EL MATRINONIO ORTEGA-MURILLO. La pareja que destruyó y traicionó a la Revolución Sandinista. Ortega y su mujer La SRA. Murillo - el
gobierno familiar, la alianza con la ultra
derecha, la élite empresarial, enemiga jurada de la Revolución Sandinista –
más su unión-comunión con el sector más conservador y ultra reaccionario de la Iglesia Católica, - sostén político de los
“contra-nicaragüenses”, la Corrupción,
la represión contra los sectores rurales, leyes en contra de la Mujer y los Niños, Y al final el
sometimiento a los dictados políticos del Fondo
Monetario Internacional, han destruido la REVOLUCIÓN
SANDINISTA y hoy Ortega es
un paria al servicio – pero odiado por la derecha y el imperio – de la destrucción
a una alternativa de izquierda
democrática y fiel servidor de los mandados políticos neoliberales. La sociedad Civil en Nicaragua, encontró
en la Calle y
la Plaza Pública el escenario libre y democrático
para expresar su rechazo y total cuestionamiento a quienes traicionaron la Revolución Sandinista y
Traicionaron
al Pueblo con el cuento del "Gobierno Familiar" Ortega-Murillo,
llenos de corrupción y "Santas alianzas" políticas con los enemigos de clase y
enemigos de la Revolución Sandinista.
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La sociedad Civil en Nicaragua, encontró en la Calle y la Plaza Pública el escenario libre y democrático para expresar su rechazo y total cuestionamiento a quienes traicionaron la Revolución Sandinista y Traicionaron al Pueblo von el cuento del "Gobierno Familiar" Ortega-Murillo, llenos de corrupción y "Santas alianzas" políticas con los enemigos de clase y enemigos de la Revolución.
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AMÉRICA LATINA:
LAS VENAS ABIERTAS DE NICARAGUA.
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Boaventura de Sousa Santos.
La Tizza.
Rebelión sábado 7 de julio del 2018.
Pertenezco a la
generación de los que en los años 1980 vibraron con la Revolución sandinista y
la apoyaron activamente. El impulso progresista reanimado por la Revolución cubana de 1959 se había
estancado en gran medida por la intervención imperialista de Estados Unidos. La
imposición de la dictadura militar en Brasil en 1964 y en Argentina en 1976, la
muerte del Che Guevara en 1967 en
Bolivia y el golpe de Augusto Pinochet en Chile contra Salvador Allende en 1973 fueron los signos más sobresalientes de
que el subcontinente americano estaba condenado a ser el patio trasero de Estados
Unidos, sometido a la dominación de las grandes empresas
multinacionales y de las élites nacionales conniventes con ellas. Estaba, en
síntesis, impedido de pensarse como conjunto de sociedades inclusivas centradas
en los intereses de las grandes mayorías empobrecidas.
La
Revolución sandinista significaba el surgimiento de una contracorriente
auspiciosa. Su significado resultaba no solo de las transformaciones concretas
que protagonizaba (participación popular sin precedentes, reforma agraria, campaña de
alfabetización que mereció el premio de la UNESCO, revolución cultural,
creación de servicio público de salud, etc.), sino también del hecho de
que todo esto se realizó en condiciones difíciles debido al cerco
extremadamente agresivo de los Estados Unidos de Ronald Reagan, que
supuso el embargo económico y la infame financiación de los “contras” nicaragüenses (la guerrilla
contrarrevolucionaria) y el fomento de la guerra civil. Igualmente
significativo fue el hecho de que el Gobierno
sandinista mantuviera el régimen democrático, lo que en 1990 dictó el fin de la revolución con
la victoria del bloque opositor, del que, además, formaba parte el Partido
Comunista de Nicaragua.
En los años siguientes, el Frente Sandinista, siempre
liderado por Daniel Ortega, perdió tres elecciones, hasta que en
2006 reconquistó el poder,
manteniéndolo hasta hoy. Sin embargo, Nicaragua,
como por lo demás toda Centroamérica, estuvo fuera del radar de la opinión
pública internacional y de la propia izquierda latinoamericana. Hasta que el pasado abril las protestas
sociales y la violenta represión llamaron la atención del mundo. Pueden
contarse ya muchas decenas de muertes causadas por las fuerzas policiales y por
milicias adeptas al partido del Gobierno. Las protestas, protagonizadas
inicialmente por estudiantes
universitarios, apuntaban a la displicencia del Gobierno ante la catástrofe ecológica en la Reserva
Biológica Indio-Maíz causada por el
incendio y por la deforestación e invasión ilegales. Se sucedieron
después las protestas contra la reforma del sistema de seguridad social, que imponía recortes drásticos en las pensiones y
gravámenes adicionales impuestos a los trabajadores y los patrones. A los estudiantes
se unieron los sindicatos y demás organizaciones de la sociedad civil.
Ante las protestas, el Gobierno retiró la propuesta,
pero el país estaba ya incendiado por la indignación contra la violencia y la
represión y por la repulsa causada por muchas otras facetas sombrías del Gobierno sandinista, que entretanto
empezaron a ser más conocidas y abiertamente criticadas.
La Iglesia
católica, que desde 2003 se “reconcilió” con el sandinismo, volvió a tomar
sus distancias y aceptó mediar en el conflicto social y político bajo
condiciones. El mismo distanciamiento ocurrió con la burguesía empresarial nicaragüense, a quien Ortega ofreció sustanciosos negocios y condiciones privilegiadas de
actuación a cambio de lealtad política.
El futuro es incierto y no puede
excluirse la posibilidad de que este país, tan masacrado por la violencia,
vuelva a sufrir un baño de sangre.
La oposición al
orteguismo cubre todo el espectro político y, tal como ha
ocurrido en otros países (Venezuela y
Brasil), solo muestra unidad para
derribar el régimen, pero no para crear una alternativa democrática. Todo
lleva a creer que no habrá solución pacífica sin la renuncia de la pareja
presidencial Ortega-Murillo y la
convocatoria de elecciones anticipadas libres y transparentes.
Los demócratas
en general, y las fuerzas políticas de izquierda en particular,
tienen razones para estar perplejos. Pero tienen sobre todo el deber de
reexaminar las opciones recientes de gobiernos considerados de izquierda
en muchos países del continente y de cuestionar su silencio ante tanto
atropello de ideales políticos durante tanto tiempo. Por esta razón, este texto
no deja de ser, en parte, una
autocrítica.
¿Qué lecciones se pueden extraer de lo que pasa en
Nicaragua? Ponderar las
duras lecciones que a continuación enumero será la mejor forma de solidarizarse
con el pueblo nicaragüense y de manifestarle respeto por su dignidad.
ORTEGA-MURILLO. La pareja
que destruyó y traicionó a la Revolución Sandinista. Ortega y su mujer
Murillo - el gobierno familiar, la alianza con la ultra derecha, la élite
empresarial – más su unión-comunión con el sector más conservador y ultra
reaccionario de la Iglesia Católica, la Corrupción, la represión contra los sectores
rurales, leyes en contra de la Mujer y los Niños, Y al final el sometimiento a
los dictados políticos del Fondo Monetario Internacional, han destruido la
REVOLUCIÓN SANDINISTA y hoy Ortega es un paria al servicio – pero odiado por la
derecha y el imperio – de la destrucción a una alternativa de izquierda
democrática y fiel servidor de los mandados neoliberales.
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Primera lección: espontaneidad y organización. Durante mucho
tiempo las protestas sociales y la represión violenta ocurrieron en las zonas rurales sin que la opinión
pública nacional e internacional se manifestara. Cuando las protestas
irrumpieron en Managua, la sorpresa
fue general. El movimiento era espontáneo y recurría a las redes sociales que
el Gobierno había promovido con el acceso
gratuito a internet en los parques del país. Los jóvenes universitarios, nietos de la Revolución sandinista, que
hasta hace poco parecían alienados y políticamente apáticos, se movilizaron
para reclamar justicia y democracia.
La alianza entre el campo y la ciudad,
hasta entonces impensable, surgió casi naturalmente y la revolución cívica salió a la calle asentada
en marchas pacíficas y barricadas
que llegaron a alcanzar el 70% de
las carreteras del país.
¿Cómo es que las tensiones sociales se acumulan sin
que se noten y su explosión repentina toma a todos por sorpresa? Ciertamente, no
por las mismas razones por las que los volcanes
no avisan. ¿Puede esperarse que las
fuerzas conservadoras nacionales e internacionales no se aprovechen de los
errores cometidos por los gobiernos de
izquierda? ¿Cuál será el punto de
explosión de las tensiones sociales en otros países del continente causadas
por gobiernos de derecha, por ejemplo, en Brasil
y Argentina?
Segunda lección: los límites del pragmatismo político y de
las alianzas con la derecha. El Frente Sandinista
perdió tres elecciones después de haber sido derrotado en 1990. Una facción del Frente, liderada por Ortega, entendió que la única manera de retornar al poder era
haciendo alianzas con sus adversarios,
incluso con aquellos que más visceralmente habían hostilizado al sandinismo, como la Iglesia católica y los grandes empresarios.
Respecto a la Iglesia católica,
la aproximación comenzó a principios de la década de 2000. El cardenal Obando y
Bravo fue durante buena parte del período revolucionario un opositor
agresivo al Gobierno sandinista y
activo aliado de los contras, apodando a Ortega
como “víbora
moribunda” durante toda la década del noventa. Pese a ello, Ortega no tuvo pudor en aproximarse al
cardenal al punto de pedirle en 2005
que oficiase el matrimonio con su compañera de muchos años, Rosario Murillo, actual vicepresidenta
del país.
Entre muchas otras concesiones a la Iglesia, una de las primeras leyes del nuevo Gobierno sandinista, todavía en 2006,
fue aprobar la ley de prohibición total del aborto, incluso en casos de
violación o de peligro para la vida de
la mujer. Esto, en un país con alta incidencia de violencia contra mujeres y niños.
Por otra parte, la aproximación a las elites económicas se produjo por la sumisión del
programa
sandinista al neoliberalismo, con la desregulación de la economía, la
suscripción de tratados de libre comercio y la creación de sociedades
público-privadas que garantizaban jugosos negocios al sector privado capitalista a costa del erario público. Se produjo
también un acuerdo con el ex presidente
Arnoldo Alemán, considerado uno de los jefes de Estado más corruptos del mundo.
Estas alianzas garantizaron cierta paz social. Y debe
destacarse también que en 2006 el
país estaba al borde de la quiebra y las
políticas adoptadas por Ortega permitieron el crecimiento económico. Se
trató, sin embargo, del crecimiento típico de la receta neoliberal: gran concentración de riqueza, total
dependencia de los precios internacionales de los productos de exportación (en
particular café y carne), autoritarismo creciente ante el conflicto social causado por la extensión de la
frontera agrícola y por los megaproyectos (por ejemplo, el gran
canal interoceánico, con financiamiento chino), aumento desordenado de la corrupción,
empezando por la elite política en el Gobierno.
La crisis social solo fue atenuada debido a la
generosa ayuda de Venezuela (donaciones e inversiones) que llegó a ser una parte
importante del presupuesto del Estado
y permitió algunas políticas sociales compensatorias. La situación tendría que estallar cuando los precios internacionales
bajasen, hubiese cambio de política económica en el principal destino de las exportaciones (Estados Unidos) o se evaporase el apoyo de Venezuela.
Todo eso ocurrió en los últimos dos años. Mientras tanto, terminada la orgía de favores,
las élites económicas tomaron sus distancias y Ortega quedó cada vez más aislada.
¿Puede un Gobierno continuar denominándose de izquierda (y hasta
revolucionario) a pesar de seguir todo el ideario del capitalismo
neoliberal con las condiciones que este impone y las consecuencias que
genera? ¿Hasta qué punto las alianzas tácticas con el “enemigo” se transforman en la segunda naturaleza de quien las
protagoniza? ¿Por qué las alianzas con
las diferentes fuerzas de izquierda parecen siempre más difíciles que las
alianzas entre la izquierda hegemónica
y las fuerzas de derecha?
Tercera lección: autoritarismo político, corrupción y
"des-democratización". Las políticas adoptadas por Daniel Ortega y su facción crearon
divisiones importantes en el seno del Frente Sandinista, y oposición en otras
fuerzas políticas y en las organizaciones de la sociedad civil que habían encontrado en el sandinismo de los años 1980 su matriz ideológica y social y su
voluntad de resistencia. Las organizaciones de mujeres tuvieron un protagonismo especial.
Es sabido que
el neoliberalismo, al agravar las desigualdades
sociales y generar privilegios injustos, solo se puede mantener por la vía
autoritaria y represiva. Fue eso lo que hizo Ortega. Por todos los medios, incluyendo cooptación,
supresión de la oposición interna y externa, monopolización de los medios
masivos, reformas constitucionales que garantizan la reelección indefinida,
instrumentalización del sistema judicial y creación de fuerzas represivas
paramilitares. Las elecciones de 2016
fueron el claro retrato de todo esto, y la victoria del eslogan “una Nicaragua cristiana,
socialista y solidaria” encubría mal
las profundas fracturas en la sociedad.
De un modo casi patético, pero quizás previsible, el autoritarismo político fue acompañado
por la creciente patrimonialización del
Estado. La familia Ortega acumuló riqueza y mostró su deseo de
perpetuarse en el poder.
¿La tentación autoritaria y la corrupción son una desviación o son constitutivas de los
gobiernos de matriz económica neoliberal? ¿Qué intereses imperiales explican
la ambigüedad de la OEA frente al orteguismo, en contraste con su radical oposición al chavismo? ¿Por qué buena
parte de la izquierda latinoamericana y mundial mantuvo (y continúa haciéndolo)
el mismo silencio cómplice? ¿Por cuánto tiempo la memoria de las conquistas
revolucionarias opaca la capacidad de denunciar las perversiones que les siguen
al punto de que la denuncia llega casi siempre demasiado tarde?
Traducción de
Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez.
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