—¿Qué es para usted, hoy, el sandinismo?
—El sandinismo
es una fuerza latente que quedó soterrada en la sociedad. Nació de un ideal, que es el ideal de Sandino, que está basada en
principios muy simples: soberanía, democracia, justicia económica. Eso
está en todos sus escritos. Hay sandinismos de muy distintos apellidos. Está el
oficial que para mí no es sandinismo y hay otros sandinismos escondidos. En el
futuro, Nicaragua tiene que contar siempre con el sandinismo. No es que llegará
un momento en el que desaparecerá como si nunca hubiera existido. No. El
sandinismo es trascendental. Un día se va a recomponer con nuevos rostros, una
nueva dinámica, ideas nuevas y va a seguir siendo una fuerza en la sociedad.
—¿Percibe encrucijadas de las izquierdas en América
Latina, en los análisis que se hacen, por ejemplo, sobre Venezuela?
—Los gobiernos de (Nicolás) Maduro y de Ortega son
gobiernos que no representan lo que yo considero la izquierda. En primer lugar porque sin ética no hay
izquierda. Yo sigo reconociéndome como un hombre de izquierda y sin ética
no vamos a ninguna parte, nos confundimos con todos los demás. Lo que me aflige
de América Latina es todo este caso Odebrecht,
que es una matriz de la corrupción que logra corromper a gobernantes de derecha
y de izquierda, sobrepasa los límites ideológicos. Y esto es un mal: para
volver a ser izquierda hay que volver a la raíz ética. Porque sin sensibilidad
ética no hay sensibilidad por los pobres.
/////
El Pueblo Organizado triunfará y la Revolución Sandinista florecerá desde sus propias raíces histórico-políticas.
***
NICARAGUA: “EL ESTALLIDO SE VOLVIÓ MASIVO
PORQUE EL MIEDO SE ROMPIO”.
Entrevista con el Escritor y Político Sergio
Ramírez.
*****
Alejandro Ferrari.
Brecha.
Rebelión lunes 14 de mayo del 2018.
Mientras el régimen de Daniel Ortega reprimía
salvajemente el masivo levantamiento estudiantil, el más conocido escritor
nicaragüense recibía en Madrid el premio Cervantes. Entre las creencias de este
hijo de alcalde y de directora de escuela, está que “la literatura es parte
integral de la vida y del mundo”. Alejado hace tiempo de las aguas de la
política, cree también que la herencia del sandinismo es clave para el futuro
de su país. A su regreso a Managua, este privilegiado actor y espectador, evoca
para Brecha distintos aspectos de su oficio y nos brinda su mirada política
sobre el actual despertar popular, cuya efervescencia lo transporta a aquella
revolución de la que fue protagonista hace casi cuarenta años.
—Cuando se cumplían 20 años del inicio de la
revolución sandinista escribió sus memorias en 'Adiós muchachos'.
—No quería contar la historia de la revolución, sino
mi historia en la revolución desde una perspectiva sentimental: por qué entré
en ella, cómo me comprometí, cómo se comprometió mi familia, cómo mi mujer
cosía los uniformes de los guerrilleros en una máquina de coser en Costa Rica,
cómo mis hijos fueron a alfabetizar, cómo fueron a la guerra. Quería contar esa
historia sentimental y la articulé como si se tratara de un relato con las
técnicas de una novela, sin serla. Quería que fuera un relato, una narración,
no un libro didáctico, no enseñarle a la gente qué valiente que fui yo o qué
canalla fueron los demás. En este libro no quería poner canallas. Siempre me ha
repugnado ese término de disidente, no me avengo con ese término. No creo que
fuera un libro vengativo. Habían pasado muchas cosas dentro del Frente Sandinista,
ciertamente, pero sólo quería contar cómo era mi historia, tal como la viví. Mi
punto de vista.
—En medio de la efervescencia de aquella revolución,
¿no se vislumbraba que había cosas que no funcionaban?
—Nosotros creíamos que todo era posible. Es que si no,
no hubiera sido una revolución. La revolución es la creencia en la posibilidad
ilimitada de las cosas y eso es lo que había. Además, no hay que olvidar que se
trataba de una revolución juvenil. El promedio de edad de los protagonistas
debe de haber sido de unos 25 años. Yo era de los veteranos porque tenía un
poco más de 30. Sin esta pasión juvenil no hubiera habido nada en ningún campo
y menos en el de la cultura. Esta frase que ya se ha vuelto manida de “asaltar
el cielo” era real entonces. Todos los caminos estaban abiertos aunque no
tuviéramos puestos los pies sobre la realidad porque si en una revolución todo
el mundo pone los pies sobre la realidad, la revolución se detiene. Revolución
y realidad nada tienen que ver, son términos contradictorios.
—¿Qué hizo caer a este proyecto?
—Hay un defecto de origen cuando se pone en marcha una
revolución y es pensar que dure eternamente y que es contradictoria con una
alternancia política en el poder. Creo que una revolución puede establecer las
líneas maestras de una sociedad y el partido que hizo esa revolución no estar
siempre en el poder. Pero pensar que para mantener la revolución hay que estar
siempre en el poder es lo que lleva al desgaste, al deterioro y al desastre,
que es lo que ocurrió en los noventa aquí. Los gobiernos de Violeta (Chamorro),
de (Arnoldo) Alemán y de (Enrique) Bolaños no se explican sin la revolución;
aquí hubo democracia alternativa porque, a pesar de todo, la revolución la
estableció. La revolución no fue lo que nosotros queríamos que fuera, sino lo
que la realidad dictó que fuera. Nosotros queríamos un partido hegemónico para
siempre y la realidad dijo que no, que la salida tenía que ser democrática y
terminó siendo democrática al grado de que perdimos las elecciones. Esa es la
gran herencia de la revolución para mí. Y que hay que restablecer esa herencia
democrática que se ha perdido ahora. El que hizo la democracia verdadera en
Nicaragua es el sandinismo.
—¿Qué es para usted, hoy, el sandinismo?
—El sandinismo
es una fuerza latente que quedó soterrada en la sociedad. Nació de un ideal, que es el ideal de Sandino, que está basada en
principios muy simples: soberanía, democracia, justicia económica. Eso
está en todos sus escritos. Hay sandinismos de muy distintos apellidos. Está el
oficial que para mí no es sandinismo y hay otros sandinismos escondidos. En el
futuro, Nicaragua tiene que contar siempre con el sandinismo. No es que llegará
un momento en el que desaparecerá como si nunca hubiera existido. No. El
sandinismo es trascendental. Un día se va a recomponer con nuevos rostros, una
nueva dinámica, ideas nuevas y va a seguir siendo una fuerza en la sociedad.
—¿Percibe encrucijadas de las izquierdas en América
Latina, en los análisis que se hacen, por ejemplo, sobre Venezuela?
—Los gobiernos de (Nicolás) Maduro y de Ortega son
gobiernos que no representan lo que yo considero la izquierda. En primer lugar porque sin ética no hay
izquierda. Yo sigo reconociéndome como un hombre de izquierda y sin ética
no vamos a ninguna parte, nos confundimos con todos los demás. Lo que me aflige
de América Latina es todo este caso Odebrecht,
que es una matriz de la corrupción que logra corromper a gobernantes de derecha
y de izquierda, sobrepasa los límites ideológicos. Y esto es un mal: para
volver a ser izquierda hay que volver a la raíz ética. Porque sin sensibilidad
ética no hay sensibilidad por los pobres.
—Yendo a la realidad presente, ¿cree que los jóvenes
que se han alzado en Nicaragua tienen la fuerza organizativa necesaria para enfrentar
una situación política como la actual?
—Los estallidos espontáneos no tienen organicidad y
esto es natural. Estos muchachos no han logrado consolidar, todavía, una
dirigencia única y una representación política. Y no digo esto como crítica ni
como defecto, sino para subrayar que la pureza misma del movimiento lleva a esa
desarticulación. El estallido se volvió masivo porque había un cansancio de la
población de años de mentiras, engaños, represión, de silencio impuesto, y los
muchachos salieron a la calle y la gente los acompañó y de repente la represión
cayó sobre ellos, multiplicó la reacción popular y todo el mundo se volvió a
ver las caras y se dijeron: mira, no tenemos miedo. El miedo había
desaparecido. Yo estaba en España entonces, pero he visto muchos videos,
escuchado muchos testimonios, y me sorprendía ver que la gente decía: “Yo me
llamo fulano de tal”. Y da la cara y da su opinión, muy valiente. Eso era
impensable, porque alguien podía perder su trabajo, lo perdía la mujer, le
quitaban la beca al hijo o se le dificultaba un trámite administrativo. A un
pequeño empresario que opinaba de política le caía al día siguiente la
Dirección General de Ingresos para hacerle una auditoría. Ese miedo se rompió y
eso es lo que provocó un cambio radical en el país: se ha creado un nuevo
sentido de ciudadanía, que además está en la calle. Porque una de las consignas
del régimen era que la calle es del pueblo, el pueblo oficial, y al que quería
salir a protestar le caían a garrotazos. Ahora la calle es compartida. Los
muchachos pagaron una cuota altísima de 60 muertos, pero se ganaron ese derecho
y sin ellos no habría aquí esa posibilidad que el país tiene ahora de encontrar
el camino perdido de la democracia. El país está en deuda con ellos. No importa
que ellos, por el momento, no resulten bien articulados. Eso, estoy seguro y
tengo la esperanza, lo van a lograr, van a organizar su representatividad.
—Usted conoce muy bien al tándem Ortega-Murillo. ¿Cree
que están ganando tiempo? ¿Qué opciones tienen?
—A mí me parece que el régimen ha recibido un tiro en
el codillo. Podrán correr algún tiempo, pero nuestro país tiene que cambiar. La alternativa que tiene Ortega y su esposa
es abrirse a la democracia, ellos mismos, y ser parte del cambio
democrático o salir, hacer mutis por el foro. El país ya no puede vivir como ha vivido hasta ahora, sin el reclamo
por la democracia, por elecciones libres, por libertades públicas, por
libertades de expresión. Eso ya no va a volver para atrás, nadie va a
querer volver a vivir como en la situación anterior.
—¿Se vislumbra quiénes son las personas concretas que
puedan asumir la responsabilidad histórica de un cambio?
—Hay una mesa de diálogo organizada por gente que será
muy representativa, gente valiosa que no ha estado en la escena política, que
pertenece a la sociedad civil. En
Nicaragua hay gente muy preparada, muy talentosa, muy sagaz, que puede
asumir un liderazgo del país. Lo que pasa es que todo esto estaba enterrado,
pero la gente está allí y me parece, por otra parte, que los liderazgos suelen
surgir de esta manera. Para que el país quede en manos de una generación más
joven y haya un relevo que hasta ahora no se ha dado.
—A la par del descontento popular que se ha expresado
en multitudinarias marchas pacíficas, ¿no aparecen también el fantasma de la
guerra y el miedo a confrontaciones duraderas?
—Gracias a Dios que no queremos una confrontación. No
me gustaría ver a los estudiantes agredidos sacando fusiles AK y disparándole a
la policía, porque entonces volvemos a la guerra, a más muertos.
El gran crimen que ha habido aquí es matar a
estudiantes indefensos, porque ellos no estaban declarándole una guerra al
gobierno, sino realizando una protesta cívica. Esa es una gran ventaja que
tenemos, la de no querer otra guerra. Pero para eso hay que hacer un cambio
profundo, que haya una verdadera democracia, una salida con elecciones
verdaderamente libres, y lo primero de todo es que se haga una investigación a
fondo de estos crímenes y se castigue a los responsables. Sin eso, no va a
haber paz en las conciencias de la gente y eso es muy peligroso.
—¿Cómo percibe la repercusión o la solidaridad de
otros gobiernos, de otras izquierdas acerca de esta situación?
—Por primera vez ha habido una exposición masiva de la
situación del país en el mundo, como no ocurría hace muchísimos años. Lo que
pasa es que delante de la situación de Nicaragua ha estado siempre este stream
cover de Venezuela. La gente miraba a Venezuela y Nicaragua estaba detrás. Esta
cortina se ha roto y entonces Nicaragua está en primer plano. Todo el mundo
está claro en que no hay democracia, que hubo una represión criminal y que esto
tiene que tener una solución. Quizás no se ha llegado todavía a una acción
internacional suficiente, que no quiere decir intervención. Y yo soy el primero
en rechazar cualquier tipo de intervención política o de otro tipo. Pero que
haya atención sobre el país me parece muy importante.
La juventud en las Calles. Rebelión Juvenil. Contra la dictadura y quienes envenenaron la Revolución Sandinista. Una vez más los programas y políticas del FMI son los responsables de las grandes crisis económico-social-políticas. Al final se abrirá el camino hacia la Libertad del Pueblo y la Democracia Ciudadana desde el Nuevo Liderazgo que emerja de la Sociedad Civil.
***
—¿Qué rol tienen los intelectuales y los artistas en
esta coyuntura?
—Si me preguntas por nombres como Carlos Mejía Godoy,
Enrique Mejía, Ernesto Cardenal, Gioconda Belli, todos estamos del lado del
cambio democrático, del lado de los muchachos en la calle. Aquí no hay
excepciones. La gente que realmente representa a la cultura, la literatura, el
arte del país, está donde debe estar, como estuvo con la revolución en la
década del 80. Hoy le escribía un mensaje a Luis Enrique Mejía Godoy
diciéndole: quién iba a decir que en nuestras vidas íbamos a ver dos
despertares populares, cuando hay muchos que se mueren sin ver ninguno. Y eso
es lo que verdaderamente siento, que esto es un nuevo despertar.
—¿Cómo fueron sus comienzos como escritor? ¿Tuvo
maestros?
—Comencé a escribir cuentos, sin pensar que alguna vez
iba a ser novelista. En aquel tiempo el oficio de cuentista tenía mucho
prestigio, en las librerías había libros de cuentos y se podían publicar. No
como hoy que si un joven va a un editor le dice: no, libro de cuentos no,
tráeme una novela. Esta es la tendencia de hoy día, desgraciadamente. Entonces
yo quería ser cuentista y me entrené para escribir cuentos cortos leyendo, por
tanto, cuentistas. Y empecé por Anton Chéjov, O’Henry y fue fundamental para mí
Horacio Quiroga, que se leía mucho entonces. Yo lo sigo admirando muchísimo y
hay cuentos suyos, como “La gallina degollada”, que los puedo recitar de
memoria. Y leía, claro, a Edgard Allan Poe, a Ambrose Bierce, a Guy de
Maupassant. Después entré, un poco más tarde, cuando me iba acercando a los 20
años, a leer a Juan Rulfo, que fue para mí un gran descubrimiento; a Cortázar y
a Borges. Esa fue mi formación entre mi adolescencia y mi primera juventud.
—¿Cómo percibe las conexiones de la literatura con la
realidad?
—Es lo que quise reafirmar en mi discurso al recibir
el premio Cervantes (véase recuadro), esa conexión entre quien escribe y quien
ve, quien escribe entre cuatro paredes, pero sube o baja la persiana. Eso ha
sido fundamental siempre, desde entonces, desde que tenía 20 años y comencé a
ver la literatura como parte integral de la vida y del mundo. Y no es que crea
que eso sea esencial para ser buen escritor. Se puede ser buen escritor con las
ventanas bajas. Esto no tiene que ver con la calidad de la literatura, tiene
que ver con la percepción que cada quien tiene de la literatura.
—¿No corre riesgos la literatura de ser manipulada?
—En la primera mitad del siglo XX en América Latina,
fue bastante panfletaria, porque cuando uno lee esa literatura regionalista,
indigenista, vernáculo-socialista, se da cuenta de cómo la retórica política
está metida dentro de la trama novelesca; algo que desde entonces, con ojo
crítico, me pareció completamente innecesario. Si el novelista no es capaz de
ofrecer en un párrafo una descripción de la realidad tal como la ve y provocar
en el lector el sentimiento que sea, de adhesión, de conmiseración, de piedad,
de rechazo, por el efecto mismo de la exposición de la trama a través de las
palabras, si no logra eso y tiene que agregar un párrafo retórico o dar una
explicación ideológico-política, ya eso se sale del parámetro de lo que es la
narración y pasa al campo del panfleto. Y aquí vuelvo a insistir. Puede haber
una excelente novela que no tenga nada que ver con lo que está sucediendo
puertas afuera. Yo creo, sin embargo, que a pesar de que uno quiera tomar
distancia –y esto tiene que ver mucho con el concepto estético– la realidad
siempre está golpeando la puerta y a veces de ser un simple trasfondo, o un
mero escenario, se termina convirtiendo en personaje, se termina metiendo
dentro de la novela. Y a mí siempre me gusta la anormalidad constante de
América Latina.
—¿Y cómo entra en la literatura esta anormalidad?
—Por ejemplo, en el Cono Sur, a finales del siglo
pasado, el fenómeno que hubo fue de desaparecidos. Tú puedes decir: en Uruguay
hubo tantos desaparecidos, tantos en Argentina, tantos en Chile. Esa es una
cifra.
Pero yo, si soy un novelista, lo que voy a buscar es a
un desaparecido, a una familia de desaparecidos cuya vida cambió por el hecho
de que un día le llevaron a su muchacho y nunca volvió a aparecer, porque le
abrieron el vientre a una muchacha para sacarle al hijo. Eso es algo que para
mí va a dar a las aguas de la novela porque me está atrayendo a contar las
cosas que para mí constituyen la esencia de esa anormalidad. Yo vivo en una
región que está llena de este tipo de fenómenos, como pandillas juveniles que
se matan unas a otras, que asesinan, que extorsionan; carteles del
narcotráfico, los Zetas, gente que emigra a los Estados Unidos y perece en el
camino a través de México o, a lo mejor, llega al desierto de Arizona. Esas son
vidas en movimiento y a mí me parece que donde bulle la vida está la
literatura.
—Ha sido el primer centroamericano en recibir el
premio Cervantes. ¿Cómo se reconoce Centroamérica desde fuera a partir de su
literatura?
—Centroamérica es un ideal cultural. Entre sus países
hay conexiones culturales, una identidad que hace que sea más fácil reconocerse
en la cultura que en ningún otro campo. A pesar de que durante el período
colonial fuimos una sola entidad política y fracasó el intento de federación
republicana después de la independencia, vino una gran fragmentación pero no en
la expresión cultural y literaria. Creo, por ejemplo, que un guatemalteco se
siente muy cómodo siendo compatriota de Rubén Darío como un nicaragüense se
siente muy cómodo siéndolo de Miguel Ángel Asturias. Son figuras que unen, que
por su propia atracción fijan un denominador común. Pero estamos incomunicados
con otras partes de América Latina. Me piden que mencione a cinco escritores
bolivianos jóvenes, pues yo, desgraciadamente, no pasaría de dos, a pesar de
que puedo decir que soy un especialista porque soy un lector ávido. O si me
preguntan por alguien de Paraguay o de Uruguay. Me costaría muchísimo. América
Latina sigue siendo un fantasma. Hablamos de América Latina, pero hay muchas
América Latina, muchas literaturas. Y claro, cómo vamos a despreciar ese gran
denominador común que es la lengua. Si voy a una librería de Montevideo y
compro un libro de un escritor uruguayo, me meto en ese mundo que para mí no es
ajeno, porque está dentro de mi propia tradición lingüística y literaria. El
Río de la Plata tiene sus propias características de expresión literaria. Hay
una América Latina del Río de la Plata, otra América Latina andina, otra del
Caribe, otra de Centroamérica y otra América Latina que está dentro de los
Estados Unidos, que es más extraña todavía y más novedosa, porque hay una
lengua y literatura nuevas, que se escriben en Arizona, en Texas, en California,
en Florida.
—Además de la escritura su mundo ha incorporado otros
proyectos en su trabajo, como el festival Centroamérica Cuenta. (1)
—Tienen mucho que ver con tu pregunta anterior. Qué es
Centroamérica y cómo se reconoce desde fuera. Pues yo quisiera que se
reconociera mejor y por eso existe Centroamérica Cuenta, que es un viaje de ida
y vuelta. Traemos escritores latinoamericanos, de otras lenguas, para que se
encuentren con los escritores centroamericanos que no conocen; y que ellos se
encuentren con escritores que pertenecen a otros territorios. Esto va a dar más
frutos de los que ha dado hasta ahora, hacer que la literatura centroamericana
salga de sus fronteras.
La pareja gobernante: Ortega y esposa, que destruyeron la Revolución Sandinista. La Rebelión Popular triunfará. El Pueblo de Nicaragua terminará con la corrupción y la dictadura.
***
—La revolución sandinista dio un empuje a la cultura
en general, especialmente a la literatura. ¿Cuáles fueron los frutos?
—El primer fruto fue que el sandinismo no buscó jamás
establecer una literatura oficial, tampoco procuró establecer una línea
estética de creación literaria ni artística; nunca se buscó proclamar una
especie de realismo sandinista o algo parecido, sino que hubo una libertad
creadora muy diversa. Esto le dio a la revolución una sensibilidad diferente y
un carácter de rescate de la cultura, de articularla: promover el teatro, el
cine, con las uñas ¿no?, porque no dejamos de ser un país muy pobre. Hubo, por
primera vez, el Instituto Nicaragüense de Cine, la Editorial Nueva Nicaragua,
compañías de teatro apoyadas por el Estado, se hizo una discográfica nacional,
que nunca se había soñado con eso aquí. Todos esos fueron impulsos que le
dieron un perfil a la revolución. Después eso, obviamente, se perdió,
desgraciadamente. Los gobiernos que vinieron o no tuvieron políticas culturales
o fueron débiles esas políticas y hoy, este gobierno, no tiene ninguna política
cultural. Hay una característica que no hay que olvidar y es que los que
entramos a la revolución siendo escritores o artistas seguimos comportándonos,
además de las responsabilidades que teníamos en el campo político, como
escritores; el caso de Ernesto Cardenal, el caso mío, que llegamos a tener
responsabilidades importantes, pero, sin dejar de ver el mundo y la revolución como actores, nunca
dejamos de ser escritores prestados a la revolución.
*****
* Sergio Ramírez (Masatepe,
Nicaragua, 1942) es escritor, periodista, político y abogado. Fue
vicepresidente de Nicaragua entre 1985 y 1990. Publicó su primer cuento, “El
estudiante”, en 1960. Su obra literaria abarca más de una treintena de libros,
entre novelas, cuentos, libros de testimonios, ensayos y recopilaciones. Su primera
novela, Tiempo de fulgor, apareció en 1970 y a ella le siguieron diez más, la
última Ya nadie llora por mí (2017). Desde 2004 dirige la revista cultural
centroamericana Carátula. En 2013 fundó el festival literario Centroamérica
Cuenta. Ha sido profesor invitado en diversas universidades y recibido
múltiples premios y reconocimientos. El Cervantes fue el último.
Nota
1) Posteriormente a esta entrevista el comité
organizador decidió suspender la sexta edición del festival, a celebrarse en
mayo, ante “la situación de crisis e incertidumbre que atraviesa Nicaragua”.
Fragmento de “Adiós muchachos” (1999)
“Una marea revuelta al pie de mi ventana”
“No empuñé armas en la revolución, no llevé nunca
uniforme militar, ni me encuentro al borde del olvido por demasiado viejo, ni
nadie me está disputando con otro libro los hechos vividos. Es más, la
revolución se ha quedado sin cronistas en este fin de siglo de sueños rotos,
después de que tuvo tantos en los años en que estremecía al mundo.
Un olvido injusto. En los recuentos de los
acontecimientos que hoy se hacen del siglo XX, falta la revolución sandinista.
Porque se pasmó y no cambió en fin de cuentas la historia, como nosotros
creíamos que iba a cambiarla, o porque hoy parece a muchos que no valió la
pena, un empeño que se quedó en una gran frustración y un formidable
desencanto. O porque fue malversada.”
(Fragmentos de su oratoria al recibir el premio
Cervantes)
La anormalidad constante
“A ese paisaje iluminado y a la vez lleno de sombras,
desolado y a la vez lleno de voces recurro, dominado por la curiosidad y el
asombro, en busca de sus rincones ocultos y de los humildes personajes que lo
pueblan, cada uno cargando a cuestas sus pequeñas historias, y me seduce verlos
caminar, sin ser advertidos, o sin advertirlo, hacia las fauces que los
engullen, víctimas tantas veces del poder arbitrario que trastoca sus vidas, el
poder demagógico que divide, separa, enfrenta, atropella. Ese poder que no
lleva en su naturaleza ni la compasión ni la justicia y se impone por tanto con
desmesura, cinismo y crueldad.”
*****
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