"SOY DE LOS HOMBRES QUE CREEN QUE LO
MEJOR SIEMPRE ESTÁ POR VENIR.". Con esas palabras deja la presidencia
de Uruguay José 'Pepe' Mujica. Sin embargo, las bases de ese futuro mejor han
sido sentadas por el mismo presidente. 'El mandatario más humilde del mundo' e ídolo para
muchos latinoamericanos, se va con un fuerte y consolidado legado y el
reconocimiento sincero del pueblo uruguayo.
Mujica, de 79 años,- hoy tiene 84 - ha permanecido en
el máximo cargo desde el 1 de marzo de 2010. Este 1 de marzo deja oficialmente
la Presidencia en manos de Tabaré
Vázquez, quien asumirá el poder en Uruguay.
Mujica nació el 20 de mayo de 1935 en Montevideo, en el seno de una
familia humilde y de descendientes vascos. En
su juventud, militó para el
grupo político tradicional uruguayo Partido Nacional, llegando a ser secretario
general de la Juventud del mismo.
A mediados de los 60 fundó el Movimiento de Liberación
Nacional-Tupamaros (MLN-T), con el que participó en operativos guerrilleros. En esa
temporada fue baleado, cayó prisionero cuatro veces donde fue sometido a
torturas brutales y pasó un total de
casi 15 años en prisión. En 1985, con el retorno de la democracia al Uruguay, fue puesto en libertad junto a otros presos
políticos favorecidos por una amnistía.
También habló sobre la importancia de la CELAC, de la política contemporánea, la
"legendaria" figura del presidente venezolano CHÁVEZ, así como de las relaciones con países vecinos y la
situación actual en la economía mundial. "La política sigue discutiendo más o menos en términos
muy anquilosados, muy parecidos. Nos alejamos de algunos valores y hay mucha
gente infeliz en el mundo, no solo pobre. Acá nos preocupamos solo por los
pobres y tenemos que empezarnos a preocupar por los infelices. La soledad de las
grandes ciudades, el estar solo en el medio, en la multitud, ¿por qué? Bueno, porque hay otra serie de cosas. Y la
política no toca eso". Entrevista en Enero del 2013.
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“LA
ARGENTINA ESTÁ JODIDA PERO NO ESTÁ FUNDIDA”.
Entrevista
a Pepe Mujica sobre Lula, el consumismo, la prisión, el odio y la realidad del
país
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En su chacra de las afueras de Montevideo, el ex presidente uruguayo
(2010-2015) dijo que “la sensibilidad por los más
débiles no es moderna” y explicó su idea de cómo se forjan la política y
la cultura.
Por Nicolás Trotta.
Página/12
domingo 8 de julio del 2018.
Desde Durazno, Uruguay
A
la chacra de José Mujica en las afueras de Montevideo llegan micros de turistas de
distintos rincones del mundo para intentar conocerlo. Pepe y Lucía (Topolansky, actual vicepresidenta del Uruguay) viven
con sencillez y sobriedad. Mujica odia
la palabra “austeridad”. Dice que es utilizada para reducir derechos y
dejar sin trabajo a la gente. “Vive como
piensas, o pensarás como vives”, repite siempre este personaje único a
quien la izquierda del continente
considera un faro.
En
pleno Mundial
visitamos a Mujica junto a Victor Santa
María, secretario general del SUTERH)
y Alberto Grille, director de la revista Caras y Caretas de Uruguay. Nos
recibió con su calidez habitual y pudimos grabar, además, casi dos horas de
diálogo. Se verán en “Latinoamérica
Piensa” los próximos dos sábados a
las 23 por A24.
Nos sentamos en un
pequeño living atestado de libros y objetos de recuerdo mientras Lucía cocinaba milanesas fritas para el
almuerzo.
Cuando lo vimos, Mujica ya había estado en la celda de Curitiba con su amigo Luiz Inácio
Lula da Silva, a quien define como el
“pacificador” de las contradicciones del Brasil.
–¿Cómo encontraste a Lula?
–Lo vi bien, más delgado,
siempre con su temperamento jocoso, por un lado, y también horrorizado por lo
que está pasando en Brasil desde el
punto de vista de la enajenación del
patrimonio del Estado y la transformación
de la legislación laboral. Él considera que todo este episodio, que incluye
la destitución de Dilma, es parte de
un proyecto para cambiar las condiciones del país. Para que si un día vuelven
dirigentes progresistas al gobierno, se encuentren prácticamente maniatados por
compromisos establecidos a largo plazo a nivel internacional. Quiere decir que
temperamento jocoso pero pensamiento bastante trágico. Lula es el único que está en condiciones de permitir que Brasil
vuelva a su natural alegría de vivir.
–Al ingresar al penal, ¿qué
recuerdo te trajo de tu propia experiencia como preso de la dictadura durante
14 años?
–Es
paradojal. Es la
mueca que tiene la vida. Esa cárcel donde está es muy moderna y se hizo en el
tiempo de Lula. Está en una
buena celda, grande, con un televisor y una cama común y corriente. No es para
nada un lujo. Pero es una cosa decente. La
cárcel mía no tiene comparación y espero que nunca a Lula le toque pasar algo parecido.
–Habitualmente hablás contra la
utilidad del rencor. ¿Cómo hiciste para transitar la prisión y vivir sin
rencor?
–Les tengo bronca al odio y al
fanatismo. Una
cosa es la pasión y otra cosa el fanatismo. El odio es como el amor, ciego. El
amor tiene la ventaja de que es creador, reproductor. El odio es destructivo.
Si uno vive mirando para atrás intentando cobrar o algo por el estilo cuentas
incobrables y no se embebe hacia el futuro queda como dando vueltas a una
columna. La naturaleza es sabia. Estaría bárbaro que nos hubiera puesto
un ojo atrás para cuidarnos la espalda. Pero nos puso dos ojos para
delante: la vida es mañana, es porvenir. Tengo recuerdos de dolor y de
angustia. Pero hay que vivir por mañana. Tal vez sea una cuestión de
temperamento. Nunca pensé que me iba a morir preso. Nunca pensé que cuando
saliera no iba a seguir militando. Tampoco pensé que iba a ser presidente
ni nada por el estilo y que me iba a meter en esta camisa de once varas. Estaba
convencido de que iba a seguir luchando.
–¿Y de que te arrepentís?
–Ufff. Tengo un montón de cosas. De lo que más me arrepiento es de
la falta de velocidad para disparar. Me comí la cana porque me agarraron.
Tendría que haber corrido un poco más rápido. Una falla atlética.
Volviendo al Brasil, Lula es un
hombre de diálogo, un reformista que permitió que casi 40 millones de personas salieran de la pobreza. Pero a pesar de que es un hombre de
consenso las élites económicas avanzaron
hasta poner preso a un hombre inocente, destituyendo sin causa a una
Presidenta.
-¿Cómo ves hoy la Argentina?
–Viejo, yo soy uruguayo. O sea, un argentino al que patearon del puerto de Buenos Aires. Ésa es la historia verdadera y no me conviene hablar
mucho de cómo veo a la Argentina.
Sería como meterme en un pueblo que es mi pueblo pero al mismo tiempo quedaría
mal interpretado.
–Somos una misma nación, separada
en dos países.
–Sin
duda. Lo que te
puedo decir con preocupación, por
historia, es que cuando a la Argentina
le va mal a nosotros nos termina golpeando fuerte. Lo que más me asusta es esto
del endeudamiento,
porque después hay que pagar en algún momento y sé lo que pasa. Esta
historia se repite. También estoy aburrido con la repetición de que la Argentina
está fundida. Y no, no está fundida. La Argentina está
jodida pero no está fundida. Porque después
reflota. Tiene la desgracia de tener demasiados recursos naturales y
cae en el despilfarro, pero es mi pueblo. Me duele.
–¿Qué debería haber hecho la
izquierda para dar la discusión del poder real en América Latina y para que
estas cosas no ocurrieran?
–Creo que la historia
real no es fácil de compaginar con lo que nos puede parecer. Es un conjunto de
acciones y reacciones y de limitaciones. Llegar al gobierno está muy lejos de llegar
al poder. Y pienso que probablemente de esos 40 millones de personas que salieron de la pobreza, la inmensa mayoría, lo
va a atribuir a su esfuerzo, a Dios, a cualquier cosa, menos a entender la política,
que en su misión más esencial tiene que ver cómo se reparte la riqueza pública en una sociedad. Ese fenómeno se le
escapa y entonces se ha incrementado la cantidad de consumidores. Que no
equivale a la cantidad de ciudadanos que se dan cuenta del drama que viven. Por eso uno de los más graves problemas, que
no es de hoy, es también en el fondo el esquema que tuvo mi generación.
–¿Cuál sería el problema?
–Pensábamos
que el mundo cambiaba modificando las relaciones de producción y de
distribución. Cambiando
la estructura parecía que tendríamos un hombre distinto o mejor.
Y no nos dimos cuenta tal vez (es mi interpretación) de que un sistema es a su vez
generador de una cultura que le es funcional
a largo plazo. Así como era funcional la resignación de la Edad Media a que esto fuera un valle de
lágrimas porque luego vendría el paraíso.
Esta etapa de sociedad hiperconsumista, donde estamos embarcados todos, es funcional a la lucha de la ganancia y a
que seamos todos consumidores.
Hemos
sustituido las viejas religiones por la nueva religión, que es el mercado. Eso es más fuerte que los ejércitos y que las cuestiones de
fuerza, porque es una cultura tácita,
subliminal, que está jugando en el seno de todos los hogares. Entonces hay 40
millones que salieron de pobres que
demandan más y son prepotentes, potenciales consumistas. Y nos parece que eso
es equivalente a ser más felices.
–¿Qué pueden hacer los sectores
populares para impulsar esa reforma cultural de valores teniendo en cuenta que
el proceso que vivió América Latina se vinculó, principalmente, a la
ampliación principalmente de derechos relacionados al consumo?
–Cuidado con el análisis grosero. No es que no haya que intentar
multiplicar los bienes de la sociedad. Es otra historia. Lo que pasa que
esta cultura nos lleva de la mano, por un lado al despilfarro de medios que
terminan siendo bastante superfluos y por otro a no atender necesidades vitales
que una parte central de las poblaciones tiene. Si los africanos pudieran comer como los perros europeos no estarían peleando con la muerte. Ni ahogándose en el Mediterráneo. Acá
hay una profunda cuestión ética, y la
política hace mucho que la abandonó las preguntas más elementales y se
transformó en un apéndice de la econometría: ¿es más feliz la gente? ¿Nos preocupamos de eso, o nos preocupamos
solo del desarrollo? Es muy discutible que estemos mejor porque haya
aumentado el PBI. ¿Es más feliz la sociedad japonesa que los
muy poquitos aborígenes que quedan en la Amazonia? Tengo mis severas dudas.
Y unos y otros marchamos hacia lo mismo. Tenemos una única riqueza, que es el
milagro de estar vivos, pero la vida se
nos va y no hay supermercado que nos venda años de vida. Cuando compramos algo
no compramos con plata, compramos con el tiempo de nuestra vida. Ahora, si toda
nuestra vida se va en pagar cuentas... El
mundo nunca produjo más que hoy en día pero ha crecido la desigualdad como nunca.
–¿Cuál es la alternativa?
–Es muy difícil imaginar
cómo se construye una correlación de fuerzas que implique desaprender muchas
cosas que son parte del sentido común de nuestras sociedades y construir un paradigma que busque un
equilibro entre el yo y el nosotros. Esta cultura necesita que estemos
dibujados como individuos. Somos
antropológicamente gregarios, necesitamos de la sociedad. El progreso
humano es consecuencia de nuestro instinto antropológico de agruparnos y
funcionar en sociedad. Lo que ha construido la civilización es la consecuencia
de haber vivido y erigido sociedades. Todo el progreso que nos rodea es
consecuencia de esa construcción. La
civilización es la solidaridad intergeneracional. Pero somos individuos.
–¿Y entonces?
–Hay una gota importante
de egoísmo en cada uno de nosotros como la tiene todo ser vivo, porque estamos
programados para luchar por la vida y hay que conciliar ese egoísmo con la
existencia, con la necesidad de vivir en sociedad. Ése es el papel de la política. La
política está para amortiguar los conflictos que tienen los individuos
cuando construyen la sociedad. Da para discutir mucho. Bien, yo no puedo cambiar el mundo. Lo que puedo ir es educando gente para que no sea
tan estúpida y la lleven enganchada de acá (se toca la nariz). Tengo que luchar
en varios frentes.
–¿Cuáles son los frentes?
–Luchar para la comprensión de que vivir es
hermoso y de hay que pelear en esta vida para que no te lleve esta cultura
que te transforma en un pagador de cuentas. Tener libertad es tener tiempo
libre para hacer lo que a vos te gusta.
–¿Imaginabas que América Latina
iba a ingresar en un período de retroceso como el de hoy en día?
–Siempre lo desconfié. Yo tengo una interpretación pendular de la
historia humana. Se habla de izquierda
recién a partir de las divisiones en la Revolución Francesa. Pero toda la historia
del hombre arriba de la tierra es una constante oscilación entre visiones más conservadoras y visiones mas humanísticas, hacia
un lado y hacia el otro. Me siento históricamente pariente de Epaminondas, de los Graco, de Ashoka en la India. La
sensibilidad hacia el dolor de los más débiles no es moderna. Es tan
vieja como que el hombre anda arriba de la tierra ha estado en una lucha
permanente. Por eso esta ola reaccionaria
va a fracasar, nunca va a triunfar definitivamente, porque la nuestra tampoco triunfa
definitivamente. No hay derrota porque tampoco hay triunfo
definitivo. La lucha es ir
sumando escalones a favor de la civilización humana. Creíamos que
luchábamos por el poder. En realidad
nuestra lucha es por mejorar el contenido de esa herencia que se llama civilización.
–¿Te imaginás nuevamente
presidente de Uruguay?
–No...
Es es muy osado.
¿Vos sabes cómo se reproducen los yuyos? Son maravillosos. Tiran semillas y
semillas. ¿Sabes lo que es domesticar un pasto y lograr que produzca semillas
en una época más o menos regular para poderlo cosechar? Eso es domesticar. Los
pastos naturales tienen una larga época de semillación y van tirando semillas. ¿Por qué? Porque priorizan la lucha por la
vida. La semilla puede caer en
un momento en que no hay condiciones para germinar. Entonces viene una larga
temporada en la que van tirando semillas y semillas. Yo estoy en una etapa de la vida para sembrar. Y para sembrar ideas. Para tirar estas ideas medio raras que
tengo. Para que
otros las hagan pelota y me critiquen pero que no se queden anquilosados
repitiendo esquemas de hace 70 años.
–¿Tenés esperanzas de que esas
semillas germinen?
–Sí, siempre ha sido así.
* Rector
de la UMET / @trottanico.
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