Antropoceno. La política en la
era humana.- Cuando hace aproximadamente 10.000
años termina el frío de la última glaciación comienza para la Tierra el periodo
geológico conocido como Holoceno. En éste crecen las grandes civilizaciones
humanas, con sus revoluciones políticas, religiosas, alimentarias y
tecnológicas, que al final darían lugar al inicio de una nueva era bautizada en
2000 como “Antropoceno” por el Nobel de
Química Paul Crutzen.
Avalado por nuevas
iniciativas científicas como el Anthropocene Working Group, y algunos artículos en revistas científicas de impacto, la nueva etiqueta designaría un supuesto
nuevo periodo geológico cuyo rasgo central es el protagonismo ecológico de una
especie en concreto, la humana, y de una variante, la moderna o posmoderna. ¿Cuál será la
huella fósil de esta nueva era? Se proponen distintos candidatos: las megaurbes, la red de carreteras,
las minas, los arrecifes de coral devastados, las especies hibridadas, quién
sabe si los restos desolados de una destrucción nuclear.
Sin embargo, hasta
dentro de unos años, cuando la Comisión Internacional de Estratigrafía llegue a una decisión definitiva, no sabremos si el Antropoceno es el sucesor legítimo del Pleistoceno y el Holoceno en las edades
de la Tierra. Este es el objeto del último libro publicado por Manuel Arias Maldonado, (Málaga, 1974),
filósofo español con un currículum internacional y una obra que en su conjunto
aborda las importantes, inciertas y repentinas intersecciones entre los
problemas medioambientales y los sistemas políticos.
La demografía humana es
un buen comienzo para entender cómo hemos llegado hasta aquí. De unos pocos millones de individuos prehistóricos hemos
pasado a ser 900 millones en 1800, y
7.500 en 2017. La
especie humana moderna abarca hoy cien veces más biomasa que cualquiera otra
que haya existido en el pasado, y esto ha alterado drásticamente la vida en la tierra,
modificando su paisaje para siempre e interfiriendo con la evolución natural
del resto de especies. Según el conservacionista E.O.Wilson, hemos hecho que la tasa de extinción de
las especies se haya incrementado entre 800 y 1.000 veces. Queda poco espacio
sin “domesticar”: según el recuento
del biólogo Erle Ellis, hoy sólo es
virgen apenas un cuarto de la superficie terrestre no helada, de la que sólo un
20% son bosques y el 36% es estéril. El resto son
“antropomas”, o biomas influidos por el hombre: hay más árboles en las granjas
que en bosques salvajes.
A esta evidente pérdida
de biodiversidad habría que añadir una lista de cambios provocados por el hombre: la urbanización, la agricultura industrial,
los transportes, la modificación genética de los organismos, la acidificación
de los océanos y una creciente “hibridación
socionatural” que diluye los anticuados límites entre la naturaleza y
la cultura.
¿Pero por qué hablar de
“especie humana”? ¿No sería más correcto, si queremos
repartir equitativamente las culpas y responsabilidades como sugieren los activistas poscoloniales, referirnos a
una variante más específica? ¿No será el
Antropoceno en realidad un Euroceno o como mucho un Capitaloceno o un
Tecnoceno, tal como sugiere Peter
Sloterdijk? --- Fuente Manuel Arias Maldonado.
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Politólogo,
Profesor Manuel Arias Maldonado desarrolla este novedoso concepto, una nueva
época geológica inaugurada por la acción del hombre sobre el planeta, dando
cuenta de las verdades y mentiras que lo envuelven, al tiempo que reflexiona sobre sus consecuencias
políticas, es decir, por los efectos que puede tener para nuestras sociedades
nuestra obligación de reorganizar las relaciones socio-naturales.
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MANUEL ARIAS MALDONADO:
"ES RIDÍCULO UTILIZAR EL ANTROPOCENO PARA DEMONIZAR EL CAPITALISMO"
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El politólogo y profesor de la
UMA
publica Antropoceno. La política en la era humana (Taurus),
una reflexión sobre las verdades y mentiras de esta nueva era geológica y sobre
los vínculos que existen entre el medio ambiente y el debate público.
Andrés Seoane.
España. El Cultural 19 de marzo del
2018.
En la
crítica de su anterior libro, La Democracia Sentimental (Página indómita, 2017), Jorge Bustos aseguraba que Manuel
Arias Maldonado "no es un politólogo sino un filósofo político. La
diferencia entre ambos oficios es la misma que separa al interiorista del
arquitecto. Arias es un académico cuya kantiana ambición es toda
la que quepa en la consideración científica de la política".
En buena sintonía con este enfoque multidisciplinar, el profesor de Ciencia
Política de la Universidad de Málaga trasciende el ámbito estrictamente
político en su nuevo libro Antropoceno. La Política en la era humana (Taurus),
para adentrarse en el territorio del medio ambiente. En este volumen, Arias
Maldonado desarrolla este novedoso concepto, una nueva época geológica
inaugurada por la acción del hombre sobre el planeta, dando cuenta de las
verdades y mentiras que lo envuelven, al tiempo que reflexiona sobre sus consecuencias
políticas, es decir, por los efectos que puede tener para nuestras sociedades
nuestra obligación de reorganizar las relaciones socio-naturales.
Pregunta.- La historia de la Tierra es convulsa con varios cambios bruscos de temperatura, extinciones masivas... ¿ no es un poco alarmista y arrogante considerarnos tan responsables de un cambio geológico.
Pregunta.- La historia de la Tierra es convulsa con varios cambios bruscos de temperatura, extinciones masivas... ¿ no es un poco alarmista y arrogante considerarnos tan responsables de un cambio geológico.
Respuesta.- Se
trata de una acusación razonable, pues la noción del Antropoceno tiene un punto
megalómano. Sin embargo, los geólogos que lo promueven señalan que es
indiferente que el factor de cambio planetario sea el ser humano: se trata de
certificar un cambio geológico con reflejo estratigráfico. Esta
vez el factor diferencial es la humanidad y, simplemente, así se constata. Es
verdad que poner la atención en el planeta nos recuerda que éste se mueve en el
tiempo profundo y en esa "larguísima
duración" apenas somos una anécdota. Pero, de nuevo, esta melancólica
constatación es compatible con otras. Entre ellas, la de que el efecto agregado
de la especie sobre los sistemas naturales ha terminado por alterar su
funcionamiento a escala global. Y de ese resultado histórico, del acoplamiento
de los sistemas naturales y sociales, nos habla el Antropoceno.
Debemos
potenciar la progresiva hibridación de lo social y lo natural, antes que
mantener la ficción de que la sociedad está a un lado y la naturaleza a
otro"
P.- La teoría tiene una sólida base, pero el
consenso entre los científicos no es unánime, ¿en qué consiste y por qué no
está aceptada?
R.- Desde luego, al
tiempo geológico no se le puede meter prisa. La Comisión Estratigráfica
Internacional tiene que evaluar la propuesta formal que elevará el Anthropocene
Working Group. Si se aceptara y se reconociese con ello una nueva época
geológica, el Holoceno sería inusualmente breve, apenas 11.700 años y no los
millones habituales. Esta brevedad tan poco geológica genera resistencia,
que también se explica por la anomalía de identificar una época de la que somos
contemporáneos en lugar de buscarla en el pasado del planeta.
Pero si el registro fósil contiene una huella humana global, no se ven razones
para descartar la nueva periodización. En todo caso, la idea de que la
colonización humana del planeta ha alterado los sistemas naturales y nos ha
convertido en un agente medioambiental global tiene una dimensión que no es
geológica, sino derivada de las llamadas ciencias del sistema terrestre, que
estudian el funcionamiento del planeta como una totalidad. Y los datos son
elocuentes.
P.- El
Antropoceno presupone el fin de la naturaleza "salvaje", ¿qué
repercusiones tendrá que ésta ya no sea autónoma del ser humano?
R.- La naturaleza, como
estructura física y conjunto de leyes causales, no ha desaparecido. Y el planeta
podría conocer una desestabilización ante la que podríamos carecer de
respuesta; la ciencia-ficción ha
imaginado incontables posibilidades. Pero es verdad que la naturaleza del
planeta, la más superficial y fenoménica, está bajo la influencia de la especie
humana, sostenida y agregada en el nivel de la especie desde hace miles de años
y luego intensificada desde la industrialización. Por eso se puede
hablar de fin de la naturaleza, del final de su estado salvaje u originario,
separado del ser humano. Pensemos en el cambio climático, que es un agente de
influencia global de origen antropogénico.
Es así más razonable hablar de un entramado socionatural, de la progresiva hibridación de lo social y lo
natural, antes que mantener la ficción de que la sociedad está a un lado y la
naturaleza a otro. Por añadidura, los espacios semivírgenes pueden protegerse e incluso expandirse en el marco de
una gestión consciente del planeta y sin tratar de "volver" a una pureza natural perdida ya en el pasado.
P.-¿Existen razones para el optimismo ante los desafíos que
plantea el Antropoceno? ¿Y para el pesimismo? ¿No son más poderosas?
R.- Hay razones para un cauto optimismo. Entre
otras cosas porque con el pesimismo, no digamos con el pesimismo radical, no
vamos a ninguna parte. Estoy convencido de que una
movilización de las capacidades humanas orientada decididamente hacia la
sostenibilidad medioambiental y la realización colectiva de un "buen
Antropoceno" puede dar resultados en un plazo razonable de
tiempo. La dificultad está en crear las condiciones culturales que nos empujen
en esa dirección. Por lo demás, en
10.000 años todos estaremos extintos: si el planeta entra en una fase de
turbulencias inmanejables, poco podremos hacer. Pero es inútil pensar en esos
términos.
El Antropoceno no es
solo nocivo, presupone la transformación de la naturaleza en medio ambiente de
nuestra especie, para bien y para mal"
P.-¿Estamos a tiempo de revertir esta tendencia o de convertir
nuestro control sobre el planeta en algo positivo?
R.- Todo indica que lo estamos. De
hecho, el Antropoceno no solo se
declina como regreso de la peligrosidad del planeta; también como grado de
control humano, de definitiva transformación de la naturaleza en medio ambiente
de nuestra especie: para bien y para mal. En esa línea, la de disponer de
tiempo, se encuentra la idea de los "límites planetarios" sugeridos por Joachim Röckstrom: tratar de
que ciertos valores ecológicos, desde la temperatura media global a la
acidificación oceánica, no traspasen un determinado umbral, para
que los seres humanos sigan disponiendo de un "espacio seguro" donde operar. No debemos tampoco
olvidarnos de la incertidumbre: no es lo mismo medir y observar que predecir el
comportamiento de sistemas dinámicos y complejos. Añádase a ello la "diferencia" humana, o sea,
la formidable capacidad adaptativa y transformadora de la especie.
P.- En el reconocimiento del Antropoceno y en la búsqueda de
soluciones, ¿qué papel juegan la política y la economía?
R.- Un papel decisivo, desde luego. La política, porque es el instrumento
para la acción y la deliberación colectivas; la economía, porque es protagonista destacada del impacto
planetario y sin embargo es también imprescindible para la transición hacia la
sostenibilidad: como sistema de información y como sistema de innovación. Hacen falta
señales políticas que den a las empresas el empujón que necesitan para
reorientarse socio-ecológicamente (un impuesto global al carbón, por ejemplo).
También los consumidores presionan, transmitiendo al mercado nuevas
preferencias derivadas de un paulatino
cambio cultural.
P.- El capitalismo, emblema de este Antropoceno, ha influido en el planeta, pero también ha ayudado al progreso y a erradicar la pobreza, ¿dónde está el límite entre desarrollo y conservación del clima?
P.- El capitalismo, emblema de este Antropoceno, ha influido en el planeta, pero también ha ayudado al progreso y a erradicar la pobreza, ¿dónde está el límite entre desarrollo y conservación del clima?
R.- Utilizar el Antropoceno para
demonizar el capitalismo es emprender una operación epistémica de muy corto
vuelo. El capitalismo es una forma de organización económica
que ya expresa en sí misma el modo de ser de una especie que se adapta
agresivamente al medio, transformándolo. Y lo hace con una potencia inigualada en
el reino animal, gracias a esos rasgos que nos han hecho excepcionales: lenguaje, ultra-socialidad, tecnología.
Esto, claro, tiene sus contraindicaciones y efectos colaterales y es de ellos
de los que empezamos a ocuparnos. Ciertamente, el capitalismo ha sido también destructivo para ecosistemas y
especies; a muchas de ellas les infligimos hoy un sufrimiento que aún espera
reconocimiento. Pero el capitalismo puede reformarse, y lo ha hecho en más
de una ocasión, si se ve obligado a ello por la presión política o los cambios
culturales. Ya lo está haciendo: de la carne cultivada al coche
eléctrico, del desarrollo de semillas resistentes a la falta de agua a la invención de robots que ayudan a la gestión de los ecosistemas. Hablamos en
buena medida de un capitalismo de
Estado, donde lo público y lo privado se encuentran en una estrecha
relación y la dificultad estriba en modular eficazmente esas relaciones.
Hace
falta disfrutar de un cierto nivel de bienestar para plantearse la conveniencia
de moralizar las relaciones socio-naturales"
P.- ¿La conciencia ecologista es
algo exclusivo de los países desarrollados? ¿Cómo podrían los países pobres
alcanzar nuestro nivel con severas limitaciones ecologistas.
R.- La conciencia medioambiental moderna, que
es algo distinto al saberse parte de un entorno natural, es un lujo. O sea, es
un tipo de preocupación a la que solo se atiende cuando las necesidades básicas
están más o menos cubiertas. Hace falta disfrutar de un cierto nivel de bienestar
para plantearse la conveniencia de moralizar las relaciones socionaturales. Por
eso, y no es casualidad, ese hijo tardío del romanticismo que es el ecologismo
político nace y se desarrolla en sociedades liberales y ricas a partir de los
años 60-70 del siglo pasado. Para que los países pobres alcancen nuestro nivel
de desarrollo en un marco global de sostenibilidad necesitamos desarrollo
tecnológico y mercados diseñados de tal modo que integren las externalidades
medioambientales. Pero no nos engañemos: sin mantener y de hecho aumentar los
actuales niveles de bienestar no hay sostenibilidad que valga, pues los votantes
del mundo entero, y no digamos los habitantes de los países subdesarrollados,
rechazarán vivir peor o con menos bienes. La sostenibilidad debe estar ligada a la
modernización, no presentarse como un rechazo de esta última. Me parece que la
frugalidad planetaria es una fantasía ética, no un objetivo políticamente realizable:
un Antropoceno franciscano es una
contradicción en sus términos.
P.- ¿Por qué es tan fácil que
cale en la opinión pública un discurso negacionista sobre el cambio climático?
¿Qué influencia ha tenido el ecologismo radical de izquierdas en esta percepción?
¿Y el de los científicos y divulgadores?
R.- El negacionismo climático tiene
muchos padres. Por una parte, sí, es una reacción ideológica a ese
ecologismo clásico para el que solo lograremos sobrevivir o hacer justicia
ecológica si desmantelamos la sociedad liberal-capitalista. Y téngase en cuenta
que el fracaso del comunismo ha conducido a parte de la izquierda radical a
emplear el cambio climático como un medio para atacar al capitalismo. Más
aún, el catastrofismo verde que lleva anunciando apocalipsis inminentes desde
los años 70 ha restado credibilidad
a la ciencia climática, demasiado empeñada a su vez en ocasiones en presentar
tesis políticas o realizar predicciones de fuerte carga moral. Por último, los
problemas de los que hablamos se prestan fácilmente a eso que Stephen Gardiner llama "corrupción moral": no los
vemos ni nos parecen urgentes, así que los rechazamos o aplazamos.
P.- ¿Por qué la teoría del Antropoceno tiene tan poco
eco en España?
R.- España ni siquiera tiene un debate
público digno
de tal nombre sobre el cambio climático, así que desde luego no lo tiene
tampoco sobre el Antropoceno.
Arrastramos un déficit histórico en esta materia, por razones que van desde
nuestra tardía incorporación a la democracia
a los efectos de un sistema electoral que dificulta el lanzamiento de un partido ecologista mínimamente exitoso.
No obstante, el Antropoceno es un concepto joven, prometedor en
términos de su capacidad para reordenar el debate socionatural bajo
premisas distintas a las tradicionales, así que no perdamos la esperanza: quizá
esta vez cojamos la ola buena. Este libro es el modesto intento de contribuir a que así
suceda.
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