra la migración y realizadas a través
de acuerdos con países de origen y de tránsito de las personas migrantes. Tal y
como describe el TPP, estos
convenios son regímenes para-jurídicos, con modalidades tales como agendas,
asociaciones, declaraciones, intercambios de notas, memorandos, etc.; todos
caracterizados por la opacidad, la informalidad, el secreto y la arbitrariedad,
lo que les permite escapar a cualquier forma de control democrático. Además,
las políticas de externalización interpretan de manera muy discrecional la
obligación de socorro y fomentan la criminalización de las organizaciones de
rescate en el mar o de quienes practican asistencia y solidaridad hacia las
personas migrantes y refugiadas.
En
el caso de Italia, comienzan con el
proceso de Karthoum (2004) y finalizan con los acuerdos bilaterales con países
como Egipto (2007), Nigeria (2011), Sudán (2016), Libia (2017) o Niger (2017).
El TPP destaca dos de los casos mencionados.
El primero, el memorándum de entendimiento
entre Italia y Sudán firmado en
agosto de 2016, que no es ajeno
al hecho de que el presidente Bashir haya sido condenado dos veces por la
Corte Penal Internacional por crímenes contra la humanidad. Este memorándum
deja claro que no puede garantizar los derechos humanos, ya que la expulsión
colectiva de Europa de los migrantes sudaneses y su exposición al riesgo de
tratamiento inhumano y degradante es una prueba fehaciente de la contradicción
de este acuerdo con el Derecho
Internacional de los Derechos Humanos.
El segundo, el
memorándum de
entendimiento con el gobierno de reconciliación nacional del Estado de Libia. Este no ha tenido en
cuenta la inestabilidad del país, cuyas autoridades no están en posición de
garantizar la potestad jurisdiccional sobre las violaciones de derechos humanos
cometidas contra los migrantes, ya que varios gobiernos supuestamente legítimos
y tres grupos militares se autoproclaman como ejércitos legales. Por otra
parte, la existencia de centros de detención y de tránsito —de hecho, enormes
cárceles a cielo abierto—, junto a la manifiesta complicidad entre “las fuerzas de orden y de seguridad” y
las organizaciones de traficantes de seres humanos, son hechos elocuentes de la
creciente impunidad. No podemos olvidar que la guardia costera libia está
formada por grupos armados apoyados por la UE.
El TPP ha certificado, además, la manera en que los
testigos narraron numerosos casos de muertes, deportaciones, desapariciones de
personas, encarcelamientos arbitrarios, torturas, violaciones, esclavitud y una
sistemática persecución a los hombres y mujeres migrantes. Parece evidente que
externalizar las fronteras a Sudán y a Libia implica devolver a miles de
personas, cuyos derechos humanos son vulnerados sistemáticamente, al lugar del
que huyen. Se subordina la obligación que tienen los gobiernos europeos y las
instituciones comunitarias de socorrer y acoger a las personas que se
encuentran a la deriva en el Mediterráneo, por acuerdos que priorizan la
seguridad y la externalización de fronteras. Lo que acarrea, a su vez,
perseguir y criminalizar a las organizaciones y barcos que protegen a quienes
escapan de biografías del horror. Así se va consolidando una verdadera
asimetría jurídica, que sitúa los acuerdos de externalización de fronteras por
encima de las convenciones internacionales de derechos humanos y afianza “las
devoluciones en caliente”.
Igualmente,
el Tribunal Permanente de los Pueblos
constata que la decisión de las instituciones ejecutivas de la UE y de la Agencia Frontex de suspender
la operación de socorro Mare Nostrum y la activación de la operación de
vigilancia Tritón ha provocado el retroceso de la línea de patrullaje y rescate
en defensa de los límites de las aguas territoriales italianas. Esto supone el
incremento del número de muertes en el mar, y al mismo tiempo ha comprometido
el trabajo de las ONG de salvamento al quedar condicionadas por la obligación
de devolución a la guardia costera libia.
En febrero de 2018
Frontex ha puesto
en marcha la denominada operación Themis, que ya no obliga a trasladar a las
personas refugiadas y migrantes rescatadas en el mar Mediterráneo a Italia. Eso implica, de facto,
desplazar a Libia la responsabilidad de salvar a los migrantes en el mar. En
este sentido, el director de Proactiva Open Arms, Óscar Camps, ha
manifestado que en el puerto de Trípoli
se encuentra amarrado el buque Capri
de la marina de guerra italiana, desde donde se coordinan los guardacostas
libios. Libia se convierte pues en
el eje sobre el que bascula la defensa de las personas refugiadas y migrantes,
toda una paradoja radicalmente opuesta a la filosofía de los derechos humanos.
Por
si fuera poco, todo ello viene acompañado de procesos judiciales contra las ONG que operan en las aguas del Mediterráneo central y de
campañas difamatorias en connivencia con el gobierno italiano. Este último,
además, ha tomado otras iniciativas dirigidas a disuadir su presencia, como el “código de conducta”, la acusación de
complicidad con los traficantes y la extensión de dudas sobre su financiación.
Está muy claro que no quiere “testigos
humanitarios y solidarios” que cuestionen con su mera presencia la crueldad
de las políticas migratorias. El TPP
ha escuchado acusaciones detalladas del comportamiento de la guardia costera
libia, recogidas durante la declaración de los representantes de la organización alemana Sea Watch, Sos
Mediterranée y Proactiva Open Arms, y ha valorado que la responsabilidad
debe extenderse al gobierno italiano y a las agencias europeas.
En
realidad, los gobiernos europeos y las instituciones comunitarias no solo están
eliminando y suspendiendo derechos, también están reconfigurando quiénes son
sujetos de derecho y quienes quedan fuera de la categoría de seres humanos. Y
eso provoca una nueva etapa en la desregulación del sistema internacional de
los derechos humanos. Todo ello tiene una profunda conexión con esa lógica
colonial y racista que promueve diferentes derechos para diferentes categorías
de personas. Como afirma Camps, “el
Sáhara y el Mediterráneo son las auténticas cámaras de gas del siglo XXI”.
No
obstante, conviene recordar que las normas internacionales de derechos humanos
no avalan bajo ningún concepto que organizaciones de la sociedad civil sean
procesadas por prestar ayuda a personas
refugiadas y migrantes a lo largo del continente europeo. Si la equidad es
un valor vinculado a las políticas públicas, la solidaridad se une directamente
con los núcleos esenciales de los derechos humanos, y las personas y
organizaciones sociales tienen todo el derecho y el deber de ponerla en
práctica, ya que es una exigencia ética ineludible. Es más, prestar ayuda a
quien la necesita, más allá de su situación administrativa, está perfectamente
adecuado a la filosofía del Derecho
Internacional de los Derechos Humanos. Así lo reflejan las convenciones
internacionales sobre refugiados, la Declaración sobre los defensores de los
derechos humanos en conexión con la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos, el Convenio Europeo de Derechos Humanos y el Derecho del Mar, junto
a los diferentes informes presentados por el Relator Especial de la ONU sobre
la situación de los defensores de los derechos humanos.
Por
eso, ayudar a los personas a cruzar el
Mediterráneo en la actual situación de reiterado incumplimiento
institucional y ausencia de políticas a favor de los derechos humanos es
perfectamente legítimo, más allá de la legalidad comunitaria y nacional que
prioriza las repatriaciones y “las
devoluciones en caliente”. De ninguna manera la ayuda humanitaria y la
solidaridad entre seres humanos puede ser ilegal. Como dijo la líder del movimiento sufragista Emmeline Pankhurst en 1908
al jurado que la estaba juzgando, “estamos aquí no por quebrantar las leyes, sino por nuestros
esfuerzos por crear nuevas leyes”.
Juan Hernández
Zubizarreta (@JuanHZubiza) es profesor de la Universidad del País Vasco e investigador del Observatorio de Multinacionales
en América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad.
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